Es hombre de muchos talentos, Mario García Torres tiene el olfato de identificar cabos sueltos, verdades a medias o imágenes faltantes que de inmediato transforma en obsesiones creativas. Luego entra en juego su férrea disciplina para perseguir explicaciones, que lo ha llevado, por ejemplo, hasta Kabul en busca de un pequeño hotel que un artista administró durante los años setenta y con el que estableció un diálogo post mortem; o a encontrar la bola de demolición que se usó en 1969 para tumbar el edificio original del Walker Art Center, sede de su más reciente retrospectiva.
La verdad como concepto no le interesa y en el proceso artístico se enreda en la ficción, los laberintos de la memoria, el tiempo y la libertad para presentar sus resultados en video, instalación, monólogo, canción u objeto en realidad aumentada. Es uno de los artistas conceptuales más interesantes de nuestro tiempo. “El mío no es un trabajo dictatorial donde el artista pase el tiempo a solas, pensando como un genio. Tiene que ver con muchas negociaciones e influencias que se manifiestan todos los días y que hacen que la obra casi se genere por sí misma”, alienta el artista.