A menos de seis meses que llegó la pandemia a México, la gente parece estar fastidiada de cuidarse y de cuidar a los demás. Hoy el descuido ya no puede atribuirse a la ignorancia. Lo que vemos tiene que ver con un fenómeno bastante conocido como “la fatiga del apocalipsis”.
“Y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas, comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos”, dice Isaías 22:13. Salvo quizás por aquello de degollar ovejas, no cabe duda que cuando México se quiere comportar como país católico sabe hacerlo muy bien. Desde antes de que pasáramos del semáforo rojo al naranja, hacían fiestas en mi edificio en la colonia Roma de la Ciudad de México. En las últimas dos semanas, he visto cómo en algunos restaurantes y bares los clientes dejan de respetar la sana distancia después de algunos tragos, a pesar de que los meseros —quienes han sufrido durante meses los estragos económicos del cierre de actividades no esenciales— les imploran que sigan las reglas sanitarias. A menos de seis meses que llegó la pandemia a México, la gente parece estar fastidiada de cuidarse y de cuidar a los demás del virus que ha matado a más de 64 000 personas en el país (una cuenta que además sigue creciendo). Si bien al principio veíamos a los incrédulos y a los que se creían invulnerables, hoy el descuido ya no puede atribuirse a la ignorancia. Lo que vemos hoy tiene que ver más con un fenómeno bastante conocido por la gente que se dedica a comunicar el cambio climático, y que se llama “la fatiga del apocalipsis”. Soy reportera, pero también soy consumidora de noticias. Como parte del público, estoy cansada de leer, ver y escuchar lo mal que estamos manejando la pandemia y de los escenarios catastróficos de muerte, pobreza y hambre que están a la vuelta de la esquina. Me abruma una sensación de impotencia, seguida de un subsecuente entumecimiento que ya me era familiar; son los mismos sentimientos que me aquejan cuando me informo sobre las catástrofes inminentes del cambio climático y las 50 nuevas formas en las que estamos todos contribuyendo hacia ese escenario (vaya, recientemente me enteré de que hasta googlear cualquier cosa y la simple existencia de las criptomonedas contribuyen al cambio climático, porque para mantener todos los servicios de nube se requiere harta electricidad). Ése es el efecto de la fatiga del apocalipsis. Un psicólogo y economista noruego, Per Espen Stoknes, popularizó el concepto en su TED Talk de 2017. Según él, las estrategias retóricas que buscan motivar acciones sobre el cambio climático, lo hacen a través de narrativas pesimistas sobre escenarios catastróficos; esto nos embarga de impotencia en vez de involucrarnos más y motivarnos a actuar diferente. Según Stoknes, más de 80% de las noticias y medios de comunicación promueven la narrativa del “Fin del mundo” cuando se trata del cambio climático, y el problema es que enfocarse demasiado en lo catastrófico produce miedo, culpa, o ambos sentimientos. Pero esas emociones son pasivas, y hacen que la gente se desconecte y evite el tema en vez de involucrarse. La fatiga del apocalipsis consiste en tener que tomar un montón de decisiones ético-morales en nuestra vida cotidiana (no pidas popotes ni empaques desechables, rellena tu botella de agua, recicla, lleva tus bolsas al súper, consume orgánico y de comercio justo, sustentable, vegano, etcétera), cuando además parecen no hacer ninguna diferencia inmediata. Antes, para dejar de destruir la capa de ozono, solo debíamos dejar de usar aerosoles y, ¡voilá!, estabas cuidando el planeta. Pero con todo lo que hay que hacer para combatir el cambio climático, hay además cierta resistencia psicológica en contra de tener que preocuparse por cada pequeña decisión cuando la indiferencia y falta de compromiso de otras personas nulifican tus esfuerzos. En el caso de la pandemia, creo que ocurre lo mismo. Nos ponemos cubrebocas para proteger a los demás, pero los demás no los usan para protegernos a nosotros. Dejamos de ver a nuestros seres queridos por meses para no llevarles el virus, pero sus vecinos hacen fiestas cuyas visitas suben y bajan en el pequeño elevador del edificio sin ventilación. Las pequeñas decisiones nos abruman cuando tenemos que decidir si vamos a reiniciar nuestras actividades sociales y cómo debemos hacerlo. ¿En un lugar abierto? ¿En casa de alguien? ¿Con cuántas personas es seguro reunirse? ¿Será apropiado preguntar si se han reunido con otras personas en las últimas dos semanas? ¿El cubrebocas va todo el tiempo? ¿Qué hago si me tratan de abrazar o saludar de beso? Son demasiadas preguntas sin respuestas claras. A los mexicanos nos gusta el contacto físico y muchas veces no somos asertivos por miedo a ofender a los demás. No debería sorprendernos que, cuando nos dan un poco de alcohol, todas nuestras preocupaciones y precauciones salen por la ventana, a pesar de que estamos ante el apocalipsis… o quizás es precisamente porque estamos pensando en el apocalipsis de aquel sabio pasaje de la Biblia. Si bien nuestra labor social como periodistas es informar a nuestras audiencias sobre las malas políticas y acciones que ocurren para que la ciudadanía tome decisiones informadas que promuevan el cambio, parte de esa labor debe ser mediante narrativas efectivas para ese fin. Señalar las cosas que deben cambiar por el bien de la sociedad no está peleado con presentar alternativas a los problemas y buscar narrativas diferentes. Así como Stoknes propone narrativas para motivar acciones en contra del cambio climático, que eviten la disonancia que puede generar la culpa y la impotencia ante el apocalipsis, a los medios nos corresponde buscar narrativas que eviten contribuir a la fatiga apocalíptica de la pandemia. Sin caer en el activismo o darnos palmaditas en la espalda, en sobresimplificar problemas complejos, ni mucho menos dejar de ser críticos en nuestro trabajo de reporteo, creo que para cubrir el estado de emergencia por el coronavirus se pueden utilizar los principios del solutions journalism (periodismo de soluciones) en la medida de lo posible. Si vamos a denunciar que la gente no respeta el distanciamiento social, podemos incluir posibles acciones o soluciones en nuestras historias para mitigar la sensación de impotencia en la audiencia. Dado que recuperar una suerte de vida social es inminente (tanto por recuperar las actividades económicas como por el bienestar emocional de la población), algunas comunidades sí tienen soluciones creativas para hacerlo de formas más seguras y también para evitar la fatiga de tomar tantas pequeñas decisiones. Por ejemplo, en algunas iglesias, empresas y reuniones de negocios en Estados Unidos están utilizando pulseras para indicar el nivel de distanciamiento con el que cada individuo se siente cómodo interactuando socialmente (rojo para distanciamiento máximo, amarillo indica comodidad con contacto mínimo como saludarse con los codos, y verde indica que la persona está cómoda con el nivel de contacto prepandemia con lavado de manos frecuente). Ahora los críticos de restaurantes podrán hacer reseñas incluyendo el “nivel de comodidad Covid” que tenga un lugar (de hecho ya hay un crítico cuya chamba es evaluar los “Covid comfort levels” en restaurantes en Estados Unidos). Para cada historia que genera impotencia podemos agregar una posible acción para reducirla. Por ejemplo, ante el apocalipsis de desechos plásticos de la pandemia, hay soluciones como utilizar cubrebocas reutilizables que además representan una nueva oportunidad ante el otro apocalipsis, el económico. Tenemos que cambiar la forma en la que hablamos de la pandemia. Necesitamos mencionar también las formas en las que estamos haciendo progreso, y aprovechar las ganas que tienen los seres humanos por hacer las cosas bien, por competir, por salir adelante. Comuniquemos soluciones, posibles reglas de etiqueta en un mundo covid, innovación, historias de emprendedores. Hay que hacer un esfuerzo por buscarlas. La “nueva normalidad” llegó para quedarse, y es importante evitar que nuestras audiencias quieran desconectarse de las noticias que les conciernen. Los medios de comunicación deben proveer la información necesaria para que las personas tomen riesgos calculados para recuperar su vida social y la economía, y no solo resaltar los escenarios catastróficos sin más opción que resignarse. Sí, “comamos y bebamos, porque mañana moriremos”. Pero hagámoslo con información que nos empodere para tomar esos riesgos calculados y no por la fatiga del apocalipsis.