Cambiar el mundo. El poder en trans-formación
Guillermo Sánchez Cervantes y Yvonne Venegas
Fotografía de Yvonne Venegas
México ocupa el segundo lugar, después de Brasil, en crímenes por homofobia en el mundo, lo que ha despertado una ola de indignación y activismo. En este escenario, las mujeres transgénero están rompiendo los paradigmas de una sociedad patriarcal y heteronormativa. Enfrentan aún prejuicios sociales mientras buscan insertarse en una sociedad que les cuestiona el haber renunciado a su género para ser mujeres. Destacan personajes que lograron transformarse y ahora buscan el empoderamiento de su comunidad, haciendo de su identidad la bandera de su lucha.
I
Tenía apenas 16 años cuando quisieron que unos jesuitas lo exorcizaran. Su madre ya lo había encerrado en su cuarto. No podía salir ni a la escuela, mucho menos ver a los amigos porque le habían enseñado esas “malas mañas”, “lo habían enfermado”. Estas ideas se le metieron a Carolina Gómez, maestra de inglés, luego de leer en las páginas del diario de su hijo, que él se sentía mujer. Sin embargo, cuando él estaba más pequeño, ya le había confesado a su madre que era una niña. Lo golpeó, luego de encontrarlo jugando a la maestra con su ropa puesta. Lo que creyó que su hijo olvidaría, siguió creciendo a puertas cerradas en las páginas del diario que escribía a escondidas.
—Vivía una rebeldía. Comenzaba a conocer el ambiente gay. Pero había algo que no me gustaba: yo era una mujer. No encajaba. Yo quería conocer a un hombre que me viera y quisiera a la mujer que llevaba dentro. Mi mamá colapsó.
Él estudiaba una carrera técnica en un bachillerato, iba en su primer año. Vivía en Tlalnepantla. Su mamá había sido madre soltera y juntos vivían en un entorno religioso. Los jesuitas se negaron a realizar el exorcismo, y mejor mandaron a Carolina y a su hijo con un endocrinólogo. Cuando le hicieron un estudio de perfil hormonal, los resultados indicaron que contaba con estrógenos de más: su cuerpo quería convertirse en mujer, pensó Carolina. Después de ir al psicólogo, le explicaron que su hijo vivía con una identidad femenina, tenía disforia de género, transgenerismo. Se quedó callada.
—Mi mamá me dijo que me iba a ayudar a desarrollar hormonas femeninas. Me llevó con un naturista, compró tés, me daba unos licuados y unas pastillas. Hasta que un día que fui a la alacena me di cuenta de que todo lo que me estaba dando eran hormonas de hombre. Ya me quería salir barba y bigote, yo que soy lampiña. Ella decía que nadie me iba a aceptar.
Así que Carolina lo corrió de la casa y él, que estaba dispuesto a iniciar su transición, mejor se fue a buscar si la vida estaba en otra parte.
Hoy Samantha Gómez Fonseca camina con tanta decisión que sus tacones blancos resuenan por toda la cafetería donde ha llegado para esta conversación. Ella es la candidata transexual a diputada plurinominal para la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, por el distrito XII Cuauhtémoc, por parte del partido Nueva Alianza, para las elecciones de este 5 de junio.
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—¡Perdón por llegar bien tarde, amigo, vengo desde Vallejo!— dice mientras se sienta en una mesa, apresurada. De inmediato, acomoda su bolsa que combina con su traje sastre negro que resalta su cabellera rubia y el color azul de los lentes de contacto que lleva puestos. Es una tarde de febrero de 2016. Samantha, hoy de 29 años de edad, ordena un cappuccino con rompope y un pastel de chocolate con fresas y zapote. Acomoda a un lado un par de carpetas repletas de papeles. Dice que viene de ver un caso, el de un niño violentado por la madre; el padre está demandado porque se fue a los golpes con la esposa y con los primos de ella, todo por querer defender a su hijo. Samantha ha desarrollado una carrera política a favor de los grupos vulnerables como las personas de talla pequeña, infantes y personas LGBT (lésbico, gay, bisexual, transgénero), entre otros grupos de los diez que incluye el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred). En la Ciudad de México ha sido titular de la Comisión Nacional de la Diversidad Sexual y Equidad de Género del Partido del Trabajo (PT); y coordinadora de la Secretaría de Derechos Humanos en Movimiento Ciudadano. Hoy dirige Caminando Juntos Hasta el Final, asociación que apoya a grupos vulnerables como enlace de casos penales de violación a derechos humanos con la Procuraduría General de Justicia capitalina. En 2013, ella fue expulsada del baño de mujeres de un hotel de cinco estrellas, el Hotel Sevilla Palace que está en Paseo de la Reforma, y gracias a una queja que interpuso ante el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred), el hotel prestó sus instalaciones para capacitación y sensibilización a sus 98 empleados. Samantha es hoy una de las cinco mujeres de la “comunidad transgénero” (término sombrilla que abarca a las personas transexuales, que se identifican con el sexo opuesto al biológico y se someten a una reasignación genital, y personas transgénero, que cruzan el género opuesto pero que todavía no se han sometido a una reasignación de sexo o tal vez no se someterán), que en la lucha por su empoderamiento están construyendo de manera visible una carrera en la política mexicana: Diana Sánchez Barrios, en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), se involucró en la lucha para facilitar el cambio de nombre y género de la comunidad “trans” en la Ciudad de México, que fuera un trámite administrativo sin necesidad de un juicio; Amaranta Gómez Regalado, en Oaxaca, candidata a diputada federal por el entonces partido México Posible en 2003; Diana Marroquín Bayardo, en Hidalgo, que contendió por ser edil suplente de Tulancingo por la coalición del PT y Convergencia en 2011; y Rubí Suárez Araujo, la primera regidora trans, por parte del PRD, en el municipio de Guanajuato en 2016. El 18 de abril, Samantha arrancó su campaña junto con los demás candidatos del partido en el embarcadero de Cuemanco, en Xochimilco. Esto a unas semanas de que la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México —declarada Ciudad Amigable LGBTTTI (con las tres T’s de travestí, transexual y transgénero) en 2015— aprobara un punto de acuerdo en el que se exhorta al jefe de Gobierno a contratar personas trans asegurando 1% de sus plazas, siempre y cuando cumplan con los lineamientos que se requiera como cualquier puesto dentro del gobierno de la ciudad. De acuerdo a la doctora transgénero en Ingeniería y secretaria académica del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) de Monterrey, Dania Gutiérrez: “Estamos viviendo el momento del empoderamiento. Ya no podemos darnos el lujo de esperar más. Es el momento en que las personas trans nos ubiquemos en todos los aspectos productivos de la sociedad, preparar a los rezagados a ser productivos, y desarrollarlos, y visibilizar a los que ya lo son. Es el ahora”. * * * “La comunidad trans en México se está volviendo cada vez más eso, una comunidad: haciéndose visible, saliendo del clóset, demandando el reconocimiento de sus derechos, ocupando espacios en medios y encabezando sus propias empresas. Por momentos, la comunidad toma al resto del movimiento LGBT como su aliado, y a la vez marcha a su propio ritmo. Sin embargo, siguen siendo el grupo más discriminado —México ocupa el segundo lugar en el mundo en crímenes por homofobia, después de Brasil—. Se sigue sin entender qué es una persona transgénero y eso cierra puertas en cuanto a educación, acceso a empleo, salud, legislación y representación en medios”, dice Enrique Torre Molina, consultor en temas LGBT. * * * Samantha inició su transición fuera de casa. Comenzó a trabajar en discotecas, hacía shows para sobrevivir. Tenía 17 años y el bachillerato trunco. Como no podía seguir estudiando, el estigma social le hacía ver que las opciones laborales que tenía una persona trans eran el trabajo sexual, el estilismo o los espectáculos. —Las pocas oportunidades sociales. A la fecha hay gente que me ve y me dice, «¡ay qué bonita te ves!, ¿dónde tienes tu estética?» Si supieran que no sé ni tocar un cabello. Pero entonces lo único que me quedaba hacer era bailar, imitaba a Mónica Naranjo, creo que ni me salía bien, pero era la manera en que buscaba que me vieran, me reconocieran. La vida de Samantha, sin embargo, cambió la noche que fue detenida por la policía y luego trasladada a un reclusorio varonil en octubre de 2007. En un altercado que tuvo con un hombre, que acosaba a su novio afuera de una fiesta, fue acusada de agresión y de haberle robado una cartera. —Ya le había dicho a esta persona que le bajara, no te pases, le dije. Fui de buena gana a decirle que mi novio le iba a pegar si lo seguía haciendo. Pero siguió. A la segunda que ya estaba muy tomada y él se me vino a golpes. Lo tiró a una jardinera y la denunció. No tuvo voz. Fue incomunicada. No pudo ni hablar con un abogado. Al tercer día estaba ya dentro de un reclusorio, automáticamente era culpable. —Yo no sabía nada de leyes. Estuve dos semanas presa y luego me dejaron libre por falta de elementos, porque nunca robé la cartera. Ahí descubrí que 34 mil presos en una cárcel son muchas veces 34 mil historias de injusticia y abandono. Mi mamá murió de cáncer cuando yo estuve presa. Su caso se publicó en la revista Ser gay. Jaime López Vela, abogado que tenía una asociación civil llamada Agenda LGBT, leyó sobre ella y la contactó. —¿Qué quieres hacer de tu vida?— le preguntó López Vera. —Yo me considero una mujer. Quiero estudiar, quiero hacer cosas. Yo no quiero vender mi cuerpo por dos mil pesos. Es denigrante. Quiero ser una mujer bien. Comenzó a colaborar con él. La invitaba a eventos políticos. Entonces López Vela iba por una diputación y estaba metido en la reforma al Código Civil para los matrimonios entre personas del mismo sexo —aprobada en 2009 en la Ciudad de México—. Así la llevaba a la Cámara de Diputados, a una Samantha nerviosa de que la miraran mal. López Vela fue su padre político. Comenzó a acercarse con diputados, sus peticiones las iniciaba con un “oiga”, se sentaba con gente difícil, ella contaba su historia en la cárcel, hablaba de equidad, oportunidades, trataba de sensibilizarlos. Se ponía tan nerviosa que se aprendía todo de memoria para llegar con los políticos y rezarlo. Se puso a estudiar Derecho en sistema abierto. —“Ay, cómo voy a hablar con ellos”, decía. Me sentía mal, que me iban a correr, no quería hablar, menos en conferencias de prensa. Me decía Jaime que me sentara a leer, a estudiar, que leyera La Jornada, el periódico más real del país. Yo que quería sacar mi Metro, ¡y no me dejaba! Hasta la fecha, los legisladores me siguen viendo feo, con cara de esto qué hace aquí. Aprendió a cabildear. Se formó en la defensa de derechos humanos y aprendió a pararse en público, a no tener miedo a los legisladores. Así se ha enfrentado a los dobles discursos que existen en los partidos; a los diputados que apoyan su causa, dan dinero, pero ni siquiera hacen presencia en los eventos que ella organiza a favor de la diversidad sexual; a los legisladores que se acercan a ella pero van acompañados de un séquito de colaboradores, para que nadie tache su hombría. Porque un político se ve mejor caminando junto a una mujer cisgénero —en estudios de género, persona cuyo género biológico corresponde con su identidad— que junto a una mujer trans. Junto a una trans, éste se ve pequeño. —La vida me ha dado la oportunidad de ser. Y quiero más para cambiar a la sociedad. Para que tengamos mejor calidad de vida, no sólo la comunidad trans. Que nadie abuse de su poder. Ahora estoy en otro tipo de escenario. Me he empoderado para esto. II —Me llamo Ari Vera Morales. Soy mercadóloga y activista transexual, que preside la asociación civil Almas Cautivas. Está sentada en una banca en la explanada de la Universidad Nacional Autónoma de la Ciudad de México, bajo la sombra de un árbol. Tiene una hora libre en lo que empieza su clase de Capitalismo Criminal que toma para su maestría en Defensa y Promoción de los Derechos Humanos. Son las cuatro de una tarde de abril de 2016. A sus 38 años, viene vestida con una falda de mezclilla que le llega a las rodillas, zapatos bajos, una blusa blanca y una pulsera con medallitas que suenan cada que mueve las manos para acomodarse el cabello rubio. En su bolsa trae una carpeta de Hello Kitty roja con apuntes, separadores y Post-its. Hija de una doctora general y un ingeniero originarios del puerto de Veracruz, Ari creció en la ciudad de Xalapa. Desde chica, dice, supo que era niña. Se acomoda su falda mientras conversa y recuerda cómo caminaba detrás de la falda de su mamá y le gustaba ver cómo se meneaba mientras recorría los pasillos, esos holanes que iban nadando y deseaba tener una falda así. —Conforme pasa el tiempo, dices, no puedo más. Así me llegó la adolescencia. Mamá, papá, fíjense que soy Juanita. Por fortuna tuve suerte porque mi mamá tuvo mucha paciencia y sabiduría de cómo afrontar el tema. Me llevó a que tomara clases de karate y aprendiera a defenderme, sabía que lo iba necesitar. Y nos llevó a toda la familia al psicólogo para que ellos aprendieran a entenderme. El psicólogo le dijo a su mamá: —Ari sabe quién es Ari y sabe qué es Ari. A los 16 años inició su transición, tomaba sustancias recetadas por un médico como etinilestradiol y acetato de ciproterona, espironolactona y una inyección de acetato de medroxiprogesterona y cipionato de estradiol. Su piel y su cuerpo cambiaron, las caderas se ensancharon y las facciones se transformaron. Para cuando terminó la preparatoria, tenía un aspecto híbrido. Entonces aprendió que lo que la sociedad más le cuestiona a una persona transgénero es que no pueda insertarse en un género o en un rol, blanco o negro, mujer u hombre. —Si vas a ser un chico gay, que seas varonil. Si eres una chica trans, que seas bonita, linda y femenina. Un término medio, no. Estudió su primera licenciatura en Educación con Especialidad en Problemas de Aprendizaje en la Benemérita Escuela Normal Veracruzana. Sin embargo, la escuela cuestionó su transición. Era 1996. Decían que no era una persona que podía estar frente a un grupo de niños. —Me dijeron que los iba a convertir en gays. Iba a ser una mala influencia y mala guía para la infancia de este país. Durante dos años sufrí un hostigamiento por parte de la academia, vete, me decían, tú debes ser diseñadora de modas, cantante, poco faltó para que me dijeran que trabajara sexualmente. Eran los maestros, no el estudiantado. Cuando llegó el momento de hacer prácticas en un colegio, la institución no me recibió. Y como no pude hacer las prácticas, el director de la Benemérita me dijo que mejor me diera de baja. De acuerdo con Ophelia Pastrana, mujer transgénero colombiana, física y gestora de contenidos y márketing digital: “¿Cual es la diferencia entre nuestras historias y la de una persona que se puso bypass gástrico y bajó de 250 a 90 kilos y tiene una vida donde todo es aceptado y feliz, aunque nadie lo va a reconocer? Que nuestro caso atravesó el género y eso es un tabú en la sociedad. Te dicen ‘tienes pene, entonces eres niño’, y no sólo eso, ‘te van a gustar las mujeres, el color azul y vas a tener coches’. Es una construcción social. Todo eso por tener pene, es como el horóscopo, ¿quien lo dijo? Atravesar el género es una señal de empoderamiento. Demostrar hegemonía sobre tu cuerpo”. Ari, afectada en su formación académica y desarrollo económico, tuvo que ponerse a trabajar en otra cosa. Terminó por necesidad en el área de perfumería y cosméticos en tiendas departamentales. Llegó a ser capacitadora de demostradoras y luego supervisora de tiendas. Regresó a la universidad, ya viviendo en la Ciudad de México, esta vez a Mercadotecnia en la Universidad Insurgentes, donde sí aceptaron recibirla sin importar su identidad sexual. Era 2002. Para entonces todavía no hacía la adecuación del nombre que lleva ahora. —¿Cuál era tu nombre anterior? —¡Noo, es top secret! Hace una pausa. —No se trata de negar un pasado… Ese nombre que quieres saber nunca lo fui. Me marcó por años, por supuesto que por él hubo lágrimas. Ese que quieres saber es el nombre de motivo de sentirme violentada, quererme corregir la sociedad porque yo estaba mal, estaba enferma. Ese nombre que nunca fue mi nombre. * * * A partir de su experiencia en Veracruz, Ari Vera fue observando cómo muchas otras personas transexuales y transgénero se ven obligados a interrumpir sus estudios por falta de aceptación o bullying. Dejan los estudios porque los lastiman. Entonces no cuentan con una educación formal. —Y al no tenerla, ¿cómo vamos a tener hombres y mujeres trans empoderados? Y entonces quién va a querer, dime tú, ir a un lugar donde te están molestando y violentando todos los días. Pasa que tu educación formal la dejas en el último eslabón de tu vida. Ellos desconocen sus derechos, desconocen que la sociedad les ha impedido conocer otras formas de vivir. Les han cerrado las puertas y otras formas de desarrollo a nivel personal. Hay una frase que a Ari le gusta y es ésta de Nelson Mandela: “Aquel gobernante que no conozca el estado de sus cárceles, no conoce el estado de su nación”. Le parece que retrata la realidad del sistema penitenciario en México. En las cárceles se maximiza todo lo que se vive afuera. Todo se agrava y se magnifica: la homofobia, la transfobia, la lesbofobia. Las cárceles, asegura, sacan lo peor de uno. —La banda LGBT es punto blanco de fácil acceso a la injusticia y la violencia, y se cometen muchas irregularidades. Hay quienes llegan a las cárceles solos, no los visita un familiar o un amigo, o en un estado de abandono hasta de sí mismos. Por lo tanto, no hay quien les lleve un rastrillo, un shampoo y un jabón para tener una estadía lo más digna y en entrecomillado. En México hay alrededor de 150 personas trans en los ochos centros penitenciarios de la Ciudad de México. Junto con su compañera Daniela Vázquez, abogada trans, decidieron crear Almas Cautivas, que apoya a las personas de la comunidad LGBT privadas de la libertad. Cuentan con 15 colaboradores, y la mantienen bajo propios recursos. A través de su página en Facebook, comparten cada semana las diversas actividades en las que se involucran, alguna sesión parlamentaria donde se discuta un tema entorno a la diversidad sexual, o algún taller en un centro penitenciario. —¿Cómo te involucras en derechos humanos? —Es que ya estás envuelta en el tema, no es que te involucres. En realidad pocas personas se han puesto a reflexionar que con el simple hecho de salir del clóset y declarar que perteneces a un sector de la diversidad sexual, desde ese momento, ya estás haciendo activismo. Estás haciendo una visibilización. Tu cuerpo y tu voz se vuelven un instrumento político de cómo exigir derechos a la sociedad, estás diciendo “aquí estamos, aquí existimos”. Almas Cautivas tiene varios programas inscritos en la Subsecretaría del Sistema Penitenciario, como el de recolectar insumos básicos de consumo personal para los presos trans; imparten talleres de empoderamiento a personas privadas de la libertad; y a las autoridades y personal de los penitenciarios, les han dado talleres de sensibilización. A las personas y familiares que hayan sufrido alguna violencia a sus derechos, les dan asesoría y acompañamiento para interponer una queja. A partir de la administración de Azael Ruíz Ortega, hace tres años, Ari ha encontrado en la Subsecretaría del Sistema Penitenciario más apertura para poder hacer consciencia sobre reinserción y reintegración social. —Hay que entender que se cometía y se cometen errores por desconocimiento. Claro, eso no los exime de su responsabilidad. Errores como el trato denigrante y hostil a las mujeres trans, las trataban como varones por estar dentro de un reclusorio varonil. Insistiendo en llamarlas por su nombre en masculino si no han cambiado sus papeles, cortándoles el cabello, no permitiéndoles maquillarse y expresar su identidad. Es un acto de tortura. Además, no hay criterios formalizados de cómo atender casos de la comunidad en las cárceles. La decisión de a qué tipo de penitenciario se envía a un hombre o mujer trans está en manos del juez. Hay un caso en un reclusorio femenil de una chica trans pero es una persona reasignada, es decir ya no tiene pene. La asignación de espacios parecer ser un criterio genitalizado. Si tienes pene, serás enviado al varonil, si tienes vagina, al femenil. Sin importar nombre jurídico o caracteres secundarios sexuales como pecho o barba, implantes, caderas o cabello largo. Lo importante es lo que hay entre las piernas, Ari asegura. De acuerdo con Daniela Cruz, psicoanalista de pacientes transgénero: “La lucha que vive una chica trans no es la misma a la de un chico trans. Porque detrás de toda la transfobia, hay un paraje de misoginia que es muy promovido y que se encuentra integrada en valores e ideales sociales por el machismo. Es mucho más violento que un hombre renuncie a su lugar de poder, sus privilegios, y decida ser mujer —que es lo más humillante dentro de la sociedad mexicana—, a que una mujer renuncie a serlo y quiera volverse hombre”. —El origen está en la falta de oportunidades laborales, falta de inclusión social, falta de sensibilidad por parte de los empleadores en el ámbito privado y público. Al final, cómo podemos hablar de la reinserción de mujeres trans presas, cuando nunca hemos estado insertadas en esta ciudad. * * * “Tenemos que abogar por la inclusión de géneros. Y esto implica desmontar divisiones y acciones afirmativas como el ‘vagón rosa’ o el baño de mujeres, donde se separa a los hombres porque ‘son violadores’. Y la verdad es que no todos lo son. No podemos dividir así. ¿O nos vamos a poner a revisar genitales en la entrada del metro? Tenemos que entender que hay mujeres barbudas, con pene y espalda grande, y tienes una aquí enfrente. Seguir dividiendo así, categorizando, es la salida fácil”, dice Pastrana, quien además ha abogado por la inclusión y lo trans en su videoblog en YouTube. III Gislenne Zamayoa Gama es una arquitecta de 45 años que siempre supo que era trans, aunque su transición la inició hasta los 36. Su identidad la llevaba a escondidas. Siempre se sintió extraña, con sentimientos hacia lo que ella explicaba como “su sentir femenino”. Un día, a los cuatro años, mientras jugaba con su empleada doméstica, se puso el camisón de la madre. La empleada, al verlo feliz, le pintó los labios de rojo. Se sintió soñado. Años más tarde, se dormía abrazando las pantaletas y el sostén de su mamá, los valores femeninos que necesitaba. En el colegio hizo mucho deporte: estuvo en la selección de básquetbol, de canotaje, hizo gimnasia olímpica. Lo hacía sentirse vivo. Lo malo, dice, que se volvió demasiado viril. Tuvo una transición paulatina de clósets: primero su habitación era el espacio donde podía vestirse. Luego fue su automóvil. Y después cualquier sitio a donde viajara, siempre con una maleta con tacones, maquillaje y ropa de mujer. Si llegaba a Argentina o Chile a atender juntas con gente de Coca-Cola, la empresa para la que laboraba, Gislenne se daba sus escapadas, pedía en la noche un taxi que la llevara a otro hotel, donde se vestía, se peinaba, y salía a los lugares gay donde podía ser ella. Estaba a punto de casarse, asegura que con la hija de un expresidente de Chile. La relación terminó con su transición. —Vestida de rojo y con tacones, ¡paro el tránsito! Pero le saco provecho a mi visibilidad. Me choca que me digan que me esconda, ¿me escondo debajo de la mesa? Al contrario, me paro a la altura de cualquier persona y sé que me van a ver. Yo quería parecerme a Britney Spears, ¡pero tenía más bien cuerpo de linebacker de los Acereros de Pittsburgh! Así que le saco jugo a mis piernas. Gislenne da sorbos a su agua mineral con hielos y una rodaja de limón que ha ordenado. Luego bebe un poco de café. Está sentada en el segundo piso de la cafebrería El Péndulo de la colonia Roma, muy cerca de su proyecto Roma Center, un centro comercial en construcción que tiene a cargo su despacho de arquitectura, Arquia. Con éste, hizo muchas Mac Stores y luego trabajó para Compudabo; ambas empresas la contrataron ya como mujer transgénero. Gislenne mide 1.88 pero con tacones puede llegar al metro y 90 centímetros. Ophelia Pastrana y ella son las dos mexico-colombianas trans más altas de la Ciudad de México, aunque dice que Pastrana le lleva dos centímetros, ya se han medido. —No te puedes deprimir. Sabes a cuánta gente conozco que me llora y me dice, ¡ay Gis, mido 1.74 y con tacones estoy más alta! ¿Y?, les digo, más chiquita no te vas a poder hacer. Muchas quieren “pasar”, no quieren verse trans, el miedo al rechazo. Pero no te puedes deprimir. Ahí es donde empiezan las muletillas, caminan encorvadas, se ponen el cabello en la cara, la atención en el bolso, cosas por el estilo, porque no se aceptan. Yo celebro mi visibilidad como trans, llamar la atención a cada sitio que entro. Nacida en México pero registrada en Colombia, Gislenne es hija de padre mexicano y madre colombiana. Gama es un apellido conocido allá. Su tío abuelo Rafael Gama Quijano, banquero, firmaba los billetes colombianos. —Yo no tengo nada que ocultar, vivo mi vida con dignidad. Soy una mujer trans. Quizá esto con el tiempo sólo seremos gordas, altas, chaparras, chiquitas, mujeres cisgénero y transgénero. Punto. Creo que ése es el paradigma que se viene, diferentes formas de ser mujer. En la obra, siempre anda con estas botas negras que trae ahora puestas, una pañoleta, y los jeans que terminan sucios. Entre el ruido de la construcción, uno la encuentra dando órdenes de un lado a otro, de pronto, chiflar y gritar con su voz aún grave: “¡Crispín, levanta más la pluma!” Impresiona que tenga el temple para estar dirigiendo a un ejército de hombres. A todos los empleados, albañiles, arquitectos e ingenieros que tiene a su cargo, que incluso la conocieron en Coca-Cola antes de su transición, siempre les dice: —Soy trans, ¿tienen algún problema con esto? Ya saben cómo trabajo, la puerta está bien abierta para quien se quiera ir. —No, arqui, cómo cree —responden. * * * Gislenne puede pasar horas hablando de su carrera. Egresada de la Universidad Piloto de Colombia, se tituló como arquitecto con grado en Urbanismo y especializada en Gestión Urbana. Cuenta con un sinfín de maestrías: Diseño Corporativo, Arquitectura de Diseño Industrial y Diseño Autosustentable, que estudió en la Universidad de los Andes, la Universidad Bolivariana de Medellín y la Universidad Católica de Chile. Así es como entró a trabajar en Grupo Andina de Coca-Cola. Ahí se especializó en Diseño Arquitectónico Industrial. En México, para Coca-Cola FEMSA y sus aliados embotelladores, trabajó como arquitecto industrial y autosustentable en la Dirección de Operaciones Técnicas. Cuando inició su transición, en Coca-Cola mejor le ofrecieron un puesto de oficina administrativo. Lo aceptó. —Un día afuera de la planta de Coca-Cola Toluca me quisieron atacar. Yo había despedido a un trabajador. A la salida, me cayeron él, su cuñado y un amigo. Me querían golpear, pero ¿qué crees? Sé taekwondo. Los mandé a los tres al hospital. Quisieron agredirme con tubos, quedó grabado en cámaras de seguridad. No me siento orgullosa, pero la gente sabe bien quién soy. Al final, harta de Coca-Cola, renunció para aventurarse a crear su propio despacho. Al ver lo difícil que era para la gente trans subsistir no sólo laboralmente, sino también en lo personal y familiar, Gislenne decidió involucrarse en grupos de activismo. Primero iba a una reunión en la calle de Génova, en la Zona Rosa, donde conoció gente trans y escuchó sus problemáticas de vida. Casos de trans a los que el papá les quita la universidad porque “a los trans les va mal”, o trans en corporativos de los que nadie sabe su identidad y por eso se aguantan todo el día y no van al baño en la oficina; o trans que luego de transicionar, decidieron empezar de cero en su rubro laboral y volverse a presentar con la gente tirando años de vida laboral a la basura. Gis abrió un grupo en Facebook y empezó a compartir información necesaria. Sin darse cuenta “Grupo de personas Trans x los Objetivos” llegó a 1,560 miembros, hoy tiene presencia en Twitter con la cuenta @TransXobjetivos. —La gente me pregunta que por qué los objetivos. Y es que creo que se requieren objetivos para hacer las cosas, para ser una mejor sociedad, empoderarse, subsistir. Cuando empecé a intercambiar comunicaciones con trans de otros países, intercambiar ideas y contenidos, la gente se empezó a interesar muchísimo. Surge una sinergia de colaboración con Planet Transgender de Estados Unidos. Hoy Gislenne tiene proyectos de inclusión laboral con la Federación Mexicana de Empresarios LGBT (FME-LGBT), de la que también es miembro, una suerte de cámara de comercio que colabora con empresas acerca temas de políticas de inclusión laboral y empoderamiento de la comunidad LGBT; tienen convenios con Nacional Financiera para créditos; y apoyan a emprendedores ubicándolos con incubadoras para desarrollar proyectos de emprendimiento. Ahí Gislenne ha participado en foros como Diversidad Emprendedora, para emprendedores trans, contribuyendo a una creación de redes de colaboraciones y trabajo. La comunidad LGBT también es productiva, es lo que la federación ha tratado de visibilizar. “Las empresas mexicanas están preparadas para emplear a la comunidad trans, sin embargo a veces se enfrentan con situaciones que no saben manejar o necesitan políticas de inclusión. Hay casos como la cuestión de los baños, ¿un trans a cuál va?, y se han creado baños unisex. O qué hacer cuando tienes registrado a un acreedor de un servicio como Juan y un día llega como Jessica a reclamar su prestación de contrato. Son problemas de procesos. ¿Qué debe hacer la empresa para facilitar este proceso? Hoy las compañías están más interesadas en prepararse para ser incluyentes”, dice Fernando Vázquez, director de Asuntos Corporativos de la FME. —Yo nací diversa. Soy una persona diversa. Yo le agradezco todo a mi otro genéro, lo que conocí, viajé, me especialicé y logré para poder ser la persona que soy ahora —dice Gislenne. Todas las noches, ella llega a su casa en la colonia Juárez, donde vive con su esposa, una mujer cisgénero con la que lleva 10 años juntas. —Cuando ella supo de mí, me dijo: “Si me das mi lugar, nos queremos, nos adoramos y me tratas como una reina, ¡puedes ser la Barbie que tú quieras! Una se enamora de la persona, no del género”. Mi último día como hombre fue el de mi boda. Mi luna de miel ya fue de niñas.
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