La pandemia tiene a los científicos de todo el mundo en una carrera urgente por la vacuna contra la Covid-19. Pero a diferencia de países como Estados Unidos o China, los mexicanos parten de muy atrás, en un país que perdió la autosuficiencia de producción de las vacunas de su cartilla nacional. Hoy cuatro proyectos, en la precariedad y el abandono por parte del Estado, se encuentran en iniciales fases de desarrollo y prueba.
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El Dr. Juan Joel Mosqueda, un veterinario de la Universidad Autónoma de Querétaro, es quizá un candidato improbable para librar al país del nuevo coronavirus. Él es responsable del Laboratorio de Inmunología y Vacunas de la UAQ, donde se especializó en enfermedades provocadas por garrapatas. Comenzó a trabajar en un proyecto de vacuna contra la Covid-19 a principios de marzo, tras un llamado desesperado de la universidad por contribuir al control de la pandemia. Y desde entonces lo persiguen las preguntas: ¿En qué consiste su vacuna?, ¿en qué fase se encuentra?, ¿es peligroso?, ¿cuándo comienza los ensayos en humanos? El interrogatorio no es para menos. México ha sido de los países más afectados, con una de las tazas de mortalidad más altas, y la urgencia acecha.
—Sería muy grave si no hiciera nada —me dice en una entrevista telefónica—. Si tengo la tecnología y sé usarla, ¿por qué no lo hago?
La pandemia está llevando a científicos de todo el mundo a una carrera urgente por encontrar una solución que nos inmunice contra la Covid-19. Pero a diferencia de sus colegas en Estados Unidos, China y Europa, los investigadores mexicanos parten de muy atrás: México perdió la autosuficiencia en producción de las vacunas de su cartilla nacional y se compran en el extranjero. ¿Qué implica eso? Que aquí no hay con qué desarrollar armas inmunológicas.
Pero en México existen al menos cuatro proyectos de vacuna contra la Covid-19, cada uno con el potencial de llegar a los mexicanos si superan las fases de desarrollo y prueba. Hablo de la vacuna basada en péptidos del Dr. Mosqueda de la UAQ; la vacuna recombinante del Instituto de Biotecnología de la UNAM-IBT; la vacuna de vector recombinante de la enfermedad de Newcastle de Avimex (en colaboración con el IMSS); la vacuna de ADN del Instituto Gould Stehano que conforma el Tec de Monterrey y la Universidad Autónoma de Baja California.
La mesa está puesta: científicos, tecnología, interés y hasta una cierta dosis de locura —estos tiempos la demandan—. Se trata de la cruzada biotecnológica más importante de nuestros tiempos. Pero el obstáculo más grande no es el virus en sí, si no conseguir los fondos para que los investigadores hagan su trabajo. El entorno en el que se mueve la biociencia ya era una especie de “caldo de cultivo” para el rezago: bajo interés general, pocas plazas de investigación, y ausencia de alianzas con el sector privado. El abandono de la ciencia, por parte del estado, ya existía: antes ya nos habíamos infectado de recortes.
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El Dr. Mosqueda sabe de vacunas: a sus 51 años, ha dedicado la mitad de su vida a su desarrollo en la veterinaria. Los humanos estábamos fuera de su mira. Pero cuando el SARS-CoV-2 llegó a México, aceptó el reto. Su proyecto se encuentra en una fase de ensayos preclínicos para la cual se hizo de ratones, ovejas, conejos y cabras. Sus labores empiezan a las siete de la mañana y se extienden más allá de la medianoche. Además de dirigir este proyecto, imparte clases a sus estudiantes de Veterinaria y Microbiología, busca fondos para su investigación, recluta a expertos y coordina el laboratorio de la universidad.
—Me estoy quedando más calvo de lo que estaba —me dijo el investigador desde su laboratorio—. Pero, para mí, es cuestión de compromiso social.
Dentro de sus responsabilidades, el Dr. Mosqueda va más allá de su rol de académico e investigador. Ha tenido que diseñar sus propias campañas promocionales y recurrir a sus colegas para hacerse de insumos. Cuando le faltaron ratones, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo le prestó una colonia; cuando le faltó espacio para guardar los animales, la Facultad de Química le prestó su bioterio para los ensayos preclínicos; cuando le faltó dinero para un biorreactor —dispositivo de 2.5 millones de pesos, indispensable para producir su vacuna—, una empresa le prestó uno. Su camino contrasta con el de sus pares en Estados Unidos, donde el gobierno invirtió 10 mil millones de dólares para financiar proyectos de vacuna. Esto es siete mil veces más que los 28.2 millones de pesos que anunció nuestra cancillería como apoyo destinado exclusivamente al desarrollo de vacunas.
El Dr. Diego Josimar Hernández, quien trabaja en el equipo del Dr. Mosqueda en la UAQ, me dio una clase virtual. Inicia la sección técnica: dice que el SARS-CoV-2 posee en su superficie cadenas de proteínas conformadas de aminoácidos, y cada una la puedes ver como el “eslabón de una cadena”. Me explicó que la tarea de su equipo ha sido identificar estos eslabones de aminoácidos (péptidos) que luego pudiesen ser reconocidos por nuestro sistema inmune. La vacuna consistirá en crear una proteína de forma recombinante (o sea, hecha de varios “eslabones”), que crearían anticuerpos en nuestro sistema inmune para responder al virus en el momento en que ingrese al cuerpo.
El camino de México contrasta con el de Estados Unidos, donde se invirtió 10 mil millones de dólares para financiar proyectos de vacuna. Esto es siete mil veces más que los 28.2 millones de pesos que anunció nuestra cancillería para el desarrollo en nuestro país.
—La tecnología no es nueva —dijo el Dr. Hernández en su detallada clase de microbiología con ilustraciones de virus, proteínas y anticuerpos. Las proteínas recombinantes se han usado en vacunas contra la Hepatitis B, la influenza y el Virus del Papiloma Humano. A medida en que nos adentramos en el tema, los tecnicismos dominan, y sus ilustraciones de este virus se asemejan a pinturas surrealistas de Joan Miró.
Antes de obtener fondos de la cancillería, la UAQ había sido el principal financiador de este proyecto ambicioso, que rebasa a la institución misma. La universidad estima que se requieren cerca de 50 millones de dólares para producir los diez millones de dosis contempladas. Un equipo de ocho investigadores y nueve estudiantes han sacado adelante los ensayos preclínicos con menos de un millón de pesos. Varios de los involucrados fueron alumnos del Dr. Mosqueda y el Dr. Hernández.
—No hay nada mejor que ver la formación académica de tus alumnos rindiendo frutos de manera profesional —dijo Hernández.
Ambos doctores se mantienen optimistas ante los retos logísticos y económicos a los que se enfrentan día a día.
—Me llena de orgullo que, a pesar de lo reducido que está el presupuesto federal a la ciencia, no ha sido un obstáculo para poder sacar la casta y demostrarle a México y a todo el mundo que en nuestro país existe la capacidad intelectual y sobre todo la disposición para poder sacar a nuestra sociedad adelante —dijo Hernández—. A pesar de las carencias, aquí estamos, batallándole, pero se puede.
El desarrollo de vacunas es un trabajo que suele tomar hasta quince años. Ha sido difícil convencer a los gobiernos mexicanos de que inviertan en este rubro si sus funcionarios ya no estarán ahí para cosechar los logros. En lugar de ser vista como proyecto de nación, la ciencia suele ser tachada de costosa y dispensable. Esto lleva a un círculo vicioso: menos dinero lleva a menos resultados que vuelven a los científicos menos atractivos para obtener apoyos.
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El desarrollo de vacunas no es barato: se requieren de ensayos preclínicos en animales, tres fases de ensayos en humanos y autorizaciones gubernamentales que normalmente toman años. Para que todo esto se dé y los hallazgos lleguen a los humanos, se requiere de un ecosistema que fomente los intercambios académicos y tecnológicos con la industria. También, una estabilidad que permita proyectos cada vez más grandes, prolongados y ambiciosos.
El gasto en investigación y desarrollo científico en nuestro país no supera el 0.5 % del PIB. Es una de las más bajas entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Esto no es producto del gobierno actual; lo que no se había visto es que la “austeridad republicana” se usara como símbolo de gobernanza.
El 23 de abril de este año, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público ordenó a todas las dependencias federales aplicar un recorte de 75% al gasto de operación, lo que incluye gastos en luz, agua, gas, telefonía y arrendamientos. Hablamos de un recorte de casi 39 mil millones de pesos. Este “apretarse el cinturón”, quizá más una camisa de fuerza, comprometió la operatividad de centros de investigación y casas de estudio. No todo en la ciencia se puede hacer a la luz de unas velas, como en los tiempos de Newton.
El 21 de octubre, el Senado aprobó la extinción de 109 fondos y fideicomisos públicos que apoyan a la ciencia, arte, deporte, y otros rubros, como la protección a periodistas. Representan unos 68 mil millones de pesos, que serán centralizados y distribuidos por la administración pública federal. La justificación dada hasta ahora es que se desea priorizar la respuesta a la pandemia, aunque el gobierno no ha ahondado en detalles. Esta justificación es vista como una incongruencia por la comunidad científica, que se considera un elemento crucial en la respuesta a la contingencia sanitaria. Los que se oponen a la medida temen que estos fondos sean materia de negociaciones políticas en la Cámara de Diputados y que aumente la opacidad con la que se administran los recursos. La Academia Mexicana de Ciencias advirtió recientemente que la extinción de fideicomisos, en el marco de la baja inversión en ciencia, “condena a nuestro país a un pobre desarrollo económico y social”.
Este “apretarse el cinturón”, quizá más una camisa de fuerza, comprometió la operatividad de centros de investigación y casas de estudio. No todo en la ciencia se puede hacer a la luz de unas velas, como en los tiempos de Newton.
Y es que tan sólo un mes antes, en septiembre, se anunció la desaparición de la biotecnología dentro de las áreas del conocimiento evaluadas por el Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), órgano que desde 1984 apoya a la labor científica en el país. Implica que no veremos como “Investigador Nacional” a uno en biotecnología. Esta distinción, que se otorga por una evaluación rigurosa de sus pares, “simboliza la calidad y prestigio de las contribuciones científicas”. Incluye apoyo económico para que las investigaciones crezcan.
La pandemia es un argumento cada vez más grande para revertir esta tendencia si queremos garantizar el acceso temprano no sólo a vacunas, sino también a los mejores tratamientos médicos. Y lo que es crucial en las contingencias de gran escala: que estén al alcance del grueso de la población.
Ante el desdén en casa, muchos científicos mexicanos han buscado el financiamiento en otras latitudes. Los cuatro proyectos de vacuna se postularon en una convocatoria ofrecida por la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI, siglas en inglés), una alianza global entre gobiernos, sociedad civil, la industria y la filantropía. La CEPI fue creada para fondear el desarrollo y producción de vacunas contra enfermedades infecciosas emergentes de manera rápida y por ello ofrece miles de millones de dólares a científicos del mundo. Ninguno de los proyectos mexicanos fue seleccionado.
La CEPI financia ahora un portafolio de 19 vacunas que están en fases avanzadas en el mundo. Otros dos proyectos mexicanos —el del Cinvestav junto con la empresa Neolpharma y el del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM— se propusieron y están a la espera de una respuesta.
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No hace mucho, México fue autosuficiente en producción de vacunas. A mediados del siglo pasado, erradicó la viruela, por ejemplo. En 1905 se creó el Instituto Bacteriológico Nacional, lo que nos puso a la vanguardia en la producción de sueros y vacunas en Latinoamérica. Este instituto fue el que desplegó en 1973 un esquema de inmunizaciones que abarcara a todo el país. Fue clave para que, en 1991, se implementara el programa nacional de vacunación, enfocado en eliminar el sarampión, la polio, el tétano neonatal y formas graves de la tuberculosis.
En esos años, el Instituto Nacional de Higiene y el Instituto Nacional de Virología de la Gerencia General de Biológicos y Reactivos (GGBR) producía todas las vacunas alistadas en la cartilla de vacunación. México comenzó a soltar su autosuficiencia a partir de 1998, con la sustitución de la vacuna monovalente antisarampión por la triple viral SRP (sarampión, rubéola y parotiditis) y la adición de otras enfermedades a la cartilla.
Fue en 1999 cuando la GGBR se convirtió en la paraestatal Birmex, para seguir desarrollando y comercializando vacunas. El objetivo principal era seguir produciéndolas, en particular la de la influenza, pero no lo logró: empezó a sustituir la producción nacional por compras de vacunas en el extranjero y dejó de invertir en tecnología e investigación.
En 1999, la GGBR se convirtió en la paraestatal Birmex, para seguir desarrollando y comercializando vacunas. El objetivo era seguir produciéndolas, pero no lo logró: empezó a sustituir la producción nacional por compras de vacunas en el extranjero y dejó de invertir en tecnología e investigación.
Birmex ahora adquiere vacunas de farmacéuticas internacionales y las distribuye en el sector salud. Para 2009, cuando se originó la pandemia del AH1N1, México ya no contaba con los recursos materiales y humanos para una producción nacional. Hoy sólo se producen dos vacunas: la de Hepatitis B, por Probiomed; y la de influenza tradicional, por Sanofi Pasteur, cuyo principio activo se fabrica en México y su terminado en Francia.
La autosuficiencia en vacunas es un tema de seguridad nacional que ameritaría políticas públicas contundentes. Desde el inicio de la pandemia en marzo, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador comenzó a formar alianzas con gobiernos y farmacéuticas en todo el mundo. Primero se dio con la compra de insumos y equipo médicos. Los mensajes del canciller Marcelo Ebrard sobre el arribo de contenedores con cientos de miles de mascarillas, termómetros infrarrojos, googles, trajes de protección y caretas se hicieron frecuentes en las conferencias diarias del presidente. Ahora se busca hacer lo mismo con la vacuna. Es decir, el enfoque es traer del exterior. Rara vez se habló de producir aquí.
El presidente prometió que la vacuna sería universal y equitativa, sin detallar cómo fuerzas externas no serían un obstáculo: hablamos de falta de fondos federales, geopolítica y, sobre todo, las leyes de oferta y demanda en los mercados. La compra anticipada de vacunas en el extranjero ya le está costando a México alrededor de 1.6 mil millones de dólares hasta ahora. Es muy probable que el monto aumente, sin que eso conteste la pregunta de cuándo tendremos lo que estamos comprando.
El canciller de México ha manifestado que el gobierno “no va a apostar todos los huevos a una canasta”, sino mantener todas las opciones abiertas. Entonces, ¿invertir esos fondos en proyectos nacionales no es una opción? Pareciera que el gobierno ya se rindió en la posibilidad de que México tenga su propio “gallinero”.
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La Dra. Laura Palomares supo desde la infancia que sería una científica como Marie Curie, la primera mujer en recibir el Nobel de Química. Comenzó a los siete años, cuando transformó su closet en un laboratorio donde tenía distintos hongos y hacía experimentos con ellos. Con los años, su laboratorio creció con ella: del closet pasó a una tienda de campaña en la azotea. Fue por ahí que nació su fascinación por los virus. Hoy, a sus 51 años, posee una de las categorías más altas para investigadores: es líder académica en el Instituto de Biotecnología de la UNAM (IBt), que ha trabajado con vacunas desde 1994. Destacan el Alacramin, un antiveneno contra alacranes, y la eritropoyetina recombinante humana.
Su proyecto arrancó en febrero. También es una vacuna recombinante. Pretende identificar fragmentos de la proteína spike del SARS-CoV-2, que es la llave con la que el virus ingresa a las células para infectarlas y replicarse. Se analizaron miles de genomas de esta proteína para seleccionar los más relevantes. Estos fragmentos de la spike necesitan una plataforma para poder generar una respuesta inmune más fuerte en nuestros cuerpos. En este caso, la plataforma del equipo de la Dra. Palomares está hecha de proteínas de un virus adeno-asociado.
Los avances han sido posibles gracias a que ya venía trabajando con este andamiaje desde hace tres años para desarrollar la vacuna contra los virus del dengue y el Zika. Cuentan con la experiencia biotecnológica y regulatoria que agiliza sus ensayos. Su equipo de alumnos de maestría y doctorado, investigadores de posdoctorado, personal académico y técnico (muchos de ellos voluntarios) trabaja en el laboratorio prácticamente las 24 horas, intercalando turnos para mantener la sana distancia.
—Hemos estado muy estresados, agotados, fue tal el esfuerzo con muy pocos recursos, muy poca gente —cuenta Palomares, para quien trabajar al mil es su especialidad—. Todo proyecto necesita una campeona, y esa persona soy yo. ¡Afilen las armas!
El presidente prometió que la vacuna sería universal y equitativa, sin detallar cómo fuerzas externas no serían un obstáculo: hablamos de falta de fondos federales, geopolítica y, sobre todo, las leyes de oferta y demanda en los mercados.
La doctora ve al SARS-CoV-2 como un dragón y ella se siente lista para domarlo. Su proyecto de vacuna se encuentra en la fase preclínica. La velocidad y el éxito de llevarla al público dependen del financiamiento que obtenga.
—Si tú ves los proyectos como los de Novavax en Estados Unidos, que recibió mil 500 millones de dólares y cuántas personas están involucradas... contra nosotros que somos tres gatos rascando el millón de pesos, pues imagínate.
Al igual que el proyecto de Mosqueda en la UAQ, Palomares recibió apoyo de la cancillería, pero es sólo una pequeñísima parte de lo que requiere. En este panorama adverso —en una esquina, la falta de infraestructura tecnológica, y en la otra, el desinterés tanto del Estado como de la industria—, la Dra. Palomares reconoce que debe haber un cambio de actitud dentro de la comunidad científica.
—Decimos “nosotros no podemos, en México no se puede”, pero de alguna manera tenemos que empezar, porque la única certeza de que México no tendrá vacuna es si no hacemos nada —afirma.
La UNAM no sólo se encuentra desarrollando una vacuna contra la Covid-19, sino también trabajando en el diagnóstico, prevención, tratamiento y el seguimiento de la enfermedad a través de métodos de diagnóstico molecular y serológico, y el desarrollo de nuevas pruebas, de medicinas inmunoterapéuticas y antivirales. La pandemia está forzando a los científicos a fortalecer sus redes con otros investigadores. La doctora anhela que sus hallazgos sean una herramienta para otros investigadores que no cuentan con la infraestructura necesaria para llevar a cabo sus pruebas.
La UNAM, por ejemplo, está construyendo un laboratorio de bioseguridad nivel 3, de los más elevados, a fin de trabajar con el virus de forma segura y realizar pruebas en condiciones controladas. En México sólo existen un par de laboratorios así: permiten la manipulación de patógenos peligrosos como el SARS-CoV-2, que pueden contagiar al tacto o por aire.
—Todo suma, tenemos que hacerlo unidos pensando en lo que podemos hacer en común, identificando estas capacidades para tener una ruta y en la siguiente pandemia avanzar más.
La Dra. Palomares no espera milagros: sabe que no se pueden revertir fallas estructurales que dejaron a México sin producción nacional. Pero piensa que esta crisis pudiera ser una oportunidad para cambiar.
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La compra de vacunas extranjeras para la Covid-19, por parte del gobierno, se realizará por varias vías. Una de ellas es la iniciativa global COVAX (Acceso Global para la Vacuna contra COVID-19), que pretende distribuir al menos 2 mil millones de dosis entre 77 países para finales de 2021. Este esquema le permitiría a México comprar vacunas cuando estén disponibles y garantizarlas para 20% de la población, equivalente a 51.6 millones de dosis para 25 millones de personas.
Una segunda vía son los acuerdos con las empresas farmacéuticas: está la vacuna de AstraZeneca en alianza con la Universidad de Oxford, que producirán Argentina y México con el apoyo de la Fundación Carlos Slim. La tecnología se importará del laboratorio de AstraZeneca a Argentina para que fabriquen la sustancia activa de la vacuna. En México, la farmacéutica Liomont terminará el proceso de estabilización, fabricación y envasado para ser distribuidas hacia toda Latinoamérica. Se espera que la vacuna de AstraZeneca llegue a México en marzo del 2021.
Están también los acuerdos de precompra de vacunas con Pfizer y la farmacéutica china CanSino Biologics, que podrían llegar a México tan pronto como diciembre. El anuncio de estas negociaciones se hizo en grande en una conferencia de prensa de López Obrador junto al secretario de Hacienda, el canciller, los representantes de las farmacéuticas, la fundación Carlos Slim y otros funcionarios.
Otra vía más son los acuerdos con empresas farmacéuticas en los que México accede a que se realicen ensayos clínicos en la población a cambio de acceso temprano. Entre ellos se encuentran las vacunas de Sanofi-Pasteur de Francia, Janssen Pharmaceuticals y Regeneron Pharmaceuticals de Estados Unidos, Cancino Biologics y Walvax Biotechnology de China, y farmacéuticas del Reino Unido, Italia y Rusia.
En México, la farmacéutica Liomont terminará el proceso de estabilización, fabricación y envasado para ser distribuidas hacia toda Latinoamérica. Se espera que la vacuna de AstraZeneca llegue a México en marzo del 2021.
En la conferencia de prensa del 17 de agosto, el presidente llegó a decir que él sería el primero en probar la vacuna rusa —Sputnik V— si es efectiva. Ésta fue la primera vacuna en ser aprobada y registrada en el mundo, pese al escepticismo de la comunidad internacional y la Organización Mundial de la Salud por su rapidez y opacidad en llegar a los humanos.
A pesar de que México tiene opciones, no lo libra de estar en lista de espera. Corre el riesgo de que los proyectos de vacuna extranjeros fallen o se interrumpan, como sucedió con AstraZeneca, que detuvo sus ensayos clínicos momentáneamente por protocolo de seguridad.
No se sabe con certeza cuándo se tendrá acceso y cómo se distribuirá. El gobierno mexicano afirmó que el personal de salud sería el primero en recibir las vacunas, pero no ha hondado en detalles logísticos. Durante la crisis sanitaria, el personal de salud ha denunciado en múltiples ocasiones la falta de insumos médicos y equipo de protección personal para tratar a pacientes Covid. Esto ha sido un factor para que México sea de los países con mayor número de muertes de trabajadores de salud en el mundo. Si tomamos esta experiencia como precedente, hay motivo para dudar de un acceso equitativo y amplio de la vacuna para incluso los trabajadores en la primera línea de fuego.
Los gobiernos que posean los medios de producción de vacunas, ¿a quién darán prioridad? Miles de vidas mexicanas penderán de decisiones tomadas en el extranjero.
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El Instituto Politécnico Nacional (IPN) no se queda atrás: la Dra. Sonia Mayra Pérez participa en un proyecto de vacuna de nanoplásmidos, que son una porción de ADN con una muestra del gen del virus. Ella es directora ejecutiva de la Unidad de Desarrollo e Investigación en Bioprocesos del IPN.
—La pandemia ha puesto en el léxico y entendimiento político y público la necesidad de innovación e independencia tecnológica —cuenta —. Ha llamado la atención en lo que verdaderamente es importante invertir.
Su proyecto está siendo desarrollado por el Instituto Gould-Stephano, un consorcio que suma a la Universidad Autónoma de Baja California, la UNAM, el Tecnológico de Monterrey, la Universidad de San Diego y la Universidad de Colonia en Alemania. La investigadora guarda la esperanza de que la pandemia genere un cambio en las políticas públicas para que gobierno y sector privado colaboren y hagan de la ciencia un tema prioritario.
—Sería muy triste si en diez años, ante una nueva pandemia, yo te dijera: “no aprendimos nada de la pandemia anterior, nos agarró igual”, que se nos olvide, porque eso pasa —dice.
La sinergia parece ser la clave en un país como México, donde se destinan pocos recursos. Hablemos de Avimex, una empresa dedicada a la investigación, desarrollo y comercialización de farmacéuticos para la salud animal. Por más de diez años ha desarrollado vacunas recombinantes, contra la influenza aviar, por dar un ejemplo. La empresa mexicana se especializa en vacunas contra diferentes tipos de influenza, y sus investigadores ya estudiaban genes de varias clases de coronavirus. De hecho, estaban por sacar al mercado una vacuna contra la diarrea epidémica porcina, causada por un coronavirus. Ahora, Avimex decidió probar su plataforma con el SARS-CoV-2.
Su proyecto de vacuna es una recombinante que utiliza como vector viral o “plataforma” un paramexovirus, que provoca la enfermedad de Newcastle en aves, al que se le inserta la proteína spike del SARS-CoV-2. Lo destacable es que el IMSS, que ya ha trabajado antes con Avimex, decidió acercarse de nuevo a ellos.
Los gobiernos que posean los medios de producción de vacunas, ¿a quién darán prioridad? Miles de vidas mexicanas penderán de decisiones tomadas en el extranjero.
—Se creó todo un ecosistema de apoyo para desarrollar esta vacuna con la UNAM, el Cinvestav, y con otros consultores mexicanos y extranjeros —dice el Dr. Constantino López, un investigador con treinta años de experiencia dentro del IMSS—. Es un trabajo de equipo y de redes, muy interesante.
Con este esquema de colaboración, cada institución pone su granito de arena, ya sea con infraestructura, tecnología, recursos o capital humano. Avimex aporta con la tecnología y se encargará de la producción en caso de que la vacuna sea exitosa. La UNAM y el Cinvestav llevarán a cabo las pruebas de laboratorio y el IMSS los estudios clínicos en humanos. Los estudios preclínicos ya se han realizado en Estados Unidos en colaboración con las instituciones mexicanas, y el IMSS se encuentra creando los protocolos necesarios para hacer pruebas en personas.
Este tipo de vínculos entre la ciencia y la industria no son la norma y son muchas veces el motivo por el que la innovación de científicos mexicanos se quede dentro de los laboratorios. Desarrollar vacunas requiere de diferentes tipos de conocimientos más allá de la ciencia y la tecnología: los investigadores necesitan saber de controles regulatorios y procesos administrativos. Para esto también las diversas instituciones involucradas han compartido sus experiencias para que los trámites burocráticos no sean cuellos de botellas.
El Dr. López celebra que en México haya varios los proyectos de vacuna y que esta carrera por solucionar el acertijo sea una competencia amigable y no una batalla despiadada.
—Entre más candidatos de vacuna tengamos, habrá más oportunidades de tener una efectiva. Tiene que haber muchos candidatos porque la vacuna es el primer punto, el segundo es la vacunación —explica—. Algunos a lo mejor se pueden producir muy bien, pero hay algunas que no se van a poder aplicar porque requieren congelación a -70 grados, por ejemplo, y no hay dónde guardar eso. Es bueno que México tenga varias opciones.
Los científicos están poniendo todo de su parte para avanzar en conjunto. Sólo esperan que el gobierno y el sector privado se sumen. Sin ellos, la búsqueda pudiera prolongarse.
—Vamos trabajando a marchas forzadas, durísimo. Es un trabajo que nos mantiene en el laboratorio 14 horas al día, pero todo lo hacemos para poder tener una vacuna mexicana.
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Al 27 de octubre, México ya superó las 89,000 muertes por la Covid-19; en el mundo, los fallecimientos a causa de la enfermedad superan el millón. Latinoamérica ha sido fuertemente golpeada por el coronavirus; el riesgo de rebrotes es inminente. Como si la pérdida de vidas humanas no fuera suficiente, el impacto económico de la pandemia amenaza con aumentar los niveles de pobreza. Las proyecciones más pesimistas anticipan una contracción de la economía mexicana hasta del 12 % para el cierre de año. A México le urge una vacuna si no quiere perder los logros obtenidos en desarrollo y bienestar de las últimas décadas.
El gobierno tiene un largo camino por recorrer si quiere recuperar su autosuficiencia en vacunas. Los recortes en ciencia, la falta de sinergias entre los sectores público y privado, académico, gubernamental y farmacéutico, ha sido el pan de cada día de varias generaciones de científicos mexicanos. Pese a ello, se rehúsan a bajar la guardia.
—Aún cuando llegue la vacuna, que el problema se empiece a mitigar, que no se nos olvide que tenemos áreas de oportunidad; que no dejemos de buscar, construir tecnología de resolución rápida a pandemias; que no nos confiemos, que como mexicanos no bajemos la guardia —insiste la Dra. Pérez del IPN.
La Dra. Palomares del IBt, quien sigue luchando por recursos para su proyecto, no cambiaría su trabajo por nada, ni siquiera por la comodidad de un trabajo con una empresa estadounidense que “está cazando su cabeza”. Para ella, su trabajo es una vocación y un compromiso con su país. Sería una pérdida para nosotros orillarla a salir. Sin embargo, si el país no cambia el rumbo, es posible que los descubrimientos no salgan de los laboratorios o que el talento migre.
—Donde puedes hacer una diferencia es en México. Aquí todo el tiempo estamos nadando a contracorriente, luchando contra nosotros mismos, los humanos, los mexicanos; pero soy un grano de arena más. Creo que mi trabajo sí puede hacer una diferencia y quiero que mi grano de arena siga contribuyendo a mi país.
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