Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

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Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Archivo Gatopardo

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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22
2022
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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

Mineros en la superficie: el furor de las criptomonedas

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Minar criptomonedas es un fenómeno extendiéndose en América Latina. Jóvenes emprendedores instalan “granjas” caseras con las que reciben ganancias extras que se traducen en dólares. Argentina es uno de los territorios más fértiles para esta actividad que consume una gran cantidad de energía. Con un futuro incierto y un presente volátil, son cada vez más quienes deciden transformarse en mineros digitales.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford

En 2022 era imposible prever nada, en un mundo atravesado por la pandemia, ante el posible comienzo de una nueva guerra mundial. Pero Fernando Gabriel Sosa cayó en la cuenta de que, cuando había alcanzado los veinticinco años, la edad en la que otros terminan una carrera universitaria, la palabra “criptomoneda” se había convertido no solo en una promesa, sino en un trabajo de tiempo completo. De todos modos, no le parece mal no haber ido a la universidad: los tiempos de una carrera, dice, son largos y no están aggiornados al ritmo de las finanzas actuales. Solo cree en la libertad individual, en ser su propio jefe sin que el Estado controle sus movimientos y en hacer negocios en la comunidad virtual. Y el minado de criptomonedas le permite todo eso.

Todos los días viaja sin moverse de su monoambiente en la ciudad de La Plata, a setenta kilómetros de Buenos Aires, Argentina, por un túnel de infinitos algoritmos, hacia los confines de las transacciones en red de todo el mundo. Su departamento de un solo ambiente está en el fondo de la casa de sus padres, que es una típica vivienda de clase media en un barrio de trabajadores, de casas bajas y patios con jardines. Su padre es abogado y su madre, docente jubilada. Fernando vive allí porque, entre otras ventajas, no paga alquiler y puede desplegar sin problemas su trabajo de minero digital.

Cualquier sitio —un living, un lavadero, un garaje, una habitación, un baño— le sirve a un minero de criptomonedas para instalar las computadoras que generan dólares a cambio de validar complejas operaciones matemáticas. Se les llama rigs (plataformas) de minería de criptomonedas. Según un ranking de la consultora australiana Finder, los países con mayor adopción de criptoactivos son Noruega, Rusia y Colombia, mientras que la Argentina ocupa la posición número veintitrés.

Fernando es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que se expanden cada vez más por América Latina. La mayoría son varones. Si bien existen corporaciones que realizan minado a gran escala en galpones colosales, cualquier persona puede hacerlo por su propia cuenta y generar una entrada económica si tiene servicio de internet y electricidad. Hace poco se supo de dos hermanos de catorce y nueve años que, con el apoyo de sus padres, ganan más de veinticinco mil euros al mes minando criptomonedas en Texas. Y el máximo héroe del ambiente es Vitálik Buterin, programador ruso de veintiocho años catalogado como una de las mentes más brillantes del siglo, quien como fundador de la criptomoneda Ethereum se convirtió en uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo. Buterin no empezó minando, pero representa esa ambición que los mineros no desconocen: poder convertirse en un empresario de las cripto a punto tal de tener una moneda propia.

Fernando es de los que piden disculpas por la pila de platos que están sin lavar en la pileta de la cocina. Se considera un maniático del orden. Allí, cerca de la cocina, tiene instalada parte de sus rigs. Los demás están en la casa de sus padres. Los rigs, asentados sobre estanterías de metal y con una utilidad estimada de tres años, parecen algo ominoso: no una computadora, sino desechos de una computadora con cables que vibran conectados al módem de internet. Al conjunto de estos se le llama “granja de minería”. La suya está en permanente movimiento.

—Mi granja se encuentra un poco aquí, un poco allá. Hasta tengo en casa de amigos. Me gusta expandirme y asociarme con otros, porque las reglas cambian a cada rato y lo mejor es ir sumando o sacando placas de video según el valor de las cripto —dice, con cierta euforia, mientras se rasca un piercing en una de sus orejas.

Vista de los circuitos internos y luces por medio de los cuales se validan complejas operación.

El zumbido de unos coolers marca el pulso de la granja: es tanto el aire caliente que genera un rig que necesita un sistema de refrigeración. En el centro se ubica la estrella del mecanismo, las placas de video —que son 80% de la inversión, por su alto costo—, diseñadas originalmente para cosas como los videojuegos para gamers, pero que en el minado son las que se encargan de procesar los cálculos matemáticos. Cada minero gana más cuanto más rápido resuelva los cálculos, y eso depende de la potencia que tenga su rig. El minero obtiene ganancias a partir de la validación de las transacciones: cuantas más transacciones valide, más gana. Es tanto el consumo de placas que hacen los mineros que los gamers se quejan por su progresiva ausencia en el mercado. Por el contrario, una empresa conocida de placas, Zotac USA, escribió recientemente en su cuenta oficial: “Orgullosos de que un ejército de placas esté hambriento de monedas”.

Fernando empezó —recuerda esta tarde de invierno de 2022, sentado en un sillón de la casa de su abuela que usa como oficina y donde atiende a sus clientes, a pocas cuadras de su monoambiente— casi como un juego, pasándose moneditas con desconocidos, de forma virtual. A los veinte invirtió en la compra y venta de criptomonedas —las más conocidas son Bitcoin y Ethereum— hasta que se dio cuenta de que además de comprarlas podía participar activamente del sistema y obtener un rédito por eso. Lo que se dice, en la jerga, “minar” criptomonedas.

Con el tiempo, sin haberlo proyectado, se convirtió en uno de los asesores freelance más buscados de Buenos Aires. Su oficio desmiente una opinión extendida: que solo alcanza con comprar un rig, pagar la factura de luz y seguir las operaciones por internet con un mínimo saber tecnológico. Pero no es tan fácil.

—Empecé a minar con desconfianza porque en las cripto hay mucha inestabilidad, pero a la larga empecé a ganar plata y en menos de un año recuperé mi primera inversión. Recuerdo que de un saque puse quinientos dólares, que eran todos mis ahorros. Luego asesoré. Cada vez hay más gente interesada. Hoy trabajo solo, armando rigs, y tengo una cartera de clientes, pero nunca dejé de ser un pibe de barrio —dice, seguro de sí mismo, con el tono que tendría un adulto que lo doblara en edad.

Fernando se define como inversor y minero de criptomonedas. Un minero sin cascos ni palas ni linternas, sino con clics, enchufes y conocimientos financieros. Un minero, dice, no hace transacciones, sino que las valida. La tecnología detrás de las criptomonedas se denomina blockchain —cadena de bloques—, que es una enorme base de datos. Según detalla un estudio del especialista Marcos Zocaro, la blockchain se puede imaginar como “un gran libro electrónico de actas donde se registran operaciones o sucesos, pero en lugar de existir un escribano que certifique estas actas una a una, esta validación la efectúan ciertos usuarios del sistema (mineros), sin necesidad de agentes externos o intermediarios. Los mineros reciben una recompensa por eso, en la misma moneda que minan. Esa ganancia se puede utilizar luego para hacer otras transacciones o se puede convertir a dólares, entre otras opciones”.

Así, se configura una red global y descentralizada: sin bancos, Estados ni territorios.

Se ríe nerviosamente, Fernando, y sabe que el lenguaje técnico parece describir una actividad de ciencia ficción.

—Leí que nos comparan con los narcos porque estamos paranoicos y hablamos casi en secreto. Como no facturamos ni estamos en el sistema tradicional, existe un gris. Pero es medio exagerado. Hoy vas a una parada de un colectivo y hay gente que habla de Bitcoin. En la red hay problemas matemáticos imposibles de resolver para un ser humano sin conocimientos. El minero, entonces, es un garante que valida las transacciones entre una wallet y otra, que son billeteras virtuales, para garantizar la seguridad y que no exista fraude. Y después de eso, se encarga de cerrar los bloques de la blockchain de una criptomoneda para que no se puedan modificar ni alterar en el futuro. Un narco hace daño con la droga, mientras que nosotros ayudamos a dar soluciones al sistema financiero.

Si existiera un corte de luz prolongado, todo el minado se echaría a perder. En su barrio no ha tenido problemas de energía. Le preocupa el verano, cuando los cortes son más frecuentes. Por un día sin luz pierde treinta dólares. Consume un promedio de 2 000 kWh al mes —que le cuestan 35 dólares—, cuando el promedio de consumo en los hogares argentinos va de 150 a 300 kWh mensuales.

—Cuando se corta la luz, solamente me encargo de que estén los estabilizadores de tensión en orden —dice, riendo y cruzándose de brazos.

Fernando Gabriel Sosa es uno de los miles de jóvenes autodenominados “empresarios digitales” que han incursionado en el furor de las criptomonedas.

Fue por diciembre de 2016, después de la Navidad. Fernando estaba aburrido, sentado a la mesa de la casa de su abuela, hasta que escuchó a su primo Lucas.

—Un amigo compra juegos de PlayStation 4 por medio de Bitcoins —dijo Lucas, de una edad similar a la suya.

—¿Bitcoins? —preguntó Fernando.

Le gustó cómo sonaba el nombre, pero no sabía que se trataba de una de las principales criptomonedas en el mundo. Lucas respondió que eran como moneditas, pero virtuales, y que cotizaban un montón.

—Antes valían centavos y algunos amigos hicieron mucha plata —dijo.

En los días siguientes, la palabra resonó en la cabeza de Fernando hasta que entró en Google. Tampoco había escuchado la palabra minero. O, mejor, la conocía, pero la asociaba a un operario que trabajaba bajo tierra. Tardó mucho tiempo en dominar el lenguaje cripto con palabras como blockchain, rig, trading, pero todo arrancó por el acto más democrático y banal: hacer una búsqueda en internet recolectando información, datos y tutoriales.

No entendía demasiado, pero empezó a ver en YouTube videos sobre temas financieros. Para darse impulso compró el libro El arte de hacer dinero. Una nueva perspectiva para desarrollar su inteligencia financiera, de Mario Borghino (Debolsillo, 2016). Y luego se anotó en un taller de desarrollo emocional —había leído que era necesario para ganar dinero— y cursó de manera virtual en una academia de Estados Unidos, aunque, al poco tiempo, descubrió que era una estafa. Hasta ese momento trabajaba en un delivery, haciendo repartos con su moto.

En los primeros meses de 2018, cansado de cursos que no llevaban a ninguna parte, se animó a crear un proyecto, un foro en la web que llamó “Forex Solidario”: allí compartió todo lo que aprendía sobre criptomonedas. Lo leían más de cien personas cada día.

—Mis amigos me ven en un pedestal, como el pibe genio de las cripto. Pero les explico que todavía hoy hago cagadas y me equivoco —dice, sin risas, sino tímidamente, y cuenta que le gusta bailar hip hop, jugar al fútbol y hacer pesas en el gimnasio, pero que la mayor parte del tiempo se la pasa encerrado, armando equipos, limpiando placas de video y “como un nerd que estudia sin parar los últimos movimientos del mercado y las nuevas innovaciones de la tecnología”. Veinticinco mil dólares, como monto total. Cuando lo nombra, le da cierto pavor. Con esa plata, en Argentina, una familia podría comprar una casa modesta. Él la perdió en el camino. Entre cursos malos, malas inversiones y estafas de socios.

—A mediados de 2018 pagué mi primer café con Bitcoin y me sentía una estrella de rock entre la pequeña comunidad que había creado.

En poco tiempo aprendió a crear un software de inversiones en criptomonedas. Hacía más de cien dólares diarios. Pensó: “Si comparto esto, me hago millonario”. Armó un evento. Y todo se fue a pique estrepitosamente. Casi la mitad del monto total de sus ganancias se evaporó en ese negocio. “Se perdieron diez mil dólares. Me apresuré, el software invertía de forma lineal en mercados que no son lineales. Avancé como loco y esto requiere estudio y más paciencia. Fue una trompada en la cara”. Apagó el celular y se encerró por dos semanas. Pero su pequeña ganancia en Bitcoins seguía creciendo aún sin que la hubiera movido. Trabajó a destajo en el delivery, juntó plata, luego lo dejó. Y entonces decidió viajar a Estados Unidos, el corazón del mundo financiero. Volvió motivado. Al regresar conoció a un chico de su barrio que sabía cómo minar criptomonedas. Le pagó trescientos dólares para que le enseñara.

—Aprendí de finanzas y tecnología a la par. Hoy ya me considero también un técnico en informática. Mi primo Lucas, con su comentario, me cambió la vida.

Fernando suele dar conferencias sobre criptomonedas e inversión por el país, en representación de su academia en ciernes, bautizada Cryptotango. En un par de años se imagina viviendo en Europa, dando charlas y proyectando una familia en el Viejo Continente. Pero las cripto, reconoce, viven realidades difíciles.

Hace unos meses, su madre miraba en la televisión que las noticias anunciaban un desplome inédito de las criptomonedas para mayo de 2022, con pérdidas que trepaban a doscientos mil millones de dólares. “¿Qué pasa, hijo? No entiendo”, le preguntó. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos había repercutido en las “inversiones especulativas”, como nombran a las cripto en los mercados globales. No era ninguna sorpresa: desde que irrumpieron, a partir de 2009, criptomonedas como Bitcoin y Ethereum no dejan de estar afectadas por el rumbo de la economía mundial —con cambios, en pocos meses, de hasta 50% de su valor—, aunque no están reguladas por ningún banco —excepto en El Salvador— y no en todos los países las aceptan como medio de pago, o incluso las consideran ilegales, como en China y Bolivia.

La madre de Fernando, mareada por tanta información, suele responder a los vecinos: “Ahí está el nene, trabajando con eso de los Bitcoins y las computadoras”. El nene, en el último tiempo, cambió la moto, se fue de vacaciones varias veces y compró monedas, insumos de computación, celulares nuevos y una MacBook. A mediados de 2022 llevaba acumulada en criptomonedas una ganancia cercana a los diez mil dólares. Una ganancia que, pese a las tempestades financieras, no piensa cobrar ni vender, aunque Argentina haya alcanzado uno de los índices más altos de inflación de América Latina. Fernando no se desespera: puso un staking, suerte de plazo fijo en criptomonedas.

—Diría que gano cinco o seis veces más que mi mamá y quizás unas dos o tres veces más que mi papá. Aunque nunca lo vivo como una competencia.

Tiene un hermano que es médico, que cada tanto le pregunta y compra alguna cripto con una mínima inversión. Hoy asesora a más de sesenta clientes fijos y a todos les repite lo mismo: si alguien quiere recuperar pronto lo que invierte, está perdido.

—Las criptomonedas son volátiles y pasan de subir a caer en poco tiempo. A fines de 2021, un Bitcoin llegó a valer setenta mil dólares, y hoy está en veintiún mil. Pero es una apuesta de inversión a mediano y largo plazo, porque el peso argentino está cada vez más bajo, y ahorrar en dólares es caro y engorroso. Las cripto son una realidad de clase media, clase media alta. Casi como una reserva de valor. Pero no falta mucho para que el pueblo la conozca.

—¿Lo ves realmente así?

—Es el dinero del futuro. Mañana toda operación será digital. Este mercado recién empieza y las cripto llegaron para quedarse. Mi sueño es el de fundar una criptomoneda, con un gran proyecto detrás. Y cambiar la realidad de muchos, para que vivan mejor en este país.

Placas Radeon RX 5500 XT de 8 GB, parte de una granja de minería que está siempre en movimiento.

***

—Pasen, pasen. Les voy a mostrar mi granja.

Apenas se entra a un pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, se ve la granja del informático Gonzalo Fernández Puga en un costado lúgubre del living: unas luces azules, verdes y rojas que parpadean entre cables conectados a un esqueleto metálico y unos soportes de madera que semejan una biblioteca, pero que, en vez de libros, parecen cobijar el organismo de alguna criatura artificial. En el siglo XXI, una granja es un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada, casi asfixiante.

Cada vez que dice la palabra “granja”, Gonzalo se ríe, con algo de pudor.

—La granja está enchufada veinticuatro horas por siete días a una fuente especial de energía. No la apago nunca. Si la desenchufo, muere, y dejo de minar.

En electricidad tiene un gasto mensual de veintitrés dólares, cuatro o cinco veces más de lo que gastaría como usuario normal. En la Argentina la energía está subsidiada por el Gobierno nacional, y mantener el rig de minería es mucho más barato que en otros países de la región, donde costaría el doble o hasta el triple. Por eso, en los últimos años se han radicado en el país grandes granjas de minería. Bitfarms —un gigante de la industria, fundado por dos argentinos, que gana 435 000 dólares diarios con ocho granjas de criptomonedas en América del Norte— anunció que montaría una operación en Río Cuarto, Córdoba, donde calcula instalar 55 000 equipos mineros. Pero las corporaciones parecen guardar secretos: todavía no se sabe en qué lugar operarán.

—Lo mío es de economía familiar al lado de esos grandes monstruos —dice Gonzalo, en voz baja.

Se calcula que entre 3% y 5% de la población argentina ya tiene alguna parte de sus ahorros en criptomonedas. “Hay 68 000 millones de dólares de argentinos que están volcados en criptos”, graficó el analista económico Damián Di Pace en un estudio reciente. Pero no es un fenómeno masivo. A pesar de que el país duplica el promedio latinoamericano en operaciones de compra de criptomonedas, apenas 32% de los argentinos se considera informado sobre el tema, según una encuesta de la consultora de investigación digital Opinaia. Mientras tanto, 84% de los nacidos entre 1990 y 2000contestaron que comprarían criptos. Gonzalo parece una excepción a la regla: tiene 52 años.

Las empresas que asesoran en criptomonedas promocionan un rig como algo fácil y listo para usar. Lo cierto es que cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede empezar a minar con un kit mínimo: placa madre, procesador, memoria RAM, fuente de poder —que provee de energía a todo el conjunto—, un dispositivo de almacenamiento —con una USB de 8 GB es más que suficiente— y una placa de video. Se estima que el equipo completo más barato, mínimo e indispensable ronda entre 600 y 1 200 dólares, pero para ganar potencia —y capacidad de minado— hay que tener equipos de más del triple de valor, capaces de gastar cerca de tres mil vatios por día en energía.

—No me considero granjero ni minero. Las que minan son las máquinas.

Señala unos gráficos en su laptop, en los que sigue la evolución del minado en una suerte de pizarra virtual, de fondo negro y curvas infinitas.

—Enloquecés si le dedicás mucho tiempo. Me meto a revisar en la mañana y al final del día —dice, explicando que trabaja como analista de sistemas en una oficina pública, de donde obtiene su ingreso estable.

Existen miles de criptomonedas, pero son pocas las que poseen valor. Las más conocidas son Bitcoin, Ethereum y Binance Coin. Después de un desplome mundial de las criptomonedas, a mediados de 2022, el valor de un Ethereum pasó, en tres meses, de 3 290 dólares a 1 180. Y el Bitcoin pasó de cuarenta mil a 21 065, casi la mitad de su valor.

Gonzalo dice que casi se infarta con el desplome. Los medios empezaron a hablar de criptocrash, y dice que tenía los ojos inyectados en sangre de tanto mirar la pantalla y apretar F5 cuando vio que los Ethereum bajaron de dieciséis a tres grados de su valor en bruto en unos días.

—Las cripto dependen de la política internacional. Me dieron ganas de cruzarme a Putin y mandarlo a tocar el arpa por la guerra de Ucrania, que está destruyendo los mercados. El mundo de las cripto no es tan independiente del dólar, y los grandes inversores están también en Wall Street. Y encima en Argentina renunció el ministro de Economía y el dólar paralelo subió a casi trescientos pesos en una semana. Un combo explosivo.

El departamento donde vive es uno de esos modestos hogares obreros, de dos habitaciones, que construyó el sindicato de Luz y Fuerza y que su padre, empleado de la empresa estatal de energía, compró en cómodas cuotas. Gonzalo lo heredó y lo usa para minar. Allí tiene instalada su oficina: tres rigs con ocho placas de video. La inversión inicial fue de cuatro mil dólares en julio de 2021, y aún no ha podido recuperarla. Hasta el momento, lleva ganados 0.05 Bitcoins y 0.50Ethereums.

—Hoy son 1 600 dólares, y hace dos meses eran cuatro mil —dice el informático.

Gonzalo mina la criptomoneda Ethereum, que no es la mejor en el mercado, pero sí la más barata para minar entre costos y beneficios. Para minar Bitcoin, que es la primera en el ranking, se necesita un equipo llamado ASIC, que tiene un costo mínimo de 9 500 dólares. En su departamento consume demasiado wifi: puso cien megas y funciona bien. Más que un inversor, se ve como pequeño ahorrista.

—No me metí en las cripto para hacerme millonario. Es una apuesta a largo plazo, pero el día que vea que no me rinda, vendo todo enseguida. No voy a arriesgar la heladera ni lo que necesitan mis hijos por esto.

En el siglo XXI, esto es una granja cripto: un nido de cables conectados a internet en una habitación oscura y cerrada.

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Todo empezó en 2008, con el protocolo desarrollado por Satoshi Nakamoto, el misterioso creador —algunos creen que no es una persona, sino varias— de Bitcoin, la criptomoneda que inició la tecnología blockchain. Un Bitcoin valía, en sus inicios, 0.006 dólares. Es dinero digital: invisible. Sin el control de ningún Estado ni banco, no tiene respaldo ni garantía. Además, no es infinito: al llegar a los veintiún millones de unidades, en el año 2140, la criptomoneda desaparecerá, según lo decidió el mismo Nakamoto cuando la creó.

“Nada del mundo sería posible sin el dinero, pero desde hace dos mil años no existe casi ninguna innovación”, explica por WhatsApp el periodista y tecnólogo Santiago Bilinkis, en una pausa de su agitado trajín. “En China se inventó el papel moneda en 1200, que inicialmente tenía el respaldo del oro. A comienzos de los setenta, ese respaldo se eliminó en el mundo. Hoy asistimos al fin del dinero en efectivo. La revolución del Bitcoin es que Nakamoto encontró un mecanismo para que alguien pueda dar un bien digital a otro, y que en el mero acto de darlo no lo tenga más y no haya vuelta atrás. Por eso es un sistema descentralizado, inviolable e imposible de hackear”.

Una fortaleza virtual. Cada vez que alguien quiere comprar un Bitcoin o Ethereum o cualquier criptomoneda, lo primero que hace es ir a la blockchain de la moneda y verificar quién es el dueño. De inmediato se cambia la propiedad para registrarla con su nuevo nombre. No hay chance, dice Bilinkis, de que se puedan falsificar las cripto porque están repartidas en miles de computadoras. Los que defienden las criptomonedas hablan de un mundo transparente, donde todo funciona por consenso y no se puede borrar ni modificar el pasado ni tampoco operar fuera de las normas de la propia red.

Los primeros intercambios de criptomonedas de Gonzalo fueron en bares: se encontraba con desconocidos, compraba o vendía, pero siempre cara a cara y no por la web, como lo hace ahora. Hoy dice que sigue existiendo un halo de organización secreta: conoce familias que minan en sótanos, conectadas de manera ilegal a la electricidad, para no pagar. Y hasta a un inversor que colocó una granja dentro de un container, en la terraza de un edificio, sin que nadie sepa su identidad.

Él empezó a minar en 2013 y luego asesoró a un grupo de inversores, pero en realidad tiene a un consultor propio: su hijo Lautaro, de diecisiete años. La habitación de Lautaro, en el piso de arriba de la casa familiar, es pequeña y parece la de un gamer: una silla ergonómica, pantallas que atraviesan la cama y auriculares gigantescos. Es un sábado de comienzos de 2022 y la única preocupación de Lautaro pasa por saber si en su escuela privada le van a permitir apoyar en el piso la bandera papal que llevará como abanderado en un acto por el Corpus Christi. No quiere lastimarse los hombros con el esfuerzo.

Le gustaba jugar a los videojuegos, sobre todo al Fortnite y el CSGO, y en este último fue comprando y vendiendo armas virtuales con un valor en pesos y dólares. Así obtuvo sus primeras ganancias. Al tiempo empezó a minar con su padre, se compró una placa de video y estudió matemáticas y tecnología de forma autodidacta, por la web. Con su padre, en el minado está sacando cerca de 150 dólares por mes. Más que su madre, que es profesora de matemáticas. Para el último cumpleaños de ella, con la plata ahorrada de las cripto, le regaló un celular. Medio en broma, medio en serio, sus tías le pusieron un mote: “el Bill Gates de la familia”. Y eso que Bill ha despreciado las cripto: “Están basadas en la teoría del más tonto”, dijo.

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En julio de 2020, el influencer argentino El Minero Sudaka subió a YouTube un video de diez minutos bajo el título “Cómo hice yo? Cuántos dólares gano con la minería de criptomonedas, te lo cuento!”. Tiene casi dos millones de vistas. “Quiero empezar por disculparme por la calidad del video, porque estoy grabando desde mi celular”, relata mientras graba su granja de minería. No muestra su cara, sino sus manos exhibiendo pantallas, gráficos, cables y fuentes de energía. “Hay mucho cablerío, ya sé, tengo que ordenar eso, pero bueno, como es un rig de minería, tampoco importa mucho”, explica.

Asegura que estaría ganando diez dólares al día si se decidiera a vender sus Bitcoins. Pero no lo hace. No invierte: solo guarda lo que gana, como aquellos viejos ahorristas que ponían los billetes debajo del colchón, salvo que ahora se trata de una billetera digital. Ese es el manual del perfecto minero, lo que suele hacer la mayoría. “Aguantar el invierno y esperar el próximo ciclo alcista”, dijo en junio de 2022 en su Instagram, en el que tiene diecisiete mil seguidores.

El Minero Sudaka nunca termina de contarlo todo. Entre los siete mil comentarios del video de YouTube, alguien escribió: “No entendí al final cuál fue tu ganancia neta en ese mes descontando electricidad y también estaría bueno saber cuánto te costó todo el aparataje que usas para minar”. Él no contestó.

El diario argentino La Nación publicó en junio una crónica en la que mostró el lado B de las criptomonedas. Allí se contaba cómo unas 1 800 máquinas trabajaban sin descanso en un galpón gigante en las afueras de Río Grande, en la provincia austral e inhóspita de Tierra del Fuego, y según el gobierno provincial eran las culpables de la falta de energía en la provincia. Un triple beneficio —clima frío, ley de promoción industrial y energía subsidiada— amparó su desarrollo. Empresas que ensamblaban electrodomésticos y celulares se convirtieron en socias para minar criptomonedas, como Cryptopatagonia. En otro informe también se advierte sobre otro aspecto: se cree que más de 150 mineras en Argentina funcionan “en negro” en parques industriales. Pero nadie aún lo pudo certificar.

Bilinkis no desconoce los riesgos del minado a gran escala y no le parece mal que se regulen, pero habla de las criptomonedas como un efecto positivo de la pandemia. En un curso reciente, en el que ponderó la importancia de “ser flexibles e innovar en la era digital”, dijo que las criptomonedas son una de las cuatro tecnologías que cambiarán la vida de los humanos en los próximos diez años, junto a la inteligencia artificial, la mixed reality y la biología sintética: “Si sos inversor de corto plazo, las cripto no son para vos, porque el precio es lo de menos. El tema es la tecnología y el dinero digital del que nadie puede excluirte ni regularte, que está por fuera de gobiernos”.

Gonzalo Díaz, de veinticinco años, cuerpo pequeño y de músculos marcados por el crossfit, pelo aireado en ondas y barba de candado, se frota las manos en su sillón ejecutivo y dice:

—Es como una estufita. Te mantiene el calor en todo el ambiente. Pero en verano te querés matar.

Es una tarde fría de invierno y frente a él no se ve un sistema de calefacción, sino una serie de esqueletos de computadora. Los motores están funcionando a pleno.

—¡Arden! Ellos son los rigs de minería que vendemos. Los tenemos en exhibición, y mientras tanto aprovechamos a que minen —cuenta, con tono de empresario cool.

Gonzalo, asesor especializado en criptomonedas, abre su ascética oficina, moderna y ordenada, de luces blancas que enceguecen y música electrónica que escucha su secretaria, una joven rubia que obsequia a los clientes un encendedor que dice “Rigs La Plata”. En un rincón se acumulan cajas con placas de video, ventiladores de PC y memorias RAM.

Desde este tercer piso de un edificio inteligente de Buenos Aires, Gonzalo observa el pulso del centro de la ciudad. En su mesa, rodeada de pantallas, pequeños volantes dicen: “El futuro está en tus manos. Un equipo promedio de minería actualmente genera entre el 5.5% y el 10.5% mensual en dólares!!!”.

Rigs La Plata es una empresa especializada en criptos. Gonzalo es uno de sus dueños, con otros socios. Ahora, con las criptomonedas en baja, dice que es el mejor momento para entrar en el negocio: comprar para que, en el futuro, cuando suban, se maximicen las ganancias.

No desconoce que la experiencia puede ser aterradora. Hubo quienes perdieron todo, como el periodista de la BBC Monty Munford, que contó en una nota cómo le robaron treinta mil dólares en un abrir y cerrar de ojos. Había deja - do su clave en el borrador de su correo electrónico. Y esa fue la llave para los ciberasaltantes.

—Es fácil perder criptos si uno es descuidado. La seguridad es fundamental. En las criptos somos nuestro propio banco y hay que proteger el doble las claves privadas, porque no es que podemos recuperar la moneda si se extravían —enfatiza Gonzalo, y sobre sus conceptos se asoma una amenaza: nadie sabe del todo quiénes son los que están detrás del negocio.

El informático Gonzalo Fernández Puga, en su pequeño departamento familiar del barrio Hipódromo de La Plata, Argentina, junto a su granja de minería.

Como en el mundo cripto sobrevuela el anonimato, Gonzalo se pasa el día fiscalizando el alto volumen de fake news que circula en la web. Cuenta que hasta medios conocidos, como Ámbito Financiero, erraron en informar la caída de una cripto, poniendo USDT en vez de UST, que hubiera sido lo correcto. Se equivocaron en una letra y algo así, se lamenta, puede tambalear el mercado.

—Es algo tan novedoso y cíclico que es muy fácil meter la pata. Los clientes pueden asustarse por el desplome, pero ahí estamos nosotros, casi como guías espirituales, porque los mercados se manejan por sentimientos —dice, y la mirada se pierde en un punto de la computadora—. Mirá, un artículo dice que cerca del 3% de la población mundial tiene hoy alguna cripto. Eso da cuenta del desarrollo que falta. No hay chance que eso colapse pronto.

Es, sobre todo, autodidacta. Habla con cautela y reserva: no responde cuánto dinero lleva ganado en criptomonedas ni cuántos clientes tiene. Lo primero que les dice cuando llegan a su oficina es que no pretendan ganar dinero fácil: la mayoría de los fraudes se produjeron cuando una cripto no estaba respaldada por un “buen proyecto económico”. Gonzalo no solo se dedica a la minería, sino también al trading, que es básicamente vender y comprar las cripto en un mercado. Lo hace a través de distintos exchanges, bancos de criptos que operan de manera virtual.

Se dice un eslabón clave entre el usuario y la red: es quien programa el sistema operativo para funcionar en una computadora y comenzar a minar. No cualquiera, afirma con ceño fruncido, entiende el “ecosistema” cripto. Él entrega los rigs listos para enchufar. En su casa tiene una pequeña granja, en la pieza de su hermano. Gonzalo todavía vive con sus padres. Cursó hasta tercer año de Economía, pero lo dejó. Dice que estudia ahora más por su cuenta que cuando estaba en la universidad.

—A las cripto las dan por muertas todos los días. Hasta mi viejo, que es contador, tiene recelo. Pero cuando ve cómo armé mi empresita, se queda sorprendido —dice, con algo de falsa modestia.

Su empresa también ofrece servicios de cambio. Las transacciones para retirar criptos o cambiarlas por dinero legal no son rápidas, pueden tardar días. Y acelerar el trámite es costoso. No le gusta pensar en una salvación. Está acostumbrado a leer artículos periodísticos que plantean un viejo dilema: “¿Las criptomonedas son el futuro o una inmensa burbuja especulativa?”. La respuesta, dice Gonzalo, por ahora no existe. Recién ahora siente que hay un mercado en expansión, apoyado por empresarios como Elon Musk y con inversiones millonarias como las de Mercado Libre, una de las empresas top en Argentina. En el país, incluso se crearon cajeros electrónicos con cripto - monedas y la primera tarjeta cripto para comprar en cuotas. Pero en el medio, otras cosas caen, como la plataforma de préstamos en criptomonedas Voyager Digital, declarada en bancarrota; criptoactivos que desaparecen, como la burbuja especulativa Axie Infinity, o el par Terra Luna —cripto que llegó a rematarse a menos de un centavo en un mes—. El Banco de Pagos Internacionales dice que “las cripto no son dinero sano”, mientras que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aún no reconocen su legitimidad. La Unión Europea anunció una regulación para el año 2023, lo cual anularía la promesa original de las criptomonedas como una alternativa descentralizada y anónima a las monedas fiduciarias.

Mientras, avanzan en el mundo publicitario. En Argentina, las criptomonedas ya están auspiciando el torneo de fútbol de primera división, llamado Torneo Binance. En el mundo, la Fórmula 1 tiene el aval de Crypto.com, una de las exchangesmás famosas.

—Con las cripto no es cuánto voy a ganar, sino cuánto estoy dispuesto a perder —repite Gonzalo como un mantra, y asegura que ya convenció a casi 80% de su círculo de amigos y familiares para que inviertan.

Se anima. Levanta el tono.

—Las cripto están en boca de todos. Hace poco, un empleado de una empresa de internet me vino a instalar el módem y me dijo que cada día ve más rigs en las casas. Casas de familias de profesionales, no de clases bajas, por el momento.

Según cálculos de Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el minado de Bitcoin en el mundo consumía, a principios de 2021, unos 121.36 TWh, más energía que el consumo de toda la Argentina, que es de 121 TWh. En Argentina, el minado de cualquier criptomoneda no deja de ser ventajoso ante una tarifa eléctrica subsidiada y en pesos contra una ganancia diaria en dólares. Aunque, de acuerdo a los economistas, la suba en el precio de las importaciones encareció los componentes de un rig y hubo escasez y demora que endeudaron a unos cuantos inversionistas.

—¿No te preocupa la electricidad?

—Al lado de otras industrias, no es un problema ambiental. Los pequeños mineros no molestamos. Hay que ver qué pasa con las grandes granjas, porque si un pueblo se queda sin energía, no está bien. En algunas provincias argentinas, como Chaco, empezaron a minar con paneles solares. Es una buena opción.

Gonzalo se levanta de su silla ejecutiva y, sin perder su aire jovial, dice que no tiene miedo.

—No pienso que todo pueda desaparecer en una gran nube cósmica. Las cripto están protegidas por cada vez más millones de personas que entre sí crearon un sistema único, autónomo, que depende de la confianza mutua. No falta mucho tiempo para que entre en la Bolsa de Valores.

Con las cripto se siente parte de una gran comunidad. “No es algo snob ni un discurso vacío”, aclara, y no quiere quedar encasillado en una mera experiencia new age. La entiende como una rebelión de los jóvenes, organizada en blockchains y no en consignas partidarias, en anónimas validaciones en red para construir un sistema y no en mar - chas ni protestas sindicales. Jóvenes que no quieren cumplir horario en el trabajo con jefes que respiran en la nuca, que usan un sistema un poco anárquico, un poco liberal, un poco hazlo-tú-mismo-que-puedes-progresar.

—Es una nueva libertad financiera, en definitiva.

Mira el celular y dice que tiene una juntada con amigos, con los que le gusta verse, pero cada tanto, porque tiene poco tiempo. Esboza una ligera sonrisa y camina hacia la oficina de su secretaria, donde la música electrónica es un eco sordo que rebota en las paredes. Antes de despedirse, dice que, ante las permanentes estampidas de las cripto, debió diversificar su empresa: también vende celulares, insumos tecnológicos y hardware de alta gama

Gonzalo Díaz, entusiasta del mundo cripto, sostiene en sus manos una placa AMD 5700 XT que utiliza para minar cripto.

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Esta historia se publicó en la edición dedicada a “La revolución tecnológica“.

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