Las cuatro vidas de Sisal

Las cuatro vidas de Sisal

Sisal es un pueblo resiliente que busca reinventarse para sobrevivir. No es la primera vez que afronta este reto: lo ha hecho antes, durante los dos siglos anteriores. Ahora, habitantes y científicos trabajan en conjunto para encontrar soluciones concretas a los retos medioambientales que están por venir. Esta es la crónica de un viaje a un pueblo que busca un futuro sustentable.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Navegar por una ciénega es ir rompiendo el velo que protege un universo de coincidencias extrañas y accidentes improbables; es asomarse al reino del silencio donde la pauta la marca la propia naturaleza y el humano es siempre un impostor.

Un torbellino de mosquitos nos acompaña mientras avanzamos por el manglar. Andrés, que nos lleva por los laberintos color rojo de Sisal, en el municipio de Hunucmá, explica la importancia de estas estructuras que se levantan sobre el agua. Árboles gigantes que dejan ver sus largas piernas enterradas en suelo arenoso, una barrera entre el mar y la tierra, máquinas incansables que purifican el aire, cuneros de especies marinas. Aquí, en la península de Yucatán, se encuentra 52% de todos los manglares que México posee.

Este que cruzamos es un manglar rojo; su color es la conclusión de millones de años de evolución que le permiten producir taninos para protegerse del entorno. El agua teñida tiene poca profundidad y logran verse pequeños bichos alargados que algún día tendrán la forma de un pez. Por las noches, los cocodrilos recorren estas mismas aguas en busca de presas. La vida nunca se detiene, cada rincón es un microcosmos de flora y fauna desbordantes. Es el resultado de condiciones hídricas y geológicas particulares que solo tiene Yucatán, la tierra que fue golpeada por un meteorito hace 66 millones de años. Aquí, donde la vida acabó, hoy se abre camino.

Flamencos sobrevuelan la ciénega de Sisal al atardecer.

Sisal es un poblado de apenas dos mil habitantes, enclavado entre la Reserva Estatal El Palmar y el golfo de México. Al agua dulce y la salada las separan solo unos metros de tierra, y la plataforma continental en que se encuentra permite caminar por el mar largas distancias sin tener que sumergirse. Su cielo y sus aguas están llenos de especies, y el sistema lagunar parece una fuente inagotable de recursos. Sisal lo tiene todo, siempre lo ha tenido. Y ha logrado reinventarse más de una vez para sobrevivir.

En el siglo XIX era un puerto crucial para el comercio de henequén, el producto que trajo abundancia a la península. Pero el tiempo cambió las corrientes, se inventaron los textiles sintéticos, y dejó de ser un centro aduanero y de negocios. Esa fue, dice Deneb Ortigosa, investigadora de la UNAM, la primera resiliencia de Sisal. “El pueblo ha tenido que transformarse. Cuando se van las aduanas, se enfocan en la pesca. Luego llega la industria camaronera, que deja dinero y empleos, pero hubo un virus y mucha gente se quedó sin nada. Se reinventan de nuevo, regresan a la pesca, algunos a la manufactura, y un grupo pequeño empieza con las actividades turísticas”, dice la doctora en Ciencias.

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Martín pescador enano en La Bocana, rumbo al ojo de agua Dzul Ha.

Ortigosa forma parte del equipo de la UNAM que impulsa el proyecto Sisal, Yucatán: hacia una Ciudad Sustentable y Resiliente. Su objetivo es presentar soluciones concretas a los retos que hoy enfrenta este poblado. La principal amenaza es el crecimiento urbano que no considera la protección del medio ambiente. “En pocos meses apareció un edificio de cuatro o cinco pisos —dice la científica—, no sé si tomaron en cuenta que el pozo de agua se está agotando, si saben que no hay gestión de residuos. El desarrollo es imparable y no tiene que ser negativo, hay que prever soluciones y reglas”.

Andrés, que nos lleva hasta el santuario de los flamencos, ha visto a los científicos de la UNAM trabajando en campo. Incluso ha participado en sus investigaciones, le piden que tome fotografías de las especies que llamen su atención. “Hay tantas que me voy a quedar todo el día tomando fotos”, dice. Los científicos quieren generar conocimiento sobre la biodiversidad que aquí habita y proponer regulaciones para protegerla ante el crecimiento de la población.

Sisal

Izquierda: La rejilla de un panal de colmenas. Derecha: Félix, un pescador, sostiene la red con la que trabaja mar adentro.

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Tras unos minutos llegamos al sitio donde cientos de flamencos reposan. Más tarde volarán al lugar donde comen y luego donde se alimentan. Aquí todo es silencio. Andrés y yo nos quedamos lejos para no turbarlos. Pronto se suman parvadas enteras. “Es muy raro verlos haciendo dos cosas en el mismo lugar, pero últimamente ha pasado —dice Ortigosa—, algo está pasando que su comportamiento cambia. Y eso que solo hay un edificio”.

Es en esta convergencia entre lo ancestral y lo moderno, lo natural y lo humano, donde se teje la crónica de un pueblo que busca su rumbo hacia un futuro sustentable. Hoy, Sisal comienza una nueva vida entre el desarrollo y la conservación. Los pequeños hoteles boutique que se levantan en sus playas son puentes entre pasado y futuro. El turismo, convertido en un socio en este viaje, ha traído una oportunidad para que el pueblo redescubra su identidad y teja nuevos hilos en su porvenir. Aquí, los viajeros no son simples espectadores, son participantes en una experiencia que dejará una marca.

Cae el atardecer y los flamencos están por partir a su siguiente estación. De pronto, cientos de aves sobrevuelan y solo se escucha el murmullo de su aleteo. El cielo se tiñe de rosa hasta que desaparecen del horizonte. ¿Adónde irían si encontraran muros en su camino? Ortigosa no configura escenarios catastróficos, resguarda su esperanza en los proyectos de resiliencia: “Este es el momento en que podemos hacer las cosas bien”, dice.

Sisal es un lugar donde el viento aún lleva consigo los ecos de los días pasados, pero también los susurros de los días por venir.


DIANA AMADOR. Estudió Letras Hispanoamericanas y Periodismo, porque la realidad siempre supera a la ficción. Hubo un tiempo en que quería salvar al mundo, pero ahora se conforma con comprenderlo. Está convencida de que todas las personas tienen algo interesante que contar y siempre está dispuesta a escucharlo. Ha publicado en Chilango, Etiqueta Negra, Quién, Milenio, El Universal, entre otros medios. En los últimos años se ha especializado en temas ambientales. Actualmente es coordinadora editorial de Gatopardo.

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