La sexualidad de las personas con discapacidad: tus manos, mis manos

Tus manos, mis manos: la sexualidad de las personas con discapacidad  

En al menos seis países, como España, Francia, Holanda o Inglaterra, existen asistentes sexuales para personas con discapacidad, una figura que no está regulada en México, pero que busca ser reconocida como parte del derecho a la salud y a la sexualidad.

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Quien narra el siguiente testimonio es Nadia Torres, una mujer con discapacidad que descubrió la asistencia sexual en 2019, una práctica a la que recurren algunas personas en su condición —la mayoría tiene discapacidad motriz— porque encuentran en ella una forma de vivir su sexualidad, algunas por primera vez:

“Nací con espina bífida, una condición que me ha hecho estar postrada en esta silla de ruedas durante treinta y cinco años. Llevo mi vida más o menos normal. Siempre digo que esta enfermedad no solo me afectó a mí, sino a toda mi familia, porque son ellos quienes me ayudan a vestirme, bañarme y a desplazarme cuando salgo a la calle. Muchas personas en mi condición también viven una vida limitada. Nos vemos obligados a hacer lo mínimo. Somos alimentados, acostados y también infantilizados: niños atrapados en cuerpos de adultos. Nunca antes me habían dicho que tenía permiso de tocar y explorar mi cuerpo o de ser acariciada. Las únicas manos que me habían tocado hasta ahora habían sido las de mi mamá, cuando me ayudaba a bañarme y vestirme. No fue sino hasta hace tres años, cuando alguien me enseñó a tocar mi cuerpo, que descubrí que existía el placer y partes de mí que no conocía. Fue hasta entonces que alguien tocó mi cuerpo por primera vez sin asco o lástima.”

La asistencia sexual para las personas con discapacidad no es un tema nuevo, pero sí poco explorado. La primera vez que se empezó a hablar de esta figura en México y otros países fue en 2015, con el estreno de Yes, we fuck, un documental español creado por activistas que viven con discapacidad y dirigida por Antonio Centeno y Raúl de la Morena. En el documental reconocen esta práctica con un enfoque alejado del morbo y los tabúes. Sus creadores buscan que la sexualidad de las personas con discapacidad sea reconocida como un derecho a la salud y al acceso a sus propios cuerpos. La OMS reconoce que la población mundial con discapacidad se enfrenta a la discriminación, al estigma, y que los servicios de salud sexual y reproductiva son inaccesibles para ellos, pese a que también considera que la salud sexual es un aspecto fundamental para el bienestar.




Sin embargo, aquellos que se dedican a la asistencia sexual lo hacen por debajo del agua, pues en algunos países, como el nuestro, no existe reconocimiento ni regulación al respecto. Por lo tanto, deben lidiar con el estigma que cae sobre ellos. Hay, por ejemplo, voces  que comparan esta práctica con la prostitución, reconoce Roxana Pacheco, directora del Instituto Mexicano de Sexualidad en la Discapacidad: “En muchos países se ha dado este debate y genera mucha polémica pero esta práctica no debe estar estigmatizada. No es un delito, es un derecho. Hay que desmitificarlo. No hay trata de personas de por medio y nadie está obligado a hacerlo. Aquí hay información, hay consentimiento de ambas partas”, explica.

En algunos lugares donde sí está reconocida esta figura como modelo terapéutico, como en Estados Unidos, por ejemplo, es necesario que quienes asisten sexualmente a las personas con discapacidad tengan una carrera universitaria en un área de la salud, pues es importante que aprendan nociones básicas sobre los padecimientos fisiológicos y las condiciones de aquellos a los que asisten, elabora Irene Torices, directora del Grupo Educativo Interdisciplinario en Sexualidad Humana y Atención a Discapacidad (Geishad).

En España, por poner otro ejemplo, la asistencia sexual —a la que también se conoce como “acompañamiento íntimo”— se facilita a través de organizaciones civiles, que encuentran respaldo en las leyes que garantizan la salud sexual, como la Ley General de Derechos de las Personas con Discapacidad y de su Inclusión Social, que reconoce que las personas con discapacidad tienen derecho a la protección de la salud, prestando especial atención a la sexual y a la reproductiva.

Suiza fue el primer país en todo el mundo en admitir esta figura de manera oficial; al igual que en Australia y Dinamarca, ahí cuentan con programas especializados para profesionalizar a las y los asistentes sexuales e incluso determinan a cuántas sesiones debe acceder una persona cada mes. Estos programas incluyen formación en temas como la sensualidad, el erotismo, el descubrimiento de la sexualidad, las diferentes posiciones a adoptar en casos específicos de discapacidad y cursos destinados a comprender la psicología de los pacientes.

“Hablar de la asistencia sexual para personas con discapacidad es dar un paso cuántico”, reconoce la periodista Katia D’Artigues, fundadora de Yo También, quien tiene un hijo con síndrome de Down; “seguimos infantilizando a la discapacidad. Tenemos un viejo paradigma para verla. Pensamos que son personas enfermas que necesitan tratamientos médicos para incorporarse al mundo, según ellos, ‘normal’”.

“Lo cierto es que también los familiares tampoco hablan de este tema por miedo, porque no saben qué hacer cuando sus hijos presentan una erección, por ejemplo, pero se nos olvida que también nosotras debemos reconocer su sexualidad”, dice D’Artigues.

La figura de la asistencia sexual está respaldada en el artículo 19 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, de acuerdo con Irene Torices. El texto reconoce que estas personas deben tener acceso a la asistencia personal “que sea necesaria para facilitar su existencia y su inclusión en la comunidad y para evitar su aislamiento”. Sin embargo, su aplicación en el ámbito de sus derechos sexuales se encuentra en un vacío legal en distintas partes del mundo, pues se enmarca en el trabajo sexual y, por ende, no hay una regulación al respecto, como sucede en México, explica Torices. Así, sin reconocimiento ni regulación, las personas tienen que buscar sus propios recursos para profesionalizarse.

La asistencia sexual contempla tres modalidades, explica Roxana Pacheco: en la primera, las personas que asisten solo prestan sus manos para la exploración y erotización del cuerpo; en la segunda, ayudan a las parejas que viven con discapacidad a que entre ellas tengan relaciones sexuales; y en la tercera, los asistentes tienen relaciones sexuales con ellos, aunque esta última no es tan común.
 
En voz de las asistentes

Verónica Carmona lleva cinco años trabajando en el campo de la asistencia sexual. Se enteró de que existía esta práctica gracias al documental Yes, we fuck. Nunca antes se había acercado al tema, ni conocía mucho sobre el mundo de la discapacidad. Pero cuando vio la cinta, algo la movió a investigar más y llegó a la página asistenciasexual.org, donde descubrió que ella misma podía convertirse en una asistente sexual y ayudar a que estas personas ejerzan su sexualidad. Así lo relata para Gatopardo:

“Aprendí que es una especie de vocación, porque nadie te enseña a hacerlo. Lo haces porque tienes interés en ayudar a las demás personas a disfrutar su cuerpo, pero es muy difícil. Por ejemplo, tienes que tener mucha fuerza, como la de un camillero, porque los ayudas a levantarse, acomodarse y mover su cuerpo. Muchos también tienen problemas de higiene, por su condición, y antes de iniciar la actividad sexual, los asistimos para bañarlos o limpiarlos. La primera vez que practiqué la asistencia sexual terminé llorando. Me rompí. No te imaginas la vulnerabilidad con la que viven las personas que tienen alguna discapacidad hasta que estás frente a ellas. Tienen muchas dudas sobre su cuerpo, porque nunca nadie las tocó antes con cariño o ternura.”

Verónica solo presta sus manos; cuando hay mucha confianza, les da un abrazo. Atiende por igual a hombres y mujeres que viven con alguna discapacidad física. Cuando llega a casa de sus pacientes —como ella los llama— siempre les pregunta cómo se sienten, qué es lo que quieren explorar de su cuerpo. Les pone música, les hace un masaje, les prepara un té y prende un incienso; sabe que el ambiente es importante. “Trato de que se sientan tranquilos y relajados, porque la mayoría de ellos no sabe qué esperar. Yo les explico y trato de que estén cómodos, pues para muchas personas es la primera vez que descubren su intimidad”, explica Verónica.

Ella ha tenido que informarse por su cuenta sobre las limitaciones que tienen las personas a las que asiste. Le han llegado pacientes con espalda bífida y paraplejia, son la mayoría de los casos que atiende. Se ha aprendido toda la bibliografía que existe sobre las características de sus enfermedades y siempre los entrevista para informarse más al respecto; por ejemplo, ahora sabe que en algunos casos existe la sensibilidad de mosaico: “Hoy pueden sentir que se les eriza la piel con el más mínimo tacto y al otro día no sienten nada”. También ha tenido que aprender sobre primeros auxilios y cómo erotizar otras partes del cuerpo, como las orejas. Tiene, por lo tanto, una perspectiva amplia e informada de la sexualidad de quienes viven con alguna discapacidad.

Y no solo eso, también ha tenido que diseñar algunas estrategias de seguridad porque, al ser una actividad “clandestina”, ella misma está en riesgo. No sabe qué tipo de persona la va a contactar. Cuenta que una vez llegó a la casa de un paciente en silla de ruedas y cuando cruzó la puerta, él se levantó: así descubrió que el hombre no padecía ninguna discapacidad. Sintió mucho miedo y tuvo que decirle que había alguien afuera esperándola para que la dejara salir. Lo mismo le sucede a Lili, otra asistente sexual que vive en Monterrey. Ella confiesa que cada vez que acude a una cita, comparte su ubicación con una amiga. Solo así logra sentirse más segura. Ambas opinan que si su trabajo fuera reconocido por las leyes mexicanas, podrían hacerlo en mejores condiciones tanto para ellas como para sus pacientes.

Al igual que Verónica, Lili se acercó por primera vez a la asistencia sexual con la intención de ayudar. Su hermano mayor creció con discapacidades psicomotrices derivadas de un problema de oxigenación que tuvo al nacer. Ella vivió de cerca la infantilización a la que son sometidos quienes tienen una discapacidad. Hace un año y medio tomó un curso de sexología en el Instituto Mexicano de Sexología (Imesex) y después otro de asistencia sexual para gente con discapacidad, por parte de la Universidad de Barcelona, a través de la plataforma Coursera. Ahí aprendió a sensibilizarse respecto a varios temas: sexualidad, primeros auxilios y distintos tipos de discapacidad.

Lili disfruta su trabajo, pero lamenta que aún haya mucha estigmatización en su contra: “Las personas dicen que hacemos prostitución, pero no es así, porque no estamos siendo sometidas por nadie; al contrario, ponemos nuestros límites y les enseñamos a explorar su cuerpo a través de nuestras manos”.

La directora de Geishad, Irene Toredices, dice que resulta fundamental que quienes tienen discapacidad cuenten con educación sexual para la autodeterminación de sus cuerpos y su vida sexual, “para que sean libres de vivir su sexualidad con las personas sin que haya una transacción económica de por medio”.

“Podríamos empezar a avanzar hacia una regulación de la profesión, si se reconoce como trabajo mediante el artículo 5 de la Constitución. Solo así podrían tener acceso a la capacitación sin que sean estigmatizados”, argumenta Irene. Sin ello, están desprotegidas ante la ley y el Estado. La regulación de esta práctica también ayudaría a que se reconociera su sexualidad, en específico, sus derechos sexuales y reproductivos, coinciden Roxana Pacheco e Irene Torecides.

La rehabilitación negada

“Así como existen cuidadores que nos ayudan a vestirnos, movernos y alimentarnos, también hay personas que pueden asistirnos en nuestras prácticas sexuales”, dice Roxana, quien desarrolló una discapacidad motriz tras haber sufrido un accidente en el trabajo que la dejó parapléjica: “Cuando yo le pregunté al doctor qué iba a pasar con mi actividad sexual, me dijo: ‘Olvídate de eso, enfócate en tu rehabilitación’. Las personas con discapacidad somos vistas como seres asexuados, angelicales, incapaces de sentir placer o disfrutar nuestro cuerpo”.

Harta de que ningún médico, de que nadie le diera respuesta a las inquietudes que tenía sobre su sexualidad, emprendió la búsqueda por sí misma, y es que dentro de la rehabilitación fisiológica y terapéutica no hay espacio para la rehabilitación de los órganos sexuales. Roxana empezó a mezclar terapias por su cuenta, empezó a rehabilitar su zona genital con estímulos en su vagina, específicamente en la zona pélvica baja. “Probé desde acupuntura y texturas frío-calor hasta juguetes sexuales. Fue toda una experiencia porque también me llegué a lastimar en ese intento. Aunque no llegué al orgasmo… descubrí algo maravilloso: rehabilitar esa parte me ayudó muchísimo a mi recuperación; dejé de usar sondas, cateterismos y  mejoré mi forma de evacuar”.

Por su parte, Irene Torices reconoce que actualmente existe una sola clínica de rehabilitación fisiológica en todo el país que cuenta con una consejería sexual, y que incluye en los programas y la currícula este tipo de rehabilitación. “Nadie ve este enfoque que podría darnos la rehabilitación sexual, porque nuestros genitales desaparecen de los programas de salud, piensan que, como adquirimos una discapacidad, no tenemos derecho a disfrutar”, dice Roxana. Pero Nadia Torres ha vivido lo contrario: experimentar un encuentro sexual tierno y placentero le permitió mejorar su autoestima y conectarse con su cuerpo: “Es una experiencia humana que solo había vivido a través de las películas. Pude sentir que tenía el control, por primera vez, de mi cuerpo”.

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