Hablemos de los derechos de las niñas y los niños

Hablemos de los derechos de las niñas y los niños

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
06
.
07
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En México se estima que seis de cada diez menores de edad han sido disciplinados de manera violenta. A pesar de que se cuenta con un marco legal que define el interés superior de la niñez, estamos lejos de ser un país centrado en sus derechos. Sumarnos a la exigencia de su cumplimiento sería la base de una sociedad justa.

Tuve la fortuna de estudiar en una escuela que sí tomaba en cuenta las voces de las niñas y los niños. Teníamos asambleas conformadas y presididas por nosotros, en las que incluso podíamos criticar a los maestros por alguna acción que no nos hubiera parecido. Se manifestaban los motivos de la crítica, se daba oportunidad de exponerlos y se sometía a voto en la asamblea, de las niñas y los niños, para ver si era aceptada. Existía una imprenta en cada salón, que nos permitía expresarnos y crear libros que llegarían a los adultos. La tiendita era una cooperativa de la que todos nos beneficiábamos y, en realidad, había una serie de actividades autogestivas, como la clase de improvisación, en la que se creaban canciones cuya composición y ejecución estaba a cargo del alumnado. Aunque no gozábamos de todos los derechos porque, por ejemplo, había reglas como la de no usar pelota, sí éramos tomados en cuenta. Fue ahí donde escuché hablar de los derechos de las niñas y los niños y comencé a entender que una nalgada no tenía justificación o que los gritos solo llevan a sentir angustia y no a aprender en lo absoluto.

En México, y en gran parte del mundo, se habla hoy del interés superior de la niñez que, en otras palabras, es poner por encima de cualquier otra prioridad a niñas, niños y adolescentes. Contamos con el artículo 4.º de la Constitución mexicana, que lo define con mucha precisión: “En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral”. Esto quiere decir que el Estado mexicano está obligado a hacer lo necesario para que ellos ejerzan todos sus derechos. Existe un catálogo muy amplio de derechos, no solo contenidos en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, sino también en muchos otros ordenamientos legales, que son progresivos, y se encuentra en cambio y actualización constante. El concepto de interés superior comprende también la obligación de satisfacer las necesidades de las niñas y los niños porque tanto alimentación como salud son conceptos legales vastos que implican bienestar. Y, por último, habla del desarrollo integral. Desde la organización que tengo la fortuna de presidir hemos reflexionado y nos hemos enfocado en dos componentes del desarrollo integral: condiciones que favorezcan la salud mental y la crianza con ternura, que no acepta ninguna forma de violencia, al considerar a niñas y niños personas titulares de derechos.

A lo largo de estos años he encontrado que el interés superior está sujeto a interpretaciones adultistas. Con frecuencia escuchamos frases como, ante una emergencia, “Los niños y las mujeres son primero”, o lugares comunes como “La niñez es lo más importante porque es el futuro”, cuando niñas y niños son el presente, hoy existen, no mañana. Conocemos también otras que son contradictorias: “Una nalgada a tiempo me hizo ser la mujer o el hombre de bien que soy” o “Las letras con sangre entran”. “Deja de actuar como niño” o “Deja de ser infantil” son incluso utilizadas como insulto. Así, un sinfín de expresiones y acciones reflejan lo lejos que estamos de comprender como sociedad el valor de la niñez y la adolescencia. Si una mamá o un papá decide disciplinar a sus hijos de manera violenta, es considerado un asunto privado en el cual no es aceptable intervenir. Sin embargo, hace falta solo cambiar a los actores para que la violencia resulte reprochable. Que un hombre diera un golpe a una mujer en público no resultaría aceptable y más de una persona defendería a la mujer. En cambio, si esta violencia se ejerciera contra un menor de edad quizá solo habría indignación. Se refleja en la sociedad una clara discriminación hacia la niñez. Y esto es una problemática extendida en los países de América Latina y en gran parte del mundo. A la actitud generalizada y culturalmente aceptada de considerar a niñas, niños y adolescentes como inferiores se le ha denominado “misopedia”.

Desde hace más de veinte años trabajo con organizaciones de la sociedad civil en diversas causas, pero la niñez es la que desde entonces y hasta ahora me llena el alma. Poco tiempo después de conocer la complejidad de la problemática que enfrentamos, decidí que quería ser aprendiz, conocer la esencia de los niños y sus miedos. Tardé más de diez años en fundar una organización dedicada a ellos porque existen muchos factores que se deben atender: la procuración de los recursos, la normatividad y, sobre todo, lo que emocionalmente y en términos de disposición de tiempo y compromiso se requiere. Recuerdo bien el día en que me animé. Estaba trabajando en una consultoría para redefinir las condiciones de protección y restitución de derechos para niñas y niños que han perdido cuidados familiares, y desde el gobierno de una entidad federativa me hicieron saber que no querían hacerse cargo de una responsabilidad tan importante. Esta respuesta me indignó en todos los sentidos. Fundamentalmente porque las niñas y los niños tienen derecho a estar en las mejores condiciones, al menos en las que establece la Constitución.

Así que tenía dos opciones, aceptarlo o intentar cambiarlo, y, junto con personas con quienes coincidimos en valores y principios, decidimos fundar Conexiones de BYDA. Una organización de la sociedad civil conformada por ciudadanos que no tenemos filiación política ni religiosa y que buscamos promover y generar condiciones en las que se garantice el ejercicio de los derechos de niñas, niños y adolescentes. A partir de mi experiencia, teníamos que diseñar una propuesta que buscara cambiar las condiciones de la niñez de manera estructural, por lo que trabajamos a partir de tres ejes: 1. visibilización, porque es necesario que se conozca la situación en la que se encuentran millones de niñas y niños y, sobre todo, que se escuchen su voz y sus lenguajes; 2. formación, porque buscamos que los adultos adquieran mayor conciencia de la gran responsabilidad que tienen de protección, de la naturaleza de los niños y, en gran medida, de la necesidad de deconstruir sus patrones de educación por lo que implican la crianza con ternura y el apego seguro, y 3. incidencia en política pública, trabajando con los gobiernos federal, estatal y municipal, así como transformación social y cultural, impulsando la gran necesidad que tenemos de darle centralidad a la niñez. En este eje también desarrollamos acciones de litigio estratégico que impulsen cambios estructurales que favorezcan a todos los niños y las niñas.

Nuestra visión ha sido que ningún niño o niña nazca para acostumbrarse a tener frío, hambre o miedo. Muchos podríamos padecer en algún momento de nuestra vida una de estas condiciones, pero lo que no es moralmente aceptable es que las niñas y los niños tengan su origen en circunstancias precarias y como destino deban habituarse a ellas, porque depende de nosotros, los adultos, cambiarlas. Desafortunadamente, América Latina es una de las regiones donde mayores necesidades hay para las niñas y los niños. México, por ejemplo, es el país con mayor tasa de homicidios de niños menores de catorce años de los países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Se estima que seis de cada diez niñas o niños han sido disciplinados de manera violenta por sus padres, madres, cuidadores o maestros.

Muchas veces me he preguntado en qué momento olvidamos que fuimos niñas y niños. Se nos olvida que aprendimos con un golpe, un grito o un castigo a tener miedo y a obedecer. Aprendimos que quien más te quiere te puede lastimar y, de esta manera, cuando crecemos, pensamos que eso es normal. Incluso hay estudios que revelan claramente el impacto neurobiológico que provocan la negligencia, el abuso y el abandono; los impactos ante las experiencias adversas, particularmente si se dan en una edad temprana, son devastadores.

Para recordar la naturaleza de las niñas y los niños, o sea, nuestra propia naturaleza, solo hace falta pasar cinco minutos junto con ellas y ellos y ver su alegría, su sorpresa, su curiosidad, su asombro y su capacidad de dar respuestas inteligentes, brillantes y creativas ante cualquier problema que se presenta. Su naturaleza, es decir, la verdadera naturaleza humana, es cooperativa, solidaria, empática y generosa. Así fuimos todos y, sin embargo, la competencia, la discriminación, el individualismo nos han convertido en “adultos maduros”. Recordemos aquellas líneas de El principito, la famosa novela de Antoine de Saint-Exupéry: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es cansado para los niños tener que darles explicaciones”. ¿Por qué nos sucede eso a las personas grandes?, ¿por qué dejamos de comprender? Pienso que es porque perdemos nuestro niño o niña interior. Dejamos de ser niños y ya no vemos la realidad. El principito también dice: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Es decir que juzgamos las cosas por lo que vemos y no por el valor que tienen desde su esencia; el amor, la bondad, la sensibilidad, la belleza se desvanecen ante la mirada fría y racional de los adultos.

Me da esperanza que, además de mantener mi capacidad para conectarme con la naturaleza de las niñas, desde mi niña interna, en México al menos contamos con un marco legal que define qué es el interés superior de la niñez. Y a pesar de ello, aún estamos lejos de tener un país centrado en la niñez, que sería la base para una sociedad justa, equitativa y democrática; sin embargo, al tener este mandato constitucional podemos sumarnos a la exigencia de su cumplimiento, y esto nos abre muchísimas posibilidades para la mejora de las condiciones de las niñas y los niños. Aun cuando suene a una aspiración casi inalcanzable, lo cierto es que hay experiencias en otros países donde han decidido centrarse en la niñez para lograr condiciones de bienestar para las niñas y los niños, pero también prosperidad y esperanza para todo el territorio. He pensado que la única forma de rescatarnos como seres humanos es recuperar esa niña o ese niño interno y vivir con las cualidades que los caracterizan. En mi experiencia de trabajo con cientos de niñas y niños no he tenido un solo día en el que no me hayan sorprendido. Su visión, su entusiasmo y su fuerza infinita son la respuesta que necesitamos para inspirarnos a hacerlo mejor por ellas y ellos y por nosotros mismos.

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Este texto se publicó en nuestra edición impresa: "Crecer en resistencia".

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Texto de
Fotografía de
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Ilustración de
Traducción de
Hablemos de los derechos de las niñas y los niños. Ilustración de Fernanda Jiménez.
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.
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23
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En México se estima que seis de cada diez menores de edad han sido disciplinados de manera violenta. A pesar de que se cuenta con un marco legal que define el interés superior de la niñez, estamos lejos de ser un país centrado en sus derechos. Sumarnos a la exigencia de su cumplimiento sería la base de una sociedad justa.

Tuve la fortuna de estudiar en una escuela que sí tomaba en cuenta las voces de las niñas y los niños. Teníamos asambleas conformadas y presididas por nosotros, en las que incluso podíamos criticar a los maestros por alguna acción que no nos hubiera parecido. Se manifestaban los motivos de la crítica, se daba oportunidad de exponerlos y se sometía a voto en la asamblea, de las niñas y los niños, para ver si era aceptada. Existía una imprenta en cada salón, que nos permitía expresarnos y crear libros que llegarían a los adultos. La tiendita era una cooperativa de la que todos nos beneficiábamos y, en realidad, había una serie de actividades autogestivas, como la clase de improvisación, en la que se creaban canciones cuya composición y ejecución estaba a cargo del alumnado. Aunque no gozábamos de todos los derechos porque, por ejemplo, había reglas como la de no usar pelota, sí éramos tomados en cuenta. Fue ahí donde escuché hablar de los derechos de las niñas y los niños y comencé a entender que una nalgada no tenía justificación o que los gritos solo llevan a sentir angustia y no a aprender en lo absoluto.

En México, y en gran parte del mundo, se habla hoy del interés superior de la niñez que, en otras palabras, es poner por encima de cualquier otra prioridad a niñas, niños y adolescentes. Contamos con el artículo 4.º de la Constitución mexicana, que lo define con mucha precisión: “En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral”. Esto quiere decir que el Estado mexicano está obligado a hacer lo necesario para que ellos ejerzan todos sus derechos. Existe un catálogo muy amplio de derechos, no solo contenidos en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, sino también en muchos otros ordenamientos legales, que son progresivos, y se encuentra en cambio y actualización constante. El concepto de interés superior comprende también la obligación de satisfacer las necesidades de las niñas y los niños porque tanto alimentación como salud son conceptos legales vastos que implican bienestar. Y, por último, habla del desarrollo integral. Desde la organización que tengo la fortuna de presidir hemos reflexionado y nos hemos enfocado en dos componentes del desarrollo integral: condiciones que favorezcan la salud mental y la crianza con ternura, que no acepta ninguna forma de violencia, al considerar a niñas y niños personas titulares de derechos.

A lo largo de estos años he encontrado que el interés superior está sujeto a interpretaciones adultistas. Con frecuencia escuchamos frases como, ante una emergencia, “Los niños y las mujeres son primero”, o lugares comunes como “La niñez es lo más importante porque es el futuro”, cuando niñas y niños son el presente, hoy existen, no mañana. Conocemos también otras que son contradictorias: “Una nalgada a tiempo me hizo ser la mujer o el hombre de bien que soy” o “Las letras con sangre entran”. “Deja de actuar como niño” o “Deja de ser infantil” son incluso utilizadas como insulto. Así, un sinfín de expresiones y acciones reflejan lo lejos que estamos de comprender como sociedad el valor de la niñez y la adolescencia. Si una mamá o un papá decide disciplinar a sus hijos de manera violenta, es considerado un asunto privado en el cual no es aceptable intervenir. Sin embargo, hace falta solo cambiar a los actores para que la violencia resulte reprochable. Que un hombre diera un golpe a una mujer en público no resultaría aceptable y más de una persona defendería a la mujer. En cambio, si esta violencia se ejerciera contra un menor de edad quizá solo habría indignación. Se refleja en la sociedad una clara discriminación hacia la niñez. Y esto es una problemática extendida en los países de América Latina y en gran parte del mundo. A la actitud generalizada y culturalmente aceptada de considerar a niñas, niños y adolescentes como inferiores se le ha denominado “misopedia”.

Desde hace más de veinte años trabajo con organizaciones de la sociedad civil en diversas causas, pero la niñez es la que desde entonces y hasta ahora me llena el alma. Poco tiempo después de conocer la complejidad de la problemática que enfrentamos, decidí que quería ser aprendiz, conocer la esencia de los niños y sus miedos. Tardé más de diez años en fundar una organización dedicada a ellos porque existen muchos factores que se deben atender: la procuración de los recursos, la normatividad y, sobre todo, lo que emocionalmente y en términos de disposición de tiempo y compromiso se requiere. Recuerdo bien el día en que me animé. Estaba trabajando en una consultoría para redefinir las condiciones de protección y restitución de derechos para niñas y niños que han perdido cuidados familiares, y desde el gobierno de una entidad federativa me hicieron saber que no querían hacerse cargo de una responsabilidad tan importante. Esta respuesta me indignó en todos los sentidos. Fundamentalmente porque las niñas y los niños tienen derecho a estar en las mejores condiciones, al menos en las que establece la Constitución.

Así que tenía dos opciones, aceptarlo o intentar cambiarlo, y, junto con personas con quienes coincidimos en valores y principios, decidimos fundar Conexiones de BYDA. Una organización de la sociedad civil conformada por ciudadanos que no tenemos filiación política ni religiosa y que buscamos promover y generar condiciones en las que se garantice el ejercicio de los derechos de niñas, niños y adolescentes. A partir de mi experiencia, teníamos que diseñar una propuesta que buscara cambiar las condiciones de la niñez de manera estructural, por lo que trabajamos a partir de tres ejes: 1. visibilización, porque es necesario que se conozca la situación en la que se encuentran millones de niñas y niños y, sobre todo, que se escuchen su voz y sus lenguajes; 2. formación, porque buscamos que los adultos adquieran mayor conciencia de la gran responsabilidad que tienen de protección, de la naturaleza de los niños y, en gran medida, de la necesidad de deconstruir sus patrones de educación por lo que implican la crianza con ternura y el apego seguro, y 3. incidencia en política pública, trabajando con los gobiernos federal, estatal y municipal, así como transformación social y cultural, impulsando la gran necesidad que tenemos de darle centralidad a la niñez. En este eje también desarrollamos acciones de litigio estratégico que impulsen cambios estructurales que favorezcan a todos los niños y las niñas.

Nuestra visión ha sido que ningún niño o niña nazca para acostumbrarse a tener frío, hambre o miedo. Muchos podríamos padecer en algún momento de nuestra vida una de estas condiciones, pero lo que no es moralmente aceptable es que las niñas y los niños tengan su origen en circunstancias precarias y como destino deban habituarse a ellas, porque depende de nosotros, los adultos, cambiarlas. Desafortunadamente, América Latina es una de las regiones donde mayores necesidades hay para las niñas y los niños. México, por ejemplo, es el país con mayor tasa de homicidios de niños menores de catorce años de los países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Se estima que seis de cada diez niñas o niños han sido disciplinados de manera violenta por sus padres, madres, cuidadores o maestros.

Muchas veces me he preguntado en qué momento olvidamos que fuimos niñas y niños. Se nos olvida que aprendimos con un golpe, un grito o un castigo a tener miedo y a obedecer. Aprendimos que quien más te quiere te puede lastimar y, de esta manera, cuando crecemos, pensamos que eso es normal. Incluso hay estudios que revelan claramente el impacto neurobiológico que provocan la negligencia, el abuso y el abandono; los impactos ante las experiencias adversas, particularmente si se dan en una edad temprana, son devastadores.

Para recordar la naturaleza de las niñas y los niños, o sea, nuestra propia naturaleza, solo hace falta pasar cinco minutos junto con ellas y ellos y ver su alegría, su sorpresa, su curiosidad, su asombro y su capacidad de dar respuestas inteligentes, brillantes y creativas ante cualquier problema que se presenta. Su naturaleza, es decir, la verdadera naturaleza humana, es cooperativa, solidaria, empática y generosa. Así fuimos todos y, sin embargo, la competencia, la discriminación, el individualismo nos han convertido en “adultos maduros”. Recordemos aquellas líneas de El principito, la famosa novela de Antoine de Saint-Exupéry: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es cansado para los niños tener que darles explicaciones”. ¿Por qué nos sucede eso a las personas grandes?, ¿por qué dejamos de comprender? Pienso que es porque perdemos nuestro niño o niña interior. Dejamos de ser niños y ya no vemos la realidad. El principito también dice: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Es decir que juzgamos las cosas por lo que vemos y no por el valor que tienen desde su esencia; el amor, la bondad, la sensibilidad, la belleza se desvanecen ante la mirada fría y racional de los adultos.

Me da esperanza que, además de mantener mi capacidad para conectarme con la naturaleza de las niñas, desde mi niña interna, en México al menos contamos con un marco legal que define qué es el interés superior de la niñez. Y a pesar de ello, aún estamos lejos de tener un país centrado en la niñez, que sería la base para una sociedad justa, equitativa y democrática; sin embargo, al tener este mandato constitucional podemos sumarnos a la exigencia de su cumplimiento, y esto nos abre muchísimas posibilidades para la mejora de las condiciones de las niñas y los niños. Aun cuando suene a una aspiración casi inalcanzable, lo cierto es que hay experiencias en otros países donde han decidido centrarse en la niñez para lograr condiciones de bienestar para las niñas y los niños, pero también prosperidad y esperanza para todo el territorio. He pensado que la única forma de rescatarnos como seres humanos es recuperar esa niña o ese niño interno y vivir con las cualidades que los caracterizan. En mi experiencia de trabajo con cientos de niñas y niños no he tenido un solo día en el que no me hayan sorprendido. Su visión, su entusiasmo y su fuerza infinita son la respuesta que necesitamos para inspirarnos a hacerlo mejor por ellas y ellos y por nosotros mismos.

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En México se estima que seis de cada diez menores de edad han sido disciplinados de manera violenta. A pesar de que se cuenta con un marco legal que define el interés superior de la niñez, estamos lejos de ser un país centrado en sus derechos. Sumarnos a la exigencia de su cumplimiento sería la base de una sociedad justa.

Tuve la fortuna de estudiar en una escuela que sí tomaba en cuenta las voces de las niñas y los niños. Teníamos asambleas conformadas y presididas por nosotros, en las que incluso podíamos criticar a los maestros por alguna acción que no nos hubiera parecido. Se manifestaban los motivos de la crítica, se daba oportunidad de exponerlos y se sometía a voto en la asamblea, de las niñas y los niños, para ver si era aceptada. Existía una imprenta en cada salón, que nos permitía expresarnos y crear libros que llegarían a los adultos. La tiendita era una cooperativa de la que todos nos beneficiábamos y, en realidad, había una serie de actividades autogestivas, como la clase de improvisación, en la que se creaban canciones cuya composición y ejecución estaba a cargo del alumnado. Aunque no gozábamos de todos los derechos porque, por ejemplo, había reglas como la de no usar pelota, sí éramos tomados en cuenta. Fue ahí donde escuché hablar de los derechos de las niñas y los niños y comencé a entender que una nalgada no tenía justificación o que los gritos solo llevan a sentir angustia y no a aprender en lo absoluto.

En México, y en gran parte del mundo, se habla hoy del interés superior de la niñez que, en otras palabras, es poner por encima de cualquier otra prioridad a niñas, niños y adolescentes. Contamos con el artículo 4.º de la Constitución mexicana, que lo define con mucha precisión: “En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral”. Esto quiere decir que el Estado mexicano está obligado a hacer lo necesario para que ellos ejerzan todos sus derechos. Existe un catálogo muy amplio de derechos, no solo contenidos en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, sino también en muchos otros ordenamientos legales, que son progresivos, y se encuentra en cambio y actualización constante. El concepto de interés superior comprende también la obligación de satisfacer las necesidades de las niñas y los niños porque tanto alimentación como salud son conceptos legales vastos que implican bienestar. Y, por último, habla del desarrollo integral. Desde la organización que tengo la fortuna de presidir hemos reflexionado y nos hemos enfocado en dos componentes del desarrollo integral: condiciones que favorezcan la salud mental y la crianza con ternura, que no acepta ninguna forma de violencia, al considerar a niñas y niños personas titulares de derechos.

A lo largo de estos años he encontrado que el interés superior está sujeto a interpretaciones adultistas. Con frecuencia escuchamos frases como, ante una emergencia, “Los niños y las mujeres son primero”, o lugares comunes como “La niñez es lo más importante porque es el futuro”, cuando niñas y niños son el presente, hoy existen, no mañana. Conocemos también otras que son contradictorias: “Una nalgada a tiempo me hizo ser la mujer o el hombre de bien que soy” o “Las letras con sangre entran”. “Deja de actuar como niño” o “Deja de ser infantil” son incluso utilizadas como insulto. Así, un sinfín de expresiones y acciones reflejan lo lejos que estamos de comprender como sociedad el valor de la niñez y la adolescencia. Si una mamá o un papá decide disciplinar a sus hijos de manera violenta, es considerado un asunto privado en el cual no es aceptable intervenir. Sin embargo, hace falta solo cambiar a los actores para que la violencia resulte reprochable. Que un hombre diera un golpe a una mujer en público no resultaría aceptable y más de una persona defendería a la mujer. En cambio, si esta violencia se ejerciera contra un menor de edad quizá solo habría indignación. Se refleja en la sociedad una clara discriminación hacia la niñez. Y esto es una problemática extendida en los países de América Latina y en gran parte del mundo. A la actitud generalizada y culturalmente aceptada de considerar a niñas, niños y adolescentes como inferiores se le ha denominado “misopedia”.

Desde hace más de veinte años trabajo con organizaciones de la sociedad civil en diversas causas, pero la niñez es la que desde entonces y hasta ahora me llena el alma. Poco tiempo después de conocer la complejidad de la problemática que enfrentamos, decidí que quería ser aprendiz, conocer la esencia de los niños y sus miedos. Tardé más de diez años en fundar una organización dedicada a ellos porque existen muchos factores que se deben atender: la procuración de los recursos, la normatividad y, sobre todo, lo que emocionalmente y en términos de disposición de tiempo y compromiso se requiere. Recuerdo bien el día en que me animé. Estaba trabajando en una consultoría para redefinir las condiciones de protección y restitución de derechos para niñas y niños que han perdido cuidados familiares, y desde el gobierno de una entidad federativa me hicieron saber que no querían hacerse cargo de una responsabilidad tan importante. Esta respuesta me indignó en todos los sentidos. Fundamentalmente porque las niñas y los niños tienen derecho a estar en las mejores condiciones, al menos en las que establece la Constitución.

Así que tenía dos opciones, aceptarlo o intentar cambiarlo, y, junto con personas con quienes coincidimos en valores y principios, decidimos fundar Conexiones de BYDA. Una organización de la sociedad civil conformada por ciudadanos que no tenemos filiación política ni religiosa y que buscamos promover y generar condiciones en las que se garantice el ejercicio de los derechos de niñas, niños y adolescentes. A partir de mi experiencia, teníamos que diseñar una propuesta que buscara cambiar las condiciones de la niñez de manera estructural, por lo que trabajamos a partir de tres ejes: 1. visibilización, porque es necesario que se conozca la situación en la que se encuentran millones de niñas y niños y, sobre todo, que se escuchen su voz y sus lenguajes; 2. formación, porque buscamos que los adultos adquieran mayor conciencia de la gran responsabilidad que tienen de protección, de la naturaleza de los niños y, en gran medida, de la necesidad de deconstruir sus patrones de educación por lo que implican la crianza con ternura y el apego seguro, y 3. incidencia en política pública, trabajando con los gobiernos federal, estatal y municipal, así como transformación social y cultural, impulsando la gran necesidad que tenemos de darle centralidad a la niñez. En este eje también desarrollamos acciones de litigio estratégico que impulsen cambios estructurales que favorezcan a todos los niños y las niñas.

Nuestra visión ha sido que ningún niño o niña nazca para acostumbrarse a tener frío, hambre o miedo. Muchos podríamos padecer en algún momento de nuestra vida una de estas condiciones, pero lo que no es moralmente aceptable es que las niñas y los niños tengan su origen en circunstancias precarias y como destino deban habituarse a ellas, porque depende de nosotros, los adultos, cambiarlas. Desafortunadamente, América Latina es una de las regiones donde mayores necesidades hay para las niñas y los niños. México, por ejemplo, es el país con mayor tasa de homicidios de niños menores de catorce años de los países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Se estima que seis de cada diez niñas o niños han sido disciplinados de manera violenta por sus padres, madres, cuidadores o maestros.

Muchas veces me he preguntado en qué momento olvidamos que fuimos niñas y niños. Se nos olvida que aprendimos con un golpe, un grito o un castigo a tener miedo y a obedecer. Aprendimos que quien más te quiere te puede lastimar y, de esta manera, cuando crecemos, pensamos que eso es normal. Incluso hay estudios que revelan claramente el impacto neurobiológico que provocan la negligencia, el abuso y el abandono; los impactos ante las experiencias adversas, particularmente si se dan en una edad temprana, son devastadores.

Para recordar la naturaleza de las niñas y los niños, o sea, nuestra propia naturaleza, solo hace falta pasar cinco minutos junto con ellas y ellos y ver su alegría, su sorpresa, su curiosidad, su asombro y su capacidad de dar respuestas inteligentes, brillantes y creativas ante cualquier problema que se presenta. Su naturaleza, es decir, la verdadera naturaleza humana, es cooperativa, solidaria, empática y generosa. Así fuimos todos y, sin embargo, la competencia, la discriminación, el individualismo nos han convertido en “adultos maduros”. Recordemos aquellas líneas de El principito, la famosa novela de Antoine de Saint-Exupéry: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es cansado para los niños tener que darles explicaciones”. ¿Por qué nos sucede eso a las personas grandes?, ¿por qué dejamos de comprender? Pienso que es porque perdemos nuestro niño o niña interior. Dejamos de ser niños y ya no vemos la realidad. El principito también dice: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Es decir que juzgamos las cosas por lo que vemos y no por el valor que tienen desde su esencia; el amor, la bondad, la sensibilidad, la belleza se desvanecen ante la mirada fría y racional de los adultos.

Me da esperanza que, además de mantener mi capacidad para conectarme con la naturaleza de las niñas, desde mi niña interna, en México al menos contamos con un marco legal que define qué es el interés superior de la niñez. Y a pesar de ello, aún estamos lejos de tener un país centrado en la niñez, que sería la base para una sociedad justa, equitativa y democrática; sin embargo, al tener este mandato constitucional podemos sumarnos a la exigencia de su cumplimiento, y esto nos abre muchísimas posibilidades para la mejora de las condiciones de las niñas y los niños. Aun cuando suene a una aspiración casi inalcanzable, lo cierto es que hay experiencias en otros países donde han decidido centrarse en la niñez para lograr condiciones de bienestar para las niñas y los niños, pero también prosperidad y esperanza para todo el territorio. He pensado que la única forma de rescatarnos como seres humanos es recuperar esa niña o ese niño interno y vivir con las cualidades que los caracterizan. En mi experiencia de trabajo con cientos de niñas y niños no he tenido un solo día en el que no me hayan sorprendido. Su visión, su entusiasmo y su fuerza infinita son la respuesta que necesitamos para inspirarnos a hacerlo mejor por ellas y ellos y por nosotros mismos.

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En México se estima que seis de cada diez menores de edad han sido disciplinados de manera violenta. A pesar de que se cuenta con un marco legal que define el interés superior de la niñez, estamos lejos de ser un país centrado en sus derechos. Sumarnos a la exigencia de su cumplimiento sería la base de una sociedad justa.

Tuve la fortuna de estudiar en una escuela que sí tomaba en cuenta las voces de las niñas y los niños. Teníamos asambleas conformadas y presididas por nosotros, en las que incluso podíamos criticar a los maestros por alguna acción que no nos hubiera parecido. Se manifestaban los motivos de la crítica, se daba oportunidad de exponerlos y se sometía a voto en la asamblea, de las niñas y los niños, para ver si era aceptada. Existía una imprenta en cada salón, que nos permitía expresarnos y crear libros que llegarían a los adultos. La tiendita era una cooperativa de la que todos nos beneficiábamos y, en realidad, había una serie de actividades autogestivas, como la clase de improvisación, en la que se creaban canciones cuya composición y ejecución estaba a cargo del alumnado. Aunque no gozábamos de todos los derechos porque, por ejemplo, había reglas como la de no usar pelota, sí éramos tomados en cuenta. Fue ahí donde escuché hablar de los derechos de las niñas y los niños y comencé a entender que una nalgada no tenía justificación o que los gritos solo llevan a sentir angustia y no a aprender en lo absoluto.

En México, y en gran parte del mundo, se habla hoy del interés superior de la niñez que, en otras palabras, es poner por encima de cualquier otra prioridad a niñas, niños y adolescentes. Contamos con el artículo 4.º de la Constitución mexicana, que lo define con mucha precisión: “En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral”. Esto quiere decir que el Estado mexicano está obligado a hacer lo necesario para que ellos ejerzan todos sus derechos. Existe un catálogo muy amplio de derechos, no solo contenidos en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, sino también en muchos otros ordenamientos legales, que son progresivos, y se encuentra en cambio y actualización constante. El concepto de interés superior comprende también la obligación de satisfacer las necesidades de las niñas y los niños porque tanto alimentación como salud son conceptos legales vastos que implican bienestar. Y, por último, habla del desarrollo integral. Desde la organización que tengo la fortuna de presidir hemos reflexionado y nos hemos enfocado en dos componentes del desarrollo integral: condiciones que favorezcan la salud mental y la crianza con ternura, que no acepta ninguna forma de violencia, al considerar a niñas y niños personas titulares de derechos.

A lo largo de estos años he encontrado que el interés superior está sujeto a interpretaciones adultistas. Con frecuencia escuchamos frases como, ante una emergencia, “Los niños y las mujeres son primero”, o lugares comunes como “La niñez es lo más importante porque es el futuro”, cuando niñas y niños son el presente, hoy existen, no mañana. Conocemos también otras que son contradictorias: “Una nalgada a tiempo me hizo ser la mujer o el hombre de bien que soy” o “Las letras con sangre entran”. “Deja de actuar como niño” o “Deja de ser infantil” son incluso utilizadas como insulto. Así, un sinfín de expresiones y acciones reflejan lo lejos que estamos de comprender como sociedad el valor de la niñez y la adolescencia. Si una mamá o un papá decide disciplinar a sus hijos de manera violenta, es considerado un asunto privado en el cual no es aceptable intervenir. Sin embargo, hace falta solo cambiar a los actores para que la violencia resulte reprochable. Que un hombre diera un golpe a una mujer en público no resultaría aceptable y más de una persona defendería a la mujer. En cambio, si esta violencia se ejerciera contra un menor de edad quizá solo habría indignación. Se refleja en la sociedad una clara discriminación hacia la niñez. Y esto es una problemática extendida en los países de América Latina y en gran parte del mundo. A la actitud generalizada y culturalmente aceptada de considerar a niñas, niños y adolescentes como inferiores se le ha denominado “misopedia”.

Desde hace más de veinte años trabajo con organizaciones de la sociedad civil en diversas causas, pero la niñez es la que desde entonces y hasta ahora me llena el alma. Poco tiempo después de conocer la complejidad de la problemática que enfrentamos, decidí que quería ser aprendiz, conocer la esencia de los niños y sus miedos. Tardé más de diez años en fundar una organización dedicada a ellos porque existen muchos factores que se deben atender: la procuración de los recursos, la normatividad y, sobre todo, lo que emocionalmente y en términos de disposición de tiempo y compromiso se requiere. Recuerdo bien el día en que me animé. Estaba trabajando en una consultoría para redefinir las condiciones de protección y restitución de derechos para niñas y niños que han perdido cuidados familiares, y desde el gobierno de una entidad federativa me hicieron saber que no querían hacerse cargo de una responsabilidad tan importante. Esta respuesta me indignó en todos los sentidos. Fundamentalmente porque las niñas y los niños tienen derecho a estar en las mejores condiciones, al menos en las que establece la Constitución.

Así que tenía dos opciones, aceptarlo o intentar cambiarlo, y, junto con personas con quienes coincidimos en valores y principios, decidimos fundar Conexiones de BYDA. Una organización de la sociedad civil conformada por ciudadanos que no tenemos filiación política ni religiosa y que buscamos promover y generar condiciones en las que se garantice el ejercicio de los derechos de niñas, niños y adolescentes. A partir de mi experiencia, teníamos que diseñar una propuesta que buscara cambiar las condiciones de la niñez de manera estructural, por lo que trabajamos a partir de tres ejes: 1. visibilización, porque es necesario que se conozca la situación en la que se encuentran millones de niñas y niños y, sobre todo, que se escuchen su voz y sus lenguajes; 2. formación, porque buscamos que los adultos adquieran mayor conciencia de la gran responsabilidad que tienen de protección, de la naturaleza de los niños y, en gran medida, de la necesidad de deconstruir sus patrones de educación por lo que implican la crianza con ternura y el apego seguro, y 3. incidencia en política pública, trabajando con los gobiernos federal, estatal y municipal, así como transformación social y cultural, impulsando la gran necesidad que tenemos de darle centralidad a la niñez. En este eje también desarrollamos acciones de litigio estratégico que impulsen cambios estructurales que favorezcan a todos los niños y las niñas.

Nuestra visión ha sido que ningún niño o niña nazca para acostumbrarse a tener frío, hambre o miedo. Muchos podríamos padecer en algún momento de nuestra vida una de estas condiciones, pero lo que no es moralmente aceptable es que las niñas y los niños tengan su origen en circunstancias precarias y como destino deban habituarse a ellas, porque depende de nosotros, los adultos, cambiarlas. Desafortunadamente, América Latina es una de las regiones donde mayores necesidades hay para las niñas y los niños. México, por ejemplo, es el país con mayor tasa de homicidios de niños menores de catorce años de los países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Se estima que seis de cada diez niñas o niños han sido disciplinados de manera violenta por sus padres, madres, cuidadores o maestros.

Muchas veces me he preguntado en qué momento olvidamos que fuimos niñas y niños. Se nos olvida que aprendimos con un golpe, un grito o un castigo a tener miedo y a obedecer. Aprendimos que quien más te quiere te puede lastimar y, de esta manera, cuando crecemos, pensamos que eso es normal. Incluso hay estudios que revelan claramente el impacto neurobiológico que provocan la negligencia, el abuso y el abandono; los impactos ante las experiencias adversas, particularmente si se dan en una edad temprana, son devastadores.

Para recordar la naturaleza de las niñas y los niños, o sea, nuestra propia naturaleza, solo hace falta pasar cinco minutos junto con ellas y ellos y ver su alegría, su sorpresa, su curiosidad, su asombro y su capacidad de dar respuestas inteligentes, brillantes y creativas ante cualquier problema que se presenta. Su naturaleza, es decir, la verdadera naturaleza humana, es cooperativa, solidaria, empática y generosa. Así fuimos todos y, sin embargo, la competencia, la discriminación, el individualismo nos han convertido en “adultos maduros”. Recordemos aquellas líneas de El principito, la famosa novela de Antoine de Saint-Exupéry: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es cansado para los niños tener que darles explicaciones”. ¿Por qué nos sucede eso a las personas grandes?, ¿por qué dejamos de comprender? Pienso que es porque perdemos nuestro niño o niña interior. Dejamos de ser niños y ya no vemos la realidad. El principito también dice: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Es decir que juzgamos las cosas por lo que vemos y no por el valor que tienen desde su esencia; el amor, la bondad, la sensibilidad, la belleza se desvanecen ante la mirada fría y racional de los adultos.

Me da esperanza que, además de mantener mi capacidad para conectarme con la naturaleza de las niñas, desde mi niña interna, en México al menos contamos con un marco legal que define qué es el interés superior de la niñez. Y a pesar de ello, aún estamos lejos de tener un país centrado en la niñez, que sería la base para una sociedad justa, equitativa y democrática; sin embargo, al tener este mandato constitucional podemos sumarnos a la exigencia de su cumplimiento, y esto nos abre muchísimas posibilidades para la mejora de las condiciones de las niñas y los niños. Aun cuando suene a una aspiración casi inalcanzable, lo cierto es que hay experiencias en otros países donde han decidido centrarse en la niñez para lograr condiciones de bienestar para las niñas y los niños, pero también prosperidad y esperanza para todo el territorio. He pensado que la única forma de rescatarnos como seres humanos es recuperar esa niña o ese niño interno y vivir con las cualidades que los caracterizan. En mi experiencia de trabajo con cientos de niñas y niños no he tenido un solo día en el que no me hayan sorprendido. Su visión, su entusiasmo y su fuerza infinita son la respuesta que necesitamos para inspirarnos a hacerlo mejor por ellas y ellos y por nosotros mismos.

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Este texto se publicó en nuestra edición impresa: "Crecer en resistencia".

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Hablemos de los derechos de las niñas y los niños

Hablemos de los derechos de las niñas y los niños

06
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2023
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En México se estima que seis de cada diez menores de edad han sido disciplinados de manera violenta. A pesar de que se cuenta con un marco legal que define el interés superior de la niñez, estamos lejos de ser un país centrado en sus derechos. Sumarnos a la exigencia de su cumplimiento sería la base de una sociedad justa.

Tuve la fortuna de estudiar en una escuela que sí tomaba en cuenta las voces de las niñas y los niños. Teníamos asambleas conformadas y presididas por nosotros, en las que incluso podíamos criticar a los maestros por alguna acción que no nos hubiera parecido. Se manifestaban los motivos de la crítica, se daba oportunidad de exponerlos y se sometía a voto en la asamblea, de las niñas y los niños, para ver si era aceptada. Existía una imprenta en cada salón, que nos permitía expresarnos y crear libros que llegarían a los adultos. La tiendita era una cooperativa de la que todos nos beneficiábamos y, en realidad, había una serie de actividades autogestivas, como la clase de improvisación, en la que se creaban canciones cuya composición y ejecución estaba a cargo del alumnado. Aunque no gozábamos de todos los derechos porque, por ejemplo, había reglas como la de no usar pelota, sí éramos tomados en cuenta. Fue ahí donde escuché hablar de los derechos de las niñas y los niños y comencé a entender que una nalgada no tenía justificación o que los gritos solo llevan a sentir angustia y no a aprender en lo absoluto.

En México, y en gran parte del mundo, se habla hoy del interés superior de la niñez que, en otras palabras, es poner por encima de cualquier otra prioridad a niñas, niños y adolescentes. Contamos con el artículo 4.º de la Constitución mexicana, que lo define con mucha precisión: “En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral”. Esto quiere decir que el Estado mexicano está obligado a hacer lo necesario para que ellos ejerzan todos sus derechos. Existe un catálogo muy amplio de derechos, no solo contenidos en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, sino también en muchos otros ordenamientos legales, que son progresivos, y se encuentra en cambio y actualización constante. El concepto de interés superior comprende también la obligación de satisfacer las necesidades de las niñas y los niños porque tanto alimentación como salud son conceptos legales vastos que implican bienestar. Y, por último, habla del desarrollo integral. Desde la organización que tengo la fortuna de presidir hemos reflexionado y nos hemos enfocado en dos componentes del desarrollo integral: condiciones que favorezcan la salud mental y la crianza con ternura, que no acepta ninguna forma de violencia, al considerar a niñas y niños personas titulares de derechos.

A lo largo de estos años he encontrado que el interés superior está sujeto a interpretaciones adultistas. Con frecuencia escuchamos frases como, ante una emergencia, “Los niños y las mujeres son primero”, o lugares comunes como “La niñez es lo más importante porque es el futuro”, cuando niñas y niños son el presente, hoy existen, no mañana. Conocemos también otras que son contradictorias: “Una nalgada a tiempo me hizo ser la mujer o el hombre de bien que soy” o “Las letras con sangre entran”. “Deja de actuar como niño” o “Deja de ser infantil” son incluso utilizadas como insulto. Así, un sinfín de expresiones y acciones reflejan lo lejos que estamos de comprender como sociedad el valor de la niñez y la adolescencia. Si una mamá o un papá decide disciplinar a sus hijos de manera violenta, es considerado un asunto privado en el cual no es aceptable intervenir. Sin embargo, hace falta solo cambiar a los actores para que la violencia resulte reprochable. Que un hombre diera un golpe a una mujer en público no resultaría aceptable y más de una persona defendería a la mujer. En cambio, si esta violencia se ejerciera contra un menor de edad quizá solo habría indignación. Se refleja en la sociedad una clara discriminación hacia la niñez. Y esto es una problemática extendida en los países de América Latina y en gran parte del mundo. A la actitud generalizada y culturalmente aceptada de considerar a niñas, niños y adolescentes como inferiores se le ha denominado “misopedia”.

Desde hace más de veinte años trabajo con organizaciones de la sociedad civil en diversas causas, pero la niñez es la que desde entonces y hasta ahora me llena el alma. Poco tiempo después de conocer la complejidad de la problemática que enfrentamos, decidí que quería ser aprendiz, conocer la esencia de los niños y sus miedos. Tardé más de diez años en fundar una organización dedicada a ellos porque existen muchos factores que se deben atender: la procuración de los recursos, la normatividad y, sobre todo, lo que emocionalmente y en términos de disposición de tiempo y compromiso se requiere. Recuerdo bien el día en que me animé. Estaba trabajando en una consultoría para redefinir las condiciones de protección y restitución de derechos para niñas y niños que han perdido cuidados familiares, y desde el gobierno de una entidad federativa me hicieron saber que no querían hacerse cargo de una responsabilidad tan importante. Esta respuesta me indignó en todos los sentidos. Fundamentalmente porque las niñas y los niños tienen derecho a estar en las mejores condiciones, al menos en las que establece la Constitución.

Así que tenía dos opciones, aceptarlo o intentar cambiarlo, y, junto con personas con quienes coincidimos en valores y principios, decidimos fundar Conexiones de BYDA. Una organización de la sociedad civil conformada por ciudadanos que no tenemos filiación política ni religiosa y que buscamos promover y generar condiciones en las que se garantice el ejercicio de los derechos de niñas, niños y adolescentes. A partir de mi experiencia, teníamos que diseñar una propuesta que buscara cambiar las condiciones de la niñez de manera estructural, por lo que trabajamos a partir de tres ejes: 1. visibilización, porque es necesario que se conozca la situación en la que se encuentran millones de niñas y niños y, sobre todo, que se escuchen su voz y sus lenguajes; 2. formación, porque buscamos que los adultos adquieran mayor conciencia de la gran responsabilidad que tienen de protección, de la naturaleza de los niños y, en gran medida, de la necesidad de deconstruir sus patrones de educación por lo que implican la crianza con ternura y el apego seguro, y 3. incidencia en política pública, trabajando con los gobiernos federal, estatal y municipal, así como transformación social y cultural, impulsando la gran necesidad que tenemos de darle centralidad a la niñez. En este eje también desarrollamos acciones de litigio estratégico que impulsen cambios estructurales que favorezcan a todos los niños y las niñas.

Nuestra visión ha sido que ningún niño o niña nazca para acostumbrarse a tener frío, hambre o miedo. Muchos podríamos padecer en algún momento de nuestra vida una de estas condiciones, pero lo que no es moralmente aceptable es que las niñas y los niños tengan su origen en circunstancias precarias y como destino deban habituarse a ellas, porque depende de nosotros, los adultos, cambiarlas. Desafortunadamente, América Latina es una de las regiones donde mayores necesidades hay para las niñas y los niños. México, por ejemplo, es el país con mayor tasa de homicidios de niños menores de catorce años de los países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Se estima que seis de cada diez niñas o niños han sido disciplinados de manera violenta por sus padres, madres, cuidadores o maestros.

Muchas veces me he preguntado en qué momento olvidamos que fuimos niñas y niños. Se nos olvida que aprendimos con un golpe, un grito o un castigo a tener miedo y a obedecer. Aprendimos que quien más te quiere te puede lastimar y, de esta manera, cuando crecemos, pensamos que eso es normal. Incluso hay estudios que revelan claramente el impacto neurobiológico que provocan la negligencia, el abuso y el abandono; los impactos ante las experiencias adversas, particularmente si se dan en una edad temprana, son devastadores.

Para recordar la naturaleza de las niñas y los niños, o sea, nuestra propia naturaleza, solo hace falta pasar cinco minutos junto con ellas y ellos y ver su alegría, su sorpresa, su curiosidad, su asombro y su capacidad de dar respuestas inteligentes, brillantes y creativas ante cualquier problema que se presenta. Su naturaleza, es decir, la verdadera naturaleza humana, es cooperativa, solidaria, empática y generosa. Así fuimos todos y, sin embargo, la competencia, la discriminación, el individualismo nos han convertido en “adultos maduros”. Recordemos aquellas líneas de El principito, la famosa novela de Antoine de Saint-Exupéry: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es cansado para los niños tener que darles explicaciones”. ¿Por qué nos sucede eso a las personas grandes?, ¿por qué dejamos de comprender? Pienso que es porque perdemos nuestro niño o niña interior. Dejamos de ser niños y ya no vemos la realidad. El principito también dice: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Es decir que juzgamos las cosas por lo que vemos y no por el valor que tienen desde su esencia; el amor, la bondad, la sensibilidad, la belleza se desvanecen ante la mirada fría y racional de los adultos.

Me da esperanza que, además de mantener mi capacidad para conectarme con la naturaleza de las niñas, desde mi niña interna, en México al menos contamos con un marco legal que define qué es el interés superior de la niñez. Y a pesar de ello, aún estamos lejos de tener un país centrado en la niñez, que sería la base para una sociedad justa, equitativa y democrática; sin embargo, al tener este mandato constitucional podemos sumarnos a la exigencia de su cumplimiento, y esto nos abre muchísimas posibilidades para la mejora de las condiciones de las niñas y los niños. Aun cuando suene a una aspiración casi inalcanzable, lo cierto es que hay experiencias en otros países donde han decidido centrarse en la niñez para lograr condiciones de bienestar para las niñas y los niños, pero también prosperidad y esperanza para todo el territorio. He pensado que la única forma de rescatarnos como seres humanos es recuperar esa niña o ese niño interno y vivir con las cualidades que los caracterizan. En mi experiencia de trabajo con cientos de niñas y niños no he tenido un solo día en el que no me hayan sorprendido. Su visión, su entusiasmo y su fuerza infinita son la respuesta que necesitamos para inspirarnos a hacerlo mejor por ellas y ellos y por nosotros mismos.

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Este texto se publicó en nuestra edición impresa: "Crecer en resistencia".

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Hablemos de los derechos de las niñas y los niños. Ilustración de Fernanda Jiménez.

Hablemos de los derechos de las niñas y los niños

Hablemos de los derechos de las niñas y los niños

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En México se estima que seis de cada diez menores de edad han sido disciplinados de manera violenta. A pesar de que se cuenta con un marco legal que define el interés superior de la niñez, estamos lejos de ser un país centrado en sus derechos. Sumarnos a la exigencia de su cumplimiento sería la base de una sociedad justa.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Tuve la fortuna de estudiar en una escuela que sí tomaba en cuenta las voces de las niñas y los niños. Teníamos asambleas conformadas y presididas por nosotros, en las que incluso podíamos criticar a los maestros por alguna acción que no nos hubiera parecido. Se manifestaban los motivos de la crítica, se daba oportunidad de exponerlos y se sometía a voto en la asamblea, de las niñas y los niños, para ver si era aceptada. Existía una imprenta en cada salón, que nos permitía expresarnos y crear libros que llegarían a los adultos. La tiendita era una cooperativa de la que todos nos beneficiábamos y, en realidad, había una serie de actividades autogestivas, como la clase de improvisación, en la que se creaban canciones cuya composición y ejecución estaba a cargo del alumnado. Aunque no gozábamos de todos los derechos porque, por ejemplo, había reglas como la de no usar pelota, sí éramos tomados en cuenta. Fue ahí donde escuché hablar de los derechos de las niñas y los niños y comencé a entender que una nalgada no tenía justificación o que los gritos solo llevan a sentir angustia y no a aprender en lo absoluto.

En México, y en gran parte del mundo, se habla hoy del interés superior de la niñez que, en otras palabras, es poner por encima de cualquier otra prioridad a niñas, niños y adolescentes. Contamos con el artículo 4.º de la Constitución mexicana, que lo define con mucha precisión: “En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral”. Esto quiere decir que el Estado mexicano está obligado a hacer lo necesario para que ellos ejerzan todos sus derechos. Existe un catálogo muy amplio de derechos, no solo contenidos en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, sino también en muchos otros ordenamientos legales, que son progresivos, y se encuentra en cambio y actualización constante. El concepto de interés superior comprende también la obligación de satisfacer las necesidades de las niñas y los niños porque tanto alimentación como salud son conceptos legales vastos que implican bienestar. Y, por último, habla del desarrollo integral. Desde la organización que tengo la fortuna de presidir hemos reflexionado y nos hemos enfocado en dos componentes del desarrollo integral: condiciones que favorezcan la salud mental y la crianza con ternura, que no acepta ninguna forma de violencia, al considerar a niñas y niños personas titulares de derechos.

A lo largo de estos años he encontrado que el interés superior está sujeto a interpretaciones adultistas. Con frecuencia escuchamos frases como, ante una emergencia, “Los niños y las mujeres son primero”, o lugares comunes como “La niñez es lo más importante porque es el futuro”, cuando niñas y niños son el presente, hoy existen, no mañana. Conocemos también otras que son contradictorias: “Una nalgada a tiempo me hizo ser la mujer o el hombre de bien que soy” o “Las letras con sangre entran”. “Deja de actuar como niño” o “Deja de ser infantil” son incluso utilizadas como insulto. Así, un sinfín de expresiones y acciones reflejan lo lejos que estamos de comprender como sociedad el valor de la niñez y la adolescencia. Si una mamá o un papá decide disciplinar a sus hijos de manera violenta, es considerado un asunto privado en el cual no es aceptable intervenir. Sin embargo, hace falta solo cambiar a los actores para que la violencia resulte reprochable. Que un hombre diera un golpe a una mujer en público no resultaría aceptable y más de una persona defendería a la mujer. En cambio, si esta violencia se ejerciera contra un menor de edad quizá solo habría indignación. Se refleja en la sociedad una clara discriminación hacia la niñez. Y esto es una problemática extendida en los países de América Latina y en gran parte del mundo. A la actitud generalizada y culturalmente aceptada de considerar a niñas, niños y adolescentes como inferiores se le ha denominado “misopedia”.

Desde hace más de veinte años trabajo con organizaciones de la sociedad civil en diversas causas, pero la niñez es la que desde entonces y hasta ahora me llena el alma. Poco tiempo después de conocer la complejidad de la problemática que enfrentamos, decidí que quería ser aprendiz, conocer la esencia de los niños y sus miedos. Tardé más de diez años en fundar una organización dedicada a ellos porque existen muchos factores que se deben atender: la procuración de los recursos, la normatividad y, sobre todo, lo que emocionalmente y en términos de disposición de tiempo y compromiso se requiere. Recuerdo bien el día en que me animé. Estaba trabajando en una consultoría para redefinir las condiciones de protección y restitución de derechos para niñas y niños que han perdido cuidados familiares, y desde el gobierno de una entidad federativa me hicieron saber que no querían hacerse cargo de una responsabilidad tan importante. Esta respuesta me indignó en todos los sentidos. Fundamentalmente porque las niñas y los niños tienen derecho a estar en las mejores condiciones, al menos en las que establece la Constitución.

Así que tenía dos opciones, aceptarlo o intentar cambiarlo, y, junto con personas con quienes coincidimos en valores y principios, decidimos fundar Conexiones de BYDA. Una organización de la sociedad civil conformada por ciudadanos que no tenemos filiación política ni religiosa y que buscamos promover y generar condiciones en las que se garantice el ejercicio de los derechos de niñas, niños y adolescentes. A partir de mi experiencia, teníamos que diseñar una propuesta que buscara cambiar las condiciones de la niñez de manera estructural, por lo que trabajamos a partir de tres ejes: 1. visibilización, porque es necesario que se conozca la situación en la que se encuentran millones de niñas y niños y, sobre todo, que se escuchen su voz y sus lenguajes; 2. formación, porque buscamos que los adultos adquieran mayor conciencia de la gran responsabilidad que tienen de protección, de la naturaleza de los niños y, en gran medida, de la necesidad de deconstruir sus patrones de educación por lo que implican la crianza con ternura y el apego seguro, y 3. incidencia en política pública, trabajando con los gobiernos federal, estatal y municipal, así como transformación social y cultural, impulsando la gran necesidad que tenemos de darle centralidad a la niñez. En este eje también desarrollamos acciones de litigio estratégico que impulsen cambios estructurales que favorezcan a todos los niños y las niñas.

Nuestra visión ha sido que ningún niño o niña nazca para acostumbrarse a tener frío, hambre o miedo. Muchos podríamos padecer en algún momento de nuestra vida una de estas condiciones, pero lo que no es moralmente aceptable es que las niñas y los niños tengan su origen en circunstancias precarias y como destino deban habituarse a ellas, porque depende de nosotros, los adultos, cambiarlas. Desafortunadamente, América Latina es una de las regiones donde mayores necesidades hay para las niñas y los niños. México, por ejemplo, es el país con mayor tasa de homicidios de niños menores de catorce años de los países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Se estima que seis de cada diez niñas o niños han sido disciplinados de manera violenta por sus padres, madres, cuidadores o maestros.

Muchas veces me he preguntado en qué momento olvidamos que fuimos niñas y niños. Se nos olvida que aprendimos con un golpe, un grito o un castigo a tener miedo y a obedecer. Aprendimos que quien más te quiere te puede lastimar y, de esta manera, cuando crecemos, pensamos que eso es normal. Incluso hay estudios que revelan claramente el impacto neurobiológico que provocan la negligencia, el abuso y el abandono; los impactos ante las experiencias adversas, particularmente si se dan en una edad temprana, son devastadores.

Para recordar la naturaleza de las niñas y los niños, o sea, nuestra propia naturaleza, solo hace falta pasar cinco minutos junto con ellas y ellos y ver su alegría, su sorpresa, su curiosidad, su asombro y su capacidad de dar respuestas inteligentes, brillantes y creativas ante cualquier problema que se presenta. Su naturaleza, es decir, la verdadera naturaleza humana, es cooperativa, solidaria, empática y generosa. Así fuimos todos y, sin embargo, la competencia, la discriminación, el individualismo nos han convertido en “adultos maduros”. Recordemos aquellas líneas de El principito, la famosa novela de Antoine de Saint-Exupéry: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es cansado para los niños tener que darles explicaciones”. ¿Por qué nos sucede eso a las personas grandes?, ¿por qué dejamos de comprender? Pienso que es porque perdemos nuestro niño o niña interior. Dejamos de ser niños y ya no vemos la realidad. El principito también dice: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Es decir que juzgamos las cosas por lo que vemos y no por el valor que tienen desde su esencia; el amor, la bondad, la sensibilidad, la belleza se desvanecen ante la mirada fría y racional de los adultos.

Me da esperanza que, además de mantener mi capacidad para conectarme con la naturaleza de las niñas, desde mi niña interna, en México al menos contamos con un marco legal que define qué es el interés superior de la niñez. Y a pesar de ello, aún estamos lejos de tener un país centrado en la niñez, que sería la base para una sociedad justa, equitativa y democrática; sin embargo, al tener este mandato constitucional podemos sumarnos a la exigencia de su cumplimiento, y esto nos abre muchísimas posibilidades para la mejora de las condiciones de las niñas y los niños. Aun cuando suene a una aspiración casi inalcanzable, lo cierto es que hay experiencias en otros países donde han decidido centrarse en la niñez para lograr condiciones de bienestar para las niñas y los niños, pero también prosperidad y esperanza para todo el territorio. He pensado que la única forma de rescatarnos como seres humanos es recuperar esa niña o ese niño interno y vivir con las cualidades que los caracterizan. En mi experiencia de trabajo con cientos de niñas y niños no he tenido un solo día en el que no me hayan sorprendido. Su visión, su entusiasmo y su fuerza infinita son la respuesta que necesitamos para inspirarnos a hacerlo mejor por ellas y ellos y por nosotros mismos.

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