Esta tarde, la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood (AMPAS) anunció un par de cambios en la forma en como entregan sus famosos —y cada vez menos populares— Premios Oscar, con los que buscan reconocer a lo mejor del cine.
El más polémico de ellos fue la negativa a presentar por televisión la entrega de los premios a Mejor Fotografía, Cortometraje de Ficción, Maquillaje y Edición. El anuncio llegó en un momento irónico, al hacerse durante el aniversario 71 de la muerte del cineasta ruso Sergei Eisenstein, quién fue uno de los grandes pioneros en el uso y perfeccionamiento de la edición en el séptimo arte.
Eisenstein, nacido el 22 de enero de 1898 en Riga (hoy Letonia), no era un ajeno al arte cuando debutó en el innovador mundo del cine. Criado en una familia de clase media con acercamientos a la aristocracia, Eisenstein luchó con el ejército ruso en la Revolución Bolchevique, estudio en Japón, inició una carrera en el teatro y comenzó a estudiar las representaciones artísticas en general.
A los 25 años, tras el fracaso en el montaje de una de sus primeras obras, dejó las tablas y decidió involucrarse en el arte de las imágenes en movimiento. Su primera película, La huelga, estrenada en 1924, le valió el reconocimiento de las entidades gubernamentales encargadas de las artes.
Poco después, Josef Stalin lo convirtió en el creador de propaganda favorito del régimen ruso. Gracias a esto, Eisenstein pudo involucrarse en todas las tareas relacionadas al cine, en proyectos como El acorazado Potemkin, de 1925; Octubre, de 1928; y La idea general, de 1929.
La facilidad con la que Eisenstein podía hacerse cargo en la producción de cuántos roles quisiera le permitió experimentar en la edición de sus filmes. Años antes de la llegada de Eisenstein al séptimo arte, el cineasta estadounidense DW Griffith había conseguido con El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation) hacer un potente filme de propaganda racista (en el que incluso detalló comportamientos y acciones que seguiría el Ku Kux Klan) que funcionó gracias a su inteligente edición.
El director ruso adquirió los conocimientos básicos en edición estudiando el cine de Griffith, pero no sé quedó ahí. Eisenstein ocupó las técnicas que había empleado en el teatro y algunas otras que aprendió durante sus años de estudio en Japón para añadir más dinamismo a sus escenas y algo en lo que que habían fracasado sus antecesores: que las imágenes hablaran por sí solas.
A su salida de Rusia, Eisenstein llevó su técnica a Europa, Estados Unidos (donde tuvo que renunciar al comunismo) y México, país al que llegó en la década de los treinta. Tan pronto llegaron, Eisenstein y dos de sus asistentes fueron encarcelados por las autoridades mexicanas. Gracias a la intervención de uno de los conocidos del cineasta, el gobierno reculó y lo convirtió en un huésped de honor.
En México, Eisenstein hizo uno de sus proyectos más conocidos, ¡Qué viva México! Desafortunadamente, un corte en el flujo de recursos, conseguidos en su mayoría por el autor estadounidense Upton Sinclair, evitó que el director ruso pudiera terminar el filme. Con el metraje capturado por Eisenstein se han hecho seis versiones de la cinta, ninguna con la aprobación del cineasta.
A mediados de la década de los treinta, Eisenstein regresó a Rusia para intentar levantar otro proyecto, El prado de Bezhin, una tragedia que tomaría como escenario el campo ruso. Sin embargo, el tiempo que el director había pasado en Estados Unidos y otras partes del mundo hicieron que Stalin y los responsables de la cultura en Rusia le impidieran trabajar. Refugiado en la enseñanza, uno de los pocos ámbitos que los incómodos al régimen todavía podían ocupar, Eisenstein planeó la que sería su penúltima película, Alejandro Nevski, una épica basada en el héroe ruso que daba título al filme y que era famoso por haber derrotado a los teutones en el siglo XIII. Dicho trabajo acercaría a Eisenstein nuevamente con las autoridades rusas.
Cómo la mayoría de su filmografía, el último gran proyecto de Eisenstein fue perseguido y bloqueado en su país gracias al estricto control de las autoridades rusas. El director había decidido enfocarse en la vida del zar Iván Grozni (Iván el terrible) para contar la historia del Imperio Ruso y la lucha de un hombre por mantener el poder. La primera parte de la trilogía fue filmada y estrenada para el consejo fílmico ruso a principios de los años 40. El resultado fue tal, que el gobierno le entregó el Premio Stalin, una de las máximas distinciones que podía recibir un artista ruso. Las siguientes entregas presentaban a un líder torturado, lleno de contradicciones y en constante lucha con los órdenes religiosos y políticos de su país. Dichos filmes, los primeros que Eisenstein filmó a color, fueron prohibidos.
Sumido en la miseria artística, Sergei Eisenstein falleció el 11 de febrero de 1948. Así fue como el cine perdió una de las figuras que ayudaron a que el séptimo arte se convirtiera en lo que es. Si bien la historia suele poner a los genios en su lugar —a juzgar de las recientes acciones de la Academia— no hemos aprendido mucho.
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