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Joseph Uriel Mis Trujeque, Cruzito, arriba de su bicicleta <i>low rider</i>.
Oxkutzcab se caracteriza por ser una Golden Gate entre Estados Unidos y Yucatán, un lugar en donde la cultura gringa se encuentra y mezcla con la tradición maya.
Es una tarde común en Oxkutzcab, uno de los 106 municipios de Yucatán. Estamos en la plaza principal, con su quiosco, los vendedores de naranjas —o “chinas”, como se les conoce de este lado del país— y familias que abandonan la iglesia luego de acudir a misa. En “los bajos” del palacio municipal hay una convención que desentona con la postal dominical: gorras tipo snapback, pantalones anchos, jerseys de equipos de beisbol gringos y bicicletas low rider. Son los “choleros” yucatecos, un híbrido cultural que nace como consecuencia de los altos índices de migración a Estados Unidos que registra Ox.
En las historias de quienes deambulan por su parque y comisarías, se puede percibir el impacto de la cultura chola, pero también el arraigo de sus raíces mayas y el sólido sentido de pertenencia y comunidad. Oxkutzcab es un sitio en donde los panuchos y salbutes comparten menú con cheeseburgers y chicken pad thai preparados con recetas aprendidas a miles de kilómetros, en alguna de las cocinas en donde el yucateco se busca —y juega— la vida al otro lado del Río Bravo.
Entre jóvenes y no tan jóvenes reunidos en torno a una docena de “biclas tumbadas”, se encuentra “Cruzito”, tatuador y grafitero de 26 años que acudió al evento para exhibir su trabajo. Son las 12 del día en el pueblo y a los “riders” del parque comienza a darles “sed de la mala”, por lo que las idas y venidas a la tienda de conveniencia son constantes, así como el clac, clac de los “misiles” de XX Lager, antídoto infalible para mitigar los casi 50 grados de sensación térmica que caracterizan a las lajas yucatecas.
Luego de un buen trago del elixir, Cruzito, también conocido como Joseph Uriel Mis Trujeque, comparte los motivos que lo convirtieron en un artista urbano.
Su interés —explica— se detonó a partir de la cultura chicana que ha impregnado a la gente de su pueblo, pues según cifras del Instituto para el Desarrollo de la Cultura Maya (Indemaya), son más de medio millón de yucatecos los que residen en Estados Unidos, tres cuartas partes de ellos sin papeles. Ahí, en el “norte” —indica— la influencia de estos grupos es fundamental en la formación de la identidad del migrante y su supervivencia.
“Tengo familiares que estuvieron en Estados Unidos bastantes años y al regresar trajeron esta cultura que es con la que fuimos creciendo y criándonos”, comentó el artista a varios metros de unas bocinas que “reventaban” mezclas de las “rolas” de Cypress Hill, Snoop Dogg, Tupac Shakur y otros exponentes del rap de la década de los noventa.
Fue precisamente para esas fechas cuando se lanzó la película Sangre por sangre, un drama chicano que le valió su apodo a Cruzito, personaje interpretado por el actor Jesse Borrego.
Contrario a creencias populares, la ideología de un cholo yucateco es diametralmente distinta a la de uno “del otro lado”. De ese lado (en “el gabacho”) —detalló—, todo se concentra en hermandad, color y raza. En cambio, cuando regresan a Yucatán se encuentran con divisiones, ya no de raza, sino de territorio: “Los sureños van con los sureños; y los norteños con los norteños”, sentenció en referencia a los barrios en los que se divide el municipio.
“San Juan, San Esteban, San Antonio, J.J. Pacho, todas esas colonias son sureñas. Al nacer acá, por defecto, ya eres sureño y tienes bronca con los norteños”, pormenoriza el artista urbano sobre los territorios que componen su pueblo.
Para él, eso no debería ser así, pues en Estados Unidos esta situación tiene más que ver con la raza, lo que —opinó— refuerza lazos culturales. Es bajo esa ideología que Cruzito decide iniciarse en el arte de la tinta.
“Uno de mis primos, recién deportado de Estados Unidos, al ver mis dibujos me dice ‘oye vato, tatúame’ y yo le digo que chale, que no sé tatuar; y me dice ‘no hay pedo ese, vente a la casa y te enseño cómo se hace la máquina’. Yo tenía 12 años cuando hice mi primer tatuaje”, comparte bajo el quiosco del parque entonando un acento chicano consecuencia del bagaje cultural al que ha sido expuesto.
“Tengo parientes nacidos ahí y esa es su vida cotidiana. Cuando vienen de visita, ya traen eso hasta en su forma de hablar; hablan entre inglés y español. Es algo que se contagia y uno por querer ser como ellos, empieza a copiarles”, reconoció.
Desde que “lo agarró” [el oficio] el recién debutado tatuador dijo “de aquí soy” y poco a poco fue haciéndose de equipo profesional para “marcar”; primero a la gente de su barrio, después a la de todos los barrios de Oxkutzcab, y posteriormente a personas de otros estados que lo buscan por su talento en el estilo chicano. Conforme crecía su popularidad, los colores que dividen el norte y el sur fueron difuminándose bajo la aguja del ahora maestro de la tinta.
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Hubo un tiempo en el que Cruzito perteneció a las pandillas de Ox, cuando el movimiento era más evidente en sus calles y estos grupos solían matar (literalmente) en defensa de su territorio. Poco a poco, se dio cuenta de que no era la vida que quería y fueron los mismos pandilleros quienes lo convencieron de salirse: “¿Si no quién los iba a rayar?”, dijo entre risas en su estudio y galería Hunab Ku, en donde también hace grabado, aerografía, carpintería y las esculturas de unicel que lucen los carros alegóricos durante los carnavales del pueblo.
El tatuador es uno de los fundadores del colectivo Sureste Crew, agrupación multidisciplinaria cuyo objetivo radicó en un principio —por ahí del 2014— en unificar a los barrios de Oxkutzcab a través de la música y el arte. Cruzito festeja mientras escuchamos sus canciones en YouTube, que se logró el objetivo: nadie ha muerto a causa de estos líos desde la implementación de la iniciativa.
Uno de los factores a los que Cruzito atribuye la disolución de las pandillas en Ox es al arribo de la droga conocida como cristal y otras que “han perdido a la banda”. Para ellos —condena— “el barrio ya no es primero, solo se dedican al vicio y trabajan para obtenerlo”. Esto —aclara— nada tiene que ver con la migración, pues la aparición de nuevos grupos del crimen organizado es el fenómeno que llena las calles de estas sustancias.
Ser cholo —subrayó— se basa en el respeto que una persona pueda reflejar. “Es alguien que siempre está preocupado por su gente, su familia y su ‘clica’. Para quienes habitamos Oxkutzcab, ¿cómo te explico? si estás en Estados Unidos ya eres de otro rango, eres otro pedo; y mucha gente actualmente se está yendo, no por dinero, sino porque les gusta más la vida de ahí. Yo la neta no le encuentro mucho sentido a eso”.
El padre de Cruzito, don José Mis interviene en la conversación trayendo consigo una botella de Coca Cola de dos litros para acompañar los relatos de sus viajes “al norte”. Fueron dos, el primero para pagar su boda; y el segundo para mejorar su casa, la cual se erige entre paredes que lucen las cicatrices del pandillerismo y la necesidad de expresión mediante el arte.
Al migrar a Estados Unidos —cuenta— los yucatecos suelen coincidir en un objetivo: la adquisición de bienes, la mejora de su vivienda o una camioneta para optimizar sus actividades citrícolas. También están de acuerdo en que hay muchas tentaciones ahí: “Hay gente que conozco que lleva 10 o 15 años y hoy no han terminado ni un cuarto. La vida de [allá] es más cara y, según ellos, mejor; así que se conforman con mandar menos de la mitad de su sueldo”.
Al grafitero Cruzito todavía lo topan en la calle para preguntarle: “¿Y tú cuánto tiempo hiciste en el ʻgabacho?ʼ”, por su pinta. La realidad es que él está decidido a nunca migrar; su objetivo es continuar plasmando sus sueños enlatados por las calles de su estado y país; contribuir a la desmitificación de la figura del cholo; demostrar el talento de la calle y unificar los barrios de Oxkutzcab por medio del arte callejero.
***
Otro exponente es el rapero Chepe, oriundo del municipio de Peto, pero avecindado en Oxkutzcab. En las gradas del parque, ya entrada la noche, el rapero mayahablante relata cómo experiencias “en pellejo ajeno” le han inspirado a escribir una canción dedicada a los paisanos que migran a Estados Unidos. Con esta pieza —dice— transmitirá un mensaje de esperanza para su gente del otro lado.
"Soy originario de Peto, Yucatán, mejor conocido como 'corona de la luna'. En 2010 surgió la idea de hacer rap en español, y de ahí mismo la de hacer rap en maya. Al principio, me limitaba a hacer rap en español, siendo un artista local sin moverme mucho de mi comunidad. Sin embargo, en 2011 surgió la idea de hacer rap en maya y escribí mi primera canción en ese idioma”, recordó.
Enfundado en los tenis Air Force One que adquirió en el mercado local, el Chepe compartió que la primera vez que hizo rap en lengua maya fue para la radiodifusora de Peto (Radio Xepet) para su aniversario del 29 de noviembre: “Me di cuenta de que el rap en maya era algo genial cuando vi la reacción positiva de la gente al escuchar mi primera rola. Fue impactante ver cómo respondían de manera tan positiva. Eso me llevó a darme cuenta de que este era mi camino en el rap”.
Inspirado por sus amigos —considerados hermanos— que también se dedican a disciplinas traídas del “gabacho”, como el break dance y el skate, El Chepe fue adentrándose en la escena estatal del hip hop, cultura a través de la cual difunde el orgullo que siente por sus raíces e idioma: “Quiero mostrar la belleza y la riqueza de la cultura maya en mis videos y letras, destacando aspectos como la artesanía, la agricultura y la evolución del rap en maya”.
“El tema de la migración es algo presente en nuestra comunidad, y conozco a personas cercanas que han emigrado a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. He escuchado muchas historias sobre los desafíos y sacrificios que enfrentan los migrantes, lo cual me ha inspirado a escribir una canción sobre el tema”.
"Corre por tus sueños" es el nombre de esta pieza, que habla sobre la lucha y los sacrificios que enfrentan los migrantes en busca de un futuro mejor. Con esto, el artista pretende transmitir un mensaje de esperanza y fortaleza a aquellos que se encuentran en esa situación, “recordándoles que no están solos y que el camino puede ser difícil, pero vale la pena luchar por sus sueños”.
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El mercado de Oxkutzcab es uno de los lugares —además de las comisarías— en donde se hace evidente la influencia de la migración. En sus espacios, los locatarios ponen a la venta indumentaria relacionada con lo cholo. Gorras de equipos de beisbol y jerseys son portados con orgullo por los empresarios citrícolas que descienden de sus “trocas” cargadas hasta el tope de huacales con limón, naranja y mandarina.
En los alrededores del pueblo se puede hallar una inusual variedad de restaurantes que ofrecen desde la tradicional comida yucateca hasta comida estadounidense, china y tailandesa, convirtiendo a Ox en una auténtica embajada culinaria; “un paseo del paladar por la gastronomía internacional”, asegura el recepcionista del hotel Puuc, uno de los más famosos de esta demarcación al sur de Yucatán.
Entre esos establecimientos figura el restaurante Rex, que da la bienvenida a sus comensales con un sobredimensionado cuadro del puente Golden Gate. El menú de este peculiar negocio despierta la curiosidad de propios y extraños, pues, además de los platillos comunes, saltan a la vista otros elaborados, por ejemplo, con curry rojo e ingredientes que ya no resultan tan extraños para los paladares locales.
También está el Limba, en donde tras una década en cocinas de San Francisco, el chef Eduardo Dzib Vargas ofrece gran variedad de platillos tailandeses.
“Fui jefe de cocina en tres restaurantes”, dice antes de enumerar los lugares en los que se desempeñó: “Potrero Hill, el distrito Embarcadero y Ghirardelli Square”. En Oxkutzcab —manifiesta— hay, por lo menos, seis restaurantes de comida tailandesa, por lo que innovar en este tipo de cocina es esencial para sacar adelante su proyecto con el que busca brindar a la población “el pedacito de San Francisco que traje conmigo”.
Más allá de la urbe en donde se tejen estas historias con los éxitos y fracasos de una comunidad asediada por el imperialismo cultural, se encuentran las comisarías de Oxkutzcab, sitios en donde la pobreza propia de los años noventa cimbró con mayor fuerza, obligando a sus habitantes a buscarse la vida al otro lado de las barras que dividen la frontera y las estrellas que adornan los uniformes de quienes miran con recelo a los intrusos.
Tal es el caso de Xul, a 30 kilómetros de la cabecera municipal, a donde nos dirigimos para constatar —aseguran— “el verdadero rostro de la migración”. Las comisarías son localidades pertenecientes a los municipios en Yucatán, y Oxkutzcab cuenta con ocho de ellas: Emiliano Zapata, Xohuayán, Yaxhachén y Xul; además de Techoh, San Anselmo, Kemic y Xobenhaltún. El camino para llegar a ellas es angosto y está rodeado de árboles ya secos en esta época del año.
En la carretera nos rebasa la estela de polvo trazada por los neumáticos de una potente motocicleta Italika 150Z nos da la bienvenida a este poblado de poco más de mil habitantes. Al principio, en la entrada, la calle se mira angosta y está flanqueada por viviendas a la usanza tradicional, de guano y bajareque. No obstante, el corazón de Xul guarda los frutos de un fenómeno que ha traído prosperidad y pesares al pueblo: un éxodo cuyas implicaciones han mutado a la par de diplomacias y políticas.
Las ausencias casi pueden respirarse en las calles de esta comisaría desprovista de jóvenes, a miles de kilómetros en la “tierra prometida”.
Una vez disipada la polvareda se aprecia la postal de cualquier comunidad rural de Yucatán: la comisaría, una iglesia casi en ruinas, los comercios y el parque. Este último ha sido lugar de encuentros y desencuentros, un sitio en donde la cancha de usos múltiples que lo habita ha atestiguado los devenires de un pueblo del sur del estado que se caracteriza, desde hace varios años, por sus altos índices de migración y, consecuentemente, el segundo lugar en remesas, de acuerdo con cifras del Indemaya.
Hasta el tercer trimestre de 2023 la entidad percibió más de 324 millones de dólares por concepto de remesas enviadas de Estados Unidos; Mérida, la capital del estado, recibió poco más de 110 millones, mientras que a Oxkutzcab llegaron 63 millones. A su vecino Tekax le “tocaron” 36 millones durante ese mismo periodo, de acuerdo con el Indemaya. Otras localidades que destacan en este ámbito son Ticul, Peto, Cenotillo, Buctzotz, Motul, Teabo y Hunucmá, según el Instituto.
El impacto de las remesas se materializa en enormes fincas con amplios pastizales en donde las familias de los migrantes siembran y crían a sus animales a las afueras de Xul. Ya inmersos en el poblado, los contrastes se hacen más evidentes con casas de dos pisos “al estilo americano” y camionetas de modelos recientes estacionadas a la sombra de los garajes. Otro tanto de estos vehículos surca las arterias de la comisaría cargados de cítricos con destino al mercado de Oxkutzcab, mientras de sus altavoces emanan los últimos éxitos del rap chicano.
De esta estampa destaca la tienda de abarrotes Selene, que se presume como la más surtida y concurrida del pueblo. A sus puertas está estacionada la Italika 150Z con los neumáticos pálidos por el polvo y rodeada de una junta de infancias ávidas por abordarla y dar rienda suelta a su adrenalina. Del interior del inmueble sale una adolescente no mayor a 14 años que, con una Coca-Cola en mano, les promete “dar la vuelta” en el parque más al rato.
Es la 1 de la tarde en Xul, comisaría de Oxkutzcab. Detrás del mostrador una mujer que hace malabares con una bolsa de tortillas, la botella de un refresco y el cambio de un cliente da las buenas tardes. Ella es quien da nombre al establecimiento y aparentemente se le ha hecho tarde para servir el almuerzo a sus hijas. “Mucho gusto, a ver, permítame un momentito”, se justifica al tiempo que atraviesa el umbral de su vivienda en donde de reojo se puede observar a dos pequeñas sentadas a la mesa.
En eso, a bordo de una Ford Ranger de modelo reciente llega don Pedro, el esposo de la señora Selene, viste una playera de la marca Aeropostal y calza unos tenis Adidas visiblemente desgastados por el campo. Casi excusándose y con cierto orgullo en la voz informa que viene de atender a sus abejas, pues a últimas fechas se le ha dado muy bien la apicultura e incluso —asegura— es remedio para sus dolencias. Como casi a cualquier persona, a don Pedro le entusiasma contar sus vivencias.
De acuerdo con cifras del Indemaya compartidas por su director, Eric Villanueva Mukul, hoy hay más de medio millón yucatecos buscándose la vida en Estados Unidos, y el número crece año con año. Los Ángeles y Portland son las dos ciudades preferidas por estos paisanos que buscan una mejor calidad de vida empleándose en hoteles, restaurantes y tiendas departamentales. Hace algunos ayeres, don Pedro Uicab May decidió emprender ese viaje, y mientras compartimos unos charritos con chiles jalapeños y dos aguas embotelladas de su tienda, cuenta cómo sucedió.
A pocos metros de donde las hijas de don Pedro se sacian con sendos platos de calabacitas rellenas de carne molida, el hombre asiente a pregunta expresa: “Sí, ahora es bien caro cruzar la frontera”. Lo que hace unos 30 años costaba 600 pesos de aquel tiempo, hoy roza los 300 000, así que mucha gente termina endeudada, en el mejor de los casos con amigos o familiares, y en el peor, con coyotes o personas que pertenecen al crimen organizado.
“Puede que aquí no te lleves bien con tu vecino, pero si se encuentran ahí, es otra cosa. Tenemos que estar unidos”, sentencia don Pedro Uicab, quien se ostenta como uno de los primeros hombres de Xul que optaron por cruzar la frontera norte en busca de mejores condiciones para su familia. Al cabo de un par de cálculos con sus dedos precisa que fue el cuarto de la comisaría en emprender el llamado sueño americano en 1989, hace 34 años.
Según Villanueva Mukul, del Indemaya, aunque en un primer momento los índices de migración en Yucatán encontraban su explicación a partir de condiciones de pobreza, hoy se debe a un tema aspiracional que implica relaciones y redes familiares. Estos —afirma— son factores que han aumentado la población yucateca en Estados Unidos: las redes que se tejen de ese lado y facilitan la migración.
Oxkutzcab, cabecera municipal de Xul —aclara—, no es de los municipios más pobres del estado; aunque quizá en algún punto lo haya sido debido a la poca infraestructura con la que contaba para la producción en los años setenta, cuando todavía no avanzaban los sistemas de riego que hoy le valen el nombre de “el huerto de Yucatán”, debido a su importante actividad citrícola y frutícola.
En esos años, el pequeño poblado al que don Pedro pertenecía no era ajeno a la crisis económica que imperaba en el estado y el país. No había trabajo y la mayoría de sus coterráneos se empleaba en la ciudad de Mérida o en la prometedora, pero incierta, Cancún. Él se enteró de la posibilidad de “irse al norte” gracias a un amigo oriundo de la isla de Cozumel que solía visitarle en Xul: “Me preguntó si quería yo ir y sin pensarlo demasiado le dije que sí”.
Antes de tomar la decisión que cambiaría drásticamente su vida, existía un joven Pedro ávido de estudiar y ayudar a su familia. No obstante, el apoyo para este propósito fue nulo ya que proviene de una estirpe formada por cuatro hermanos.
“No quería ir a trabajar a Mérida ni a Cancún porque los salarios no eran lo que yo aspiraba, entonces ya no tenía opción. Decidí irme”, sentencia antes de que una pequeña descalza y enfundada en su huipil interrumpiera la plática con un celular entre los dedos solicitando en lengua maya el acceso a YouTube.
Tras comunicarle su plan al amigo cozumeleño —prosiguió—, este se apersonó una mañana insospechada a las puertas de casa de un todavía cauteloso Pedro con la intención de “llevárselo a viajar” con él al día siguiente: “Espérate, mi papá regresa a la 1 de la milpa”, urgió. Una vez que la familia estuvo reunida en torno a la mesa del almuerzo, Pedro Uicab les contó de sus planes de cruzar la frontera. Tenía 17 años.
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“¿Cómo te vas a ir? Si aquí hay trabajo, yo he vivido de la milpa toda la vida y tú también puedes”, reprochó su padre alternando sus ideas con palabras altisonantes hacia su hijo. No obstante, la decisión estaba tomada. Pese a la determinación de Pedro, todavía quedaba un obstáculo por sortear: conseguir los 600 pesos que le permitirían emprender camino hacia Estados Unidos. Para ello recurrió a su abuela que, a sabiendas de que Estados Unidos “es muy bonito”, accedió a facilitarle el dinero; y un poco más para subsistir en lo que conseguía trabajo.
Cuando comenzó la migración a Estados Unidos de Yucatán —precisa Éric Villanueva—, la edad promedio para cruzar la frontera rondaba los 35 años. Hoy son hombres cada vez más jóvenes quienes aspiran al sueño americano, promediando 22 años, e incluso ha tenido conocimiento de migrantes yucatecos de 17 años durante sus visitas a las dos ciudades con mayor número de migrantes del estado.
De hecho —aclara— ya hay una generación de mujeres que opta por esta opción, un fenómeno relativamente nuevo, pues desde el 2010 se ha sabido de madres de familia que migran para encontrarse con sus esposos o “se las llevan”. Son realmente muy pocas, reconoce el director del Indemaya, las que van a trabajar.
En la época del primer viaje de don Pedro, el “cruce” consistía en viajar, en primera instancia, de Mérida a Tijuana en donde los mecanismos de seguridad eran prácticamente inexistentes si se les compara con los que las autoridades migratorias implementan hoy en día. Se realizaba por medio de un McDonald’s, recuerda.
La historia de don Pedro Uicab, como la de la gran mayoría de las personas migrantes, es una de necesidad, pero, en su caso particular, también de ambición; y pese a que persiste la idea de que “la vida es dura” al otro lado de la frontera, él celebra que haya llevado sus sueños a buen puerto. La suya es también una historia de éxito.
Durante los tres viajes que ha realizado a Estados Unidos ha sido “puesto a prueba”, la libertad que brinda la relativa estabilidad económica trae consigo la posibilidad de enrolarse en toda clase de vicios propios de las grandes urbes. Enfocado en sus metas, el joven Pedro no sucumbió ante tentaciones como el alcoholismo, la drogadicción o la promiscuidad. Siempre, tras cada viaje —afirma— tuvo la meta de regresar a su natal Xul con su familia. Apegarse al plan, le llama.
La mayoría de la gente se va con la idea de volver y únicamente el 15% lo logra por diversos motivos: “Muchos dicen que es por el trabajo, pero la realidad es que se quedan ahí por el tipo de vida que llevan y la posibilidad de obtener cantidades de dinero que aquí no podrían. Lamentablemente, es común que se olviden de su familia”.
En ninguno de los cuatro viajes que realizó don Pedro ha empleado los servicios de un coyote. El primero fue en 1989 y regresó en 1991; luego emprendió otro viaje en 1993 y regresó en 1996; y también en 2001, cuando regresó en 2003; el último viaje lo emprendió en 2009 para regresar en 2014.
En total son 14 los años que don Pedro Uicab ha vivido en Estados Unidos y, a pesar de las posibilidades que se han abierto gracias a estas estadías, sostiene con firmeza y sin temor a equivocarse que no lo volvería a hacer. Estados Unidos es un país que quedó en su pasado y cuyos recuerdos adornan las paredes de la casa familiar.
Hablando de Xul, fue en el año de 1995 cuando la mayoría de los hombres, tras ver el “éxito” de algunos que les precedieron, optaron por vivir en carne propia el sueño americano. Cerca del 25% de la población —calcula don Pedro— habita actualmente en alguna de las ciudades que concentran población yucateca y es una cifra en constante crecimiento.
Este fenómeno trajo consigo determinadas expresiones culturales. Antes, en las calles de Xul —y de Oxkutzcab, en general— podían observarse pantalones “tumbados”, gorras de beisbol y otras características propias de los “cholos” estadounidenses: “Esos muchachos se regresaron a Estados Unidos por ahí del año 2000 y a la fecha no han vuelto [a Oxkutzcab]. Varios de ellos formaron familias de ese lado y a otros tantos los mataron en pleitos de pandillas”.
Lo anterior, explicó, ha originado que hoy la juventud en la comisaría sea escasa. Muchos, al cumplir la mayoría de edad opta por migrar “al norte”, pues desde chavitos ya tienen esa idea: “Es lo que hay que hacer”. Esto también ha mermado el acceso a mano de obra en el pueblo.
No obstante, las gorras tipo snapback de Los Gigantes de San Francisco son comunes en el municipio, al igual que otros detalles propios de la socioestética chola.
Las palabras de don Pedro con respecto a la mano de obra se refuerzan cuando, por la tarde, preguntamos a los niños en el parque qué es lo que querían hacer cuando sean grandes; todos sin chistar aseguraron casi al unísono: “Irme al norte”. Con esto —estiman— serán capaces de comprarse, de menos, una motocicleta Italika Z150 como la que están próximos a abordar y dibujar sus propias estelas de polvo por el pueblo.
A lo largo de estos años, don Pedro ha visto los cambios que el fenómeno migratorio ha traído consigo, los cuales considera esencialmente positivos. Anteriormente —dice— había mucho desempleo y las remesas han detonado este factor en beneficio de las familias de Oxkutzcab y sus comisarías: “No hay trabajadores así tipo albañiles, pero sí hay dinero para traerlos de otros pueblos”.
Migrar, manifiesta, vale la pena únicamente si se tiene un plan para hacerlo, un propósito por cumplir antes de regresar. Eso sí, para que resulte —aclara— la persona debe permanecer en Estados Unidos un mínimo de cinco años: “Un año para pagar la deuda (del cruce); uno o dos años para hacer tu casita; otro año para el carrito o la camioneta, y un año para juntar lo que vas a traer para poner tu negocio”.
El estilo de vida que tiene la gente en Xul actualmente —comenta— es mucho mejor que hace 30 años gracias a las remesas, las cuales han optimizado su calidad de vida: “Ves las casas más grandes y modernas, las camionetas, no hay crisis; y la economía es sana en comparación con otros pueblos”.
Esto se hace evidente al recorrer las calles de la comisaría y verlas pobladas por un número inusual de comercios: Tiendas de abarrotes, de ropa, cafeterías, tortillerías, cibercafés y otros giros comerciales que emergieron con el dinero de las remesas. Varios de estos establecimientos también cuentan con nombres que son un híbrido entre lo “gringo” y lo yucateco, como la tortillería “Hayley Concepción”, nombrada en honor a la hija de su propietario.
Para don Pedro y su esposa Selene, el hecho de que su tienda sea la más popular del pueblo es una bendición. Así lo ven ellos, pero también influye que es la mejor surtida y la que ofrece mayor cantidad de servicios gracias a la determinación de ambos: “Hay que pensar en sentar cabeza con la familia. Yo regresé por mi hijo Miler porque cuando me fui él tenía ocho años y con el tiempo se volvió travieso”.
Al llegar el momento, Miler también migró con la anuencia e invaluables consejos de su padre. Él se fue a los 21 años y hoy cuenta 23. Actualmente labora en un restaurante en donde se desempeña como mano derecha del chef. Miler es también el sustento de su familia en Xul. Incluso don Pedro le debe su actual trabajo como apicultor al joven Miler, quien paga las colmenas que él atiende en un terreno adquirido gracias a las remesas.
Este dinero también ha sido vital durante diversos problemas de salud que se han suscitado. Primero fue Selene, la esposa de don Pedro, quien tuvo un embarazo complicado y, posteriormente, el mismo don Pedro padeció una fuerte apendicitis. En ambos casos fueron atendidos en hospitales particulares.
Para que Miler se fuera, don Pedro tuvo que vender un terreno en tiempo récord. Al darse cuenta de que se frustraban sus planes para cruzar “al norte”, el señor tomó la decisión de vender parte de su propiedad a su vecina y finalmente pudo consumarse el viaje.
“Es una bendición de Dios que me haya ido bien porque no sucede así en todos los casos. El reto ahora radica en recuperar el tiempo perdido y tratar de sanar el hecho de no haber visto crecer a mi hijo. Tuve dos hijas más y me da enorme satisfacción el poder verlas crecer y darles una mejor vida”, finaliza, y, por fin, le pone a la hija más pequeña su canción favorita de Taylor Swift en YouTube.
A pesar del éxito de los viajes de don Pedro, su esposa Selene muestra otros rostros del fenómeno migratorio, el cual ha vivido siempre desde Xul y teniendo a cargo la crianza de sus tres hijos. Desde el mostrador de la abarrotería que lleva su nombre, Selene Pacheco Mis reconoce los tiempos difíciles que le han tocado vivir y las ausencias que han detonado una diversidad de problemáticas en su núcleo familiar.
Las remesas que don Pedro enviaba sin falta cada semana han potenciado las dotes administrativas de doña Selene, quien ha sido la encargada de sacar adelante la tienda que convirtió en la más surtida, no solo de Xul, sino también de las comisarías contiguas que igual carecen de hombres: “Muchos se van y algunos regresan, pero la mayoría permanece allá.”.
Daimer Estrella Interian es un psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), quien ha vivido de cerca el fenómeno migratorio, y su tesis la hizo justamente sobre ese tema, enfocándose en su natal Oxkutzcab. Él pone sobre la mesa la ambigüedad que puede implicar el fenómeno, pues pese a que arriban fuertes cantidades de dinero por concepto de remesas anualmente y la gente puede acceder a mejores oportunidades, estas también acarrean un costo social.
Luego de realizar una serie de entrevistas como parte de su proceso de titulación, Estrella Interian sentencia que la consecuencia negativa más inmediata de esta situación es el impacto emocional que el éxodo genera en las familias, incluso desde la misma travesía: “Tu familia no sabe si vas a volver con vida o las dificultades que enfrentarás al atravesar el desierto en manos del crimen organizado. No saben si hay animales venenosos o si tienes acceso a agua”.
Es casi siempre —explica— la esposa del migrante quien se queda asumiendo el rol de madre y padre mientras su pareja produce dólares a miles de kilómetros, dinero que, en el mejor de los casos, le hace llegar o, en otros —menos atípicos de lo que se esperaría—, es dinero que suele gastarse en vicios. Hablan de “millones de remesas este año”, pero poco se habla de su costo social, lamenta el experto.
A veces —comenta Selene mientras atiende a su vasta clientela— los hijos que se quedan no respetan a sus madres porque la ausencia del padre los deja marcados. Algunos —relata con base en su experiencia— se vuelven delincuentes o adictos a las drogas, lo que en numerosas ocasiones ha traído problemas a la comisaría.
Fue hace 15 años —recuerda— cuando su esposo viajó por última vez a Estados Unidos. Se conocieron en el año 2000, durante uno de los intervalos en los que don Pedro estaba en Xul, y ambos vendían comida en la calle. Así fue que empezaron a hablar y seis meses después decidieron construir una vida juntos. Tres años después del nacimiento de su primer hijo Miler, don Pedro decidió volver “al norte”.
Cuando regresó, cuenta Selene, Miler ya no lo veía como su padre: “Nuestro hijo necesitaba a su padre, pero él no siempre estuvo presente así que empezó a cuestionarlo”. Cuando contaba 15 años —prosiguió— se volvió rebelde y les costó mucho trabajo hacer que cambiara su actitud. Durante la pandemia, se enamoró de una mujer, lo que lo desvió de sus estudios de agronomía. Empezó a beber.
Un día —continuó— decidió irse a Estados Unidos a probar suerte. Para el joven Miler, cruzar la frontera fue un momento difícil y fue ahí —asegura— cuando se dio cuenta de lo que significaba verdaderamente estar lejos de su familia y de su pueblo: “Siempre le decía a su padre que extrañaba la comida que yo cocinaba”.
Durante estas ausencias —contó la mujer— el apoyo entre vecinas juega un papel fundamental para resistir. Pese a recibir el dinero que su esposo le procuraba desde el otro lado, tardó poco tiempo en darse cuenta de que lo económico no iba a llenar su vacío emocional. Hoy, lo que desea con más ansias es que su hijo Miler pueda regresar a Xul con el dinero suficiente para construir su hogar: “Confiamos en que Dios nos bendecirá con un futuro mejor”.
Y es que la religión juega un papel fundamental en la vida de un migrante yucateco. De acuerdo con el psicólogo Daimer Estrella, está estrechamente relacionada con una necesaria esperanza. Rezan —dice— por la esperanza económica y la de tener acceso a recursos que les permitan mejorar su calidad de vida. De hecho, replican las mismas fiestas patronales de sus pueblos al otro lado del Río Bravo para sentir nuevamente el abrazo de su tierra.
Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W.K. Kellogg.
Oxkutzcab se caracteriza por ser una Golden Gate entre Estados Unidos y Yucatán, un lugar en donde la cultura gringa se encuentra y mezcla con la tradición maya.
Es una tarde común en Oxkutzcab, uno de los 106 municipios de Yucatán. Estamos en la plaza principal, con su quiosco, los vendedores de naranjas —o “chinas”, como se les conoce de este lado del país— y familias que abandonan la iglesia luego de acudir a misa. En “los bajos” del palacio municipal hay una convención que desentona con la postal dominical: gorras tipo snapback, pantalones anchos, jerseys de equipos de beisbol gringos y bicicletas low rider. Son los “choleros” yucatecos, un híbrido cultural que nace como consecuencia de los altos índices de migración a Estados Unidos que registra Ox.
En las historias de quienes deambulan por su parque y comisarías, se puede percibir el impacto de la cultura chola, pero también el arraigo de sus raíces mayas y el sólido sentido de pertenencia y comunidad. Oxkutzcab es un sitio en donde los panuchos y salbutes comparten menú con cheeseburgers y chicken pad thai preparados con recetas aprendidas a miles de kilómetros, en alguna de las cocinas en donde el yucateco se busca —y juega— la vida al otro lado del Río Bravo.
Entre jóvenes y no tan jóvenes reunidos en torno a una docena de “biclas tumbadas”, se encuentra “Cruzito”, tatuador y grafitero de 26 años que acudió al evento para exhibir su trabajo. Son las 12 del día en el pueblo y a los “riders” del parque comienza a darles “sed de la mala”, por lo que las idas y venidas a la tienda de conveniencia son constantes, así como el clac, clac de los “misiles” de XX Lager, antídoto infalible para mitigar los casi 50 grados de sensación térmica que caracterizan a las lajas yucatecas.
Luego de un buen trago del elixir, Cruzito, también conocido como Joseph Uriel Mis Trujeque, comparte los motivos que lo convirtieron en un artista urbano.
Su interés —explica— se detonó a partir de la cultura chicana que ha impregnado a la gente de su pueblo, pues según cifras del Instituto para el Desarrollo de la Cultura Maya (Indemaya), son más de medio millón de yucatecos los que residen en Estados Unidos, tres cuartas partes de ellos sin papeles. Ahí, en el “norte” —indica— la influencia de estos grupos es fundamental en la formación de la identidad del migrante y su supervivencia.
“Tengo familiares que estuvieron en Estados Unidos bastantes años y al regresar trajeron esta cultura que es con la que fuimos creciendo y criándonos”, comentó el artista a varios metros de unas bocinas que “reventaban” mezclas de las “rolas” de Cypress Hill, Snoop Dogg, Tupac Shakur y otros exponentes del rap de la década de los noventa.
Fue precisamente para esas fechas cuando se lanzó la película Sangre por sangre, un drama chicano que le valió su apodo a Cruzito, personaje interpretado por el actor Jesse Borrego.
Contrario a creencias populares, la ideología de un cholo yucateco es diametralmente distinta a la de uno “del otro lado”. De ese lado (en “el gabacho”) —detalló—, todo se concentra en hermandad, color y raza. En cambio, cuando regresan a Yucatán se encuentran con divisiones, ya no de raza, sino de territorio: “Los sureños van con los sureños; y los norteños con los norteños”, sentenció en referencia a los barrios en los que se divide el municipio.
“San Juan, San Esteban, San Antonio, J.J. Pacho, todas esas colonias son sureñas. Al nacer acá, por defecto, ya eres sureño y tienes bronca con los norteños”, pormenoriza el artista urbano sobre los territorios que componen su pueblo.
Para él, eso no debería ser así, pues en Estados Unidos esta situación tiene más que ver con la raza, lo que —opinó— refuerza lazos culturales. Es bajo esa ideología que Cruzito decide iniciarse en el arte de la tinta.
“Uno de mis primos, recién deportado de Estados Unidos, al ver mis dibujos me dice ‘oye vato, tatúame’ y yo le digo que chale, que no sé tatuar; y me dice ‘no hay pedo ese, vente a la casa y te enseño cómo se hace la máquina’. Yo tenía 12 años cuando hice mi primer tatuaje”, comparte bajo el quiosco del parque entonando un acento chicano consecuencia del bagaje cultural al que ha sido expuesto.
“Tengo parientes nacidos ahí y esa es su vida cotidiana. Cuando vienen de visita, ya traen eso hasta en su forma de hablar; hablan entre inglés y español. Es algo que se contagia y uno por querer ser como ellos, empieza a copiarles”, reconoció.
Desde que “lo agarró” [el oficio] el recién debutado tatuador dijo “de aquí soy” y poco a poco fue haciéndose de equipo profesional para “marcar”; primero a la gente de su barrio, después a la de todos los barrios de Oxkutzcab, y posteriormente a personas de otros estados que lo buscan por su talento en el estilo chicano. Conforme crecía su popularidad, los colores que dividen el norte y el sur fueron difuminándose bajo la aguja del ahora maestro de la tinta.
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Hubo un tiempo en el que Cruzito perteneció a las pandillas de Ox, cuando el movimiento era más evidente en sus calles y estos grupos solían matar (literalmente) en defensa de su territorio. Poco a poco, se dio cuenta de que no era la vida que quería y fueron los mismos pandilleros quienes lo convencieron de salirse: “¿Si no quién los iba a rayar?”, dijo entre risas en su estudio y galería Hunab Ku, en donde también hace grabado, aerografía, carpintería y las esculturas de unicel que lucen los carros alegóricos durante los carnavales del pueblo.
El tatuador es uno de los fundadores del colectivo Sureste Crew, agrupación multidisciplinaria cuyo objetivo radicó en un principio —por ahí del 2014— en unificar a los barrios de Oxkutzcab a través de la música y el arte. Cruzito festeja mientras escuchamos sus canciones en YouTube, que se logró el objetivo: nadie ha muerto a causa de estos líos desde la implementación de la iniciativa.
Uno de los factores a los que Cruzito atribuye la disolución de las pandillas en Ox es al arribo de la droga conocida como cristal y otras que “han perdido a la banda”. Para ellos —condena— “el barrio ya no es primero, solo se dedican al vicio y trabajan para obtenerlo”. Esto —aclara— nada tiene que ver con la migración, pues la aparición de nuevos grupos del crimen organizado es el fenómeno que llena las calles de estas sustancias.
Ser cholo —subrayó— se basa en el respeto que una persona pueda reflejar. “Es alguien que siempre está preocupado por su gente, su familia y su ‘clica’. Para quienes habitamos Oxkutzcab, ¿cómo te explico? si estás en Estados Unidos ya eres de otro rango, eres otro pedo; y mucha gente actualmente se está yendo, no por dinero, sino porque les gusta más la vida de ahí. Yo la neta no le encuentro mucho sentido a eso”.
El padre de Cruzito, don José Mis interviene en la conversación trayendo consigo una botella de Coca Cola de dos litros para acompañar los relatos de sus viajes “al norte”. Fueron dos, el primero para pagar su boda; y el segundo para mejorar su casa, la cual se erige entre paredes que lucen las cicatrices del pandillerismo y la necesidad de expresión mediante el arte.
Al migrar a Estados Unidos —cuenta— los yucatecos suelen coincidir en un objetivo: la adquisición de bienes, la mejora de su vivienda o una camioneta para optimizar sus actividades citrícolas. También están de acuerdo en que hay muchas tentaciones ahí: “Hay gente que conozco que lleva 10 o 15 años y hoy no han terminado ni un cuarto. La vida de [allá] es más cara y, según ellos, mejor; así que se conforman con mandar menos de la mitad de su sueldo”.
Al grafitero Cruzito todavía lo topan en la calle para preguntarle: “¿Y tú cuánto tiempo hiciste en el ʻgabacho?ʼ”, por su pinta. La realidad es que él está decidido a nunca migrar; su objetivo es continuar plasmando sus sueños enlatados por las calles de su estado y país; contribuir a la desmitificación de la figura del cholo; demostrar el talento de la calle y unificar los barrios de Oxkutzcab por medio del arte callejero.
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Otro exponente es el rapero Chepe, oriundo del municipio de Peto, pero avecindado en Oxkutzcab. En las gradas del parque, ya entrada la noche, el rapero mayahablante relata cómo experiencias “en pellejo ajeno” le han inspirado a escribir una canción dedicada a los paisanos que migran a Estados Unidos. Con esta pieza —dice— transmitirá un mensaje de esperanza para su gente del otro lado.
"Soy originario de Peto, Yucatán, mejor conocido como 'corona de la luna'. En 2010 surgió la idea de hacer rap en español, y de ahí mismo la de hacer rap en maya. Al principio, me limitaba a hacer rap en español, siendo un artista local sin moverme mucho de mi comunidad. Sin embargo, en 2011 surgió la idea de hacer rap en maya y escribí mi primera canción en ese idioma”, recordó.
Enfundado en los tenis Air Force One que adquirió en el mercado local, el Chepe compartió que la primera vez que hizo rap en lengua maya fue para la radiodifusora de Peto (Radio Xepet) para su aniversario del 29 de noviembre: “Me di cuenta de que el rap en maya era algo genial cuando vi la reacción positiva de la gente al escuchar mi primera rola. Fue impactante ver cómo respondían de manera tan positiva. Eso me llevó a darme cuenta de que este era mi camino en el rap”.
Inspirado por sus amigos —considerados hermanos— que también se dedican a disciplinas traídas del “gabacho”, como el break dance y el skate, El Chepe fue adentrándose en la escena estatal del hip hop, cultura a través de la cual difunde el orgullo que siente por sus raíces e idioma: “Quiero mostrar la belleza y la riqueza de la cultura maya en mis videos y letras, destacando aspectos como la artesanía, la agricultura y la evolución del rap en maya”.
“El tema de la migración es algo presente en nuestra comunidad, y conozco a personas cercanas que han emigrado a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. He escuchado muchas historias sobre los desafíos y sacrificios que enfrentan los migrantes, lo cual me ha inspirado a escribir una canción sobre el tema”.
"Corre por tus sueños" es el nombre de esta pieza, que habla sobre la lucha y los sacrificios que enfrentan los migrantes en busca de un futuro mejor. Con esto, el artista pretende transmitir un mensaje de esperanza y fortaleza a aquellos que se encuentran en esa situación, “recordándoles que no están solos y que el camino puede ser difícil, pero vale la pena luchar por sus sueños”.
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El mercado de Oxkutzcab es uno de los lugares —además de las comisarías— en donde se hace evidente la influencia de la migración. En sus espacios, los locatarios ponen a la venta indumentaria relacionada con lo cholo. Gorras de equipos de beisbol y jerseys son portados con orgullo por los empresarios citrícolas que descienden de sus “trocas” cargadas hasta el tope de huacales con limón, naranja y mandarina.
En los alrededores del pueblo se puede hallar una inusual variedad de restaurantes que ofrecen desde la tradicional comida yucateca hasta comida estadounidense, china y tailandesa, convirtiendo a Ox en una auténtica embajada culinaria; “un paseo del paladar por la gastronomía internacional”, asegura el recepcionista del hotel Puuc, uno de los más famosos de esta demarcación al sur de Yucatán.
Entre esos establecimientos figura el restaurante Rex, que da la bienvenida a sus comensales con un sobredimensionado cuadro del puente Golden Gate. El menú de este peculiar negocio despierta la curiosidad de propios y extraños, pues, además de los platillos comunes, saltan a la vista otros elaborados, por ejemplo, con curry rojo e ingredientes que ya no resultan tan extraños para los paladares locales.
También está el Limba, en donde tras una década en cocinas de San Francisco, el chef Eduardo Dzib Vargas ofrece gran variedad de platillos tailandeses.
“Fui jefe de cocina en tres restaurantes”, dice antes de enumerar los lugares en los que se desempeñó: “Potrero Hill, el distrito Embarcadero y Ghirardelli Square”. En Oxkutzcab —manifiesta— hay, por lo menos, seis restaurantes de comida tailandesa, por lo que innovar en este tipo de cocina es esencial para sacar adelante su proyecto con el que busca brindar a la población “el pedacito de San Francisco que traje conmigo”.
Más allá de la urbe en donde se tejen estas historias con los éxitos y fracasos de una comunidad asediada por el imperialismo cultural, se encuentran las comisarías de Oxkutzcab, sitios en donde la pobreza propia de los años noventa cimbró con mayor fuerza, obligando a sus habitantes a buscarse la vida al otro lado de las barras que dividen la frontera y las estrellas que adornan los uniformes de quienes miran con recelo a los intrusos.
Tal es el caso de Xul, a 30 kilómetros de la cabecera municipal, a donde nos dirigimos para constatar —aseguran— “el verdadero rostro de la migración”. Las comisarías son localidades pertenecientes a los municipios en Yucatán, y Oxkutzcab cuenta con ocho de ellas: Emiliano Zapata, Xohuayán, Yaxhachén y Xul; además de Techoh, San Anselmo, Kemic y Xobenhaltún. El camino para llegar a ellas es angosto y está rodeado de árboles ya secos en esta época del año.
En la carretera nos rebasa la estela de polvo trazada por los neumáticos de una potente motocicleta Italika 150Z nos da la bienvenida a este poblado de poco más de mil habitantes. Al principio, en la entrada, la calle se mira angosta y está flanqueada por viviendas a la usanza tradicional, de guano y bajareque. No obstante, el corazón de Xul guarda los frutos de un fenómeno que ha traído prosperidad y pesares al pueblo: un éxodo cuyas implicaciones han mutado a la par de diplomacias y políticas.
Las ausencias casi pueden respirarse en las calles de esta comisaría desprovista de jóvenes, a miles de kilómetros en la “tierra prometida”.
Una vez disipada la polvareda se aprecia la postal de cualquier comunidad rural de Yucatán: la comisaría, una iglesia casi en ruinas, los comercios y el parque. Este último ha sido lugar de encuentros y desencuentros, un sitio en donde la cancha de usos múltiples que lo habita ha atestiguado los devenires de un pueblo del sur del estado que se caracteriza, desde hace varios años, por sus altos índices de migración y, consecuentemente, el segundo lugar en remesas, de acuerdo con cifras del Indemaya.
Hasta el tercer trimestre de 2023 la entidad percibió más de 324 millones de dólares por concepto de remesas enviadas de Estados Unidos; Mérida, la capital del estado, recibió poco más de 110 millones, mientras que a Oxkutzcab llegaron 63 millones. A su vecino Tekax le “tocaron” 36 millones durante ese mismo periodo, de acuerdo con el Indemaya. Otras localidades que destacan en este ámbito son Ticul, Peto, Cenotillo, Buctzotz, Motul, Teabo y Hunucmá, según el Instituto.
El impacto de las remesas se materializa en enormes fincas con amplios pastizales en donde las familias de los migrantes siembran y crían a sus animales a las afueras de Xul. Ya inmersos en el poblado, los contrastes se hacen más evidentes con casas de dos pisos “al estilo americano” y camionetas de modelos recientes estacionadas a la sombra de los garajes. Otro tanto de estos vehículos surca las arterias de la comisaría cargados de cítricos con destino al mercado de Oxkutzcab, mientras de sus altavoces emanan los últimos éxitos del rap chicano.
De esta estampa destaca la tienda de abarrotes Selene, que se presume como la más surtida y concurrida del pueblo. A sus puertas está estacionada la Italika 150Z con los neumáticos pálidos por el polvo y rodeada de una junta de infancias ávidas por abordarla y dar rienda suelta a su adrenalina. Del interior del inmueble sale una adolescente no mayor a 14 años que, con una Coca-Cola en mano, les promete “dar la vuelta” en el parque más al rato.
Es la 1 de la tarde en Xul, comisaría de Oxkutzcab. Detrás del mostrador una mujer que hace malabares con una bolsa de tortillas, la botella de un refresco y el cambio de un cliente da las buenas tardes. Ella es quien da nombre al establecimiento y aparentemente se le ha hecho tarde para servir el almuerzo a sus hijas. “Mucho gusto, a ver, permítame un momentito”, se justifica al tiempo que atraviesa el umbral de su vivienda en donde de reojo se puede observar a dos pequeñas sentadas a la mesa.
En eso, a bordo de una Ford Ranger de modelo reciente llega don Pedro, el esposo de la señora Selene, viste una playera de la marca Aeropostal y calza unos tenis Adidas visiblemente desgastados por el campo. Casi excusándose y con cierto orgullo en la voz informa que viene de atender a sus abejas, pues a últimas fechas se le ha dado muy bien la apicultura e incluso —asegura— es remedio para sus dolencias. Como casi a cualquier persona, a don Pedro le entusiasma contar sus vivencias.
De acuerdo con cifras del Indemaya compartidas por su director, Eric Villanueva Mukul, hoy hay más de medio millón yucatecos buscándose la vida en Estados Unidos, y el número crece año con año. Los Ángeles y Portland son las dos ciudades preferidas por estos paisanos que buscan una mejor calidad de vida empleándose en hoteles, restaurantes y tiendas departamentales. Hace algunos ayeres, don Pedro Uicab May decidió emprender ese viaje, y mientras compartimos unos charritos con chiles jalapeños y dos aguas embotelladas de su tienda, cuenta cómo sucedió.
A pocos metros de donde las hijas de don Pedro se sacian con sendos platos de calabacitas rellenas de carne molida, el hombre asiente a pregunta expresa: “Sí, ahora es bien caro cruzar la frontera”. Lo que hace unos 30 años costaba 600 pesos de aquel tiempo, hoy roza los 300 000, así que mucha gente termina endeudada, en el mejor de los casos con amigos o familiares, y en el peor, con coyotes o personas que pertenecen al crimen organizado.
“Puede que aquí no te lleves bien con tu vecino, pero si se encuentran ahí, es otra cosa. Tenemos que estar unidos”, sentencia don Pedro Uicab, quien se ostenta como uno de los primeros hombres de Xul que optaron por cruzar la frontera norte en busca de mejores condiciones para su familia. Al cabo de un par de cálculos con sus dedos precisa que fue el cuarto de la comisaría en emprender el llamado sueño americano en 1989, hace 34 años.
Según Villanueva Mukul, del Indemaya, aunque en un primer momento los índices de migración en Yucatán encontraban su explicación a partir de condiciones de pobreza, hoy se debe a un tema aspiracional que implica relaciones y redes familiares. Estos —afirma— son factores que han aumentado la población yucateca en Estados Unidos: las redes que se tejen de ese lado y facilitan la migración.
Oxkutzcab, cabecera municipal de Xul —aclara—, no es de los municipios más pobres del estado; aunque quizá en algún punto lo haya sido debido a la poca infraestructura con la que contaba para la producción en los años setenta, cuando todavía no avanzaban los sistemas de riego que hoy le valen el nombre de “el huerto de Yucatán”, debido a su importante actividad citrícola y frutícola.
En esos años, el pequeño poblado al que don Pedro pertenecía no era ajeno a la crisis económica que imperaba en el estado y el país. No había trabajo y la mayoría de sus coterráneos se empleaba en la ciudad de Mérida o en la prometedora, pero incierta, Cancún. Él se enteró de la posibilidad de “irse al norte” gracias a un amigo oriundo de la isla de Cozumel que solía visitarle en Xul: “Me preguntó si quería yo ir y sin pensarlo demasiado le dije que sí”.
Antes de tomar la decisión que cambiaría drásticamente su vida, existía un joven Pedro ávido de estudiar y ayudar a su familia. No obstante, el apoyo para este propósito fue nulo ya que proviene de una estirpe formada por cuatro hermanos.
“No quería ir a trabajar a Mérida ni a Cancún porque los salarios no eran lo que yo aspiraba, entonces ya no tenía opción. Decidí irme”, sentencia antes de que una pequeña descalza y enfundada en su huipil interrumpiera la plática con un celular entre los dedos solicitando en lengua maya el acceso a YouTube.
Tras comunicarle su plan al amigo cozumeleño —prosiguió—, este se apersonó una mañana insospechada a las puertas de casa de un todavía cauteloso Pedro con la intención de “llevárselo a viajar” con él al día siguiente: “Espérate, mi papá regresa a la 1 de la milpa”, urgió. Una vez que la familia estuvo reunida en torno a la mesa del almuerzo, Pedro Uicab les contó de sus planes de cruzar la frontera. Tenía 17 años.
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“¿Cómo te vas a ir? Si aquí hay trabajo, yo he vivido de la milpa toda la vida y tú también puedes”, reprochó su padre alternando sus ideas con palabras altisonantes hacia su hijo. No obstante, la decisión estaba tomada. Pese a la determinación de Pedro, todavía quedaba un obstáculo por sortear: conseguir los 600 pesos que le permitirían emprender camino hacia Estados Unidos. Para ello recurrió a su abuela que, a sabiendas de que Estados Unidos “es muy bonito”, accedió a facilitarle el dinero; y un poco más para subsistir en lo que conseguía trabajo.
Cuando comenzó la migración a Estados Unidos de Yucatán —precisa Éric Villanueva—, la edad promedio para cruzar la frontera rondaba los 35 años. Hoy son hombres cada vez más jóvenes quienes aspiran al sueño americano, promediando 22 años, e incluso ha tenido conocimiento de migrantes yucatecos de 17 años durante sus visitas a las dos ciudades con mayor número de migrantes del estado.
De hecho —aclara— ya hay una generación de mujeres que opta por esta opción, un fenómeno relativamente nuevo, pues desde el 2010 se ha sabido de madres de familia que migran para encontrarse con sus esposos o “se las llevan”. Son realmente muy pocas, reconoce el director del Indemaya, las que van a trabajar.
En la época del primer viaje de don Pedro, el “cruce” consistía en viajar, en primera instancia, de Mérida a Tijuana en donde los mecanismos de seguridad eran prácticamente inexistentes si se les compara con los que las autoridades migratorias implementan hoy en día. Se realizaba por medio de un McDonald’s, recuerda.
La historia de don Pedro Uicab, como la de la gran mayoría de las personas migrantes, es una de necesidad, pero, en su caso particular, también de ambición; y pese a que persiste la idea de que “la vida es dura” al otro lado de la frontera, él celebra que haya llevado sus sueños a buen puerto. La suya es también una historia de éxito.
Durante los tres viajes que ha realizado a Estados Unidos ha sido “puesto a prueba”, la libertad que brinda la relativa estabilidad económica trae consigo la posibilidad de enrolarse en toda clase de vicios propios de las grandes urbes. Enfocado en sus metas, el joven Pedro no sucumbió ante tentaciones como el alcoholismo, la drogadicción o la promiscuidad. Siempre, tras cada viaje —afirma— tuvo la meta de regresar a su natal Xul con su familia. Apegarse al plan, le llama.
La mayoría de la gente se va con la idea de volver y únicamente el 15% lo logra por diversos motivos: “Muchos dicen que es por el trabajo, pero la realidad es que se quedan ahí por el tipo de vida que llevan y la posibilidad de obtener cantidades de dinero que aquí no podrían. Lamentablemente, es común que se olviden de su familia”.
En ninguno de los cuatro viajes que realizó don Pedro ha empleado los servicios de un coyote. El primero fue en 1989 y regresó en 1991; luego emprendió otro viaje en 1993 y regresó en 1996; y también en 2001, cuando regresó en 2003; el último viaje lo emprendió en 2009 para regresar en 2014.
En total son 14 los años que don Pedro Uicab ha vivido en Estados Unidos y, a pesar de las posibilidades que se han abierto gracias a estas estadías, sostiene con firmeza y sin temor a equivocarse que no lo volvería a hacer. Estados Unidos es un país que quedó en su pasado y cuyos recuerdos adornan las paredes de la casa familiar.
Hablando de Xul, fue en el año de 1995 cuando la mayoría de los hombres, tras ver el “éxito” de algunos que les precedieron, optaron por vivir en carne propia el sueño americano. Cerca del 25% de la población —calcula don Pedro— habita actualmente en alguna de las ciudades que concentran población yucateca y es una cifra en constante crecimiento.
Este fenómeno trajo consigo determinadas expresiones culturales. Antes, en las calles de Xul —y de Oxkutzcab, en general— podían observarse pantalones “tumbados”, gorras de beisbol y otras características propias de los “cholos” estadounidenses: “Esos muchachos se regresaron a Estados Unidos por ahí del año 2000 y a la fecha no han vuelto [a Oxkutzcab]. Varios de ellos formaron familias de ese lado y a otros tantos los mataron en pleitos de pandillas”.
Lo anterior, explicó, ha originado que hoy la juventud en la comisaría sea escasa. Muchos, al cumplir la mayoría de edad opta por migrar “al norte”, pues desde chavitos ya tienen esa idea: “Es lo que hay que hacer”. Esto también ha mermado el acceso a mano de obra en el pueblo.
No obstante, las gorras tipo snapback de Los Gigantes de San Francisco son comunes en el municipio, al igual que otros detalles propios de la socioestética chola.
Las palabras de don Pedro con respecto a la mano de obra se refuerzan cuando, por la tarde, preguntamos a los niños en el parque qué es lo que querían hacer cuando sean grandes; todos sin chistar aseguraron casi al unísono: “Irme al norte”. Con esto —estiman— serán capaces de comprarse, de menos, una motocicleta Italika Z150 como la que están próximos a abordar y dibujar sus propias estelas de polvo por el pueblo.
A lo largo de estos años, don Pedro ha visto los cambios que el fenómeno migratorio ha traído consigo, los cuales considera esencialmente positivos. Anteriormente —dice— había mucho desempleo y las remesas han detonado este factor en beneficio de las familias de Oxkutzcab y sus comisarías: “No hay trabajadores así tipo albañiles, pero sí hay dinero para traerlos de otros pueblos”.
Migrar, manifiesta, vale la pena únicamente si se tiene un plan para hacerlo, un propósito por cumplir antes de regresar. Eso sí, para que resulte —aclara— la persona debe permanecer en Estados Unidos un mínimo de cinco años: “Un año para pagar la deuda (del cruce); uno o dos años para hacer tu casita; otro año para el carrito o la camioneta, y un año para juntar lo que vas a traer para poner tu negocio”.
El estilo de vida que tiene la gente en Xul actualmente —comenta— es mucho mejor que hace 30 años gracias a las remesas, las cuales han optimizado su calidad de vida: “Ves las casas más grandes y modernas, las camionetas, no hay crisis; y la economía es sana en comparación con otros pueblos”.
Esto se hace evidente al recorrer las calles de la comisaría y verlas pobladas por un número inusual de comercios: Tiendas de abarrotes, de ropa, cafeterías, tortillerías, cibercafés y otros giros comerciales que emergieron con el dinero de las remesas. Varios de estos establecimientos también cuentan con nombres que son un híbrido entre lo “gringo” y lo yucateco, como la tortillería “Hayley Concepción”, nombrada en honor a la hija de su propietario.
Para don Pedro y su esposa Selene, el hecho de que su tienda sea la más popular del pueblo es una bendición. Así lo ven ellos, pero también influye que es la mejor surtida y la que ofrece mayor cantidad de servicios gracias a la determinación de ambos: “Hay que pensar en sentar cabeza con la familia. Yo regresé por mi hijo Miler porque cuando me fui él tenía ocho años y con el tiempo se volvió travieso”.
Al llegar el momento, Miler también migró con la anuencia e invaluables consejos de su padre. Él se fue a los 21 años y hoy cuenta 23. Actualmente labora en un restaurante en donde se desempeña como mano derecha del chef. Miler es también el sustento de su familia en Xul. Incluso don Pedro le debe su actual trabajo como apicultor al joven Miler, quien paga las colmenas que él atiende en un terreno adquirido gracias a las remesas.
Este dinero también ha sido vital durante diversos problemas de salud que se han suscitado. Primero fue Selene, la esposa de don Pedro, quien tuvo un embarazo complicado y, posteriormente, el mismo don Pedro padeció una fuerte apendicitis. En ambos casos fueron atendidos en hospitales particulares.
Para que Miler se fuera, don Pedro tuvo que vender un terreno en tiempo récord. Al darse cuenta de que se frustraban sus planes para cruzar “al norte”, el señor tomó la decisión de vender parte de su propiedad a su vecina y finalmente pudo consumarse el viaje.
“Es una bendición de Dios que me haya ido bien porque no sucede así en todos los casos. El reto ahora radica en recuperar el tiempo perdido y tratar de sanar el hecho de no haber visto crecer a mi hijo. Tuve dos hijas más y me da enorme satisfacción el poder verlas crecer y darles una mejor vida”, finaliza, y, por fin, le pone a la hija más pequeña su canción favorita de Taylor Swift en YouTube.
A pesar del éxito de los viajes de don Pedro, su esposa Selene muestra otros rostros del fenómeno migratorio, el cual ha vivido siempre desde Xul y teniendo a cargo la crianza de sus tres hijos. Desde el mostrador de la abarrotería que lleva su nombre, Selene Pacheco Mis reconoce los tiempos difíciles que le han tocado vivir y las ausencias que han detonado una diversidad de problemáticas en su núcleo familiar.
Las remesas que don Pedro enviaba sin falta cada semana han potenciado las dotes administrativas de doña Selene, quien ha sido la encargada de sacar adelante la tienda que convirtió en la más surtida, no solo de Xul, sino también de las comisarías contiguas que igual carecen de hombres: “Muchos se van y algunos regresan, pero la mayoría permanece allá.”.
Daimer Estrella Interian es un psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), quien ha vivido de cerca el fenómeno migratorio, y su tesis la hizo justamente sobre ese tema, enfocándose en su natal Oxkutzcab. Él pone sobre la mesa la ambigüedad que puede implicar el fenómeno, pues pese a que arriban fuertes cantidades de dinero por concepto de remesas anualmente y la gente puede acceder a mejores oportunidades, estas también acarrean un costo social.
Luego de realizar una serie de entrevistas como parte de su proceso de titulación, Estrella Interian sentencia que la consecuencia negativa más inmediata de esta situación es el impacto emocional que el éxodo genera en las familias, incluso desde la misma travesía: “Tu familia no sabe si vas a volver con vida o las dificultades que enfrentarás al atravesar el desierto en manos del crimen organizado. No saben si hay animales venenosos o si tienes acceso a agua”.
Es casi siempre —explica— la esposa del migrante quien se queda asumiendo el rol de madre y padre mientras su pareja produce dólares a miles de kilómetros, dinero que, en el mejor de los casos, le hace llegar o, en otros —menos atípicos de lo que se esperaría—, es dinero que suele gastarse en vicios. Hablan de “millones de remesas este año”, pero poco se habla de su costo social, lamenta el experto.
A veces —comenta Selene mientras atiende a su vasta clientela— los hijos que se quedan no respetan a sus madres porque la ausencia del padre los deja marcados. Algunos —relata con base en su experiencia— se vuelven delincuentes o adictos a las drogas, lo que en numerosas ocasiones ha traído problemas a la comisaría.
Fue hace 15 años —recuerda— cuando su esposo viajó por última vez a Estados Unidos. Se conocieron en el año 2000, durante uno de los intervalos en los que don Pedro estaba en Xul, y ambos vendían comida en la calle. Así fue que empezaron a hablar y seis meses después decidieron construir una vida juntos. Tres años después del nacimiento de su primer hijo Miler, don Pedro decidió volver “al norte”.
Cuando regresó, cuenta Selene, Miler ya no lo veía como su padre: “Nuestro hijo necesitaba a su padre, pero él no siempre estuvo presente así que empezó a cuestionarlo”. Cuando contaba 15 años —prosiguió— se volvió rebelde y les costó mucho trabajo hacer que cambiara su actitud. Durante la pandemia, se enamoró de una mujer, lo que lo desvió de sus estudios de agronomía. Empezó a beber.
Un día —continuó— decidió irse a Estados Unidos a probar suerte. Para el joven Miler, cruzar la frontera fue un momento difícil y fue ahí —asegura— cuando se dio cuenta de lo que significaba verdaderamente estar lejos de su familia y de su pueblo: “Siempre le decía a su padre que extrañaba la comida que yo cocinaba”.
Durante estas ausencias —contó la mujer— el apoyo entre vecinas juega un papel fundamental para resistir. Pese a recibir el dinero que su esposo le procuraba desde el otro lado, tardó poco tiempo en darse cuenta de que lo económico no iba a llenar su vacío emocional. Hoy, lo que desea con más ansias es que su hijo Miler pueda regresar a Xul con el dinero suficiente para construir su hogar: “Confiamos en que Dios nos bendecirá con un futuro mejor”.
Y es que la religión juega un papel fundamental en la vida de un migrante yucateco. De acuerdo con el psicólogo Daimer Estrella, está estrechamente relacionada con una necesaria esperanza. Rezan —dice— por la esperanza económica y la de tener acceso a recursos que les permitan mejorar su calidad de vida. De hecho, replican las mismas fiestas patronales de sus pueblos al otro lado del Río Bravo para sentir nuevamente el abrazo de su tierra.
Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W.K. Kellogg.
Joseph Uriel Mis Trujeque, Cruzito, arriba de su bicicleta <i>low rider</i>.
Oxkutzcab se caracteriza por ser una Golden Gate entre Estados Unidos y Yucatán, un lugar en donde la cultura gringa se encuentra y mezcla con la tradición maya.
Es una tarde común en Oxkutzcab, uno de los 106 municipios de Yucatán. Estamos en la plaza principal, con su quiosco, los vendedores de naranjas —o “chinas”, como se les conoce de este lado del país— y familias que abandonan la iglesia luego de acudir a misa. En “los bajos” del palacio municipal hay una convención que desentona con la postal dominical: gorras tipo snapback, pantalones anchos, jerseys de equipos de beisbol gringos y bicicletas low rider. Son los “choleros” yucatecos, un híbrido cultural que nace como consecuencia de los altos índices de migración a Estados Unidos que registra Ox.
En las historias de quienes deambulan por su parque y comisarías, se puede percibir el impacto de la cultura chola, pero también el arraigo de sus raíces mayas y el sólido sentido de pertenencia y comunidad. Oxkutzcab es un sitio en donde los panuchos y salbutes comparten menú con cheeseburgers y chicken pad thai preparados con recetas aprendidas a miles de kilómetros, en alguna de las cocinas en donde el yucateco se busca —y juega— la vida al otro lado del Río Bravo.
Entre jóvenes y no tan jóvenes reunidos en torno a una docena de “biclas tumbadas”, se encuentra “Cruzito”, tatuador y grafitero de 26 años que acudió al evento para exhibir su trabajo. Son las 12 del día en el pueblo y a los “riders” del parque comienza a darles “sed de la mala”, por lo que las idas y venidas a la tienda de conveniencia son constantes, así como el clac, clac de los “misiles” de XX Lager, antídoto infalible para mitigar los casi 50 grados de sensación térmica que caracterizan a las lajas yucatecas.
Luego de un buen trago del elixir, Cruzito, también conocido como Joseph Uriel Mis Trujeque, comparte los motivos que lo convirtieron en un artista urbano.
Su interés —explica— se detonó a partir de la cultura chicana que ha impregnado a la gente de su pueblo, pues según cifras del Instituto para el Desarrollo de la Cultura Maya (Indemaya), son más de medio millón de yucatecos los que residen en Estados Unidos, tres cuartas partes de ellos sin papeles. Ahí, en el “norte” —indica— la influencia de estos grupos es fundamental en la formación de la identidad del migrante y su supervivencia.
“Tengo familiares que estuvieron en Estados Unidos bastantes años y al regresar trajeron esta cultura que es con la que fuimos creciendo y criándonos”, comentó el artista a varios metros de unas bocinas que “reventaban” mezclas de las “rolas” de Cypress Hill, Snoop Dogg, Tupac Shakur y otros exponentes del rap de la década de los noventa.
Fue precisamente para esas fechas cuando se lanzó la película Sangre por sangre, un drama chicano que le valió su apodo a Cruzito, personaje interpretado por el actor Jesse Borrego.
Contrario a creencias populares, la ideología de un cholo yucateco es diametralmente distinta a la de uno “del otro lado”. De ese lado (en “el gabacho”) —detalló—, todo se concentra en hermandad, color y raza. En cambio, cuando regresan a Yucatán se encuentran con divisiones, ya no de raza, sino de territorio: “Los sureños van con los sureños; y los norteños con los norteños”, sentenció en referencia a los barrios en los que se divide el municipio.
“San Juan, San Esteban, San Antonio, J.J. Pacho, todas esas colonias son sureñas. Al nacer acá, por defecto, ya eres sureño y tienes bronca con los norteños”, pormenoriza el artista urbano sobre los territorios que componen su pueblo.
Para él, eso no debería ser así, pues en Estados Unidos esta situación tiene más que ver con la raza, lo que —opinó— refuerza lazos culturales. Es bajo esa ideología que Cruzito decide iniciarse en el arte de la tinta.
“Uno de mis primos, recién deportado de Estados Unidos, al ver mis dibujos me dice ‘oye vato, tatúame’ y yo le digo que chale, que no sé tatuar; y me dice ‘no hay pedo ese, vente a la casa y te enseño cómo se hace la máquina’. Yo tenía 12 años cuando hice mi primer tatuaje”, comparte bajo el quiosco del parque entonando un acento chicano consecuencia del bagaje cultural al que ha sido expuesto.
“Tengo parientes nacidos ahí y esa es su vida cotidiana. Cuando vienen de visita, ya traen eso hasta en su forma de hablar; hablan entre inglés y español. Es algo que se contagia y uno por querer ser como ellos, empieza a copiarles”, reconoció.
Desde que “lo agarró” [el oficio] el recién debutado tatuador dijo “de aquí soy” y poco a poco fue haciéndose de equipo profesional para “marcar”; primero a la gente de su barrio, después a la de todos los barrios de Oxkutzcab, y posteriormente a personas de otros estados que lo buscan por su talento en el estilo chicano. Conforme crecía su popularidad, los colores que dividen el norte y el sur fueron difuminándose bajo la aguja del ahora maestro de la tinta.
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Hubo un tiempo en el que Cruzito perteneció a las pandillas de Ox, cuando el movimiento era más evidente en sus calles y estos grupos solían matar (literalmente) en defensa de su territorio. Poco a poco, se dio cuenta de que no era la vida que quería y fueron los mismos pandilleros quienes lo convencieron de salirse: “¿Si no quién los iba a rayar?”, dijo entre risas en su estudio y galería Hunab Ku, en donde también hace grabado, aerografía, carpintería y las esculturas de unicel que lucen los carros alegóricos durante los carnavales del pueblo.
El tatuador es uno de los fundadores del colectivo Sureste Crew, agrupación multidisciplinaria cuyo objetivo radicó en un principio —por ahí del 2014— en unificar a los barrios de Oxkutzcab a través de la música y el arte. Cruzito festeja mientras escuchamos sus canciones en YouTube, que se logró el objetivo: nadie ha muerto a causa de estos líos desde la implementación de la iniciativa.
Uno de los factores a los que Cruzito atribuye la disolución de las pandillas en Ox es al arribo de la droga conocida como cristal y otras que “han perdido a la banda”. Para ellos —condena— “el barrio ya no es primero, solo se dedican al vicio y trabajan para obtenerlo”. Esto —aclara— nada tiene que ver con la migración, pues la aparición de nuevos grupos del crimen organizado es el fenómeno que llena las calles de estas sustancias.
Ser cholo —subrayó— se basa en el respeto que una persona pueda reflejar. “Es alguien que siempre está preocupado por su gente, su familia y su ‘clica’. Para quienes habitamos Oxkutzcab, ¿cómo te explico? si estás en Estados Unidos ya eres de otro rango, eres otro pedo; y mucha gente actualmente se está yendo, no por dinero, sino porque les gusta más la vida de ahí. Yo la neta no le encuentro mucho sentido a eso”.
El padre de Cruzito, don José Mis interviene en la conversación trayendo consigo una botella de Coca Cola de dos litros para acompañar los relatos de sus viajes “al norte”. Fueron dos, el primero para pagar su boda; y el segundo para mejorar su casa, la cual se erige entre paredes que lucen las cicatrices del pandillerismo y la necesidad de expresión mediante el arte.
Al migrar a Estados Unidos —cuenta— los yucatecos suelen coincidir en un objetivo: la adquisición de bienes, la mejora de su vivienda o una camioneta para optimizar sus actividades citrícolas. También están de acuerdo en que hay muchas tentaciones ahí: “Hay gente que conozco que lleva 10 o 15 años y hoy no han terminado ni un cuarto. La vida de [allá] es más cara y, según ellos, mejor; así que se conforman con mandar menos de la mitad de su sueldo”.
Al grafitero Cruzito todavía lo topan en la calle para preguntarle: “¿Y tú cuánto tiempo hiciste en el ʻgabacho?ʼ”, por su pinta. La realidad es que él está decidido a nunca migrar; su objetivo es continuar plasmando sus sueños enlatados por las calles de su estado y país; contribuir a la desmitificación de la figura del cholo; demostrar el talento de la calle y unificar los barrios de Oxkutzcab por medio del arte callejero.
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Otro exponente es el rapero Chepe, oriundo del municipio de Peto, pero avecindado en Oxkutzcab. En las gradas del parque, ya entrada la noche, el rapero mayahablante relata cómo experiencias “en pellejo ajeno” le han inspirado a escribir una canción dedicada a los paisanos que migran a Estados Unidos. Con esta pieza —dice— transmitirá un mensaje de esperanza para su gente del otro lado.
"Soy originario de Peto, Yucatán, mejor conocido como 'corona de la luna'. En 2010 surgió la idea de hacer rap en español, y de ahí mismo la de hacer rap en maya. Al principio, me limitaba a hacer rap en español, siendo un artista local sin moverme mucho de mi comunidad. Sin embargo, en 2011 surgió la idea de hacer rap en maya y escribí mi primera canción en ese idioma”, recordó.
Enfundado en los tenis Air Force One que adquirió en el mercado local, el Chepe compartió que la primera vez que hizo rap en lengua maya fue para la radiodifusora de Peto (Radio Xepet) para su aniversario del 29 de noviembre: “Me di cuenta de que el rap en maya era algo genial cuando vi la reacción positiva de la gente al escuchar mi primera rola. Fue impactante ver cómo respondían de manera tan positiva. Eso me llevó a darme cuenta de que este era mi camino en el rap”.
Inspirado por sus amigos —considerados hermanos— que también se dedican a disciplinas traídas del “gabacho”, como el break dance y el skate, El Chepe fue adentrándose en la escena estatal del hip hop, cultura a través de la cual difunde el orgullo que siente por sus raíces e idioma: “Quiero mostrar la belleza y la riqueza de la cultura maya en mis videos y letras, destacando aspectos como la artesanía, la agricultura y la evolución del rap en maya”.
“El tema de la migración es algo presente en nuestra comunidad, y conozco a personas cercanas que han emigrado a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. He escuchado muchas historias sobre los desafíos y sacrificios que enfrentan los migrantes, lo cual me ha inspirado a escribir una canción sobre el tema”.
"Corre por tus sueños" es el nombre de esta pieza, que habla sobre la lucha y los sacrificios que enfrentan los migrantes en busca de un futuro mejor. Con esto, el artista pretende transmitir un mensaje de esperanza y fortaleza a aquellos que se encuentran en esa situación, “recordándoles que no están solos y que el camino puede ser difícil, pero vale la pena luchar por sus sueños”.
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El mercado de Oxkutzcab es uno de los lugares —además de las comisarías— en donde se hace evidente la influencia de la migración. En sus espacios, los locatarios ponen a la venta indumentaria relacionada con lo cholo. Gorras de equipos de beisbol y jerseys son portados con orgullo por los empresarios citrícolas que descienden de sus “trocas” cargadas hasta el tope de huacales con limón, naranja y mandarina.
En los alrededores del pueblo se puede hallar una inusual variedad de restaurantes que ofrecen desde la tradicional comida yucateca hasta comida estadounidense, china y tailandesa, convirtiendo a Ox en una auténtica embajada culinaria; “un paseo del paladar por la gastronomía internacional”, asegura el recepcionista del hotel Puuc, uno de los más famosos de esta demarcación al sur de Yucatán.
Entre esos establecimientos figura el restaurante Rex, que da la bienvenida a sus comensales con un sobredimensionado cuadro del puente Golden Gate. El menú de este peculiar negocio despierta la curiosidad de propios y extraños, pues, además de los platillos comunes, saltan a la vista otros elaborados, por ejemplo, con curry rojo e ingredientes que ya no resultan tan extraños para los paladares locales.
También está el Limba, en donde tras una década en cocinas de San Francisco, el chef Eduardo Dzib Vargas ofrece gran variedad de platillos tailandeses.
“Fui jefe de cocina en tres restaurantes”, dice antes de enumerar los lugares en los que se desempeñó: “Potrero Hill, el distrito Embarcadero y Ghirardelli Square”. En Oxkutzcab —manifiesta— hay, por lo menos, seis restaurantes de comida tailandesa, por lo que innovar en este tipo de cocina es esencial para sacar adelante su proyecto con el que busca brindar a la población “el pedacito de San Francisco que traje conmigo”.
Más allá de la urbe en donde se tejen estas historias con los éxitos y fracasos de una comunidad asediada por el imperialismo cultural, se encuentran las comisarías de Oxkutzcab, sitios en donde la pobreza propia de los años noventa cimbró con mayor fuerza, obligando a sus habitantes a buscarse la vida al otro lado de las barras que dividen la frontera y las estrellas que adornan los uniformes de quienes miran con recelo a los intrusos.
Tal es el caso de Xul, a 30 kilómetros de la cabecera municipal, a donde nos dirigimos para constatar —aseguran— “el verdadero rostro de la migración”. Las comisarías son localidades pertenecientes a los municipios en Yucatán, y Oxkutzcab cuenta con ocho de ellas: Emiliano Zapata, Xohuayán, Yaxhachén y Xul; además de Techoh, San Anselmo, Kemic y Xobenhaltún. El camino para llegar a ellas es angosto y está rodeado de árboles ya secos en esta época del año.
En la carretera nos rebasa la estela de polvo trazada por los neumáticos de una potente motocicleta Italika 150Z nos da la bienvenida a este poblado de poco más de mil habitantes. Al principio, en la entrada, la calle se mira angosta y está flanqueada por viviendas a la usanza tradicional, de guano y bajareque. No obstante, el corazón de Xul guarda los frutos de un fenómeno que ha traído prosperidad y pesares al pueblo: un éxodo cuyas implicaciones han mutado a la par de diplomacias y políticas.
Las ausencias casi pueden respirarse en las calles de esta comisaría desprovista de jóvenes, a miles de kilómetros en la “tierra prometida”.
Una vez disipada la polvareda se aprecia la postal de cualquier comunidad rural de Yucatán: la comisaría, una iglesia casi en ruinas, los comercios y el parque. Este último ha sido lugar de encuentros y desencuentros, un sitio en donde la cancha de usos múltiples que lo habita ha atestiguado los devenires de un pueblo del sur del estado que se caracteriza, desde hace varios años, por sus altos índices de migración y, consecuentemente, el segundo lugar en remesas, de acuerdo con cifras del Indemaya.
Hasta el tercer trimestre de 2023 la entidad percibió más de 324 millones de dólares por concepto de remesas enviadas de Estados Unidos; Mérida, la capital del estado, recibió poco más de 110 millones, mientras que a Oxkutzcab llegaron 63 millones. A su vecino Tekax le “tocaron” 36 millones durante ese mismo periodo, de acuerdo con el Indemaya. Otras localidades que destacan en este ámbito son Ticul, Peto, Cenotillo, Buctzotz, Motul, Teabo y Hunucmá, según el Instituto.
El impacto de las remesas se materializa en enormes fincas con amplios pastizales en donde las familias de los migrantes siembran y crían a sus animales a las afueras de Xul. Ya inmersos en el poblado, los contrastes se hacen más evidentes con casas de dos pisos “al estilo americano” y camionetas de modelos recientes estacionadas a la sombra de los garajes. Otro tanto de estos vehículos surca las arterias de la comisaría cargados de cítricos con destino al mercado de Oxkutzcab, mientras de sus altavoces emanan los últimos éxitos del rap chicano.
De esta estampa destaca la tienda de abarrotes Selene, que se presume como la más surtida y concurrida del pueblo. A sus puertas está estacionada la Italika 150Z con los neumáticos pálidos por el polvo y rodeada de una junta de infancias ávidas por abordarla y dar rienda suelta a su adrenalina. Del interior del inmueble sale una adolescente no mayor a 14 años que, con una Coca-Cola en mano, les promete “dar la vuelta” en el parque más al rato.
Es la 1 de la tarde en Xul, comisaría de Oxkutzcab. Detrás del mostrador una mujer que hace malabares con una bolsa de tortillas, la botella de un refresco y el cambio de un cliente da las buenas tardes. Ella es quien da nombre al establecimiento y aparentemente se le ha hecho tarde para servir el almuerzo a sus hijas. “Mucho gusto, a ver, permítame un momentito”, se justifica al tiempo que atraviesa el umbral de su vivienda en donde de reojo se puede observar a dos pequeñas sentadas a la mesa.
En eso, a bordo de una Ford Ranger de modelo reciente llega don Pedro, el esposo de la señora Selene, viste una playera de la marca Aeropostal y calza unos tenis Adidas visiblemente desgastados por el campo. Casi excusándose y con cierto orgullo en la voz informa que viene de atender a sus abejas, pues a últimas fechas se le ha dado muy bien la apicultura e incluso —asegura— es remedio para sus dolencias. Como casi a cualquier persona, a don Pedro le entusiasma contar sus vivencias.
De acuerdo con cifras del Indemaya compartidas por su director, Eric Villanueva Mukul, hoy hay más de medio millón yucatecos buscándose la vida en Estados Unidos, y el número crece año con año. Los Ángeles y Portland son las dos ciudades preferidas por estos paisanos que buscan una mejor calidad de vida empleándose en hoteles, restaurantes y tiendas departamentales. Hace algunos ayeres, don Pedro Uicab May decidió emprender ese viaje, y mientras compartimos unos charritos con chiles jalapeños y dos aguas embotelladas de su tienda, cuenta cómo sucedió.
A pocos metros de donde las hijas de don Pedro se sacian con sendos platos de calabacitas rellenas de carne molida, el hombre asiente a pregunta expresa: “Sí, ahora es bien caro cruzar la frontera”. Lo que hace unos 30 años costaba 600 pesos de aquel tiempo, hoy roza los 300 000, así que mucha gente termina endeudada, en el mejor de los casos con amigos o familiares, y en el peor, con coyotes o personas que pertenecen al crimen organizado.
“Puede que aquí no te lleves bien con tu vecino, pero si se encuentran ahí, es otra cosa. Tenemos que estar unidos”, sentencia don Pedro Uicab, quien se ostenta como uno de los primeros hombres de Xul que optaron por cruzar la frontera norte en busca de mejores condiciones para su familia. Al cabo de un par de cálculos con sus dedos precisa que fue el cuarto de la comisaría en emprender el llamado sueño americano en 1989, hace 34 años.
Según Villanueva Mukul, del Indemaya, aunque en un primer momento los índices de migración en Yucatán encontraban su explicación a partir de condiciones de pobreza, hoy se debe a un tema aspiracional que implica relaciones y redes familiares. Estos —afirma— son factores que han aumentado la población yucateca en Estados Unidos: las redes que se tejen de ese lado y facilitan la migración.
Oxkutzcab, cabecera municipal de Xul —aclara—, no es de los municipios más pobres del estado; aunque quizá en algún punto lo haya sido debido a la poca infraestructura con la que contaba para la producción en los años setenta, cuando todavía no avanzaban los sistemas de riego que hoy le valen el nombre de “el huerto de Yucatán”, debido a su importante actividad citrícola y frutícola.
En esos años, el pequeño poblado al que don Pedro pertenecía no era ajeno a la crisis económica que imperaba en el estado y el país. No había trabajo y la mayoría de sus coterráneos se empleaba en la ciudad de Mérida o en la prometedora, pero incierta, Cancún. Él se enteró de la posibilidad de “irse al norte” gracias a un amigo oriundo de la isla de Cozumel que solía visitarle en Xul: “Me preguntó si quería yo ir y sin pensarlo demasiado le dije que sí”.
Antes de tomar la decisión que cambiaría drásticamente su vida, existía un joven Pedro ávido de estudiar y ayudar a su familia. No obstante, el apoyo para este propósito fue nulo ya que proviene de una estirpe formada por cuatro hermanos.
“No quería ir a trabajar a Mérida ni a Cancún porque los salarios no eran lo que yo aspiraba, entonces ya no tenía opción. Decidí irme”, sentencia antes de que una pequeña descalza y enfundada en su huipil interrumpiera la plática con un celular entre los dedos solicitando en lengua maya el acceso a YouTube.
Tras comunicarle su plan al amigo cozumeleño —prosiguió—, este se apersonó una mañana insospechada a las puertas de casa de un todavía cauteloso Pedro con la intención de “llevárselo a viajar” con él al día siguiente: “Espérate, mi papá regresa a la 1 de la milpa”, urgió. Una vez que la familia estuvo reunida en torno a la mesa del almuerzo, Pedro Uicab les contó de sus planes de cruzar la frontera. Tenía 17 años.
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“¿Cómo te vas a ir? Si aquí hay trabajo, yo he vivido de la milpa toda la vida y tú también puedes”, reprochó su padre alternando sus ideas con palabras altisonantes hacia su hijo. No obstante, la decisión estaba tomada. Pese a la determinación de Pedro, todavía quedaba un obstáculo por sortear: conseguir los 600 pesos que le permitirían emprender camino hacia Estados Unidos. Para ello recurrió a su abuela que, a sabiendas de que Estados Unidos “es muy bonito”, accedió a facilitarle el dinero; y un poco más para subsistir en lo que conseguía trabajo.
Cuando comenzó la migración a Estados Unidos de Yucatán —precisa Éric Villanueva—, la edad promedio para cruzar la frontera rondaba los 35 años. Hoy son hombres cada vez más jóvenes quienes aspiran al sueño americano, promediando 22 años, e incluso ha tenido conocimiento de migrantes yucatecos de 17 años durante sus visitas a las dos ciudades con mayor número de migrantes del estado.
De hecho —aclara— ya hay una generación de mujeres que opta por esta opción, un fenómeno relativamente nuevo, pues desde el 2010 se ha sabido de madres de familia que migran para encontrarse con sus esposos o “se las llevan”. Son realmente muy pocas, reconoce el director del Indemaya, las que van a trabajar.
En la época del primer viaje de don Pedro, el “cruce” consistía en viajar, en primera instancia, de Mérida a Tijuana en donde los mecanismos de seguridad eran prácticamente inexistentes si se les compara con los que las autoridades migratorias implementan hoy en día. Se realizaba por medio de un McDonald’s, recuerda.
La historia de don Pedro Uicab, como la de la gran mayoría de las personas migrantes, es una de necesidad, pero, en su caso particular, también de ambición; y pese a que persiste la idea de que “la vida es dura” al otro lado de la frontera, él celebra que haya llevado sus sueños a buen puerto. La suya es también una historia de éxito.
Durante los tres viajes que ha realizado a Estados Unidos ha sido “puesto a prueba”, la libertad que brinda la relativa estabilidad económica trae consigo la posibilidad de enrolarse en toda clase de vicios propios de las grandes urbes. Enfocado en sus metas, el joven Pedro no sucumbió ante tentaciones como el alcoholismo, la drogadicción o la promiscuidad. Siempre, tras cada viaje —afirma— tuvo la meta de regresar a su natal Xul con su familia. Apegarse al plan, le llama.
La mayoría de la gente se va con la idea de volver y únicamente el 15% lo logra por diversos motivos: “Muchos dicen que es por el trabajo, pero la realidad es que se quedan ahí por el tipo de vida que llevan y la posibilidad de obtener cantidades de dinero que aquí no podrían. Lamentablemente, es común que se olviden de su familia”.
En ninguno de los cuatro viajes que realizó don Pedro ha empleado los servicios de un coyote. El primero fue en 1989 y regresó en 1991; luego emprendió otro viaje en 1993 y regresó en 1996; y también en 2001, cuando regresó en 2003; el último viaje lo emprendió en 2009 para regresar en 2014.
En total son 14 los años que don Pedro Uicab ha vivido en Estados Unidos y, a pesar de las posibilidades que se han abierto gracias a estas estadías, sostiene con firmeza y sin temor a equivocarse que no lo volvería a hacer. Estados Unidos es un país que quedó en su pasado y cuyos recuerdos adornan las paredes de la casa familiar.
Hablando de Xul, fue en el año de 1995 cuando la mayoría de los hombres, tras ver el “éxito” de algunos que les precedieron, optaron por vivir en carne propia el sueño americano. Cerca del 25% de la población —calcula don Pedro— habita actualmente en alguna de las ciudades que concentran población yucateca y es una cifra en constante crecimiento.
Este fenómeno trajo consigo determinadas expresiones culturales. Antes, en las calles de Xul —y de Oxkutzcab, en general— podían observarse pantalones “tumbados”, gorras de beisbol y otras características propias de los “cholos” estadounidenses: “Esos muchachos se regresaron a Estados Unidos por ahí del año 2000 y a la fecha no han vuelto [a Oxkutzcab]. Varios de ellos formaron familias de ese lado y a otros tantos los mataron en pleitos de pandillas”.
Lo anterior, explicó, ha originado que hoy la juventud en la comisaría sea escasa. Muchos, al cumplir la mayoría de edad opta por migrar “al norte”, pues desde chavitos ya tienen esa idea: “Es lo que hay que hacer”. Esto también ha mermado el acceso a mano de obra en el pueblo.
No obstante, las gorras tipo snapback de Los Gigantes de San Francisco son comunes en el municipio, al igual que otros detalles propios de la socioestética chola.
Las palabras de don Pedro con respecto a la mano de obra se refuerzan cuando, por la tarde, preguntamos a los niños en el parque qué es lo que querían hacer cuando sean grandes; todos sin chistar aseguraron casi al unísono: “Irme al norte”. Con esto —estiman— serán capaces de comprarse, de menos, una motocicleta Italika Z150 como la que están próximos a abordar y dibujar sus propias estelas de polvo por el pueblo.
A lo largo de estos años, don Pedro ha visto los cambios que el fenómeno migratorio ha traído consigo, los cuales considera esencialmente positivos. Anteriormente —dice— había mucho desempleo y las remesas han detonado este factor en beneficio de las familias de Oxkutzcab y sus comisarías: “No hay trabajadores así tipo albañiles, pero sí hay dinero para traerlos de otros pueblos”.
Migrar, manifiesta, vale la pena únicamente si se tiene un plan para hacerlo, un propósito por cumplir antes de regresar. Eso sí, para que resulte —aclara— la persona debe permanecer en Estados Unidos un mínimo de cinco años: “Un año para pagar la deuda (del cruce); uno o dos años para hacer tu casita; otro año para el carrito o la camioneta, y un año para juntar lo que vas a traer para poner tu negocio”.
El estilo de vida que tiene la gente en Xul actualmente —comenta— es mucho mejor que hace 30 años gracias a las remesas, las cuales han optimizado su calidad de vida: “Ves las casas más grandes y modernas, las camionetas, no hay crisis; y la economía es sana en comparación con otros pueblos”.
Esto se hace evidente al recorrer las calles de la comisaría y verlas pobladas por un número inusual de comercios: Tiendas de abarrotes, de ropa, cafeterías, tortillerías, cibercafés y otros giros comerciales que emergieron con el dinero de las remesas. Varios de estos establecimientos también cuentan con nombres que son un híbrido entre lo “gringo” y lo yucateco, como la tortillería “Hayley Concepción”, nombrada en honor a la hija de su propietario.
Para don Pedro y su esposa Selene, el hecho de que su tienda sea la más popular del pueblo es una bendición. Así lo ven ellos, pero también influye que es la mejor surtida y la que ofrece mayor cantidad de servicios gracias a la determinación de ambos: “Hay que pensar en sentar cabeza con la familia. Yo regresé por mi hijo Miler porque cuando me fui él tenía ocho años y con el tiempo se volvió travieso”.
Al llegar el momento, Miler también migró con la anuencia e invaluables consejos de su padre. Él se fue a los 21 años y hoy cuenta 23. Actualmente labora en un restaurante en donde se desempeña como mano derecha del chef. Miler es también el sustento de su familia en Xul. Incluso don Pedro le debe su actual trabajo como apicultor al joven Miler, quien paga las colmenas que él atiende en un terreno adquirido gracias a las remesas.
Este dinero también ha sido vital durante diversos problemas de salud que se han suscitado. Primero fue Selene, la esposa de don Pedro, quien tuvo un embarazo complicado y, posteriormente, el mismo don Pedro padeció una fuerte apendicitis. En ambos casos fueron atendidos en hospitales particulares.
Para que Miler se fuera, don Pedro tuvo que vender un terreno en tiempo récord. Al darse cuenta de que se frustraban sus planes para cruzar “al norte”, el señor tomó la decisión de vender parte de su propiedad a su vecina y finalmente pudo consumarse el viaje.
“Es una bendición de Dios que me haya ido bien porque no sucede así en todos los casos. El reto ahora radica en recuperar el tiempo perdido y tratar de sanar el hecho de no haber visto crecer a mi hijo. Tuve dos hijas más y me da enorme satisfacción el poder verlas crecer y darles una mejor vida”, finaliza, y, por fin, le pone a la hija más pequeña su canción favorita de Taylor Swift en YouTube.
A pesar del éxito de los viajes de don Pedro, su esposa Selene muestra otros rostros del fenómeno migratorio, el cual ha vivido siempre desde Xul y teniendo a cargo la crianza de sus tres hijos. Desde el mostrador de la abarrotería que lleva su nombre, Selene Pacheco Mis reconoce los tiempos difíciles que le han tocado vivir y las ausencias que han detonado una diversidad de problemáticas en su núcleo familiar.
Las remesas que don Pedro enviaba sin falta cada semana han potenciado las dotes administrativas de doña Selene, quien ha sido la encargada de sacar adelante la tienda que convirtió en la más surtida, no solo de Xul, sino también de las comisarías contiguas que igual carecen de hombres: “Muchos se van y algunos regresan, pero la mayoría permanece allá.”.
Daimer Estrella Interian es un psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), quien ha vivido de cerca el fenómeno migratorio, y su tesis la hizo justamente sobre ese tema, enfocándose en su natal Oxkutzcab. Él pone sobre la mesa la ambigüedad que puede implicar el fenómeno, pues pese a que arriban fuertes cantidades de dinero por concepto de remesas anualmente y la gente puede acceder a mejores oportunidades, estas también acarrean un costo social.
Luego de realizar una serie de entrevistas como parte de su proceso de titulación, Estrella Interian sentencia que la consecuencia negativa más inmediata de esta situación es el impacto emocional que el éxodo genera en las familias, incluso desde la misma travesía: “Tu familia no sabe si vas a volver con vida o las dificultades que enfrentarás al atravesar el desierto en manos del crimen organizado. No saben si hay animales venenosos o si tienes acceso a agua”.
Es casi siempre —explica— la esposa del migrante quien se queda asumiendo el rol de madre y padre mientras su pareja produce dólares a miles de kilómetros, dinero que, en el mejor de los casos, le hace llegar o, en otros —menos atípicos de lo que se esperaría—, es dinero que suele gastarse en vicios. Hablan de “millones de remesas este año”, pero poco se habla de su costo social, lamenta el experto.
A veces —comenta Selene mientras atiende a su vasta clientela— los hijos que se quedan no respetan a sus madres porque la ausencia del padre los deja marcados. Algunos —relata con base en su experiencia— se vuelven delincuentes o adictos a las drogas, lo que en numerosas ocasiones ha traído problemas a la comisaría.
Fue hace 15 años —recuerda— cuando su esposo viajó por última vez a Estados Unidos. Se conocieron en el año 2000, durante uno de los intervalos en los que don Pedro estaba en Xul, y ambos vendían comida en la calle. Así fue que empezaron a hablar y seis meses después decidieron construir una vida juntos. Tres años después del nacimiento de su primer hijo Miler, don Pedro decidió volver “al norte”.
Cuando regresó, cuenta Selene, Miler ya no lo veía como su padre: “Nuestro hijo necesitaba a su padre, pero él no siempre estuvo presente así que empezó a cuestionarlo”. Cuando contaba 15 años —prosiguió— se volvió rebelde y les costó mucho trabajo hacer que cambiara su actitud. Durante la pandemia, se enamoró de una mujer, lo que lo desvió de sus estudios de agronomía. Empezó a beber.
Un día —continuó— decidió irse a Estados Unidos a probar suerte. Para el joven Miler, cruzar la frontera fue un momento difícil y fue ahí —asegura— cuando se dio cuenta de lo que significaba verdaderamente estar lejos de su familia y de su pueblo: “Siempre le decía a su padre que extrañaba la comida que yo cocinaba”.
Durante estas ausencias —contó la mujer— el apoyo entre vecinas juega un papel fundamental para resistir. Pese a recibir el dinero que su esposo le procuraba desde el otro lado, tardó poco tiempo en darse cuenta de que lo económico no iba a llenar su vacío emocional. Hoy, lo que desea con más ansias es que su hijo Miler pueda regresar a Xul con el dinero suficiente para construir su hogar: “Confiamos en que Dios nos bendecirá con un futuro mejor”.
Y es que la religión juega un papel fundamental en la vida de un migrante yucateco. De acuerdo con el psicólogo Daimer Estrella, está estrechamente relacionada con una necesaria esperanza. Rezan —dice— por la esperanza económica y la de tener acceso a recursos que les permitan mejorar su calidad de vida. De hecho, replican las mismas fiestas patronales de sus pueblos al otro lado del Río Bravo para sentir nuevamente el abrazo de su tierra.
Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W.K. Kellogg.
Oxkutzcab se caracteriza por ser una Golden Gate entre Estados Unidos y Yucatán, un lugar en donde la cultura gringa se encuentra y mezcla con la tradición maya.
Es una tarde común en Oxkutzcab, uno de los 106 municipios de Yucatán. Estamos en la plaza principal, con su quiosco, los vendedores de naranjas —o “chinas”, como se les conoce de este lado del país— y familias que abandonan la iglesia luego de acudir a misa. En “los bajos” del palacio municipal hay una convención que desentona con la postal dominical: gorras tipo snapback, pantalones anchos, jerseys de equipos de beisbol gringos y bicicletas low rider. Son los “choleros” yucatecos, un híbrido cultural que nace como consecuencia de los altos índices de migración a Estados Unidos que registra Ox.
En las historias de quienes deambulan por su parque y comisarías, se puede percibir el impacto de la cultura chola, pero también el arraigo de sus raíces mayas y el sólido sentido de pertenencia y comunidad. Oxkutzcab es un sitio en donde los panuchos y salbutes comparten menú con cheeseburgers y chicken pad thai preparados con recetas aprendidas a miles de kilómetros, en alguna de las cocinas en donde el yucateco se busca —y juega— la vida al otro lado del Río Bravo.
Entre jóvenes y no tan jóvenes reunidos en torno a una docena de “biclas tumbadas”, se encuentra “Cruzito”, tatuador y grafitero de 26 años que acudió al evento para exhibir su trabajo. Son las 12 del día en el pueblo y a los “riders” del parque comienza a darles “sed de la mala”, por lo que las idas y venidas a la tienda de conveniencia son constantes, así como el clac, clac de los “misiles” de XX Lager, antídoto infalible para mitigar los casi 50 grados de sensación térmica que caracterizan a las lajas yucatecas.
Luego de un buen trago del elixir, Cruzito, también conocido como Joseph Uriel Mis Trujeque, comparte los motivos que lo convirtieron en un artista urbano.
Su interés —explica— se detonó a partir de la cultura chicana que ha impregnado a la gente de su pueblo, pues según cifras del Instituto para el Desarrollo de la Cultura Maya (Indemaya), son más de medio millón de yucatecos los que residen en Estados Unidos, tres cuartas partes de ellos sin papeles. Ahí, en el “norte” —indica— la influencia de estos grupos es fundamental en la formación de la identidad del migrante y su supervivencia.
“Tengo familiares que estuvieron en Estados Unidos bastantes años y al regresar trajeron esta cultura que es con la que fuimos creciendo y criándonos”, comentó el artista a varios metros de unas bocinas que “reventaban” mezclas de las “rolas” de Cypress Hill, Snoop Dogg, Tupac Shakur y otros exponentes del rap de la década de los noventa.
Fue precisamente para esas fechas cuando se lanzó la película Sangre por sangre, un drama chicano que le valió su apodo a Cruzito, personaje interpretado por el actor Jesse Borrego.
Contrario a creencias populares, la ideología de un cholo yucateco es diametralmente distinta a la de uno “del otro lado”. De ese lado (en “el gabacho”) —detalló—, todo se concentra en hermandad, color y raza. En cambio, cuando regresan a Yucatán se encuentran con divisiones, ya no de raza, sino de territorio: “Los sureños van con los sureños; y los norteños con los norteños”, sentenció en referencia a los barrios en los que se divide el municipio.
“San Juan, San Esteban, San Antonio, J.J. Pacho, todas esas colonias son sureñas. Al nacer acá, por defecto, ya eres sureño y tienes bronca con los norteños”, pormenoriza el artista urbano sobre los territorios que componen su pueblo.
Para él, eso no debería ser así, pues en Estados Unidos esta situación tiene más que ver con la raza, lo que —opinó— refuerza lazos culturales. Es bajo esa ideología que Cruzito decide iniciarse en el arte de la tinta.
“Uno de mis primos, recién deportado de Estados Unidos, al ver mis dibujos me dice ‘oye vato, tatúame’ y yo le digo que chale, que no sé tatuar; y me dice ‘no hay pedo ese, vente a la casa y te enseño cómo se hace la máquina’. Yo tenía 12 años cuando hice mi primer tatuaje”, comparte bajo el quiosco del parque entonando un acento chicano consecuencia del bagaje cultural al que ha sido expuesto.
“Tengo parientes nacidos ahí y esa es su vida cotidiana. Cuando vienen de visita, ya traen eso hasta en su forma de hablar; hablan entre inglés y español. Es algo que se contagia y uno por querer ser como ellos, empieza a copiarles”, reconoció.
Desde que “lo agarró” [el oficio] el recién debutado tatuador dijo “de aquí soy” y poco a poco fue haciéndose de equipo profesional para “marcar”; primero a la gente de su barrio, después a la de todos los barrios de Oxkutzcab, y posteriormente a personas de otros estados que lo buscan por su talento en el estilo chicano. Conforme crecía su popularidad, los colores que dividen el norte y el sur fueron difuminándose bajo la aguja del ahora maestro de la tinta.
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Hubo un tiempo en el que Cruzito perteneció a las pandillas de Ox, cuando el movimiento era más evidente en sus calles y estos grupos solían matar (literalmente) en defensa de su territorio. Poco a poco, se dio cuenta de que no era la vida que quería y fueron los mismos pandilleros quienes lo convencieron de salirse: “¿Si no quién los iba a rayar?”, dijo entre risas en su estudio y galería Hunab Ku, en donde también hace grabado, aerografía, carpintería y las esculturas de unicel que lucen los carros alegóricos durante los carnavales del pueblo.
El tatuador es uno de los fundadores del colectivo Sureste Crew, agrupación multidisciplinaria cuyo objetivo radicó en un principio —por ahí del 2014— en unificar a los barrios de Oxkutzcab a través de la música y el arte. Cruzito festeja mientras escuchamos sus canciones en YouTube, que se logró el objetivo: nadie ha muerto a causa de estos líos desde la implementación de la iniciativa.
Uno de los factores a los que Cruzito atribuye la disolución de las pandillas en Ox es al arribo de la droga conocida como cristal y otras que “han perdido a la banda”. Para ellos —condena— “el barrio ya no es primero, solo se dedican al vicio y trabajan para obtenerlo”. Esto —aclara— nada tiene que ver con la migración, pues la aparición de nuevos grupos del crimen organizado es el fenómeno que llena las calles de estas sustancias.
Ser cholo —subrayó— se basa en el respeto que una persona pueda reflejar. “Es alguien que siempre está preocupado por su gente, su familia y su ‘clica’. Para quienes habitamos Oxkutzcab, ¿cómo te explico? si estás en Estados Unidos ya eres de otro rango, eres otro pedo; y mucha gente actualmente se está yendo, no por dinero, sino porque les gusta más la vida de ahí. Yo la neta no le encuentro mucho sentido a eso”.
El padre de Cruzito, don José Mis interviene en la conversación trayendo consigo una botella de Coca Cola de dos litros para acompañar los relatos de sus viajes “al norte”. Fueron dos, el primero para pagar su boda; y el segundo para mejorar su casa, la cual se erige entre paredes que lucen las cicatrices del pandillerismo y la necesidad de expresión mediante el arte.
Al migrar a Estados Unidos —cuenta— los yucatecos suelen coincidir en un objetivo: la adquisición de bienes, la mejora de su vivienda o una camioneta para optimizar sus actividades citrícolas. También están de acuerdo en que hay muchas tentaciones ahí: “Hay gente que conozco que lleva 10 o 15 años y hoy no han terminado ni un cuarto. La vida de [allá] es más cara y, según ellos, mejor; así que se conforman con mandar menos de la mitad de su sueldo”.
Al grafitero Cruzito todavía lo topan en la calle para preguntarle: “¿Y tú cuánto tiempo hiciste en el ʻgabacho?ʼ”, por su pinta. La realidad es que él está decidido a nunca migrar; su objetivo es continuar plasmando sus sueños enlatados por las calles de su estado y país; contribuir a la desmitificación de la figura del cholo; demostrar el talento de la calle y unificar los barrios de Oxkutzcab por medio del arte callejero.
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Otro exponente es el rapero Chepe, oriundo del municipio de Peto, pero avecindado en Oxkutzcab. En las gradas del parque, ya entrada la noche, el rapero mayahablante relata cómo experiencias “en pellejo ajeno” le han inspirado a escribir una canción dedicada a los paisanos que migran a Estados Unidos. Con esta pieza —dice— transmitirá un mensaje de esperanza para su gente del otro lado.
"Soy originario de Peto, Yucatán, mejor conocido como 'corona de la luna'. En 2010 surgió la idea de hacer rap en español, y de ahí mismo la de hacer rap en maya. Al principio, me limitaba a hacer rap en español, siendo un artista local sin moverme mucho de mi comunidad. Sin embargo, en 2011 surgió la idea de hacer rap en maya y escribí mi primera canción en ese idioma”, recordó.
Enfundado en los tenis Air Force One que adquirió en el mercado local, el Chepe compartió que la primera vez que hizo rap en lengua maya fue para la radiodifusora de Peto (Radio Xepet) para su aniversario del 29 de noviembre: “Me di cuenta de que el rap en maya era algo genial cuando vi la reacción positiva de la gente al escuchar mi primera rola. Fue impactante ver cómo respondían de manera tan positiva. Eso me llevó a darme cuenta de que este era mi camino en el rap”.
Inspirado por sus amigos —considerados hermanos— que también se dedican a disciplinas traídas del “gabacho”, como el break dance y el skate, El Chepe fue adentrándose en la escena estatal del hip hop, cultura a través de la cual difunde el orgullo que siente por sus raíces e idioma: “Quiero mostrar la belleza y la riqueza de la cultura maya en mis videos y letras, destacando aspectos como la artesanía, la agricultura y la evolución del rap en maya”.
“El tema de la migración es algo presente en nuestra comunidad, y conozco a personas cercanas que han emigrado a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. He escuchado muchas historias sobre los desafíos y sacrificios que enfrentan los migrantes, lo cual me ha inspirado a escribir una canción sobre el tema”.
"Corre por tus sueños" es el nombre de esta pieza, que habla sobre la lucha y los sacrificios que enfrentan los migrantes en busca de un futuro mejor. Con esto, el artista pretende transmitir un mensaje de esperanza y fortaleza a aquellos que se encuentran en esa situación, “recordándoles que no están solos y que el camino puede ser difícil, pero vale la pena luchar por sus sueños”.
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El mercado de Oxkutzcab es uno de los lugares —además de las comisarías— en donde se hace evidente la influencia de la migración. En sus espacios, los locatarios ponen a la venta indumentaria relacionada con lo cholo. Gorras de equipos de beisbol y jerseys son portados con orgullo por los empresarios citrícolas que descienden de sus “trocas” cargadas hasta el tope de huacales con limón, naranja y mandarina.
En los alrededores del pueblo se puede hallar una inusual variedad de restaurantes que ofrecen desde la tradicional comida yucateca hasta comida estadounidense, china y tailandesa, convirtiendo a Ox en una auténtica embajada culinaria; “un paseo del paladar por la gastronomía internacional”, asegura el recepcionista del hotel Puuc, uno de los más famosos de esta demarcación al sur de Yucatán.
Entre esos establecimientos figura el restaurante Rex, que da la bienvenida a sus comensales con un sobredimensionado cuadro del puente Golden Gate. El menú de este peculiar negocio despierta la curiosidad de propios y extraños, pues, además de los platillos comunes, saltan a la vista otros elaborados, por ejemplo, con curry rojo e ingredientes que ya no resultan tan extraños para los paladares locales.
También está el Limba, en donde tras una década en cocinas de San Francisco, el chef Eduardo Dzib Vargas ofrece gran variedad de platillos tailandeses.
“Fui jefe de cocina en tres restaurantes”, dice antes de enumerar los lugares en los que se desempeñó: “Potrero Hill, el distrito Embarcadero y Ghirardelli Square”. En Oxkutzcab —manifiesta— hay, por lo menos, seis restaurantes de comida tailandesa, por lo que innovar en este tipo de cocina es esencial para sacar adelante su proyecto con el que busca brindar a la población “el pedacito de San Francisco que traje conmigo”.
Más allá de la urbe en donde se tejen estas historias con los éxitos y fracasos de una comunidad asediada por el imperialismo cultural, se encuentran las comisarías de Oxkutzcab, sitios en donde la pobreza propia de los años noventa cimbró con mayor fuerza, obligando a sus habitantes a buscarse la vida al otro lado de las barras que dividen la frontera y las estrellas que adornan los uniformes de quienes miran con recelo a los intrusos.
Tal es el caso de Xul, a 30 kilómetros de la cabecera municipal, a donde nos dirigimos para constatar —aseguran— “el verdadero rostro de la migración”. Las comisarías son localidades pertenecientes a los municipios en Yucatán, y Oxkutzcab cuenta con ocho de ellas: Emiliano Zapata, Xohuayán, Yaxhachén y Xul; además de Techoh, San Anselmo, Kemic y Xobenhaltún. El camino para llegar a ellas es angosto y está rodeado de árboles ya secos en esta época del año.
En la carretera nos rebasa la estela de polvo trazada por los neumáticos de una potente motocicleta Italika 150Z nos da la bienvenida a este poblado de poco más de mil habitantes. Al principio, en la entrada, la calle se mira angosta y está flanqueada por viviendas a la usanza tradicional, de guano y bajareque. No obstante, el corazón de Xul guarda los frutos de un fenómeno que ha traído prosperidad y pesares al pueblo: un éxodo cuyas implicaciones han mutado a la par de diplomacias y políticas.
Las ausencias casi pueden respirarse en las calles de esta comisaría desprovista de jóvenes, a miles de kilómetros en la “tierra prometida”.
Una vez disipada la polvareda se aprecia la postal de cualquier comunidad rural de Yucatán: la comisaría, una iglesia casi en ruinas, los comercios y el parque. Este último ha sido lugar de encuentros y desencuentros, un sitio en donde la cancha de usos múltiples que lo habita ha atestiguado los devenires de un pueblo del sur del estado que se caracteriza, desde hace varios años, por sus altos índices de migración y, consecuentemente, el segundo lugar en remesas, de acuerdo con cifras del Indemaya.
Hasta el tercer trimestre de 2023 la entidad percibió más de 324 millones de dólares por concepto de remesas enviadas de Estados Unidos; Mérida, la capital del estado, recibió poco más de 110 millones, mientras que a Oxkutzcab llegaron 63 millones. A su vecino Tekax le “tocaron” 36 millones durante ese mismo periodo, de acuerdo con el Indemaya. Otras localidades que destacan en este ámbito son Ticul, Peto, Cenotillo, Buctzotz, Motul, Teabo y Hunucmá, según el Instituto.
El impacto de las remesas se materializa en enormes fincas con amplios pastizales en donde las familias de los migrantes siembran y crían a sus animales a las afueras de Xul. Ya inmersos en el poblado, los contrastes se hacen más evidentes con casas de dos pisos “al estilo americano” y camionetas de modelos recientes estacionadas a la sombra de los garajes. Otro tanto de estos vehículos surca las arterias de la comisaría cargados de cítricos con destino al mercado de Oxkutzcab, mientras de sus altavoces emanan los últimos éxitos del rap chicano.
De esta estampa destaca la tienda de abarrotes Selene, que se presume como la más surtida y concurrida del pueblo. A sus puertas está estacionada la Italika 150Z con los neumáticos pálidos por el polvo y rodeada de una junta de infancias ávidas por abordarla y dar rienda suelta a su adrenalina. Del interior del inmueble sale una adolescente no mayor a 14 años que, con una Coca-Cola en mano, les promete “dar la vuelta” en el parque más al rato.
Es la 1 de la tarde en Xul, comisaría de Oxkutzcab. Detrás del mostrador una mujer que hace malabares con una bolsa de tortillas, la botella de un refresco y el cambio de un cliente da las buenas tardes. Ella es quien da nombre al establecimiento y aparentemente se le ha hecho tarde para servir el almuerzo a sus hijas. “Mucho gusto, a ver, permítame un momentito”, se justifica al tiempo que atraviesa el umbral de su vivienda en donde de reojo se puede observar a dos pequeñas sentadas a la mesa.
En eso, a bordo de una Ford Ranger de modelo reciente llega don Pedro, el esposo de la señora Selene, viste una playera de la marca Aeropostal y calza unos tenis Adidas visiblemente desgastados por el campo. Casi excusándose y con cierto orgullo en la voz informa que viene de atender a sus abejas, pues a últimas fechas se le ha dado muy bien la apicultura e incluso —asegura— es remedio para sus dolencias. Como casi a cualquier persona, a don Pedro le entusiasma contar sus vivencias.
De acuerdo con cifras del Indemaya compartidas por su director, Eric Villanueva Mukul, hoy hay más de medio millón yucatecos buscándose la vida en Estados Unidos, y el número crece año con año. Los Ángeles y Portland son las dos ciudades preferidas por estos paisanos que buscan una mejor calidad de vida empleándose en hoteles, restaurantes y tiendas departamentales. Hace algunos ayeres, don Pedro Uicab May decidió emprender ese viaje, y mientras compartimos unos charritos con chiles jalapeños y dos aguas embotelladas de su tienda, cuenta cómo sucedió.
A pocos metros de donde las hijas de don Pedro se sacian con sendos platos de calabacitas rellenas de carne molida, el hombre asiente a pregunta expresa: “Sí, ahora es bien caro cruzar la frontera”. Lo que hace unos 30 años costaba 600 pesos de aquel tiempo, hoy roza los 300 000, así que mucha gente termina endeudada, en el mejor de los casos con amigos o familiares, y en el peor, con coyotes o personas que pertenecen al crimen organizado.
“Puede que aquí no te lleves bien con tu vecino, pero si se encuentran ahí, es otra cosa. Tenemos que estar unidos”, sentencia don Pedro Uicab, quien se ostenta como uno de los primeros hombres de Xul que optaron por cruzar la frontera norte en busca de mejores condiciones para su familia. Al cabo de un par de cálculos con sus dedos precisa que fue el cuarto de la comisaría en emprender el llamado sueño americano en 1989, hace 34 años.
Según Villanueva Mukul, del Indemaya, aunque en un primer momento los índices de migración en Yucatán encontraban su explicación a partir de condiciones de pobreza, hoy se debe a un tema aspiracional que implica relaciones y redes familiares. Estos —afirma— son factores que han aumentado la población yucateca en Estados Unidos: las redes que se tejen de ese lado y facilitan la migración.
Oxkutzcab, cabecera municipal de Xul —aclara—, no es de los municipios más pobres del estado; aunque quizá en algún punto lo haya sido debido a la poca infraestructura con la que contaba para la producción en los años setenta, cuando todavía no avanzaban los sistemas de riego que hoy le valen el nombre de “el huerto de Yucatán”, debido a su importante actividad citrícola y frutícola.
En esos años, el pequeño poblado al que don Pedro pertenecía no era ajeno a la crisis económica que imperaba en el estado y el país. No había trabajo y la mayoría de sus coterráneos se empleaba en la ciudad de Mérida o en la prometedora, pero incierta, Cancún. Él se enteró de la posibilidad de “irse al norte” gracias a un amigo oriundo de la isla de Cozumel que solía visitarle en Xul: “Me preguntó si quería yo ir y sin pensarlo demasiado le dije que sí”.
Antes de tomar la decisión que cambiaría drásticamente su vida, existía un joven Pedro ávido de estudiar y ayudar a su familia. No obstante, el apoyo para este propósito fue nulo ya que proviene de una estirpe formada por cuatro hermanos.
“No quería ir a trabajar a Mérida ni a Cancún porque los salarios no eran lo que yo aspiraba, entonces ya no tenía opción. Decidí irme”, sentencia antes de que una pequeña descalza y enfundada en su huipil interrumpiera la plática con un celular entre los dedos solicitando en lengua maya el acceso a YouTube.
Tras comunicarle su plan al amigo cozumeleño —prosiguió—, este se apersonó una mañana insospechada a las puertas de casa de un todavía cauteloso Pedro con la intención de “llevárselo a viajar” con él al día siguiente: “Espérate, mi papá regresa a la 1 de la milpa”, urgió. Una vez que la familia estuvo reunida en torno a la mesa del almuerzo, Pedro Uicab les contó de sus planes de cruzar la frontera. Tenía 17 años.
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“¿Cómo te vas a ir? Si aquí hay trabajo, yo he vivido de la milpa toda la vida y tú también puedes”, reprochó su padre alternando sus ideas con palabras altisonantes hacia su hijo. No obstante, la decisión estaba tomada. Pese a la determinación de Pedro, todavía quedaba un obstáculo por sortear: conseguir los 600 pesos que le permitirían emprender camino hacia Estados Unidos. Para ello recurrió a su abuela que, a sabiendas de que Estados Unidos “es muy bonito”, accedió a facilitarle el dinero; y un poco más para subsistir en lo que conseguía trabajo.
Cuando comenzó la migración a Estados Unidos de Yucatán —precisa Éric Villanueva—, la edad promedio para cruzar la frontera rondaba los 35 años. Hoy son hombres cada vez más jóvenes quienes aspiran al sueño americano, promediando 22 años, e incluso ha tenido conocimiento de migrantes yucatecos de 17 años durante sus visitas a las dos ciudades con mayor número de migrantes del estado.
De hecho —aclara— ya hay una generación de mujeres que opta por esta opción, un fenómeno relativamente nuevo, pues desde el 2010 se ha sabido de madres de familia que migran para encontrarse con sus esposos o “se las llevan”. Son realmente muy pocas, reconoce el director del Indemaya, las que van a trabajar.
En la época del primer viaje de don Pedro, el “cruce” consistía en viajar, en primera instancia, de Mérida a Tijuana en donde los mecanismos de seguridad eran prácticamente inexistentes si se les compara con los que las autoridades migratorias implementan hoy en día. Se realizaba por medio de un McDonald’s, recuerda.
La historia de don Pedro Uicab, como la de la gran mayoría de las personas migrantes, es una de necesidad, pero, en su caso particular, también de ambición; y pese a que persiste la idea de que “la vida es dura” al otro lado de la frontera, él celebra que haya llevado sus sueños a buen puerto. La suya es también una historia de éxito.
Durante los tres viajes que ha realizado a Estados Unidos ha sido “puesto a prueba”, la libertad que brinda la relativa estabilidad económica trae consigo la posibilidad de enrolarse en toda clase de vicios propios de las grandes urbes. Enfocado en sus metas, el joven Pedro no sucumbió ante tentaciones como el alcoholismo, la drogadicción o la promiscuidad. Siempre, tras cada viaje —afirma— tuvo la meta de regresar a su natal Xul con su familia. Apegarse al plan, le llama.
La mayoría de la gente se va con la idea de volver y únicamente el 15% lo logra por diversos motivos: “Muchos dicen que es por el trabajo, pero la realidad es que se quedan ahí por el tipo de vida que llevan y la posibilidad de obtener cantidades de dinero que aquí no podrían. Lamentablemente, es común que se olviden de su familia”.
En ninguno de los cuatro viajes que realizó don Pedro ha empleado los servicios de un coyote. El primero fue en 1989 y regresó en 1991; luego emprendió otro viaje en 1993 y regresó en 1996; y también en 2001, cuando regresó en 2003; el último viaje lo emprendió en 2009 para regresar en 2014.
En total son 14 los años que don Pedro Uicab ha vivido en Estados Unidos y, a pesar de las posibilidades que se han abierto gracias a estas estadías, sostiene con firmeza y sin temor a equivocarse que no lo volvería a hacer. Estados Unidos es un país que quedó en su pasado y cuyos recuerdos adornan las paredes de la casa familiar.
Hablando de Xul, fue en el año de 1995 cuando la mayoría de los hombres, tras ver el “éxito” de algunos que les precedieron, optaron por vivir en carne propia el sueño americano. Cerca del 25% de la población —calcula don Pedro— habita actualmente en alguna de las ciudades que concentran población yucateca y es una cifra en constante crecimiento.
Este fenómeno trajo consigo determinadas expresiones culturales. Antes, en las calles de Xul —y de Oxkutzcab, en general— podían observarse pantalones “tumbados”, gorras de beisbol y otras características propias de los “cholos” estadounidenses: “Esos muchachos se regresaron a Estados Unidos por ahí del año 2000 y a la fecha no han vuelto [a Oxkutzcab]. Varios de ellos formaron familias de ese lado y a otros tantos los mataron en pleitos de pandillas”.
Lo anterior, explicó, ha originado que hoy la juventud en la comisaría sea escasa. Muchos, al cumplir la mayoría de edad opta por migrar “al norte”, pues desde chavitos ya tienen esa idea: “Es lo que hay que hacer”. Esto también ha mermado el acceso a mano de obra en el pueblo.
No obstante, las gorras tipo snapback de Los Gigantes de San Francisco son comunes en el municipio, al igual que otros detalles propios de la socioestética chola.
Las palabras de don Pedro con respecto a la mano de obra se refuerzan cuando, por la tarde, preguntamos a los niños en el parque qué es lo que querían hacer cuando sean grandes; todos sin chistar aseguraron casi al unísono: “Irme al norte”. Con esto —estiman— serán capaces de comprarse, de menos, una motocicleta Italika Z150 como la que están próximos a abordar y dibujar sus propias estelas de polvo por el pueblo.
A lo largo de estos años, don Pedro ha visto los cambios que el fenómeno migratorio ha traído consigo, los cuales considera esencialmente positivos. Anteriormente —dice— había mucho desempleo y las remesas han detonado este factor en beneficio de las familias de Oxkutzcab y sus comisarías: “No hay trabajadores así tipo albañiles, pero sí hay dinero para traerlos de otros pueblos”.
Migrar, manifiesta, vale la pena únicamente si se tiene un plan para hacerlo, un propósito por cumplir antes de regresar. Eso sí, para que resulte —aclara— la persona debe permanecer en Estados Unidos un mínimo de cinco años: “Un año para pagar la deuda (del cruce); uno o dos años para hacer tu casita; otro año para el carrito o la camioneta, y un año para juntar lo que vas a traer para poner tu negocio”.
El estilo de vida que tiene la gente en Xul actualmente —comenta— es mucho mejor que hace 30 años gracias a las remesas, las cuales han optimizado su calidad de vida: “Ves las casas más grandes y modernas, las camionetas, no hay crisis; y la economía es sana en comparación con otros pueblos”.
Esto se hace evidente al recorrer las calles de la comisaría y verlas pobladas por un número inusual de comercios: Tiendas de abarrotes, de ropa, cafeterías, tortillerías, cibercafés y otros giros comerciales que emergieron con el dinero de las remesas. Varios de estos establecimientos también cuentan con nombres que son un híbrido entre lo “gringo” y lo yucateco, como la tortillería “Hayley Concepción”, nombrada en honor a la hija de su propietario.
Para don Pedro y su esposa Selene, el hecho de que su tienda sea la más popular del pueblo es una bendición. Así lo ven ellos, pero también influye que es la mejor surtida y la que ofrece mayor cantidad de servicios gracias a la determinación de ambos: “Hay que pensar en sentar cabeza con la familia. Yo regresé por mi hijo Miler porque cuando me fui él tenía ocho años y con el tiempo se volvió travieso”.
Al llegar el momento, Miler también migró con la anuencia e invaluables consejos de su padre. Él se fue a los 21 años y hoy cuenta 23. Actualmente labora en un restaurante en donde se desempeña como mano derecha del chef. Miler es también el sustento de su familia en Xul. Incluso don Pedro le debe su actual trabajo como apicultor al joven Miler, quien paga las colmenas que él atiende en un terreno adquirido gracias a las remesas.
Este dinero también ha sido vital durante diversos problemas de salud que se han suscitado. Primero fue Selene, la esposa de don Pedro, quien tuvo un embarazo complicado y, posteriormente, el mismo don Pedro padeció una fuerte apendicitis. En ambos casos fueron atendidos en hospitales particulares.
Para que Miler se fuera, don Pedro tuvo que vender un terreno en tiempo récord. Al darse cuenta de que se frustraban sus planes para cruzar “al norte”, el señor tomó la decisión de vender parte de su propiedad a su vecina y finalmente pudo consumarse el viaje.
“Es una bendición de Dios que me haya ido bien porque no sucede así en todos los casos. El reto ahora radica en recuperar el tiempo perdido y tratar de sanar el hecho de no haber visto crecer a mi hijo. Tuve dos hijas más y me da enorme satisfacción el poder verlas crecer y darles una mejor vida”, finaliza, y, por fin, le pone a la hija más pequeña su canción favorita de Taylor Swift en YouTube.
A pesar del éxito de los viajes de don Pedro, su esposa Selene muestra otros rostros del fenómeno migratorio, el cual ha vivido siempre desde Xul y teniendo a cargo la crianza de sus tres hijos. Desde el mostrador de la abarrotería que lleva su nombre, Selene Pacheco Mis reconoce los tiempos difíciles que le han tocado vivir y las ausencias que han detonado una diversidad de problemáticas en su núcleo familiar.
Las remesas que don Pedro enviaba sin falta cada semana han potenciado las dotes administrativas de doña Selene, quien ha sido la encargada de sacar adelante la tienda que convirtió en la más surtida, no solo de Xul, sino también de las comisarías contiguas que igual carecen de hombres: “Muchos se van y algunos regresan, pero la mayoría permanece allá.”.
Daimer Estrella Interian es un psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), quien ha vivido de cerca el fenómeno migratorio, y su tesis la hizo justamente sobre ese tema, enfocándose en su natal Oxkutzcab. Él pone sobre la mesa la ambigüedad que puede implicar el fenómeno, pues pese a que arriban fuertes cantidades de dinero por concepto de remesas anualmente y la gente puede acceder a mejores oportunidades, estas también acarrean un costo social.
Luego de realizar una serie de entrevistas como parte de su proceso de titulación, Estrella Interian sentencia que la consecuencia negativa más inmediata de esta situación es el impacto emocional que el éxodo genera en las familias, incluso desde la misma travesía: “Tu familia no sabe si vas a volver con vida o las dificultades que enfrentarás al atravesar el desierto en manos del crimen organizado. No saben si hay animales venenosos o si tienes acceso a agua”.
Es casi siempre —explica— la esposa del migrante quien se queda asumiendo el rol de madre y padre mientras su pareja produce dólares a miles de kilómetros, dinero que, en el mejor de los casos, le hace llegar o, en otros —menos atípicos de lo que se esperaría—, es dinero que suele gastarse en vicios. Hablan de “millones de remesas este año”, pero poco se habla de su costo social, lamenta el experto.
A veces —comenta Selene mientras atiende a su vasta clientela— los hijos que se quedan no respetan a sus madres porque la ausencia del padre los deja marcados. Algunos —relata con base en su experiencia— se vuelven delincuentes o adictos a las drogas, lo que en numerosas ocasiones ha traído problemas a la comisaría.
Fue hace 15 años —recuerda— cuando su esposo viajó por última vez a Estados Unidos. Se conocieron en el año 2000, durante uno de los intervalos en los que don Pedro estaba en Xul, y ambos vendían comida en la calle. Así fue que empezaron a hablar y seis meses después decidieron construir una vida juntos. Tres años después del nacimiento de su primer hijo Miler, don Pedro decidió volver “al norte”.
Cuando regresó, cuenta Selene, Miler ya no lo veía como su padre: “Nuestro hijo necesitaba a su padre, pero él no siempre estuvo presente así que empezó a cuestionarlo”. Cuando contaba 15 años —prosiguió— se volvió rebelde y les costó mucho trabajo hacer que cambiara su actitud. Durante la pandemia, se enamoró de una mujer, lo que lo desvió de sus estudios de agronomía. Empezó a beber.
Un día —continuó— decidió irse a Estados Unidos a probar suerte. Para el joven Miler, cruzar la frontera fue un momento difícil y fue ahí —asegura— cuando se dio cuenta de lo que significaba verdaderamente estar lejos de su familia y de su pueblo: “Siempre le decía a su padre que extrañaba la comida que yo cocinaba”.
Durante estas ausencias —contó la mujer— el apoyo entre vecinas juega un papel fundamental para resistir. Pese a recibir el dinero que su esposo le procuraba desde el otro lado, tardó poco tiempo en darse cuenta de que lo económico no iba a llenar su vacío emocional. Hoy, lo que desea con más ansias es que su hijo Miler pueda regresar a Xul con el dinero suficiente para construir su hogar: “Confiamos en que Dios nos bendecirá con un futuro mejor”.
Y es que la religión juega un papel fundamental en la vida de un migrante yucateco. De acuerdo con el psicólogo Daimer Estrella, está estrechamente relacionada con una necesaria esperanza. Rezan —dice— por la esperanza económica y la de tener acceso a recursos que les permitan mejorar su calidad de vida. De hecho, replican las mismas fiestas patronales de sus pueblos al otro lado del Río Bravo para sentir nuevamente el abrazo de su tierra.
Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W.K. Kellogg.
Joseph Uriel Mis Trujeque, Cruzito, arriba de su bicicleta <i>low rider</i>.
Es una tarde común en Oxkutzcab, uno de los 106 municipios de Yucatán. Estamos en la plaza principal, con su quiosco, los vendedores de naranjas —o “chinas”, como se les conoce de este lado del país— y familias que abandonan la iglesia luego de acudir a misa. En “los bajos” del palacio municipal hay una convención que desentona con la postal dominical: gorras tipo snapback, pantalones anchos, jerseys de equipos de beisbol gringos y bicicletas low rider. Son los “choleros” yucatecos, un híbrido cultural que nace como consecuencia de los altos índices de migración a Estados Unidos que registra Ox.
En las historias de quienes deambulan por su parque y comisarías, se puede percibir el impacto de la cultura chola, pero también el arraigo de sus raíces mayas y el sólido sentido de pertenencia y comunidad. Oxkutzcab es un sitio en donde los panuchos y salbutes comparten menú con cheeseburgers y chicken pad thai preparados con recetas aprendidas a miles de kilómetros, en alguna de las cocinas en donde el yucateco se busca —y juega— la vida al otro lado del Río Bravo.
Entre jóvenes y no tan jóvenes reunidos en torno a una docena de “biclas tumbadas”, se encuentra “Cruzito”, tatuador y grafitero de 26 años que acudió al evento para exhibir su trabajo. Son las 12 del día en el pueblo y a los “riders” del parque comienza a darles “sed de la mala”, por lo que las idas y venidas a la tienda de conveniencia son constantes, así como el clac, clac de los “misiles” de XX Lager, antídoto infalible para mitigar los casi 50 grados de sensación térmica que caracterizan a las lajas yucatecas.
Luego de un buen trago del elixir, Cruzito, también conocido como Joseph Uriel Mis Trujeque, comparte los motivos que lo convirtieron en un artista urbano.
Su interés —explica— se detonó a partir de la cultura chicana que ha impregnado a la gente de su pueblo, pues según cifras del Instituto para el Desarrollo de la Cultura Maya (Indemaya), son más de medio millón de yucatecos los que residen en Estados Unidos, tres cuartas partes de ellos sin papeles. Ahí, en el “norte” —indica— la influencia de estos grupos es fundamental en la formación de la identidad del migrante y su supervivencia.
“Tengo familiares que estuvieron en Estados Unidos bastantes años y al regresar trajeron esta cultura que es con la que fuimos creciendo y criándonos”, comentó el artista a varios metros de unas bocinas que “reventaban” mezclas de las “rolas” de Cypress Hill, Snoop Dogg, Tupac Shakur y otros exponentes del rap de la década de los noventa.
Fue precisamente para esas fechas cuando se lanzó la película Sangre por sangre, un drama chicano que le valió su apodo a Cruzito, personaje interpretado por el actor Jesse Borrego.
Contrario a creencias populares, la ideología de un cholo yucateco es diametralmente distinta a la de uno “del otro lado”. De ese lado (en “el gabacho”) —detalló—, todo se concentra en hermandad, color y raza. En cambio, cuando regresan a Yucatán se encuentran con divisiones, ya no de raza, sino de territorio: “Los sureños van con los sureños; y los norteños con los norteños”, sentenció en referencia a los barrios en los que se divide el municipio.
“San Juan, San Esteban, San Antonio, J.J. Pacho, todas esas colonias son sureñas. Al nacer acá, por defecto, ya eres sureño y tienes bronca con los norteños”, pormenoriza el artista urbano sobre los territorios que componen su pueblo.
Para él, eso no debería ser así, pues en Estados Unidos esta situación tiene más que ver con la raza, lo que —opinó— refuerza lazos culturales. Es bajo esa ideología que Cruzito decide iniciarse en el arte de la tinta.
“Uno de mis primos, recién deportado de Estados Unidos, al ver mis dibujos me dice ‘oye vato, tatúame’ y yo le digo que chale, que no sé tatuar; y me dice ‘no hay pedo ese, vente a la casa y te enseño cómo se hace la máquina’. Yo tenía 12 años cuando hice mi primer tatuaje”, comparte bajo el quiosco del parque entonando un acento chicano consecuencia del bagaje cultural al que ha sido expuesto.
“Tengo parientes nacidos ahí y esa es su vida cotidiana. Cuando vienen de visita, ya traen eso hasta en su forma de hablar; hablan entre inglés y español. Es algo que se contagia y uno por querer ser como ellos, empieza a copiarles”, reconoció.
Desde que “lo agarró” [el oficio] el recién debutado tatuador dijo “de aquí soy” y poco a poco fue haciéndose de equipo profesional para “marcar”; primero a la gente de su barrio, después a la de todos los barrios de Oxkutzcab, y posteriormente a personas de otros estados que lo buscan por su talento en el estilo chicano. Conforme crecía su popularidad, los colores que dividen el norte y el sur fueron difuminándose bajo la aguja del ahora maestro de la tinta.
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Hubo un tiempo en el que Cruzito perteneció a las pandillas de Ox, cuando el movimiento era más evidente en sus calles y estos grupos solían matar (literalmente) en defensa de su territorio. Poco a poco, se dio cuenta de que no era la vida que quería y fueron los mismos pandilleros quienes lo convencieron de salirse: “¿Si no quién los iba a rayar?”, dijo entre risas en su estudio y galería Hunab Ku, en donde también hace grabado, aerografía, carpintería y las esculturas de unicel que lucen los carros alegóricos durante los carnavales del pueblo.
El tatuador es uno de los fundadores del colectivo Sureste Crew, agrupación multidisciplinaria cuyo objetivo radicó en un principio —por ahí del 2014— en unificar a los barrios de Oxkutzcab a través de la música y el arte. Cruzito festeja mientras escuchamos sus canciones en YouTube, que se logró el objetivo: nadie ha muerto a causa de estos líos desde la implementación de la iniciativa.
Uno de los factores a los que Cruzito atribuye la disolución de las pandillas en Ox es al arribo de la droga conocida como cristal y otras que “han perdido a la banda”. Para ellos —condena— “el barrio ya no es primero, solo se dedican al vicio y trabajan para obtenerlo”. Esto —aclara— nada tiene que ver con la migración, pues la aparición de nuevos grupos del crimen organizado es el fenómeno que llena las calles de estas sustancias.
Ser cholo —subrayó— se basa en el respeto que una persona pueda reflejar. “Es alguien que siempre está preocupado por su gente, su familia y su ‘clica’. Para quienes habitamos Oxkutzcab, ¿cómo te explico? si estás en Estados Unidos ya eres de otro rango, eres otro pedo; y mucha gente actualmente se está yendo, no por dinero, sino porque les gusta más la vida de ahí. Yo la neta no le encuentro mucho sentido a eso”.
El padre de Cruzito, don José Mis interviene en la conversación trayendo consigo una botella de Coca Cola de dos litros para acompañar los relatos de sus viajes “al norte”. Fueron dos, el primero para pagar su boda; y el segundo para mejorar su casa, la cual se erige entre paredes que lucen las cicatrices del pandillerismo y la necesidad de expresión mediante el arte.
Al migrar a Estados Unidos —cuenta— los yucatecos suelen coincidir en un objetivo: la adquisición de bienes, la mejora de su vivienda o una camioneta para optimizar sus actividades citrícolas. También están de acuerdo en que hay muchas tentaciones ahí: “Hay gente que conozco que lleva 10 o 15 años y hoy no han terminado ni un cuarto. La vida de [allá] es más cara y, según ellos, mejor; así que se conforman con mandar menos de la mitad de su sueldo”.
Al grafitero Cruzito todavía lo topan en la calle para preguntarle: “¿Y tú cuánto tiempo hiciste en el ʻgabacho?ʼ”, por su pinta. La realidad es que él está decidido a nunca migrar; su objetivo es continuar plasmando sus sueños enlatados por las calles de su estado y país; contribuir a la desmitificación de la figura del cholo; demostrar el talento de la calle y unificar los barrios de Oxkutzcab por medio del arte callejero.
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Otro exponente es el rapero Chepe, oriundo del municipio de Peto, pero avecindado en Oxkutzcab. En las gradas del parque, ya entrada la noche, el rapero mayahablante relata cómo experiencias “en pellejo ajeno” le han inspirado a escribir una canción dedicada a los paisanos que migran a Estados Unidos. Con esta pieza —dice— transmitirá un mensaje de esperanza para su gente del otro lado.
"Soy originario de Peto, Yucatán, mejor conocido como 'corona de la luna'. En 2010 surgió la idea de hacer rap en español, y de ahí mismo la de hacer rap en maya. Al principio, me limitaba a hacer rap en español, siendo un artista local sin moverme mucho de mi comunidad. Sin embargo, en 2011 surgió la idea de hacer rap en maya y escribí mi primera canción en ese idioma”, recordó.
Enfundado en los tenis Air Force One que adquirió en el mercado local, el Chepe compartió que la primera vez que hizo rap en lengua maya fue para la radiodifusora de Peto (Radio Xepet) para su aniversario del 29 de noviembre: “Me di cuenta de que el rap en maya era algo genial cuando vi la reacción positiva de la gente al escuchar mi primera rola. Fue impactante ver cómo respondían de manera tan positiva. Eso me llevó a darme cuenta de que este era mi camino en el rap”.
Inspirado por sus amigos —considerados hermanos— que también se dedican a disciplinas traídas del “gabacho”, como el break dance y el skate, El Chepe fue adentrándose en la escena estatal del hip hop, cultura a través de la cual difunde el orgullo que siente por sus raíces e idioma: “Quiero mostrar la belleza y la riqueza de la cultura maya en mis videos y letras, destacando aspectos como la artesanía, la agricultura y la evolución del rap en maya”.
“El tema de la migración es algo presente en nuestra comunidad, y conozco a personas cercanas que han emigrado a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. He escuchado muchas historias sobre los desafíos y sacrificios que enfrentan los migrantes, lo cual me ha inspirado a escribir una canción sobre el tema”.
"Corre por tus sueños" es el nombre de esta pieza, que habla sobre la lucha y los sacrificios que enfrentan los migrantes en busca de un futuro mejor. Con esto, el artista pretende transmitir un mensaje de esperanza y fortaleza a aquellos que se encuentran en esa situación, “recordándoles que no están solos y que el camino puede ser difícil, pero vale la pena luchar por sus sueños”.
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El mercado de Oxkutzcab es uno de los lugares —además de las comisarías— en donde se hace evidente la influencia de la migración. En sus espacios, los locatarios ponen a la venta indumentaria relacionada con lo cholo. Gorras de equipos de beisbol y jerseys son portados con orgullo por los empresarios citrícolas que descienden de sus “trocas” cargadas hasta el tope de huacales con limón, naranja y mandarina.
En los alrededores del pueblo se puede hallar una inusual variedad de restaurantes que ofrecen desde la tradicional comida yucateca hasta comida estadounidense, china y tailandesa, convirtiendo a Ox en una auténtica embajada culinaria; “un paseo del paladar por la gastronomía internacional”, asegura el recepcionista del hotel Puuc, uno de los más famosos de esta demarcación al sur de Yucatán.
Entre esos establecimientos figura el restaurante Rex, que da la bienvenida a sus comensales con un sobredimensionado cuadro del puente Golden Gate. El menú de este peculiar negocio despierta la curiosidad de propios y extraños, pues, además de los platillos comunes, saltan a la vista otros elaborados, por ejemplo, con curry rojo e ingredientes que ya no resultan tan extraños para los paladares locales.
También está el Limba, en donde tras una década en cocinas de San Francisco, el chef Eduardo Dzib Vargas ofrece gran variedad de platillos tailandeses.
“Fui jefe de cocina en tres restaurantes”, dice antes de enumerar los lugares en los que se desempeñó: “Potrero Hill, el distrito Embarcadero y Ghirardelli Square”. En Oxkutzcab —manifiesta— hay, por lo menos, seis restaurantes de comida tailandesa, por lo que innovar en este tipo de cocina es esencial para sacar adelante su proyecto con el que busca brindar a la población “el pedacito de San Francisco que traje conmigo”.
Más allá de la urbe en donde se tejen estas historias con los éxitos y fracasos de una comunidad asediada por el imperialismo cultural, se encuentran las comisarías de Oxkutzcab, sitios en donde la pobreza propia de los años noventa cimbró con mayor fuerza, obligando a sus habitantes a buscarse la vida al otro lado de las barras que dividen la frontera y las estrellas que adornan los uniformes de quienes miran con recelo a los intrusos.
Tal es el caso de Xul, a 30 kilómetros de la cabecera municipal, a donde nos dirigimos para constatar —aseguran— “el verdadero rostro de la migración”. Las comisarías son localidades pertenecientes a los municipios en Yucatán, y Oxkutzcab cuenta con ocho de ellas: Emiliano Zapata, Xohuayán, Yaxhachén y Xul; además de Techoh, San Anselmo, Kemic y Xobenhaltún. El camino para llegar a ellas es angosto y está rodeado de árboles ya secos en esta época del año.
En la carretera nos rebasa la estela de polvo trazada por los neumáticos de una potente motocicleta Italika 150Z nos da la bienvenida a este poblado de poco más de mil habitantes. Al principio, en la entrada, la calle se mira angosta y está flanqueada por viviendas a la usanza tradicional, de guano y bajareque. No obstante, el corazón de Xul guarda los frutos de un fenómeno que ha traído prosperidad y pesares al pueblo: un éxodo cuyas implicaciones han mutado a la par de diplomacias y políticas.
Las ausencias casi pueden respirarse en las calles de esta comisaría desprovista de jóvenes, a miles de kilómetros en la “tierra prometida”.
Una vez disipada la polvareda se aprecia la postal de cualquier comunidad rural de Yucatán: la comisaría, una iglesia casi en ruinas, los comercios y el parque. Este último ha sido lugar de encuentros y desencuentros, un sitio en donde la cancha de usos múltiples que lo habita ha atestiguado los devenires de un pueblo del sur del estado que se caracteriza, desde hace varios años, por sus altos índices de migración y, consecuentemente, el segundo lugar en remesas, de acuerdo con cifras del Indemaya.
Hasta el tercer trimestre de 2023 la entidad percibió más de 324 millones de dólares por concepto de remesas enviadas de Estados Unidos; Mérida, la capital del estado, recibió poco más de 110 millones, mientras que a Oxkutzcab llegaron 63 millones. A su vecino Tekax le “tocaron” 36 millones durante ese mismo periodo, de acuerdo con el Indemaya. Otras localidades que destacan en este ámbito son Ticul, Peto, Cenotillo, Buctzotz, Motul, Teabo y Hunucmá, según el Instituto.
El impacto de las remesas se materializa en enormes fincas con amplios pastizales en donde las familias de los migrantes siembran y crían a sus animales a las afueras de Xul. Ya inmersos en el poblado, los contrastes se hacen más evidentes con casas de dos pisos “al estilo americano” y camionetas de modelos recientes estacionadas a la sombra de los garajes. Otro tanto de estos vehículos surca las arterias de la comisaría cargados de cítricos con destino al mercado de Oxkutzcab, mientras de sus altavoces emanan los últimos éxitos del rap chicano.
De esta estampa destaca la tienda de abarrotes Selene, que se presume como la más surtida y concurrida del pueblo. A sus puertas está estacionada la Italika 150Z con los neumáticos pálidos por el polvo y rodeada de una junta de infancias ávidas por abordarla y dar rienda suelta a su adrenalina. Del interior del inmueble sale una adolescente no mayor a 14 años que, con una Coca-Cola en mano, les promete “dar la vuelta” en el parque más al rato.
Es la 1 de la tarde en Xul, comisaría de Oxkutzcab. Detrás del mostrador una mujer que hace malabares con una bolsa de tortillas, la botella de un refresco y el cambio de un cliente da las buenas tardes. Ella es quien da nombre al establecimiento y aparentemente se le ha hecho tarde para servir el almuerzo a sus hijas. “Mucho gusto, a ver, permítame un momentito”, se justifica al tiempo que atraviesa el umbral de su vivienda en donde de reojo se puede observar a dos pequeñas sentadas a la mesa.
En eso, a bordo de una Ford Ranger de modelo reciente llega don Pedro, el esposo de la señora Selene, viste una playera de la marca Aeropostal y calza unos tenis Adidas visiblemente desgastados por el campo. Casi excusándose y con cierto orgullo en la voz informa que viene de atender a sus abejas, pues a últimas fechas se le ha dado muy bien la apicultura e incluso —asegura— es remedio para sus dolencias. Como casi a cualquier persona, a don Pedro le entusiasma contar sus vivencias.
De acuerdo con cifras del Indemaya compartidas por su director, Eric Villanueva Mukul, hoy hay más de medio millón yucatecos buscándose la vida en Estados Unidos, y el número crece año con año. Los Ángeles y Portland son las dos ciudades preferidas por estos paisanos que buscan una mejor calidad de vida empleándose en hoteles, restaurantes y tiendas departamentales. Hace algunos ayeres, don Pedro Uicab May decidió emprender ese viaje, y mientras compartimos unos charritos con chiles jalapeños y dos aguas embotelladas de su tienda, cuenta cómo sucedió.
A pocos metros de donde las hijas de don Pedro se sacian con sendos platos de calabacitas rellenas de carne molida, el hombre asiente a pregunta expresa: “Sí, ahora es bien caro cruzar la frontera”. Lo que hace unos 30 años costaba 600 pesos de aquel tiempo, hoy roza los 300 000, así que mucha gente termina endeudada, en el mejor de los casos con amigos o familiares, y en el peor, con coyotes o personas que pertenecen al crimen organizado.
“Puede que aquí no te lleves bien con tu vecino, pero si se encuentran ahí, es otra cosa. Tenemos que estar unidos”, sentencia don Pedro Uicab, quien se ostenta como uno de los primeros hombres de Xul que optaron por cruzar la frontera norte en busca de mejores condiciones para su familia. Al cabo de un par de cálculos con sus dedos precisa que fue el cuarto de la comisaría en emprender el llamado sueño americano en 1989, hace 34 años.
Según Villanueva Mukul, del Indemaya, aunque en un primer momento los índices de migración en Yucatán encontraban su explicación a partir de condiciones de pobreza, hoy se debe a un tema aspiracional que implica relaciones y redes familiares. Estos —afirma— son factores que han aumentado la población yucateca en Estados Unidos: las redes que se tejen de ese lado y facilitan la migración.
Oxkutzcab, cabecera municipal de Xul —aclara—, no es de los municipios más pobres del estado; aunque quizá en algún punto lo haya sido debido a la poca infraestructura con la que contaba para la producción en los años setenta, cuando todavía no avanzaban los sistemas de riego que hoy le valen el nombre de “el huerto de Yucatán”, debido a su importante actividad citrícola y frutícola.
En esos años, el pequeño poblado al que don Pedro pertenecía no era ajeno a la crisis económica que imperaba en el estado y el país. No había trabajo y la mayoría de sus coterráneos se empleaba en la ciudad de Mérida o en la prometedora, pero incierta, Cancún. Él se enteró de la posibilidad de “irse al norte” gracias a un amigo oriundo de la isla de Cozumel que solía visitarle en Xul: “Me preguntó si quería yo ir y sin pensarlo demasiado le dije que sí”.
Antes de tomar la decisión que cambiaría drásticamente su vida, existía un joven Pedro ávido de estudiar y ayudar a su familia. No obstante, el apoyo para este propósito fue nulo ya que proviene de una estirpe formada por cuatro hermanos.
“No quería ir a trabajar a Mérida ni a Cancún porque los salarios no eran lo que yo aspiraba, entonces ya no tenía opción. Decidí irme”, sentencia antes de que una pequeña descalza y enfundada en su huipil interrumpiera la plática con un celular entre los dedos solicitando en lengua maya el acceso a YouTube.
Tras comunicarle su plan al amigo cozumeleño —prosiguió—, este se apersonó una mañana insospechada a las puertas de casa de un todavía cauteloso Pedro con la intención de “llevárselo a viajar” con él al día siguiente: “Espérate, mi papá regresa a la 1 de la milpa”, urgió. Una vez que la familia estuvo reunida en torno a la mesa del almuerzo, Pedro Uicab les contó de sus planes de cruzar la frontera. Tenía 17 años.
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“¿Cómo te vas a ir? Si aquí hay trabajo, yo he vivido de la milpa toda la vida y tú también puedes”, reprochó su padre alternando sus ideas con palabras altisonantes hacia su hijo. No obstante, la decisión estaba tomada. Pese a la determinación de Pedro, todavía quedaba un obstáculo por sortear: conseguir los 600 pesos que le permitirían emprender camino hacia Estados Unidos. Para ello recurrió a su abuela que, a sabiendas de que Estados Unidos “es muy bonito”, accedió a facilitarle el dinero; y un poco más para subsistir en lo que conseguía trabajo.
Cuando comenzó la migración a Estados Unidos de Yucatán —precisa Éric Villanueva—, la edad promedio para cruzar la frontera rondaba los 35 años. Hoy son hombres cada vez más jóvenes quienes aspiran al sueño americano, promediando 22 años, e incluso ha tenido conocimiento de migrantes yucatecos de 17 años durante sus visitas a las dos ciudades con mayor número de migrantes del estado.
De hecho —aclara— ya hay una generación de mujeres que opta por esta opción, un fenómeno relativamente nuevo, pues desde el 2010 se ha sabido de madres de familia que migran para encontrarse con sus esposos o “se las llevan”. Son realmente muy pocas, reconoce el director del Indemaya, las que van a trabajar.
En la época del primer viaje de don Pedro, el “cruce” consistía en viajar, en primera instancia, de Mérida a Tijuana en donde los mecanismos de seguridad eran prácticamente inexistentes si se les compara con los que las autoridades migratorias implementan hoy en día. Se realizaba por medio de un McDonald’s, recuerda.
La historia de don Pedro Uicab, como la de la gran mayoría de las personas migrantes, es una de necesidad, pero, en su caso particular, también de ambición; y pese a que persiste la idea de que “la vida es dura” al otro lado de la frontera, él celebra que haya llevado sus sueños a buen puerto. La suya es también una historia de éxito.
Durante los tres viajes que ha realizado a Estados Unidos ha sido “puesto a prueba”, la libertad que brinda la relativa estabilidad económica trae consigo la posibilidad de enrolarse en toda clase de vicios propios de las grandes urbes. Enfocado en sus metas, el joven Pedro no sucumbió ante tentaciones como el alcoholismo, la drogadicción o la promiscuidad. Siempre, tras cada viaje —afirma— tuvo la meta de regresar a su natal Xul con su familia. Apegarse al plan, le llama.
La mayoría de la gente se va con la idea de volver y únicamente el 15% lo logra por diversos motivos: “Muchos dicen que es por el trabajo, pero la realidad es que se quedan ahí por el tipo de vida que llevan y la posibilidad de obtener cantidades de dinero que aquí no podrían. Lamentablemente, es común que se olviden de su familia”.
En ninguno de los cuatro viajes que realizó don Pedro ha empleado los servicios de un coyote. El primero fue en 1989 y regresó en 1991; luego emprendió otro viaje en 1993 y regresó en 1996; y también en 2001, cuando regresó en 2003; el último viaje lo emprendió en 2009 para regresar en 2014.
En total son 14 los años que don Pedro Uicab ha vivido en Estados Unidos y, a pesar de las posibilidades que se han abierto gracias a estas estadías, sostiene con firmeza y sin temor a equivocarse que no lo volvería a hacer. Estados Unidos es un país que quedó en su pasado y cuyos recuerdos adornan las paredes de la casa familiar.
Hablando de Xul, fue en el año de 1995 cuando la mayoría de los hombres, tras ver el “éxito” de algunos que les precedieron, optaron por vivir en carne propia el sueño americano. Cerca del 25% de la población —calcula don Pedro— habita actualmente en alguna de las ciudades que concentran población yucateca y es una cifra en constante crecimiento.
Este fenómeno trajo consigo determinadas expresiones culturales. Antes, en las calles de Xul —y de Oxkutzcab, en general— podían observarse pantalones “tumbados”, gorras de beisbol y otras características propias de los “cholos” estadounidenses: “Esos muchachos se regresaron a Estados Unidos por ahí del año 2000 y a la fecha no han vuelto [a Oxkutzcab]. Varios de ellos formaron familias de ese lado y a otros tantos los mataron en pleitos de pandillas”.
Lo anterior, explicó, ha originado que hoy la juventud en la comisaría sea escasa. Muchos, al cumplir la mayoría de edad opta por migrar “al norte”, pues desde chavitos ya tienen esa idea: “Es lo que hay que hacer”. Esto también ha mermado el acceso a mano de obra en el pueblo.
No obstante, las gorras tipo snapback de Los Gigantes de San Francisco son comunes en el municipio, al igual que otros detalles propios de la socioestética chola.
Las palabras de don Pedro con respecto a la mano de obra se refuerzan cuando, por la tarde, preguntamos a los niños en el parque qué es lo que querían hacer cuando sean grandes; todos sin chistar aseguraron casi al unísono: “Irme al norte”. Con esto —estiman— serán capaces de comprarse, de menos, una motocicleta Italika Z150 como la que están próximos a abordar y dibujar sus propias estelas de polvo por el pueblo.
A lo largo de estos años, don Pedro ha visto los cambios que el fenómeno migratorio ha traído consigo, los cuales considera esencialmente positivos. Anteriormente —dice— había mucho desempleo y las remesas han detonado este factor en beneficio de las familias de Oxkutzcab y sus comisarías: “No hay trabajadores así tipo albañiles, pero sí hay dinero para traerlos de otros pueblos”.
Migrar, manifiesta, vale la pena únicamente si se tiene un plan para hacerlo, un propósito por cumplir antes de regresar. Eso sí, para que resulte —aclara— la persona debe permanecer en Estados Unidos un mínimo de cinco años: “Un año para pagar la deuda (del cruce); uno o dos años para hacer tu casita; otro año para el carrito o la camioneta, y un año para juntar lo que vas a traer para poner tu negocio”.
El estilo de vida que tiene la gente en Xul actualmente —comenta— es mucho mejor que hace 30 años gracias a las remesas, las cuales han optimizado su calidad de vida: “Ves las casas más grandes y modernas, las camionetas, no hay crisis; y la economía es sana en comparación con otros pueblos”.
Esto se hace evidente al recorrer las calles de la comisaría y verlas pobladas por un número inusual de comercios: Tiendas de abarrotes, de ropa, cafeterías, tortillerías, cibercafés y otros giros comerciales que emergieron con el dinero de las remesas. Varios de estos establecimientos también cuentan con nombres que son un híbrido entre lo “gringo” y lo yucateco, como la tortillería “Hayley Concepción”, nombrada en honor a la hija de su propietario.
Para don Pedro y su esposa Selene, el hecho de que su tienda sea la más popular del pueblo es una bendición. Así lo ven ellos, pero también influye que es la mejor surtida y la que ofrece mayor cantidad de servicios gracias a la determinación de ambos: “Hay que pensar en sentar cabeza con la familia. Yo regresé por mi hijo Miler porque cuando me fui él tenía ocho años y con el tiempo se volvió travieso”.
Al llegar el momento, Miler también migró con la anuencia e invaluables consejos de su padre. Él se fue a los 21 años y hoy cuenta 23. Actualmente labora en un restaurante en donde se desempeña como mano derecha del chef. Miler es también el sustento de su familia en Xul. Incluso don Pedro le debe su actual trabajo como apicultor al joven Miler, quien paga las colmenas que él atiende en un terreno adquirido gracias a las remesas.
Este dinero también ha sido vital durante diversos problemas de salud que se han suscitado. Primero fue Selene, la esposa de don Pedro, quien tuvo un embarazo complicado y, posteriormente, el mismo don Pedro padeció una fuerte apendicitis. En ambos casos fueron atendidos en hospitales particulares.
Para que Miler se fuera, don Pedro tuvo que vender un terreno en tiempo récord. Al darse cuenta de que se frustraban sus planes para cruzar “al norte”, el señor tomó la decisión de vender parte de su propiedad a su vecina y finalmente pudo consumarse el viaje.
“Es una bendición de Dios que me haya ido bien porque no sucede así en todos los casos. El reto ahora radica en recuperar el tiempo perdido y tratar de sanar el hecho de no haber visto crecer a mi hijo. Tuve dos hijas más y me da enorme satisfacción el poder verlas crecer y darles una mejor vida”, finaliza, y, por fin, le pone a la hija más pequeña su canción favorita de Taylor Swift en YouTube.
A pesar del éxito de los viajes de don Pedro, su esposa Selene muestra otros rostros del fenómeno migratorio, el cual ha vivido siempre desde Xul y teniendo a cargo la crianza de sus tres hijos. Desde el mostrador de la abarrotería que lleva su nombre, Selene Pacheco Mis reconoce los tiempos difíciles que le han tocado vivir y las ausencias que han detonado una diversidad de problemáticas en su núcleo familiar.
Las remesas que don Pedro enviaba sin falta cada semana han potenciado las dotes administrativas de doña Selene, quien ha sido la encargada de sacar adelante la tienda que convirtió en la más surtida, no solo de Xul, sino también de las comisarías contiguas que igual carecen de hombres: “Muchos se van y algunos regresan, pero la mayoría permanece allá.”.
Daimer Estrella Interian es un psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), quien ha vivido de cerca el fenómeno migratorio, y su tesis la hizo justamente sobre ese tema, enfocándose en su natal Oxkutzcab. Él pone sobre la mesa la ambigüedad que puede implicar el fenómeno, pues pese a que arriban fuertes cantidades de dinero por concepto de remesas anualmente y la gente puede acceder a mejores oportunidades, estas también acarrean un costo social.
Luego de realizar una serie de entrevistas como parte de su proceso de titulación, Estrella Interian sentencia que la consecuencia negativa más inmediata de esta situación es el impacto emocional que el éxodo genera en las familias, incluso desde la misma travesía: “Tu familia no sabe si vas a volver con vida o las dificultades que enfrentarás al atravesar el desierto en manos del crimen organizado. No saben si hay animales venenosos o si tienes acceso a agua”.
Es casi siempre —explica— la esposa del migrante quien se queda asumiendo el rol de madre y padre mientras su pareja produce dólares a miles de kilómetros, dinero que, en el mejor de los casos, le hace llegar o, en otros —menos atípicos de lo que se esperaría—, es dinero que suele gastarse en vicios. Hablan de “millones de remesas este año”, pero poco se habla de su costo social, lamenta el experto.
A veces —comenta Selene mientras atiende a su vasta clientela— los hijos que se quedan no respetan a sus madres porque la ausencia del padre los deja marcados. Algunos —relata con base en su experiencia— se vuelven delincuentes o adictos a las drogas, lo que en numerosas ocasiones ha traído problemas a la comisaría.
Fue hace 15 años —recuerda— cuando su esposo viajó por última vez a Estados Unidos. Se conocieron en el año 2000, durante uno de los intervalos en los que don Pedro estaba en Xul, y ambos vendían comida en la calle. Así fue que empezaron a hablar y seis meses después decidieron construir una vida juntos. Tres años después del nacimiento de su primer hijo Miler, don Pedro decidió volver “al norte”.
Cuando regresó, cuenta Selene, Miler ya no lo veía como su padre: “Nuestro hijo necesitaba a su padre, pero él no siempre estuvo presente así que empezó a cuestionarlo”. Cuando contaba 15 años —prosiguió— se volvió rebelde y les costó mucho trabajo hacer que cambiara su actitud. Durante la pandemia, se enamoró de una mujer, lo que lo desvió de sus estudios de agronomía. Empezó a beber.
Un día —continuó— decidió irse a Estados Unidos a probar suerte. Para el joven Miler, cruzar la frontera fue un momento difícil y fue ahí —asegura— cuando se dio cuenta de lo que significaba verdaderamente estar lejos de su familia y de su pueblo: “Siempre le decía a su padre que extrañaba la comida que yo cocinaba”.
Durante estas ausencias —contó la mujer— el apoyo entre vecinas juega un papel fundamental para resistir. Pese a recibir el dinero que su esposo le procuraba desde el otro lado, tardó poco tiempo en darse cuenta de que lo económico no iba a llenar su vacío emocional. Hoy, lo que desea con más ansias es que su hijo Miler pueda regresar a Xul con el dinero suficiente para construir su hogar: “Confiamos en que Dios nos bendecirá con un futuro mejor”.
Y es que la religión juega un papel fundamental en la vida de un migrante yucateco. De acuerdo con el psicólogo Daimer Estrella, está estrechamente relacionada con una necesaria esperanza. Rezan —dice— por la esperanza económica y la de tener acceso a recursos que les permitan mejorar su calidad de vida. De hecho, replican las mismas fiestas patronales de sus pueblos al otro lado del Río Bravo para sentir nuevamente el abrazo de su tierra.
Este reportaje se realizó con el apoyo de la Fundación W.K. Kellogg.
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