Una mujer fue detenida por intentar apagar la antorcha olímpica con una pistola de agua. Con un sistema de salud en crisis y más del 10% de la población vacunada a inicios de julio de 2021, los japoneses se oponen a los Juegos Olímpicos. Las protestas, los discursos disidentes y la movilización popular se mantienen como trending topics desde enero.
Un video muestra a un centenar de personas frente al edificio del gobierno metropolitano de Tokio que sostienen pancartas con un único lema: “¡Cancelen los Juegos Olímpicos!”.
Es el 23 de junio de 2021, el Día Olímpico, denominado así en 1894 para conmemorar la fundación del Comité Olímpico Internacional y para reafirmar sus ideales de unión, paz y solidaridad. La atmósfera en Tokio es, sin embargo, de ansiedad y decepción. “¿Cómo pueden pensar en un evento así en esta situación?”, exclama una mujer por un altoparlante. “¡Esto es una estafa a la nación!”, agrega un anciano a su lado. Estos manifestantes son la contracara de los miles de turistas que solían visitar el edificio para subir a su mirador gratuito en el piso 45, cuando aún podían ingresar vuelos turísticos a Japón y la pandemia no había azotado al mundo.
El video se repite en Twitter: “¡Cancelen los Juegos Olímpicos!”. Le doy clic a uno de los hashtags y llego a un segundo video. En éste, una manifestación menos populosa protesta frente al hotel de cinco estrellas The Okura Tokyo, en el barrio de Roppongi. Sobre el pavimento despliegan una bandera que demanda la cancelación de los Juegos, visible desde los pisos más altos del hotel, donde se hospeda Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico que llegó esa mañana a Tokio. Alrededor de la bandera hay decenas de personas con pancartas más pequeñas: “La vida es más importante”, “¡Bach, regrésate!”, “¡No pises a Hiroshima!”. Hay al menos tres policías por cada manifestante. Cuando, en una conferencia de prensa unos días más tarde, interrogaron a Bach sobre el asunto, aseguró: “Lo más importante es que los Juegos van a realizarse a pesar de todo”.
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Hay otros videos. Uno muestra la movilización del 31 de octubre de 2020, cuando Japón superó a China en el número histórico de infectados de coronavirus. Es de noche y los manifestantes eligieron como epicentro un barrio nocturno donde, bajo otras circunstancias, se estaría festejando Halloween. Otro muestra decenas de personas que protestan en el parque Inokashira, uno de los seis lugares donde el gobierno planeaba llevar a cabo la transmisión pública de los Juegos, si bien luego dio marcha atrás al proyecto, tras el rechazo de urbanistas y médicos. Otro registra los gritos a través de altoparlantes que se escuchaban desde afuera del Estadio Olímpico de Komazawa cuando la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike, recibió la antorcha olímpica después de su gira por el resto del país. Esa misma tarde el gobierno japonés declaró que los Juegos se realizarían sin espectadores.
A propósito de la antorcha olímpica, uno de los videos denuncia que la transmisión del noticiero más importante se cortó durante un minuto cuando el emblema ígneo de los Juegos atravesó la ciudad de Fukushima y se topó con una movilización. Un link a una noticia informa, además, que uno de los policías encargados de repeler a los manifestantes dio positivo de Covid-19. Recuerdo noticias previas: que en Osaka, Matsuyama y Miyakojima la antorcha tuvo que desviarse por repudio de los gobiernos locales; que Kane Tanaka, la mujer más anciana del mundo según los récords Guinness, decidió no participar en la promoción del recorrido de la antorcha tal y como había sido planeado; que famosos y celebridades la tomaron como ejemplo e hicieron lo mismo; que (un caso cómico o tragicómico) otra mujer, Kayoko Takahashi, fue arrestada por disparar con una pistola de agua a la antorcha cuando cruzaba por la ciudad de Mito.
A todas éstas se suman las noticias ya conocidas por el resto del mundo. Dos miembros del equipo olímpico de Uganda y un remero del equipo de Serbia dieron positivo en la prueba de coronavirus; dos trabajadores de una villa olímpica resultaron estar también contagiados. Hasta principios de abril, a cien días del evento, Japón había vacunado a sólo 1% de su población, principalmente, por imposiciones burocráticas a la aprobación de las vacunas. Ahora, en julio, la vacunación alcanzó a más de 10% de la población, pero Tokio y cuatro prefecturas se encuentran en un cuarto estado de emergencia, algo inédito en el país desde la Segunda Guerra Mundial. Ante esta situación, el gobierno redujo la actividad presencial del sector público e instó al privado a limitar la suya, con la intención de disminuir la circulación de personas, puesto que la ley japonesa actual impide imponer una cuarentena.
Los sucesivos estados de emergencia fueron efectivos, pero el gobierno, de todos modos, recibió críticas por su lento manejo de la pandemia: retraso en la vacunación, retraso en el cierre de fronteras (que ocurrió a fines de marzo de 2020, cuando en casi todos los países de Europa fue a principios de ese mes, aunados a la falta de control del brote en el crucero Diamond Princess, varado en Yokohama en los primeros meses de la pandemia con setecientos infectados y catorce muertos; la instrumentación de la campaña masiva de promoción del turismo interno Go To Travel, cuya consecuencia fue el pico más alto de contagios en Japón (en enero de 2021 alcanzaron los ocho mil contagios y cien muertos por día); y una tasa de testeos sumamente baja (138 mil testeos por cada millón de habitantes, cuando en Argentina fue el triple y, en Chile, casi diez veces mayor). Específicamente en relación a los Juegos, el gobierno no aprovechó una situación mundial sin precedentes para negociar con el Comité los gastos de devolución de boletos y renovación de contratos de transmisión, organización y logística, y los tuvo que asumir. A esos costos se sumó una masiva reinversión en la infraestructura, dadas las nuevas imposiciones de la pandemia. Todo esto significa que los Juegos Olímpicos terminarán costándole a Japón treinta mil millones de dólares: cuatro veces más que el presupuesto original.
Releo estas noticias y me es inevitable recordar aquella postura que aseguraba que los Juegos iban a ser la salvación de un Japón cuya economía había estado en crisis desde principios de los noventa. Al igual que en los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964, en los que el país se mostró ante el mundo resurgido de la guerra y el ultranacionalismo, Tokio 2020 iba a demostrar que Japón estaba a la vanguardia cultural, deportiva, tecnológica y turística en este nuevo milenio. Hoy, sin embargo, el gobierno se limitó a mantener el nombre "Tokio 2020" como un símbolo de que se puede sobrevivir a la pandemia. Ya nadie cree que el evento pueda brindarle a Japón ningún tipo de prestigio. Una encuesta dejó clarísima la postura de la mayoría: 60% de los japoneses expresó estar en contra de los Juegos Olímpicos.
“¡Cancelen los Juegos!”, resuena desde mi pantalla.
Miro hacia afuera por la ventana de mi pequeño apartamento en Tokio. Sigue lloviendo a cántaros desde hace, por lo menos, quince días; la temperatura es de 30 ºC y la humedad es insoportable. Es difícil imaginar que en apenas un mes habrá once mil atletas compitiendo por una medalla bajo este clima.
En las redes sociales, otro video promociona una movilización para el 16 de julio que quizá sea más concurrida que las últimas, que convocaron a un centenar de personas. Los comentarios y respuestas al video varían entre el enojo, la frustración, el sarcasmo y la incredulidad. Mientras tanto, los slogans en contra de los Juegos mantienen su posición como trending topic desde enero.
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Le escribo por Twitter al grupo Hangorin no kai (Asociación Anti-Juegos Olímpicos), impulsores de la mayoría de las movilizaciones que rastreé. Me responden extensamente por mail. Me cuentan que su activismo surgió ya en 2013, cuando Tokio no había sido elegida aún como la ciudad sede de los Juegos. En aquel entonces, el grupo se manifestó en contra de los fondos destinados al evento y en defensa de casos aislados de familias a las que desalojaron para la construcción de estadios y dependencias. Agregan que han tenido encuentros con la policía y que la mayoría de los políticos y periodistas los ha ignorado; que su activismo tuvo que focalizarse en el universo digital, fuera en Twitter, Facebook o en sus blogs. “Los medios de comunicación tradicionales no nos ofrecen un espacio para transmitir nuestras quejas”, dicen.
Les vuelvo a escribir con preguntas específicas sobre sus conexiones con otros grupos de activistas. “Trabajamos con agrupaciones que ayudan a personas en situación de calle, con movimientos en contra del tráfico de armas, con grupos feministas y asociaciones civiles de las víctimas del incidente de Fukushima de 2011”, me responden. “También establecimos conexiones internacionales, sobre todo con aquellos movimientos que surgieron en contra de los Juegos Olímpicos de Río 2016 y contra los Juegos de Invierno en Pieonchang en 2018”. Se lamentan de no hablar inglés, porque así podrían difundir mejor sus actividades, y agradecen a los politólogos y periodistas extranjeros que se pusieron en contacto con ellos: William Andrews y Jules Boykoff, el autor de Power Games: A Political History of the Olympics (2016) y NOlympians (2020). “Es la primera vez que nos contactan del mundo hispanoparlante”, agregan.
Contacto también a Orinpikku okotowari (Rechazamos los Juegos Olímpicos), un segundo grupo igualmente activo en las redes sociales. Me responden a través del chat de Facebook y me repiten las varias razones para manifestarse en contra de los Juegos Olímpicos: los exorbitantes costos para las naciones, la destrucción de espacios públicos para construir estadios y villas olímpicas (el grupo apunta a la reducción de los parques Meiji, Miyashita y Shibuya, entre otros, además del desplazamiento de las personas en situación de calle que vivían en ellos); la intervención en la educación (se modificaron los programas y libros de texto para que tuviera más centralidad el evento); la invisibilización de problemas sociales, como las consecuencias del incidente de Fukushima de 2011; la gentrificación a causa del turismo, que era un problema ya antes de la decisión de realizar los Juegos; y el endeudamiento de la economía japonesa que produjo el hecho de tener un tema hegemónico que marcara la agenda política. Subrayan, sobre todo, la exaltación nacionalista que implican los Juegos Olímpicos, no sólo en esta edición, sino en las anteriores y futuras. “Para difundirnos contamos apenas con nuestras redes y con el apoyo ocasional de ciertos medios extranjeros, como el periódico estadounidense The New York Times o el inglés The Guardian”, agregan.
Ponen el mayor énfasis en el funcionamiento económico de los Juegos, denuncian la explotación a atletas y las pérdidas que generan en las ciudades que son sede. Sostienen que, si bien, a primera vista, los Juegos parecen traer ganancias al sector turístico y a la actividad económica en general, los trabajos y la fluidez que se generan son fugaces, a veces para empresas extranjeras que se instalan momentáneamente en el país que hospeda el evento. Por otro lado, 80% de los ingresos del Comité Olímpico proviene no de la actividad económica local, de los boletos vendidos o del merchandising, sino de la transmisión televisiva y por internet. Esto significa que, con pandemia o sin pandemia, con o sin público, el Comité tiene asegurada una ganancia de más de cinco mil millones de dólares. “Japón, sin embargo, pagará las consecuencias de realizar un evento de esta magnitud bajo estas circunstancias”, denuncian. Se refieren a lo económico, pero también a las vidas en juego debido al creciente número de contagios, que llegó ahora, en julio, nuevamente al pico histórico de enero. “Los Juegos son básicamente una estafa y un ataque al sistema de salud”, concluyen.
Entrevisto también al activista Kōji Sugihara, esta vez por Zoom. Si bien no es parte de Hangorin no kai ni Orinpikku okotowari, participa en sus manifestaciones con regularidad. Activista político desde los años ochenta, cuando estaba aún en la universidad, Sugihara cree que el debate más intenso del Japón actual es la modificación de la Constitución establecida en la posguerra. “De modificarse, Japón podría aumentar su gasto militar exorbitantemente y entrar en conflictos bélicos no resueltos en los años cincuenta”, asegura, apuntando a un mapa de Asia Pacífico a sus espaldas. “Los Juegos Olímpicos le habían servido al Partido Liberal Demócrata, la fuerza política conservadora que ha gobernado al país casi ininterrumpidamente desde su fundación en 1955, para llevar esa propuesta al Parlamento en 2019 y casi aprobarla; lo mismo iba a intentar en 2020, pero ocurrió la pandemia”.
Cuando le pregunto qué va a suceder cuando los Juegos pasen, evade una respuesta directa. “La economía japonesa, la más endeudada del mundo, con una deuda de casi un 240% de su PBI, va a quedar en una situación peor que antes; se acrecentarán los conflictos internacionales y los problemas internos”. Se refiere a los conflictos territoriales de Japón con sus países vecinos (sobre todo con China, Corea del Norte y Rusia) y al reciente aumento en el impuesto al consumo, del 8% al 10%, a la caída del 20% anual en las exportaciones japonesas, a la falta de mano de obra y a la baja en la tasa de natalidad simultánea al aumento en la expectativa de vida, que hará imposible sostener el sistema jubilatorio. “Y habrá consecuencias a nivel mundial”, agrega Sugihara. “Los Juegos Olímpicos nunca van a volver a ser lo mismo. Esta edición ha dejado en claro que lo que importa es el dinero. También le ha dejado en claro a todos que un evento deportivo puede ser más potente que una pandemia”, remata.
Recuerdo las recientes intervenciones de grupos feministas japoneses ante las declaraciones machistas de altos funcionarios del evento; a saber, del ex primer ministro Yoshirō Mori, quien dijo en enero que el retraso en la toma de decisiones se debía a que las mujeres hablaban demasiado en las reuniones, y del director artístico de la ceremonia olímpica, Hiroshi Sasaki, quien calificó a la artista Naomi Watanabe, convocada para la apertura, como orinpiggu (‘cerda olímpica’), refiriéndose a su físico. Ambos debieron renunciar por sus dichos y por presión de esos grupos. Recuerdo también el repudio generalizado y el apoyo de todo el sector académico que generó la decisión del actual primer ministro, Yoshihide Suga, de asignar diez mil trabajadores médicos y veinte hospitales para uso exclusivo de atletas y de personal involucrado en los Juegos. “Es necesario que dejen sus actividades regulares para dedicarse 100% a los Juegos”, había dicho el impopular líder. Ante la presión pública, sin embargo, redujo la cantidad de médicos y hospitales reservados, además de construir estaciones sanitarias provisorias.
El respiro dura poco y un trueno quiebra el cielo de Tokio. Vuelvo la mirada a la pantalla. En Twitter, el Comité Olímpico usó la imagen de Sailor Moon para promocionar los Juegos con la esperanza de replicar el éxito que había tenido la aparición del anterior ex primer ministro, Shinzō Abe, vestido de Mario Bros durante el cierre de los Juegos de 2016. El tuit se volvió trending topic, pero por los violentos ataques de los fanáticos del anime: “¡Sailor Moon lucharía en contra de su institución de mierda!”, brama unas de las respuestas.
En el ala ideológica opuesta a los militantes que entrevisté, pero coincidentes en lo que respecta al manejo de los Juegos por parte del gobierno, Masayoshi Son (fundador de la compañía de telecomunicaciones SoftBank), Hiroshi Mikitani (fundador de la plataforma de comercio electrónico Rakuten) y los CEO del periódico Asahi Shimbum –el más importante de Japón y auspiciante de los Juegos–, publican reiterados tuits en contra de la realización del evento y “a favor de la vida”. Contra todos ellos, el ex primer ministro Abe declara: “Quienes se opongan a los Juegos no son japoneses”. El actual primer ministro Suga, también del Partido Liberal Demócrata, mantiene un silencio condescendiente a la voluntad del Comité Olímpico. Todos tienen una opinión sobre los Juegos en este fragmentado Japón contemporáneo. Éste (y no la pandemia) es el tema que determina la agenda.
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Por la noche le pregunto a una amiga que trabaja en la ciudad de Shinjuku si vio la movilización del 23 de junio en directo desde su oficina. “Sí, la tengo grabada”, me responde como si nada. Me envía un video. Lo miro y tardo un segundo en comprender. “Es una movilización a favor”, le escribo. “Había otro grupo manifestándose en contra, pero fue a unas cuadras de acá”, me explica. En el video se ve a un grupo de quince o veinte personas, a diferencia del grupo de cien o más en contra que había visto en Twitter. Lo que más me sorprende es que en Tokio, donde nunca ocurren este tipo de movilizaciones, de pronto haya habido dos en el mismo día y en el mismo barrio.
“¿Qué pensás de esto?”, le pregunto. “Es gente que no tiene nada mejor que hacer. Sólo quieren llamar la atención”, me responde con escepticismo. “Los filmé porque me pareció divertido”. En una de las pancartas de la manifestación a favor se lee: “Si nos podemos movilizar, también podemos hacer los Juegos”.
Cuando llegué a Japón en 2015, esa misma amiga me había dicho: “Tenemos que poner todo nuestro esfuerzo; sólo quedan cinco años” y me sorprendí de que ya se estuvieran en marcha los preparativos. La frase traducida literalmente del japonés suena todavía más enfática: “Tenemos que poner todo nuestro esfuerzo; no nos quedan sino cuatro años”. Mientras tanto, al otro lado del mundo, Brasil atravesaba todo tipo de escándalos por la falta de preparativos para los Juegos de Río, 2016, desde insuficiente personal hasta peligrosas carencias edilicias. Los japoneses querían tener todo bajo control para 2020. El país entero se había movilizado con ese fin. Recuerdo que cuando visité el pueblo de Shirawaka en 2019, una anciana que atendía una pequeña tienda de golosinas artesanales me dijo: “Con los Juegos Olímpicos va a mejorar la economía de este negocio que quiero dejarle a mis nietos”. Para ese entonces, en Tokio habían abierto miles de restaurantes, hoteles, agencias de turismo, tanto empresas grandes como medianas y pequeñas, todos apostando a que las Olimpiadas de Tokio, 2020, serían un despegue económico sin precedentes. La gran mayoría de la sociedad japonesa apoyaba los Juegos.
Ese apoyo cultivado durante años no desaparece tan fácilmente. La misma encuesta en la que 60% de los japoneses dijo estar en contra de los Juegos muestra también que un cuarto de la población asegura estar de acuerdo con que se realicen y otro cuarto dijo que estaría a favor de que se realicen en 2022. Volver a posponer los Juegos, sin embargo, no estuvo jamás en los planes del Comité. Ya en enero de 2021, el Comité había advertido públicamente que no habría un segundo aplazamiento, lo cual puso al gobierno japonés contra las cuerdas: o realizaba los Juegos o pagaba una multa de diecisiete mil millones de dólares, además de litigios posteriores. Gran parte de quienes están hoy a favor de los Juegos, según la encuesta antes citada, lo están precisamente porque entienden que no realizarlos ocasionaría un gasto excesivo para el país. Otra encuesta, que hizo el diario Mainichi Shimbun, asegura que en realidad uno de cada tres japoneses está a favor de los Juegos. Una tercera encuesta, del periódico conservador Yomiuri Shimbun, establece que la población a favor de la realización de los Juegos alcanza el 50%.
Hubo también apoyo por parte de asociaciones deportivas y atletas. Ante los polémicos casos de los tenistas Naomi Osaka y Kei Nishikori, que se expresaron en contra de los Juegos, otros atletas optaron por posturas menos determinantes y más conciliadoras. Presionada por sus seguidores en Twitter para tomar una postura en contra de los Juegos, por ejemplo, la nadadora Rikako Ikee, que calificó al evento dos años después de que le diagnosticaran leucemia, sintió la necesidad de expresar que no le parecía correcto obligar a los atletas a ponerse en contra de uno de los momentos más importantes de sus carreras. A ella la siguieron otros que optaron por no tomar una postura firme en contra del evento. Por otro lado, a través de los atletas es posible ver un cambio en la percepción general de la población, específicamente en lo que respecta a la inoculación de las vacunas. Si bien en un principio la vacunación de atletas había sido un eje de debate por haberse priorizado, puesto que se les administraron miles de dosis antes que a la población en general, pronto esto terminó funcionando a favor de los Juegos, a medida que más personas recibieron su primera dosis y vieron la vacunación de los atletas como una necesaria y tranquilizadora medida de seguridad.
Hubo también apoyo político a nivel internacional. Tras el encuentro de Joe Biden y el primer ministro japonés, Yoshihide Suga, en la reunión del G-7, el 11 de junio en Cornwall, el primero se manifestó públicamente a favor de la realización de los Juegos, tanto por su valor a nivel deportivo como por su estatus de símbolo de supervivencia a la pandemia. Ésa había sido la postura adoptada por el anterior primer ministro, Shinzō Abe, quien terminó renunciando a mitad de 2020 a causa de una colitis crónica, aunque sus críticos lo atribuyeron a la caída de su imagen por el manejo de los primeros seis meses de pandemia. Desde que dejó su puesto, sin embargo, continuó defendiendo la realización de los Juegos y resaltando la buena imagen de la que el comité organizativo local había gozado durante los años preparativos previos. “Si Tokio pudo preparar los Juegos con un manejo del presupuesto y de la infraestructura como nunca se vio antes, también podrá llevar a cabo los Juegos en la situación mundial que nos toca vivir”, dijo Abe poco después de darle paso a Suga.
Estas últimas semanas recibí varios mensajes de parte de conocidos, miembros de los equipos atléticos y periodísticos que empezaron a llegar a Tokio. Todos ellos lo hicieron con una visa prioritaria que les permitió sortear el cierre de fronteras que rige en Japón desde marzo de 2020. Los residentes extranjeros no podemos acceder a ninguna visa para visita de nuestros familiares y ni siquiera es seguro que podamos retornar en caso de salir del país. Pero esos conocidos llegaron para los Juegos Olímpicos y eso requiere medidas que excedan la normalidad. “Las inspecciones al llegar, el manejo de la cuarentena obligatoria de dos semanas, el nivel sanitario de las instalaciones… todo es impresionante y superó nuestras expectativas”, me describió un argentino parte de un grupo de periodistas. “En la práctica todo funciona perfecto”, me contó una colega mexicana que llegó a Japón para trabajar en la producción y el broadcasting para Latinoamérica. “Pero no estoy segura de que todo siga viento en popa”, continuó, “particularmente porque siento que los japoneses confían demasiado en que todos van a seguir las reglar como lo hacen ellos”.
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A la mañana siguiente hay una tormenta más fuerte y rige una alerta meteorológica en todo Japón. Las inundaciones golpearon con fuerza las zonas costeras, en donde perdieron la vida tres personas y hay cientos más desaparecidas. Durante julio y agosto de 2020, la cifra de muertos a causa de las inundaciones de verano fue de doscientas personas; casi cien más murieron a manos de las olas de calor, sobre todo niños y ancianos. Por aquellos meses del año pasado el país ostentaba una cifra menor a mil víctimas fatales por coronavirus. Un año después, esa cifra es de quince mil y aumenta cada día. El 16 de julio, a siete días de los Juegos Olímpicos, se alcanzó el más alto número de infectados en Tokio en los últimos seis meses: 1308 casos.
Salgo a la calle con mi paraguas en mano, aunque igual llego empapado a la estación: Shinjuku, la más concurrida del mundo, por donde pasan más de tres millones de personas por día. Todos llevan cubrebocas, como es costumbre en Japón desde la pandemia de gripe española de 1918. No existe, sin embargo, el distanciamiento social. Si bien los japoneses no solían tocarse ni rozarse desde antes, es imposible imaginar poca cercanía física en una ciudad con espacios tan reducidos y una población de cuarenta millones si se incluye su área metropolitana. A la cantidad de cuerpos en el tren se suma la sobredosis de información. En los periódicos que sostiene la gente, en el interior de los vagones, en las paredes de la estación: todo está recubierto con carteles y gráficas de los cinco anillos olímpicos.
Llego hasta la estación Meidaimae. La lluvia aminoró y sigo caminando sin paraguas las siguientes cuadras, entre niños que están yendo a la escuela como antes de la pandemia y negocios tradicionales cubiertos con carteles de los Juegos en lo que sería una estrategia del gobierno para reactivar la economía local. Cruzo las vías, doblo en una callecita que parece desembocar en un callejón sin salida. En una esquina está mi destino: la casa del sociólogo Eiji Oguma, profesor de ciencias políticas de la Universidad Keiō, autor de decenas de los más influyentes libros sobre la sociedad japonesa escritos durante los últimos años, también activista antinuclear, viajero incansable y líder de la banda punk y contestataria Quikion.
“Dōzo, dōzo”, me dice abriendo la puerta y volviendo a meterse dentro. Lleva puesto su cubrebocas y me solicita que me deje puesto el mío. Vamos a su estudio, donde charlamos siempre. Con precisión absoluta, Oguma hace una introducción al tema. Después gira su laptop y me muestra una noticia en el Asahi Shimbun: se hallaron siete nuevos infectados en el hotel donde se hospeda el equipo olímpico brasilero. La noticia agrega que el equipo sudafricano estuvo expuesto al virus en su vuelo. “La situación va a empeorar en el próximo mes, lo que además significa que el gobierno va a hacer todo lo posible para desviar la atención de la pandemia”, afirma con esa lógica a la que estamos acostumbrados en Latinoamérica.
Le pregunto por una de las pancartas de la manifestación contra Bach que había llamado mi atención: “¡No pises a Hiroshima!”. Había otras con mensajes similares. El presidente del Comité finalmente visitó Hiroshima el 16 de julio, ante el repudio de vecinos y locales. “Las manifestaciones en contra de los Juegos son indisociables de aquéllas en contra del uso de energía nuclear y del incidente de Fukushima”, me explica Oguma con toda naturalidad. “Los movimientos pacifistas y en contra de la energía nuclear, la mayoría de los cuales tomaron a Hiroshima como estandarte, fueron aquéllos que más participaron políticamente durante las últimas décadas; las asociaciones como Hangorin no kai o Orinpikku okotowari son sus herederas”, agrega el sociólogo antes de darle un sorbo a su té. “Hiroshima–Fukushima–Juegos Olímpicos se transforma en un encadenamiento histórico unido por eslabones de movilización popular”, concluye.
En 2017 subtitulé al español el documental Shushō kantei no mae del profesor Oguma (que traduje como Que nos escuche el primer ministro), que muestra las masivas movilizaciones que surgieron en Japón tras el terremoto, tsunami y accidente nuclear del 3 de marzo de 2011. También denuncia el encubrimiento por parte del gobierno al momento de difundir estas marchas de más de doscientas mil personas. En 2018, asimismo, traduje un manifiesto en contra del uso de energía nuclear de Koide Hiroaki, exinvestigador del Instituto de Radiación y Ciencias Nucleares de Kioto. El texto se convirtió en un libro en siete idiomas, Fukushima jiken to Tōkyō Orinpikku (El desastre de Fukushima y los Juegos Olímpicos de Tokio, 2019), que denuncia el modo en que los medios y el gobierno hicieron de los Juegos el centro de la agenda política y desplazaron otros temas de importancia, empezando por Fukushima. Al momento de traducir esas obras no pensé jamás que iban a converger tan tajantemente en mi propia experiencia en Japón. Oguma menciona que existe también un movimiento anti-Juegos a nivel internacional. “Hay una manifestación programada para el 22 de julio, día previo a la apertura del evento, en el Washington Square Park de Nueva York”, comenta. Se muestra motivado por estos “movimientos políticos transnacionales” .
Afuera está lloviendo otra vez y me pido un taxi para volver. Llega un vehículo negro, en cuya puerta hay una publicidad de Toyota, patrocinador de los Juegos: Start Your Impossible. Me despido de Oguma, me subo al auto e indico mi dirección. En el respaldo del conductor hay, como en todos los taxis japoneses, una pantalla con publicidad. Aparecen allí las mascotas olímpicas, Miraitowa y Someity, elegidas luego de una masiva campaña nacional. Las sonrisas de las dos caricaturas me instan a recordar, sin embargo, el debate sobre la modificación de la Constitución que comentó Sugihara; la mísera suma de veintiocho yenes (veinticinco centavos de dólar) que se acordó con los sindicatos para elevar el salario mínimo (actualmente, entre ochocientos y novecientos yenes, equivalente a ocho y nueve dólares, dependiendo la prefectura); la decisión aprobada en marzo de 2021 de descargar más de un millón de toneladas de agua contaminada en Fukushima al Océano Pacífico.
Cinco, diez minutos de viaje. La pantalla muestra ahora imágenes dispersas de otras ediciones de los Juegos en una invitación a “hacer historia”. El Comité comunica que los atletas vencedores deberán ponerse las medallas ellos mismos para evitar cercanía física, lo que parece una medida un tanto intrascendente frente a todos los demás momentos en los que necesariamente habrá contacto físico. El presidente surcoreano Moon Jae-in asegura que no visitará Japón si el gobierno no muestra más compromiso para contener el virus. El 17 de julio se detectará el primer positivo de coronavirus en la villa olímpica, un extranjero que trabaja para la organización, no un deportista. Ahora, el GPS del taxi informa que llegamos a mi casa. Me dispongo a pagar. “¿Qué piensa de los Juegos Olímpicos?”, le pregunto al taxista. “No me interesan, ya quiero que se terminen”, me responde. “¿No los va a ver?”, sigo. “Prefiero ver Netflix”.
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