Región de agua: carta editorial Gatopardo 215 • Gatopardo

Región de agua

Agua. Este número nació bajo la misión de contar historias que suceden en torno a ella y el panorama no es alentador. Sin embargo, es nuestra responsabilidad imaginar soluciones y dar marcha atrás al camino que ha puesto en peligro al planeta azul.

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En mayo de este año varios medios de comunicación —BBC News entre ellos— publicaron imágenes satelitales que ilustraban la sequía por la que atravesaba parte de México y la reducción de las represas que nutren a sus principales ciudades —urbes en las que, sabemos, impera una gestión deficiente del agua, con sistemas que tienen fugas por todas partes—. Del otro lado del hemisferio, en las mismas semanas, los ríos se quedaban también sin caudales que movieran las embarcaciones con cargamentos de maíz y soya entre Brasil, Argentina y Paraguay, una sequía que además tenía a los humedales a la merced del fuego, como ocurrió en el delta del Paraná —según documentaron diarios como La Nación—, que ha visto la disminución dramática de sus niveles. Sabemos también que dentro de los océanos, los ecosistemas y las especies hace tiempo que están deteriorándose, pues, además de la sobrepesca, en ellos desembocan millones de toneladas de plásticos y metales que terminan en sus fondos sin que nada detenga ese bucle nocivo. La crisis climática no es un cuento fantástico: en un futuro próximo corremos el riesgo de perder el recurso que nos sostiene.

Este número nació bajo la misión de contar historias que sucedieran en torno al agua, un elemento que ha estado ligado a los capítulos más importantes de la humanidad, en un planeta compuesto en un 71% por éste. Así que, aún en el confinamiento por la pandemia, nuestros periodistas, fotógrafos e ilustradores le siguieron el rastro.

No hay civilización que no se haya creado a partir de los cuerpos de agua y sin ellos nuestra historia no podría contarse. Francisco Serratos escribe que en los oleajes están escritas las historias de los descubrimientos y marinos legendarios; la economía global que se ha movido en torno y sobre ella, pero también las atrocidades que hemos cometido. ¿Qué memoria podrían estar registrando los cuerpos de agua, ahora que nuestra relación con ella ha provocado un futuro incierto?, se pregunta Serratos. En busca de estas historias, encontramos la que escribe Juan Manuel Mannarino, después de un viaje a Mar del Plata, donde siguió la pista del ara San Juan, un submarino que se dedicaba al patrullaje en aguas argentinas para localizar pesqueros ilegales y que se hundió en 2017, llevándose consigo la vida de 44 marinos tripulantes. A novecientos metros de profundidad yacen los restos que encontró el buque Ocean Infinity, en una búsqueda en la que participaron diez países, con aviones y hasta robots exploradores. Detrás de su desaparición, hay negligencias, encubrimientos y hasta espionaje del gobierno hacia las familias de las víctimas, que hoy piden justicia.

Parte de estos relatos también proviene de las comunidades de pueblos ribereños, como los del Valle de Toluca, México, quienes de primera mano viven los estragos de la contaminación que ha provocado el aumento de la mancha urbana. Axel Rosas, un joven fotoperiodista, recorrió los remanentes de agua dulce en las Ciénegas de Lerma, donde apenas sobreviven dos lagunas y cuya flora y fauna han disminuido. El resultado es una desecación inédita en la historia del humedal, al que ahora rodean construcciones y caminos que le dan la espalda. En Lerma, la vida cultural de la laguna ha desaparecido del imaginario de sus habitantes, luego de que reempalzaran la pesca y el corte de los juncos de tule por la manufactura.

Los relatos de agua no sólo se sitúan a nivel del suelo que pisamos, también están arriba, en el aire que nos baña y respiramos. Fernando Krapp hace una cartografía de la Amazonía, la cuenca más grande de América Latina; revisa la literatura sobre la región y escribe, entre varios temas, de los “ríos voladores” que no son otra cosa que corrientes de agua que circulan en el aire en forma de vapor y conducen las lluvias a todo Brasil y a los países vecinos. Al contaminarse los ríos —o ante la tala ilegal o los incendios forestales—, se altera este ciclo y los ríos del aire se pierden. Esta realidad también la captura Sebastián López Brach en su fotoensayo sobre el Paraná, cientos de kilómetros bajo la Amazonía, donde la sequía azota esta cuenca y los paisajes, una vez plateados por el reflejo del sol en el agua, ahora son reemplazados por los bancos de arena al descubierto donde queda sólo la huella del río.

Daniel Rivera Marín atestigua, en cambio, otro tipo de disrupción en los sistemas hidrográficos: el ser humano también es capaz de detener los ríos. En 2017 viajó a Medellín, Colombia, a reportear la construcción de la hidroeléctrica más esperada, que generará 30% de la energía de su país. Y fue testigo de cómo un accidente o, más bien, un error de construcción provocó un derrumbe y una avalancha que devastó un municipio de dos mil habitantes. La salud y el ritmo biológico del río Cauca —que dejó de fluir por varios días— se vieron interrumpidos y, dos años después, los pescadores de la zona aseguran que es más difícil encontrar bancos de peces y que algunas especies, como el picudo, jamás se han vuelto a ver.

Cómo estamos midiendo nuestro impacto en los cuerpos de agua y sus consecuencias es una de las interrogantes que fluyen en las páginas de este número y en las que Jorge Comensal y Luis Mendoza Ovando profundizan; Maricela Guerrero y Marco Antonio Murillo exploran en sus versos la misma relación conflictiva; Alejandro Melgoza y Lina Vargas cuentan la lucha de líderes que han vivido en carne propia los resultados de una extracción desmesurada. Necesitamos medir, escribe Mendoza, para saber dónde estamos parados, para empezar a actuar, para hacernos las preguntas correctas.

Éste es un primer acercamiento que hace Gatopardo, una edición que, más que un chapuzón, significó un trabajo editorial torrencial, sobre un tema que debe atenderse con la premura que advierten las palabras, en este caso, de Kamala Harris en una de sus primeras apariciones como vicepresidenta el 5 de abril, en Oakland, California, en la que tocaba un asunto crucial: ¿Qué haremos con el agua? y advirtió: “Durante años se entablaron guerras por el petróleo. En poco tiempo, éstas serán por el agua”.

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