Una vista al estudio del artista conceptual colombiano en Bogotá, un sitio que además de gozar de una atmósfera familiar, se ha convertido en un oasis que Rojas dedica a la reflexión y la experimentación artística desde hace más de tres décadas.
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La manufactura suiza Audemars Piguet mantiene un compromiso con la tradición y, a la vez, con la innovación y el descubrimiento. Junto con Club Travesías visitó el estudio del artista colombiano Miguel Ángel Rojas, reafirmando su larga relación con el mundo del arte contemporáneo.En medio de una zona heterogénea de Bogotá, donde confluyen el comercio informal, las casas antiguas y el bullicio de los estudiantes de una universidad aledaña, se encuentra el estudio del artista conceptual colombiano Miguel Ángel Rojas (Bogotá, 1946). Una casa de estilo art déco construida a mediados de los años cuarenta, donde vivieron sus padres, es desde hace más de tres décadas un espacio vibrante de reflexión y experimentación artística que atesora el recuerdo de su familia. Sus jardines verdes y exuberantes, cada uno con pequeños estanques de agua y piedras de todo tipo, son el reflejo de ese amor y respeto que Rojas siente por la naturaleza y la ecología. Y es desde este oasis que el artista formaliza —valiéndose de exploraciones técnicas y el uso de materiales cargados de simbolismo— profundas reflexiones en torno a problemas humanos de carácter personal y colectivo: la pérdida de valores, la guerra, la identidad, la injusticia, la desigualdad y la marginación.
El enamoramiento de Miguel Ángel Rojas con el arte se remonta a su infancia. Fue su padre quien desde pequeño lo estimuló a explorar el arte, específicamente la fotografía, lo que despertó en él un interés por comprender el funcionamiento de una cámara que durante años vio colgada en un perchero. El descubrimiento de aquel objeto enigmático empezó a sentar las bases de lo que sería un proyecto artístico marcado por una mirada sensible y profunda.
La década los setenta fue fundamental en la instauración del proyecto artístico de Rojas. Su práctica surge en un momento de transformación de la sociedad colombiana debido a la penetración de los medios de comunicación en la vida diaria y a los procesos de urbanización y secularización. (1) Los teatros del centro de Bogotá dejaron de ser importantes lugares de encuentro de la alta sociedad para convertirse en espacios clandestinos para los hombres homosexuales marginados e invisibles. La experiencia incógnita de los cinemas le permite a Rojas mirar críticamente su contexto y su diferencia frente a la norma. Desde allí realiza un cuerpo de trabajo fotográfico que, simultáneamente, se despliega a otros medios como el grabado y el dibujo, con lo cual logra cuestionar y expandir los límites de dichas técnicas. Al tratarse de una indagación artística, entendida como un proceso liberador que responde a un llamado interno, ésta se convierte en una suerte de confesión, que a su vez nos adentra en un aspecto de la historia de Bogotá poco conocido.
Durante los años ochenta, Rojas mantiene su espíritu experimental al incursionar en las intervenciones in situ, la instalación, la pintura y los revelados parciales. Destaca la aparición de símbolos en sus pinturas como el poporo, (2) el caballo, el jaguar y demás elementos precolombinos que posteriormente reaparecerán formalizados de maneras muy particulares. En 1985, realiza un viaje a Nueva York que le permite conocer a jóvenes artistas norteamericanos influidos por la transvanguardia italiana. A su regreso, inicia una etapa intensa de introspección que lo lleva a producir pinturas con óleo y acrílico de carácter autobiográfico, en las que, según el artista, “la imaginación se desbordaba pero también la síntesis tenía lugar”. (3)
La conciencia de su herencia indígena —que empieza a plasmar en las pinturas de mediados de los años ochenta—, que para Rojas implicaba una labor de rescate y dignificación, junto con la atenta observación de la realidad de su país, contribuyó a que adoptara la hoja de coca como material simbólico y expresivo. A partir de 1996, el artista emplea la hoja entera, evidenciando un cambio de pensamiento respecto a su significado. Con Broadway, una de las piezas insignia de los años noventa, Rojas emplea la hoja de coca como metáfora para hablar sobre el flujo del narcotráfico, específicamente la producción de cocaína y su relación íntima con el consumo en el primer mundo. En la actualidad, el artista continúa empleando la hoja de diversas formas: como círculo, en papel hecho a mano y en polvo (mambe). Este último es uno de los protagonistas de su producción reciente, específicamente de su pieza El Nuevo Dorado (2018-2019). De carácter crítico y denunciatorio, la obra recoge una de las grandes preocupaciones actuales de Rojas: la destrucción desmedida del ecosistema amazónico como resultado de la codicia y ceguera del ser humano. Los enormes murales alusivos a la deforestación y al carácter precioso de la cuenca amazónica envuelven al espectador articulando pensamiento y oficio en una perfecta simbiosis, como aquella que se percibe al adentrarse en su taller déco de jardines “andinos de cañada”. (4)
1. María Mercedes Herrera Buitrago, Emergencia del arte conceptual en Colombia (1968-1982), Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2011, p. 135.
2. Recipiente utilizado por los indígenas para guardar la cal usada durante la masticación de las hojas de coca.
3. Natalia Gutiérrez, Miguel Ángel Rojas esencial. Conversaciones con Miguel Ángel Rojas, Bogotá: Editorial Planeta, 2010, p. 153.
4. Op. cit., p. 18. Las caminatas frecuentes a los cerros bogotanos se convirtieron para el joven Rojas en una suerte de rito. Los jardines de su taller replican los bosques andinos húmedos que el artista solía observar durante sus excursiones.