<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

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AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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Archivo Gatopardo

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<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

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Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
25
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10
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Tiempo de Lectura: 00 min

Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Let the Right One, Andrew Hinderaker.

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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Tiempo de Lectura: 00 min
Texto de
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Ilustración de
Traducción de
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
25
.
10
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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25
.
10
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22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

Texto de
Fotografía de
Realización de
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Traducción de

Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

25
.
10
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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Let the Right One, Andrew Hinderaker.
25
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Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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25
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Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

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2022
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
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Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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<i>Let the Right One In</i>: ¿cómo juzgar un <i>remake</i>?

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Tiempo de Lectura: 00 min

Paramount+ estrenó la tercera adaptación de <i>Let the Right One In</i>, la novela de John Ajvide Lindqvist sobre una vampira joven que cautivó a los lectores. La más reciente serie se aparta tanto del libro como de las anteriores versiones en cine. Más allá de las comparaciones gratuitas entre la novela y la serie, ¿cómo se puede evaluar este <i>remake</i>?

Texto de
Fotografía de
Realización de
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Traducción de

Las adaptaciones y los remakes son un terreno pantanoso. En un mercado que responde a ritmos frenéticos de producción y consumo, vale la pena detenernos un poco a reflexionar sobre lo que implica regresar a ciertas historias y personajes de relatos previos. ¿Cuál sería un motivo suficiente para retomar una historia que se narró con éxito anteriormente? Pienso, en primera instancia, en la infinidad de posibilidades que abre cada nueva reelaboración de un relato, como sucede con los cuentos orales que van recolectando elementos distintos a su paso y se van deformando a través de los años y las voces de quienes los narran. Otro camino posible —y más atrevido, tal vez— es redirigir por completo la historia, resignificarla a la luz de un nuevo contexto o de nuevas intenciones. A final de cuentas, la historia original es una plataforma sobre la que se construirá algo más, otro relato que tendría que ser capaz de sostenerse por sí mismo, de convocar miradas actuales y futuras, de aportar algo más allá del homenaje o la reiteración. Pensar en estos términos puede ser de utilidad para evaluar una adaptación o un remake sin caer en comparaciones gratuitas o caprichosas; en suma, hay factores que los hacen más o menos pertinentes. Esta cuestión se ha vuelto particularmente compleja en tiempos del streaming, pues las restricciones impuestas por las barras de programación o las salas de cine han pasado a segundo plano y los espectadores o consumidores insaciables brincamos de un relato a otro sin mayores complicaciones. El tercer acercamiento audiovisual a Let the Right One In, la novela sueca de John Ajvide Lindqvist, es un buen pretexto para analizar estos asuntos.

Originalmente estrenada en los años dos mil, durante el más reciente apogeo mediático de los vampiros, Let the Right One In se volvió rápidamente una de las favoritas del público. La novela —cuya historia sucede en los ochenta— fue adaptada al cine por primera vez por Tomas Alfredson, con un guion del mismo Lindqvist, pero algunos de los detalles más controvertidos y arriesgados del libro, como la pedofilia de uno de los protagonistas o la identidad sexual de otro personaje, fueron disminuidos o completamente descartados.

La primera versión cinematográfica de Let the Right One In narra la historia de Oskar y Eli, dos preadolescentes solitarios de cuyo encuentro surgirá un lazo inquebrantable que cambiará para siempre sus vidas. Oskar es un niño rechazado por los demás, sufre violencia en la escuela y está en constante búsqueda de aceptación y compañía. Eli es una vampira que ha vivido aislada y atrapada en su edad, continuamente aterrada por el peligro que su naturaleza presenta para quienes la rodean, incapaz de llevar una vida normal. La historia se sostiene por una tensión latente entre la ternura y la violencia que explora los matices y ambigüedades de cada uno de los personajes, poniendo así en jaque una serie de nociones preconcebidas sobre aquello que puede ser juzgado como bueno o malo. La conexión entre Eli y Oskar se coloca siempre en el centro, como el núcleo de un universo complejo y abrumador en el que solo se puede sobrevivir de la mano de otro. El amor, la ternura y la amistad, en este universo, parecen ser la única esperanza de vida.

Let Me In (Matt Reeves, 2010), el primer remake que se hizo de la cinta, tardó muy poco en llegar. Esta versión estadounidense, protagonizada por Chloë Grace Moretz y Kodi Smit-McPhee, está dirigida a públicos más amplios que Let the Right One In, la versión sueca. Su acercamiento, a pesar de mostrar violencia explícita y espectacular, retrata con tibieza la oscuridad de sus personajes. También recurre a ciertos artificios cinematográficos —efectos especiales, iluminación, musicalización— que la convierten en una película efectiva y fácil de consumir —es decir, cumple su objetivo comercial—. A pesar de las diferencias en cuanto al tono, el lazo entre sus protagonistas —en esta ocasión llamados Owen y Abby— vuelve a fungir como núcleo de la historia y los conflictos presentes en la cinta sueca se mantienen, así como las motivaciones de los actos de cada uno de los personajes y sus desenlaces.

Poco más de una década después de estas dos adaptaciones lanzadas con tan solo un par de años de diferencia, llega un nuevo acercamiento, esta vez en la forma de una serie, con el nombre original (Let the Right One In), cuya primera temporada consta de diez episodios de una hora que se estrenarán semanalmente en streaming a través de Paramount+. En esta ocasión, con un relato situado ya no en los ochenta sino en una época en la que existen los smartphones, Eli (Madison Taylor Baez) es una niña de ascendencia latina que ha regresado a vivir a Nueva York con su papá, Mark (Demián Bichir), tras haberse establecido y huido de varios lugares durante diez años —por razones que iremos descubriendo poco a poco—. La naturaleza de su relación es abismalmente distinta a la de las versiones anteriores: el cuidador de la niña tenía un vínculo bastante turbio —y mucho más interesante de explorar— con ella, pero ahora ha sido sustituido por un padre devoto y compungido cuya mayor motivación es el bienestar de su hija —con quien, además, tiene una dinámica cálida y fresca que resulta encantadora.

Como en otras versiones de Let the Right One In, Eli se encuentra muy pronto con Isaiah (Ian Foreman), su vecino de doce años que, como sus predecesores, se enfrenta diariamente a la violencia de sus compañeros de escuela y se siente solo e incomprendido. Isaiah, además, proviene de un entorno familiar fracturado que parece ser el origen de su inestabilidad emocional. Mediante interacciones breves y torpes, van encontrando el uno en el otro un refugio. Sin embargo, al menos en el primer episodio, el verdadero núcleo emocional del relato parece estar en el personaje de Demián Bichir, un padre que amará y protegerá a su hija incondicionalmente y que no pierde la esperanza de revertir su condición de vampira. Su interpretación, contenida y conmovedora, adquiere mucho más peso que las primeras interacciones entre Eli e Isaiah.

Let the Right One In
Let the Right One, Andrew Hinderaker.

En esta serie —tan siquiera en el inicio— el lazo más importante que vemos en pantalla, aquel en el que depositamos nuestra atención como espectadores, es justamente el de padre e hija. Si bien se nos muestran algunas secuencias en las que nos adentramos por instantes al universo de Eli —vemos algunos gestos que transmiten sus anhelos y su desesperación por no poder llevar una vida normal—, el foco se mantiene, en gran medida, en el calvario que atraviesa el personaje de Bichir. Conocemos su intención secreta de continuar buscando un remedio para la condición de su hija, lo acompañamos cuando se reencuentra con un amigo del pasado y le ruega por ayuda, vemos sus recuerdos, somos testigos de instantes íntimos en los que arropa a la pequeña que duerme mientras suena nada más y nada menos que Sweet Child O’ Mine. La interpretación del mexicano es, como de costumbre, precisa y entrañable, pero queda la sensación de que desplaza a un segundo grado el vínculo de los dos niños —cuyas interpretaciones están mucho menos dirigidas—, es decir, relega el núcleo de la historia y el eje clave de su planteamiento sobre la ternura, la inocencia y la violencia.
Por si esto fuera poco, el relato recurre a otros elementos que parecen estar ahí simplemente para prolongar la trama a como dé lugar y así abarcar los episodios contratados —y, en una de esas, hasta una siguiente temporada—. Entre ellos, destaca la historia paralela de un epidemiólogo moribundo que intenta convencer a su hija de encontrar una cura para la condición vampírica de su hijo eternamente adolescente. Como si hubieran sido incorporados de manera intempestiva, toda la vida de estos personajes se resume en un diálogo exprés, explicativo y muy poco efectivo para crear cualquier tipo de involucramiento con ellos. Si bien hay un guiño que adelanta que existirá una intersección entre ambas líneas narrativas, este arco parece poco articulado con el eje de la historia, cuya fuerza y atractivo ha yacido desde sus orígenes en la complejidad de la naturaleza humana —y, claro, vampírica—, en lo inescindibles que pueden resultar el bien y el mal.

Aun en una etapa muy temprana del desarrollo de la serie, esta se antoja más como una reinterpretación —y extensión— de las películas que la precedieron que como una elaboración sobre la novela. Lo que sucede, entonces, es una especie de relevo extraño donde aquello que fue descartado en pos de la creación de un relato de alrededor de dos horas, con una simplificación necesaria de conflictos y personajes, ahora es sometido a un nuevo filtro dilatador. Teniendo la oportunidad de profundizar en la psique de los personajes, de apuntalar las raíces de la maldad y la violencia, de hurgar en los cruces que hay entre luz y oscuridad, Let the Right One In, la serie, opta por incorporar subtramas, personajes y cliffhangers que diluyen por completo aquello que convirtió a esta historia de vampiros en una de las más cautivadoras de los últimos tiempos.

Las series nos han presentado una gama interminable de posibilidades dentro de la ficción. Han permitido que los espectadores alcancemos ciertos recovecos con una minucia que sería impensable en formatos más breves. Han vuelto posible dotar a cada relato de un ritmo más pausado, con distintos puntos de inflexión a través de los cuales la trama avanza, con episodios y fragmentos que pueden funcionar por separado pero que se relacionan entre sí de manera sustancial. En este sentido, las series ofrecen alternativas narrativas interesantes y valiosas para la adaptación de textos largos y complejos: su consumo se asemeja a la lectura de una novela, diseñado para prolongarse a lo largo de los días, para entretejerse con la vida. Todo esto se diluye si el relato crece de manera gratuita, si los arcos narrativos se prolongan simplemente para mantener a los espectadores más horas frente a la pantalla. Nuestra condición como espectadores/consumidores insaciables también nos orilla a saltar al siguiente título del torrente cuando sentimos que nos están dando atole con el dedo.

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