La última novela de Brenda Navarro, más allá de la novedad editorial

La última novela de Brenda Navarro, más allá de la novedad editorial

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Tiempo de Lectura: 00 min

Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

Yo no estoy preocupado.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

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En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

Yo no estoy preocupado.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

Yo no estoy preocupado.

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La última novela de Brenda Navarro, más allá de la novedad editorial

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Fotografía de
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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

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En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

Yo no estoy preocupado.

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La última novela de Brenda Navarro, más allá de la novedad editorial

La última novela de Brenda Navarro, más allá de la novedad editorial

02
.
05
.
22
2022
Texto de
Fotografía de
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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

Yo no estoy preocupado.

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Hemos aprendido a esperar ciertas cosas de un libro sobre migrantes: que “les dé voz”, que “cuente sus historias” o “los visibilice”. Afortunadamente, uno de los mejores logros de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, es justo lo contrario: la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante.

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En una de las muchas versiones que he escrito de esta reseña intentaba responder a la pregunta “cuánto vale una novela” hablando del precio de los libros y de la manera en que eso colabora a construir su valor literario. Tomemos, por ejemplo, Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022), la más reciente novela de Brenda Navarro, que ahora mismo se está presentando en diversos foros de la Ciudad de México luego de una larga serie de actividades en España, donde se publicó originalmente.

El libro cuesta 250 pesos, de los cuales la autora recibe, si le va bien, 10% de cada ejemplar vendido. Desde el punto de vista económico, se sabe, escribir es un caso perdido: el trabajo de la autora, la agencia, la editorial, difícilmente se recupera. Pero como estamos hablando de literatura y no de otro tipo de libro creado únicamente para vender, toda la gente involucrada necesita que esta novela funcione no sólo en el nivel económico sino en el artístico, dos esferas que, en la manera actual de promocionar libros, son directamente indistinguibles y que han convertido al género de la reseña en pura (y usualmente mala) publicidad.

Por el mundo en el que vivimos, muchas veces la responsabilidad de combinar estas dos esferas cae en les autores, quienes, además de haber escrito el libro, se ven en la necesidad de promocionarlo en la mayor cantidad de lugares posibles, convirtiéndose así en objetos de consumo para la potencial audiencia de compradores. Aquí es donde voy a mencionar lo que para mí es la primera cualidad de Ceniza en la boca: es una novela que se resiste a cierto tipo de consumo libresco, en particular, al que reduce los libros al tema del que hablan, en este caso: migración, xenofobia, explotación laboral, violencia, corrupción, feminismo. Todo esto en el marco de la historia de una familia rota que se ve obligada a migrar de México a España para después lidiar con la vuelta a un país en proceso de descomposición. Por lo que puedo ver, la gente ha conectado con estos temas y ha acompañado a la protagonista mientras narra el suicidio de su hermano, la lejanía de su madre, las pocas y mal pagadas alternativas de trabajo como migrante, el brutal regreso a México.

Ceniza en la boca, sin embargo, no es sólo una reunión de temas relevantes para un mundo como el que estamos viviendo. El libro combina muy bien el aspecto explícito de la temática (la disolución de los vínculos afectivos de una familia de migrantes que intenta sobrellevar la explotación y el racismo que sufren diariamente) con una manera de narrar que se niega al melodrama y al sentimentalismo. De hecho, lo que para mí es lo más logrado de esta novela es la sutileza con la que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante (la disolución de la identidad en un lugar ajeno, el dolor de no pertenecer, la discriminación, la pérdida, el abandono) y la decisión de no reducirla a una compilación de lugares comunes fácilmente digeribles. Por ejemplo: lean la novela y cuenten cuántas veces los personajes chasquean la boca en lugar de decir algo. En ese chasqueo se encuentra contenida la idea central de este libro. Lo anterior no significa que no haya momentos en que los personajes hablen de manera explícita sobre lo que piensan o sienten. Mi punto es que, incluso cuando eso pasa, queda claro que la complejidad de esta construcción artística se basa más en esconder que en mostrar, como si la narración se tensara hasta llegar, de nuevo, al chasquido de la boca.

Ceniza en la boca se pregunta constantemente cuánto vale la vida y cómo le asignamos valor y no es difícil conectar con estas preguntas. Creo que esto explica lo que, visto a través de las redes sociales de la autora, es un éxito en cuanto a atención mediática y lectores, lo que me lleva al segundo punto: con esta novela, la autora también se está resistiendo a ser encasillada en (y condenada a repetir) los mismos temas y estilos por los que es conocida. Desde su primera novela, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro se ha situado en un lugar relevante de la conversación pública. Esto no pasa siempre y no siempre se puede explicar por qué sucede, pero en este caso se han alineado dos cosas: el capricho del mercado literario y la enorme calidad de su escritura. Lo que pasó con su primera novela no es usual, porque no sólo sobrevivió el breve periodo de circulación de una primera novela en una editorial independiente, sino que además después se reeditó en una editorial trasnacional (Sexto Piso, 2020) para tener una segunda vida de circulación global en múltiples traducciones. En dos años Brenda Navarro pasó de ser una recomendación local de boca en boca a un nombre que ahora circula en la prensa internacional.

Y, sin embargo, Ceniza en la boca no se deja reducir a lo que la autora hizo con Casas vacías, sino que hace un gesto explícito de distanciarse de la voz narrativa de esa primera novela durante las primeras páginas de la nueva. Esto no es normal en un mundo editorial saturado en el que la gente que destaca puede simplemente encontrar un nicho para explotarlo hasta secarse. Hay obvias relaciones entre los dos libros: la relación madres-hijos, el desamparo, pero nada de esto convierte a Brenda Navarro en la escritora de la desintegración familiar, como sí ha sucedido con otras muchas y talentosas personas que han sido reducidas (y condenadas) a repetir sus temas para siempre. De hecho, muchas veces durante la lectura, la novela Ceniza en la boca me pareció una reflexión sobre todo lo que se acumula en la pérdida y el luto y sobre la imposibilidad de deshacerse de ese peso que se queda con uno quién sabe cuánto tiempo.

Es cada vez más difícil escribir algo sobre las novedades, porque en los días en que la novedad dura cuesta distinguir el ruido de la promoción de los muchos aciertos que hay en los libros. En 2018 nadie sabía qué iba a pasar con Casas vacías y hoy mismo nadie sabe qué pasará con Ceniza en la boca. El valor de los libros es algo que se construye y decide en comunidad y que, tarde o temprano, se impone a los discursos publicitarios a los que las novedades nos han acostumbrado. Yo he esperado esta novela durante mucho tiempo y agradezco que por fin se haya publicado. Brenda Navarro llegó y se fue de México llena de muestras de cariño y apoyo de conocidos y desconocidos. Creo que uno de los mejores favores que les podemos hacer a los libros es leerlos fuera de este circuito de publicidad en el que están condenados a nacer. Así pasó con Casas vacías y ahora queda esperar a ver si sucede con Ceniza en la boca.

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