La órbita de las relaciones
Sofía Viramontes
Fotografía de Rodrigo Marmolejo
Joaquín Cosío y José María de Tavira protagonizan la obra «La desobediencia de Marte», escrita por Juan Villoro.
Ares, dios de la mitología griega, le dio el nombre al cuarto planeta del sistema solar, Marte, que representaba la guerra y la brutalidad, la violencia y los horrores cometidos en el campo de batalla. Para Tycho Brahe y Johannes Kepler, dos personajes de una obra de teatro escrita por Juan Villoro, este astro es el que da inicio a una relación de desencuentros entre dos astrónomos del siglo XVII.
Villoro tiene una larguísima carrera literaria y periodística, y ahora llega al teatro en la veteranía de su trayectoria, entre premios y reconocimientos. “Una llegada lenta, pero feliz”, dice Antonio Castro, quien dirige la puesta La desobediencia de Marte, un texto de Villoro que se construye bajo la premisa de la confrontación, donde las metáforas de la vida cotidiana están en lo más humano y en los grandes momentos científicos. Ya sea de futbol, política o astronomía, Villoro es capaz de hacer alegoría del suceso más pomposo y del más mundano.
Castro ya había colaborado con él cuando montaron hace siete años La filosofía declara, la primera obra dramatúrgica del escritor mexicano, que abordaba la difícil relación entre dos filósofos. En este nuevo montaje también participa el artista Damián Ortega, quien ultima los detalles del diseño de la escenografía. La obra llegará al Teatro Helénico, al sur de la Ciudad de México, este 3 de agosto.
Los actores Joaquín Cosío y José María de Tavira ensayan el libreto en Squash 73. Interpretarán a Tycho Brahe y Johannes Kepler, respectivamente. Se trata de dos grandes astrónomos que no podían ser más dispares. El primero es un millonario, de la nobleza de Dinamarca, un excéntrico que se dedica a observar las estrellas desde las torres de sus castillos, amante de la fiesta y las extravagancias. El segundo, en cambio, creció en una familia luterana tradicional, paupérrimo, y lo acosa una ceguera que le impide ver las estrellas por las que se desvive estudiando a través de los números y las matemáticas.
La puesta, que tendrá una duración de dos horas, rebota entre los siglos XVII y el XXI. Los desencuentros de los personajes se debaten entre la ficción y la realidad. Una confrontación que Villoro ya exploró en El filósofo declara, “una conducta que podríamos llamar ‘la estupidez de la inteligencia’”, dice el director. El autor reflexiona entre la belleza del desencuentro, de su importancia y lo lleva a escena: la constante pelea entre polos opuestos que resulta en uno de los descubrimientos más importantes del siglo. Es una obra “de gran esfuerzo dramático, donde la palabra es la acción”, comenta Cosío.
Villoro juega con la lejanía de los descubrimientos científicos de 1600 y la vigencia del manejo emocional. “La obra habla de personajes en un gran conflicto. Es una historia con mucha violencia, pero al mismo tiempo es una metáfora del movimiento de los astros”, dice Cosío en entrevista. Porque aquí parece que lo que rige la psicología de los personajes son los mismos mecanismos de repulsión y atracción que rigen las leyes de la física. Es la torpeza emocional de las mentes brillantes que el autor ha explorado en otras piezas, pero en esta ocasión con las ciencias duras como objeto de estudio. Es la relación entre la ciencia y la psicología, el comportamiento del científico.
Antes de Galileo y el telescopio, las polaridades humanas descifraron el movimiento de los planetas y los problemas matemáticos. Qué decir de las órbitas de las personalidades y sus complejas relaciones.
La desobediencia de Marte
Teatro Helénico
A partir del 3 de agosto
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