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Hollywood y la marea rosa

Hollywood y la marea rosa

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
10
.
03
.
24
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Aunque Greta Gerwig y Margot Robbie no están nominadas por su trabajo como directora y actriz, respectivamente, en los premios Oscar 2024, son la cresta de un movimiento que lleva décadas en lucha por expulsar del cine la mirada cosificante y que Hollywood apueste por miradas tan críticas como sensibles hacia la lucha de las mujeres.

Una marea rosa volcó sobre los cines en julio de 2023. En medio de lo que se señala como el mes más caluroso hasta ahora, grupos de adolescentes, niñas con sus madres o hermanas mayores, y mujeres adultas asistían a ver el estreno de Barbie (2023), de Greta Gerwig, vestidas en toda la gama rosada. También las treintañeras que en nuestra adolescencia huimos de ese color, nos pusimos prendas a tono para ir a ver una de las películas más esperadas. La muñeca rubia no vino a salvar el feminismo, pero nos llevó a reconectar con nuestra infancia y con nuestras angustias.

Como muchas otras mujeres, me emocioné con la película en la sala de cine, lloré y disfruté ver a un grupo de muñecas enfrentándose al patriarcado para desterrarlo de su mundo ideal. Y, aún así, no concuerdo del todo con la reacción desatada en medios y redes sociales en enero de 2024, cuando se dieron a conocer las nominaciones de los premios Oscar de este año: Barbie tuvo ocho menciones (incluida Mejor película), pero no figuró en las ternas de Mejor actriz y Mejor dirección. Los titulares hablaban del desaire de la Academia de cine estadounidense a Margot Robbie y Greta Gerwig; Ryan Gosling, quien sí fue nominado como Mejor actor, expresó en un comunicado su decepción: “No hay Ken sin Barbie y no hay película de Barbie sin Greta Gerwig y Margot Robbie”. Al mismo tiempo, la excandidata a la Presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, publicó en X (antes Twitter) su apoyo hacia la dupla con el juego de palabras “You’re both so much more than Kenough” (“Ambas son mucho más que suficiente”). Y no es que piense que la actriz y la directora no son merecedoras de la nominación (y hasta del premio), sino que la naturaleza performativa de Hollywood y el juego polarizante de las redes sociales han llevado la discusión a un camino de escasos matices.

¿Las nominaciones del 2024 son un retroceso del feminismo en la industria cinematográfica? ¿Este desaire es producto de la misoginia? ¿Una muestra de inequidad? Al igual que el propio feminismo, el asunto es más complejo de como Hollywood nos lo vende.

Greta Gerwig y Ryan Gosling. Fotografía de Casey Flanigan / Reuters.

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Una vez que se aplacaron las olas de aquella marea rosa, el resto del 2023 nos regaló meses menos calurosos y estrenos interesantes y diversos. La historia de una comunidad nativa americana exterminada poco a poco por la avaricia de los colonizadores blancos en Killers of the Flower Moon, de Martin Scorsese; un juicio en el que pesa más la construcción de verdades que las verdades mismas con Anatomy of a Fall, dirigida por Justine Triet; dos amigos de la infancia que parecen conectados desde siempre, aunque la migración los haya separado al crecer en Past Lives, de Celine Song, o el viaje surrealista de una mujer adulta con un cerebro nuevo y sediento por explorar la vida y el placer con Poor Things, de Yorgos Lanthimos, por mencionar ejemplos de otras películas que despertaron aplausos y conversaciones.

Lily Gladstone se convirtió en la segunda mujer nativa americana en ser nominada como Mejor actriz, después de Yalitza Aparicio por su papel en Roma —englobado en un contexto de nativos del continente y no solo de un país, Estados Unidos— y la película dirigida por Scorsese llevó a una reflexión sobre quién y cómo se cuentan las historias de las comunidades originarias. La cineasta coreana Celine Song es ahora la primera mujer asiática nominada en la categoría de Mejor guión original con su ópera prima, Past Lives, un relato que tiene como trasfondo la migración y las identidades de quienes dejan su país. La cinta protagonizada por Emma Stone (Poor Things) ha causado recelo por su representación de la sexualidad en una mujer con mentalidad de niña, pero además de eso la consolidó como actriz y productora. Por su lado, Anatomy of a Fall elabora con sutileza y complejidad la forma en que la sociedad juzga a las mujeres y las castiga por salirse del deber ser, al tiempo que le dio una nominación a Justine Triet como Mejor directora en una terna dominada por hombres.

Podemos aceptar que dos cosas son ciertas al mismo tiempo: por un lado, que las omisiones a Greta Gerwig y Margot Robbie sí hablan de un desbalance, pues al menos en la categoría de Dirección solo una cuarta parte de quienes determinan a los nominados son votantes mujeres; que sí es una ironía no considerar suficientemente buena a una película sobre las exigencias irreales hacia el género femenino cuando, por si fuera poco, logró excelentes críticas y fue la más taquillera de 2023 (con 1.44 miles de millones de dólares). Por otro, que es maravilloso ver los reconocimientos obtenidos por otras mujeres y narrativas, también muy dignas de visibilización y de ser celebradas.

Lily Gladstone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

No se trata tampoco de darle las gracias por estos hitos a los señores que integran la Academia, o por ternas aun desbalanceadas pero ya más diversas. Estos avances y reconocimientos no son menores ni son un premio de consolación; debemos mirar un poco al pasado para recordar que se deben a la lucha de otras tantas mujeres que exigieron no solamente mayor equidad y representación, sino también condiciones de trabajo libres de violencia de género. Gracias a quienes denunciaron abuso sexual y laboral por parte de hombres poderosos como el productor Harvey Weinstein, muchas mujeres en Los Ángeles y alrededor del mundo pudimos hablar de nuestras propias experiencias y ser escuchadas como antes no sucedía. El movimiento #MeToo abrió en 2017 un camino diferente en la industria y puso sobre la mesa la exigencia de quitar al patriarcado de la silla del director y plantearnos cuál es el cine que las mujeres queremos ver.

En el camino por entender el significado de un cine “de mujeres”, hemos encontrado que no es algo que pueda definirse o cumplir tachando una lista de requisitos, porque las experiencias de las mujeres son muy variadas y distintas. Esta preocupación no nació en 2017, sino desde el surgimiento del cine pero, como muchas otras demandas, no ha sido atendida rápidamente. Ya en la década de 1970, la teórica de cine y feminista británica Laura Mulvey acuñó el término de male gaze (mirada masculina) para hablar de películas con representaciones fetichizantes de las mujeres, en las que son objetualizadas para el placer de la mirada de los hombres como espectadores y como ornamento para los personajes varones dentro de la pantalla. Esta teoría ha sido muy comentada y cuestionada en los círculos de estudio desde aquellos años, pero se expandió a nivel global luego del estallido del #MeToo en Hollywood. En ceremonias del 2018, desde el Oscar hasta festivales de cine en Berlín y Cannes, o en las comunidades de cine de México y Colombia, comenzamos a nombrar las violencias y a expresar ausencias y necesidades. Entonces, ese cine “de mujeres” se entendió a nivel industrial como la inclusión de protagonistas femeninas que encarnan valores asociados a la masculinidad: 2020 fue el año de Mulán (Niki Caro), Birds of Prey (Cathy Yan) y Wonder Woman 1984 (Patty Jenkins), cintas sobre heroínas fuertes y empoderadas. Pero no, eso tampoco es lo que queríamos para sentirnos representadas o cercanamente satisfechas, al menos no todas o no realmente.

También te puede interesar leer: "Entre alacranes y caracoles, Lila Avilés".

Emma Stone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

En todo caso, buscamos construir desde nuestros ojos alternativas a la “mirada masculina”, salir de las imágenes hegemónicas y seguir cuestionando los cánones. Rebelarnos al cine complaciente en el que las mujeres toman las riendas y se convierten en vengadoras con frases hechas para ser citadas como ejemplos de empoderamiento; sino pensar en nuestros deseos, miedos, placeres e ideas. Y, considero, nos encontramos en ese camino, uno con muchas fallas y pendientes (alcanzar más de una mujer en la categoría de Mejor dirección), pero en el que sería ingrato obviar los cambios que hemos conseguido: las denuncias, narrativas más complejas, debates más profundos, o los reconocimientos a Gladstone, Trier, Stone y Song.

No pretendo minimizar el valor del trabajo de las creadoras de Barbie. La variedad de opiniones y posturas sobre las películas de este año con directoras y protagonistas mujeres me parecen un signo esperanzador hacia miradas más críticas. Pero sí creo que es importante recordar que tenemos otras batallas pendientes en una industria todavía muy insensible ante algunas opresiones. Nos toca seguir empujando para que la marea que llegue a las pantallas y salas de cine no solo sea rosa por una muñeca, sino para exigir un alto a los feminicidios o verde por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos o morada por la lucha de las mujeres trabajadoras.

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Aunque Greta Gerwig y Margot Robbie no están nominadas por su trabajo como directora y actriz, respectivamente, en los premios Oscar 2024, son la cresta de un movimiento que lleva décadas en lucha por expulsar del cine la mirada cosificante y que Hollywood apueste por miradas tan críticas como sensibles hacia la lucha de las mujeres.

Una marea rosa volcó sobre los cines en julio de 2023. En medio de lo que se señala como el mes más caluroso hasta ahora, grupos de adolescentes, niñas con sus madres o hermanas mayores, y mujeres adultas asistían a ver el estreno de Barbie (2023), de Greta Gerwig, vestidas en toda la gama rosada. También las treintañeras que en nuestra adolescencia huimos de ese color, nos pusimos prendas a tono para ir a ver una de las películas más esperadas. La muñeca rubia no vino a salvar el feminismo, pero nos llevó a reconectar con nuestra infancia y con nuestras angustias.

Como muchas otras mujeres, me emocioné con la película en la sala de cine, lloré y disfruté ver a un grupo de muñecas enfrentándose al patriarcado para desterrarlo de su mundo ideal. Y, aún así, no concuerdo del todo con la reacción desatada en medios y redes sociales en enero de 2024, cuando se dieron a conocer las nominaciones de los premios Oscar de este año: Barbie tuvo ocho menciones (incluida Mejor película), pero no figuró en las ternas de Mejor actriz y Mejor dirección. Los titulares hablaban del desaire de la Academia de cine estadounidense a Margot Robbie y Greta Gerwig; Ryan Gosling, quien sí fue nominado como Mejor actor, expresó en un comunicado su decepción: “No hay Ken sin Barbie y no hay película de Barbie sin Greta Gerwig y Margot Robbie”. Al mismo tiempo, la excandidata a la Presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, publicó en X (antes Twitter) su apoyo hacia la dupla con el juego de palabras “You’re both so much more than Kenough” (“Ambas son mucho más que suficiente”). Y no es que piense que la actriz y la directora no son merecedoras de la nominación (y hasta del premio), sino que la naturaleza performativa de Hollywood y el juego polarizante de las redes sociales han llevado la discusión a un camino de escasos matices.

¿Las nominaciones del 2024 son un retroceso del feminismo en la industria cinematográfica? ¿Este desaire es producto de la misoginia? ¿Una muestra de inequidad? Al igual que el propio feminismo, el asunto es más complejo de como Hollywood nos lo vende.

Greta Gerwig y Ryan Gosling. Fotografía de Casey Flanigan / Reuters.

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Una vez que se aplacaron las olas de aquella marea rosa, el resto del 2023 nos regaló meses menos calurosos y estrenos interesantes y diversos. La historia de una comunidad nativa americana exterminada poco a poco por la avaricia de los colonizadores blancos en Killers of the Flower Moon, de Martin Scorsese; un juicio en el que pesa más la construcción de verdades que las verdades mismas con Anatomy of a Fall, dirigida por Justine Triet; dos amigos de la infancia que parecen conectados desde siempre, aunque la migración los haya separado al crecer en Past Lives, de Celine Song, o el viaje surrealista de una mujer adulta con un cerebro nuevo y sediento por explorar la vida y el placer con Poor Things, de Yorgos Lanthimos, por mencionar ejemplos de otras películas que despertaron aplausos y conversaciones.

Lily Gladstone se convirtió en la segunda mujer nativa americana en ser nominada como Mejor actriz, después de Yalitza Aparicio por su papel en Roma —englobado en un contexto de nativos del continente y no solo de un país, Estados Unidos— y la película dirigida por Scorsese llevó a una reflexión sobre quién y cómo se cuentan las historias de las comunidades originarias. La cineasta coreana Celine Song es ahora la primera mujer asiática nominada en la categoría de Mejor guión original con su ópera prima, Past Lives, un relato que tiene como trasfondo la migración y las identidades de quienes dejan su país. La cinta protagonizada por Emma Stone (Poor Things) ha causado recelo por su representación de la sexualidad en una mujer con mentalidad de niña, pero además de eso la consolidó como actriz y productora. Por su lado, Anatomy of a Fall elabora con sutileza y complejidad la forma en que la sociedad juzga a las mujeres y las castiga por salirse del deber ser, al tiempo que le dio una nominación a Justine Triet como Mejor directora en una terna dominada por hombres.

Podemos aceptar que dos cosas son ciertas al mismo tiempo: por un lado, que las omisiones a Greta Gerwig y Margot Robbie sí hablan de un desbalance, pues al menos en la categoría de Dirección solo una cuarta parte de quienes determinan a los nominados son votantes mujeres; que sí es una ironía no considerar suficientemente buena a una película sobre las exigencias irreales hacia el género femenino cuando, por si fuera poco, logró excelentes críticas y fue la más taquillera de 2023 (con 1.44 miles de millones de dólares). Por otro, que es maravilloso ver los reconocimientos obtenidos por otras mujeres y narrativas, también muy dignas de visibilización y de ser celebradas.

Lily Gladstone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

No se trata tampoco de darle las gracias por estos hitos a los señores que integran la Academia, o por ternas aun desbalanceadas pero ya más diversas. Estos avances y reconocimientos no son menores ni son un premio de consolación; debemos mirar un poco al pasado para recordar que se deben a la lucha de otras tantas mujeres que exigieron no solamente mayor equidad y representación, sino también condiciones de trabajo libres de violencia de género. Gracias a quienes denunciaron abuso sexual y laboral por parte de hombres poderosos como el productor Harvey Weinstein, muchas mujeres en Los Ángeles y alrededor del mundo pudimos hablar de nuestras propias experiencias y ser escuchadas como antes no sucedía. El movimiento #MeToo abrió en 2017 un camino diferente en la industria y puso sobre la mesa la exigencia de quitar al patriarcado de la silla del director y plantearnos cuál es el cine que las mujeres queremos ver.

En el camino por entender el significado de un cine “de mujeres”, hemos encontrado que no es algo que pueda definirse o cumplir tachando una lista de requisitos, porque las experiencias de las mujeres son muy variadas y distintas. Esta preocupación no nació en 2017, sino desde el surgimiento del cine pero, como muchas otras demandas, no ha sido atendida rápidamente. Ya en la década de 1970, la teórica de cine y feminista británica Laura Mulvey acuñó el término de male gaze (mirada masculina) para hablar de películas con representaciones fetichizantes de las mujeres, en las que son objetualizadas para el placer de la mirada de los hombres como espectadores y como ornamento para los personajes varones dentro de la pantalla. Esta teoría ha sido muy comentada y cuestionada en los círculos de estudio desde aquellos años, pero se expandió a nivel global luego del estallido del #MeToo en Hollywood. En ceremonias del 2018, desde el Oscar hasta festivales de cine en Berlín y Cannes, o en las comunidades de cine de México y Colombia, comenzamos a nombrar las violencias y a expresar ausencias y necesidades. Entonces, ese cine “de mujeres” se entendió a nivel industrial como la inclusión de protagonistas femeninas que encarnan valores asociados a la masculinidad: 2020 fue el año de Mulán (Niki Caro), Birds of Prey (Cathy Yan) y Wonder Woman 1984 (Patty Jenkins), cintas sobre heroínas fuertes y empoderadas. Pero no, eso tampoco es lo que queríamos para sentirnos representadas o cercanamente satisfechas, al menos no todas o no realmente.

También te puede interesar leer: "Entre alacranes y caracoles, Lila Avilés".

Emma Stone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

En todo caso, buscamos construir desde nuestros ojos alternativas a la “mirada masculina”, salir de las imágenes hegemónicas y seguir cuestionando los cánones. Rebelarnos al cine complaciente en el que las mujeres toman las riendas y se convierten en vengadoras con frases hechas para ser citadas como ejemplos de empoderamiento; sino pensar en nuestros deseos, miedos, placeres e ideas. Y, considero, nos encontramos en ese camino, uno con muchas fallas y pendientes (alcanzar más de una mujer en la categoría de Mejor dirección), pero en el que sería ingrato obviar los cambios que hemos conseguido: las denuncias, narrativas más complejas, debates más profundos, o los reconocimientos a Gladstone, Trier, Stone y Song.

No pretendo minimizar el valor del trabajo de las creadoras de Barbie. La variedad de opiniones y posturas sobre las películas de este año con directoras y protagonistas mujeres me parecen un signo esperanzador hacia miradas más críticas. Pero sí creo que es importante recordar que tenemos otras batallas pendientes en una industria todavía muy insensible ante algunas opresiones. Nos toca seguir empujando para que la marea que llegue a las pantallas y salas de cine no solo sea rosa por una muñeca, sino para exigir un alto a los feminicidios o verde por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos o morada por la lucha de las mujeres trabajadoras.

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Aunque Greta Gerwig y Margot Robbie no están nominadas por su trabajo como directora y actriz, respectivamente, en los premios Oscar 2024, son la cresta de un movimiento que lleva décadas en lucha por expulsar del cine la mirada cosificante y que Hollywood apueste por miradas tan críticas como sensibles hacia la lucha de las mujeres.

Una marea rosa volcó sobre los cines en julio de 2023. En medio de lo que se señala como el mes más caluroso hasta ahora, grupos de adolescentes, niñas con sus madres o hermanas mayores, y mujeres adultas asistían a ver el estreno de Barbie (2023), de Greta Gerwig, vestidas en toda la gama rosada. También las treintañeras que en nuestra adolescencia huimos de ese color, nos pusimos prendas a tono para ir a ver una de las películas más esperadas. La muñeca rubia no vino a salvar el feminismo, pero nos llevó a reconectar con nuestra infancia y con nuestras angustias.

Como muchas otras mujeres, me emocioné con la película en la sala de cine, lloré y disfruté ver a un grupo de muñecas enfrentándose al patriarcado para desterrarlo de su mundo ideal. Y, aún así, no concuerdo del todo con la reacción desatada en medios y redes sociales en enero de 2024, cuando se dieron a conocer las nominaciones de los premios Oscar de este año: Barbie tuvo ocho menciones (incluida Mejor película), pero no figuró en las ternas de Mejor actriz y Mejor dirección. Los titulares hablaban del desaire de la Academia de cine estadounidense a Margot Robbie y Greta Gerwig; Ryan Gosling, quien sí fue nominado como Mejor actor, expresó en un comunicado su decepción: “No hay Ken sin Barbie y no hay película de Barbie sin Greta Gerwig y Margot Robbie”. Al mismo tiempo, la excandidata a la Presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, publicó en X (antes Twitter) su apoyo hacia la dupla con el juego de palabras “You’re both so much more than Kenough” (“Ambas son mucho más que suficiente”). Y no es que piense que la actriz y la directora no son merecedoras de la nominación (y hasta del premio), sino que la naturaleza performativa de Hollywood y el juego polarizante de las redes sociales han llevado la discusión a un camino de escasos matices.

¿Las nominaciones del 2024 son un retroceso del feminismo en la industria cinematográfica? ¿Este desaire es producto de la misoginia? ¿Una muestra de inequidad? Al igual que el propio feminismo, el asunto es más complejo de como Hollywood nos lo vende.

Greta Gerwig y Ryan Gosling. Fotografía de Casey Flanigan / Reuters.

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Una vez que se aplacaron las olas de aquella marea rosa, el resto del 2023 nos regaló meses menos calurosos y estrenos interesantes y diversos. La historia de una comunidad nativa americana exterminada poco a poco por la avaricia de los colonizadores blancos en Killers of the Flower Moon, de Martin Scorsese; un juicio en el que pesa más la construcción de verdades que las verdades mismas con Anatomy of a Fall, dirigida por Justine Triet; dos amigos de la infancia que parecen conectados desde siempre, aunque la migración los haya separado al crecer en Past Lives, de Celine Song, o el viaje surrealista de una mujer adulta con un cerebro nuevo y sediento por explorar la vida y el placer con Poor Things, de Yorgos Lanthimos, por mencionar ejemplos de otras películas que despertaron aplausos y conversaciones.

Lily Gladstone se convirtió en la segunda mujer nativa americana en ser nominada como Mejor actriz, después de Yalitza Aparicio por su papel en Roma —englobado en un contexto de nativos del continente y no solo de un país, Estados Unidos— y la película dirigida por Scorsese llevó a una reflexión sobre quién y cómo se cuentan las historias de las comunidades originarias. La cineasta coreana Celine Song es ahora la primera mujer asiática nominada en la categoría de Mejor guión original con su ópera prima, Past Lives, un relato que tiene como trasfondo la migración y las identidades de quienes dejan su país. La cinta protagonizada por Emma Stone (Poor Things) ha causado recelo por su representación de la sexualidad en una mujer con mentalidad de niña, pero además de eso la consolidó como actriz y productora. Por su lado, Anatomy of a Fall elabora con sutileza y complejidad la forma en que la sociedad juzga a las mujeres y las castiga por salirse del deber ser, al tiempo que le dio una nominación a Justine Triet como Mejor directora en una terna dominada por hombres.

Podemos aceptar que dos cosas son ciertas al mismo tiempo: por un lado, que las omisiones a Greta Gerwig y Margot Robbie sí hablan de un desbalance, pues al menos en la categoría de Dirección solo una cuarta parte de quienes determinan a los nominados son votantes mujeres; que sí es una ironía no considerar suficientemente buena a una película sobre las exigencias irreales hacia el género femenino cuando, por si fuera poco, logró excelentes críticas y fue la más taquillera de 2023 (con 1.44 miles de millones de dólares). Por otro, que es maravilloso ver los reconocimientos obtenidos por otras mujeres y narrativas, también muy dignas de visibilización y de ser celebradas.

Lily Gladstone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

No se trata tampoco de darle las gracias por estos hitos a los señores que integran la Academia, o por ternas aun desbalanceadas pero ya más diversas. Estos avances y reconocimientos no son menores ni son un premio de consolación; debemos mirar un poco al pasado para recordar que se deben a la lucha de otras tantas mujeres que exigieron no solamente mayor equidad y representación, sino también condiciones de trabajo libres de violencia de género. Gracias a quienes denunciaron abuso sexual y laboral por parte de hombres poderosos como el productor Harvey Weinstein, muchas mujeres en Los Ángeles y alrededor del mundo pudimos hablar de nuestras propias experiencias y ser escuchadas como antes no sucedía. El movimiento #MeToo abrió en 2017 un camino diferente en la industria y puso sobre la mesa la exigencia de quitar al patriarcado de la silla del director y plantearnos cuál es el cine que las mujeres queremos ver.

En el camino por entender el significado de un cine “de mujeres”, hemos encontrado que no es algo que pueda definirse o cumplir tachando una lista de requisitos, porque las experiencias de las mujeres son muy variadas y distintas. Esta preocupación no nació en 2017, sino desde el surgimiento del cine pero, como muchas otras demandas, no ha sido atendida rápidamente. Ya en la década de 1970, la teórica de cine y feminista británica Laura Mulvey acuñó el término de male gaze (mirada masculina) para hablar de películas con representaciones fetichizantes de las mujeres, en las que son objetualizadas para el placer de la mirada de los hombres como espectadores y como ornamento para los personajes varones dentro de la pantalla. Esta teoría ha sido muy comentada y cuestionada en los círculos de estudio desde aquellos años, pero se expandió a nivel global luego del estallido del #MeToo en Hollywood. En ceremonias del 2018, desde el Oscar hasta festivales de cine en Berlín y Cannes, o en las comunidades de cine de México y Colombia, comenzamos a nombrar las violencias y a expresar ausencias y necesidades. Entonces, ese cine “de mujeres” se entendió a nivel industrial como la inclusión de protagonistas femeninas que encarnan valores asociados a la masculinidad: 2020 fue el año de Mulán (Niki Caro), Birds of Prey (Cathy Yan) y Wonder Woman 1984 (Patty Jenkins), cintas sobre heroínas fuertes y empoderadas. Pero no, eso tampoco es lo que queríamos para sentirnos representadas o cercanamente satisfechas, al menos no todas o no realmente.

También te puede interesar leer: "Entre alacranes y caracoles, Lila Avilés".

Emma Stone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

En todo caso, buscamos construir desde nuestros ojos alternativas a la “mirada masculina”, salir de las imágenes hegemónicas y seguir cuestionando los cánones. Rebelarnos al cine complaciente en el que las mujeres toman las riendas y se convierten en vengadoras con frases hechas para ser citadas como ejemplos de empoderamiento; sino pensar en nuestros deseos, miedos, placeres e ideas. Y, considero, nos encontramos en ese camino, uno con muchas fallas y pendientes (alcanzar más de una mujer en la categoría de Mejor dirección), pero en el que sería ingrato obviar los cambios que hemos conseguido: las denuncias, narrativas más complejas, debates más profundos, o los reconocimientos a Gladstone, Trier, Stone y Song.

No pretendo minimizar el valor del trabajo de las creadoras de Barbie. La variedad de opiniones y posturas sobre las películas de este año con directoras y protagonistas mujeres me parecen un signo esperanzador hacia miradas más críticas. Pero sí creo que es importante recordar que tenemos otras batallas pendientes en una industria todavía muy insensible ante algunas opresiones. Nos toca seguir empujando para que la marea que llegue a las pantallas y salas de cine no solo sea rosa por una muñeca, sino para exigir un alto a los feminicidios o verde por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos o morada por la lucha de las mujeres trabajadoras.

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Aunque Greta Gerwig y Margot Robbie no están nominadas por su trabajo como directora y actriz, respectivamente, en los premios Oscar 2024, son la cresta de un movimiento que lleva décadas en lucha por expulsar del cine la mirada cosificante y que Hollywood apueste por miradas tan críticas como sensibles hacia la lucha de las mujeres.

Una marea rosa volcó sobre los cines en julio de 2023. En medio de lo que se señala como el mes más caluroso hasta ahora, grupos de adolescentes, niñas con sus madres o hermanas mayores, y mujeres adultas asistían a ver el estreno de Barbie (2023), de Greta Gerwig, vestidas en toda la gama rosada. También las treintañeras que en nuestra adolescencia huimos de ese color, nos pusimos prendas a tono para ir a ver una de las películas más esperadas. La muñeca rubia no vino a salvar el feminismo, pero nos llevó a reconectar con nuestra infancia y con nuestras angustias.

Como muchas otras mujeres, me emocioné con la película en la sala de cine, lloré y disfruté ver a un grupo de muñecas enfrentándose al patriarcado para desterrarlo de su mundo ideal. Y, aún así, no concuerdo del todo con la reacción desatada en medios y redes sociales en enero de 2024, cuando se dieron a conocer las nominaciones de los premios Oscar de este año: Barbie tuvo ocho menciones (incluida Mejor película), pero no figuró en las ternas de Mejor actriz y Mejor dirección. Los titulares hablaban del desaire de la Academia de cine estadounidense a Margot Robbie y Greta Gerwig; Ryan Gosling, quien sí fue nominado como Mejor actor, expresó en un comunicado su decepción: “No hay Ken sin Barbie y no hay película de Barbie sin Greta Gerwig y Margot Robbie”. Al mismo tiempo, la excandidata a la Presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, publicó en X (antes Twitter) su apoyo hacia la dupla con el juego de palabras “You’re both so much more than Kenough” (“Ambas son mucho más que suficiente”). Y no es que piense que la actriz y la directora no son merecedoras de la nominación (y hasta del premio), sino que la naturaleza performativa de Hollywood y el juego polarizante de las redes sociales han llevado la discusión a un camino de escasos matices.

¿Las nominaciones del 2024 son un retroceso del feminismo en la industria cinematográfica? ¿Este desaire es producto de la misoginia? ¿Una muestra de inequidad? Al igual que el propio feminismo, el asunto es más complejo de como Hollywood nos lo vende.

Greta Gerwig y Ryan Gosling. Fotografía de Casey Flanigan / Reuters.

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Una vez que se aplacaron las olas de aquella marea rosa, el resto del 2023 nos regaló meses menos calurosos y estrenos interesantes y diversos. La historia de una comunidad nativa americana exterminada poco a poco por la avaricia de los colonizadores blancos en Killers of the Flower Moon, de Martin Scorsese; un juicio en el que pesa más la construcción de verdades que las verdades mismas con Anatomy of a Fall, dirigida por Justine Triet; dos amigos de la infancia que parecen conectados desde siempre, aunque la migración los haya separado al crecer en Past Lives, de Celine Song, o el viaje surrealista de una mujer adulta con un cerebro nuevo y sediento por explorar la vida y el placer con Poor Things, de Yorgos Lanthimos, por mencionar ejemplos de otras películas que despertaron aplausos y conversaciones.

Lily Gladstone se convirtió en la segunda mujer nativa americana en ser nominada como Mejor actriz, después de Yalitza Aparicio por su papel en Roma —englobado en un contexto de nativos del continente y no solo de un país, Estados Unidos— y la película dirigida por Scorsese llevó a una reflexión sobre quién y cómo se cuentan las historias de las comunidades originarias. La cineasta coreana Celine Song es ahora la primera mujer asiática nominada en la categoría de Mejor guión original con su ópera prima, Past Lives, un relato que tiene como trasfondo la migración y las identidades de quienes dejan su país. La cinta protagonizada por Emma Stone (Poor Things) ha causado recelo por su representación de la sexualidad en una mujer con mentalidad de niña, pero además de eso la consolidó como actriz y productora. Por su lado, Anatomy of a Fall elabora con sutileza y complejidad la forma en que la sociedad juzga a las mujeres y las castiga por salirse del deber ser, al tiempo que le dio una nominación a Justine Triet como Mejor directora en una terna dominada por hombres.

Podemos aceptar que dos cosas son ciertas al mismo tiempo: por un lado, que las omisiones a Greta Gerwig y Margot Robbie sí hablan de un desbalance, pues al menos en la categoría de Dirección solo una cuarta parte de quienes determinan a los nominados son votantes mujeres; que sí es una ironía no considerar suficientemente buena a una película sobre las exigencias irreales hacia el género femenino cuando, por si fuera poco, logró excelentes críticas y fue la más taquillera de 2023 (con 1.44 miles de millones de dólares). Por otro, que es maravilloso ver los reconocimientos obtenidos por otras mujeres y narrativas, también muy dignas de visibilización y de ser celebradas.

Lily Gladstone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

No se trata tampoco de darle las gracias por estos hitos a los señores que integran la Academia, o por ternas aun desbalanceadas pero ya más diversas. Estos avances y reconocimientos no son menores ni son un premio de consolación; debemos mirar un poco al pasado para recordar que se deben a la lucha de otras tantas mujeres que exigieron no solamente mayor equidad y representación, sino también condiciones de trabajo libres de violencia de género. Gracias a quienes denunciaron abuso sexual y laboral por parte de hombres poderosos como el productor Harvey Weinstein, muchas mujeres en Los Ángeles y alrededor del mundo pudimos hablar de nuestras propias experiencias y ser escuchadas como antes no sucedía. El movimiento #MeToo abrió en 2017 un camino diferente en la industria y puso sobre la mesa la exigencia de quitar al patriarcado de la silla del director y plantearnos cuál es el cine que las mujeres queremos ver.

En el camino por entender el significado de un cine “de mujeres”, hemos encontrado que no es algo que pueda definirse o cumplir tachando una lista de requisitos, porque las experiencias de las mujeres son muy variadas y distintas. Esta preocupación no nació en 2017, sino desde el surgimiento del cine pero, como muchas otras demandas, no ha sido atendida rápidamente. Ya en la década de 1970, la teórica de cine y feminista británica Laura Mulvey acuñó el término de male gaze (mirada masculina) para hablar de películas con representaciones fetichizantes de las mujeres, en las que son objetualizadas para el placer de la mirada de los hombres como espectadores y como ornamento para los personajes varones dentro de la pantalla. Esta teoría ha sido muy comentada y cuestionada en los círculos de estudio desde aquellos años, pero se expandió a nivel global luego del estallido del #MeToo en Hollywood. En ceremonias del 2018, desde el Oscar hasta festivales de cine en Berlín y Cannes, o en las comunidades de cine de México y Colombia, comenzamos a nombrar las violencias y a expresar ausencias y necesidades. Entonces, ese cine “de mujeres” se entendió a nivel industrial como la inclusión de protagonistas femeninas que encarnan valores asociados a la masculinidad: 2020 fue el año de Mulán (Niki Caro), Birds of Prey (Cathy Yan) y Wonder Woman 1984 (Patty Jenkins), cintas sobre heroínas fuertes y empoderadas. Pero no, eso tampoco es lo que queríamos para sentirnos representadas o cercanamente satisfechas, al menos no todas o no realmente.

También te puede interesar leer: "Entre alacranes y caracoles, Lila Avilés".

Emma Stone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

En todo caso, buscamos construir desde nuestros ojos alternativas a la “mirada masculina”, salir de las imágenes hegemónicas y seguir cuestionando los cánones. Rebelarnos al cine complaciente en el que las mujeres toman las riendas y se convierten en vengadoras con frases hechas para ser citadas como ejemplos de empoderamiento; sino pensar en nuestros deseos, miedos, placeres e ideas. Y, considero, nos encontramos en ese camino, uno con muchas fallas y pendientes (alcanzar más de una mujer en la categoría de Mejor dirección), pero en el que sería ingrato obviar los cambios que hemos conseguido: las denuncias, narrativas más complejas, debates más profundos, o los reconocimientos a Gladstone, Trier, Stone y Song.

No pretendo minimizar el valor del trabajo de las creadoras de Barbie. La variedad de opiniones y posturas sobre las películas de este año con directoras y protagonistas mujeres me parecen un signo esperanzador hacia miradas más críticas. Pero sí creo que es importante recordar que tenemos otras batallas pendientes en una industria todavía muy insensible ante algunas opresiones. Nos toca seguir empujando para que la marea que llegue a las pantallas y salas de cine no solo sea rosa por una muñeca, sino para exigir un alto a los feminicidios o verde por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos o morada por la lucha de las mujeres trabajadoras.

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Hollywood y la marea rosa

Hollywood y la marea rosa

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Aunque Greta Gerwig y Margot Robbie no están nominadas por su trabajo como directora y actriz, respectivamente, en los premios Oscar 2024, son la cresta de un movimiento que lleva décadas en lucha por expulsar del cine la mirada cosificante y que Hollywood apueste por miradas tan críticas como sensibles hacia la lucha de las mujeres.

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Una marea rosa volcó sobre los cines en julio de 2023. En medio de lo que se señala como el mes más caluroso hasta ahora, grupos de adolescentes, niñas con sus madres o hermanas mayores, y mujeres adultas asistían a ver el estreno de Barbie (2023), de Greta Gerwig, vestidas en toda la gama rosada. También las treintañeras que en nuestra adolescencia huimos de ese color, nos pusimos prendas a tono para ir a ver una de las películas más esperadas. La muñeca rubia no vino a salvar el feminismo, pero nos llevó a reconectar con nuestra infancia y con nuestras angustias.

Como muchas otras mujeres, me emocioné con la película en la sala de cine, lloré y disfruté ver a un grupo de muñecas enfrentándose al patriarcado para desterrarlo de su mundo ideal. Y, aún así, no concuerdo del todo con la reacción desatada en medios y redes sociales en enero de 2024, cuando se dieron a conocer las nominaciones de los premios Oscar de este año: Barbie tuvo ocho menciones (incluida Mejor película), pero no figuró en las ternas de Mejor actriz y Mejor dirección. Los titulares hablaban del desaire de la Academia de cine estadounidense a Margot Robbie y Greta Gerwig; Ryan Gosling, quien sí fue nominado como Mejor actor, expresó en un comunicado su decepción: “No hay Ken sin Barbie y no hay película de Barbie sin Greta Gerwig y Margot Robbie”. Al mismo tiempo, la excandidata a la Presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, publicó en X (antes Twitter) su apoyo hacia la dupla con el juego de palabras “You’re both so much more than Kenough” (“Ambas son mucho más que suficiente”). Y no es que piense que la actriz y la directora no son merecedoras de la nominación (y hasta del premio), sino que la naturaleza performativa de Hollywood y el juego polarizante de las redes sociales han llevado la discusión a un camino de escasos matices.

¿Las nominaciones del 2024 son un retroceso del feminismo en la industria cinematográfica? ¿Este desaire es producto de la misoginia? ¿Una muestra de inequidad? Al igual que el propio feminismo, el asunto es más complejo de como Hollywood nos lo vende.

Greta Gerwig y Ryan Gosling. Fotografía de Casey Flanigan / Reuters.

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Una vez que se aplacaron las olas de aquella marea rosa, el resto del 2023 nos regaló meses menos calurosos y estrenos interesantes y diversos. La historia de una comunidad nativa americana exterminada poco a poco por la avaricia de los colonizadores blancos en Killers of the Flower Moon, de Martin Scorsese; un juicio en el que pesa más la construcción de verdades que las verdades mismas con Anatomy of a Fall, dirigida por Justine Triet; dos amigos de la infancia que parecen conectados desde siempre, aunque la migración los haya separado al crecer en Past Lives, de Celine Song, o el viaje surrealista de una mujer adulta con un cerebro nuevo y sediento por explorar la vida y el placer con Poor Things, de Yorgos Lanthimos, por mencionar ejemplos de otras películas que despertaron aplausos y conversaciones.

Lily Gladstone se convirtió en la segunda mujer nativa americana en ser nominada como Mejor actriz, después de Yalitza Aparicio por su papel en Roma —englobado en un contexto de nativos del continente y no solo de un país, Estados Unidos— y la película dirigida por Scorsese llevó a una reflexión sobre quién y cómo se cuentan las historias de las comunidades originarias. La cineasta coreana Celine Song es ahora la primera mujer asiática nominada en la categoría de Mejor guión original con su ópera prima, Past Lives, un relato que tiene como trasfondo la migración y las identidades de quienes dejan su país. La cinta protagonizada por Emma Stone (Poor Things) ha causado recelo por su representación de la sexualidad en una mujer con mentalidad de niña, pero además de eso la consolidó como actriz y productora. Por su lado, Anatomy of a Fall elabora con sutileza y complejidad la forma en que la sociedad juzga a las mujeres y las castiga por salirse del deber ser, al tiempo que le dio una nominación a Justine Triet como Mejor directora en una terna dominada por hombres.

Podemos aceptar que dos cosas son ciertas al mismo tiempo: por un lado, que las omisiones a Greta Gerwig y Margot Robbie sí hablan de un desbalance, pues al menos en la categoría de Dirección solo una cuarta parte de quienes determinan a los nominados son votantes mujeres; que sí es una ironía no considerar suficientemente buena a una película sobre las exigencias irreales hacia el género femenino cuando, por si fuera poco, logró excelentes críticas y fue la más taquillera de 2023 (con 1.44 miles de millones de dólares). Por otro, que es maravilloso ver los reconocimientos obtenidos por otras mujeres y narrativas, también muy dignas de visibilización y de ser celebradas.

Lily Gladstone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

No se trata tampoco de darle las gracias por estos hitos a los señores que integran la Academia, o por ternas aun desbalanceadas pero ya más diversas. Estos avances y reconocimientos no son menores ni son un premio de consolación; debemos mirar un poco al pasado para recordar que se deben a la lucha de otras tantas mujeres que exigieron no solamente mayor equidad y representación, sino también condiciones de trabajo libres de violencia de género. Gracias a quienes denunciaron abuso sexual y laboral por parte de hombres poderosos como el productor Harvey Weinstein, muchas mujeres en Los Ángeles y alrededor del mundo pudimos hablar de nuestras propias experiencias y ser escuchadas como antes no sucedía. El movimiento #MeToo abrió en 2017 un camino diferente en la industria y puso sobre la mesa la exigencia de quitar al patriarcado de la silla del director y plantearnos cuál es el cine que las mujeres queremos ver.

En el camino por entender el significado de un cine “de mujeres”, hemos encontrado que no es algo que pueda definirse o cumplir tachando una lista de requisitos, porque las experiencias de las mujeres son muy variadas y distintas. Esta preocupación no nació en 2017, sino desde el surgimiento del cine pero, como muchas otras demandas, no ha sido atendida rápidamente. Ya en la década de 1970, la teórica de cine y feminista británica Laura Mulvey acuñó el término de male gaze (mirada masculina) para hablar de películas con representaciones fetichizantes de las mujeres, en las que son objetualizadas para el placer de la mirada de los hombres como espectadores y como ornamento para los personajes varones dentro de la pantalla. Esta teoría ha sido muy comentada y cuestionada en los círculos de estudio desde aquellos años, pero se expandió a nivel global luego del estallido del #MeToo en Hollywood. En ceremonias del 2018, desde el Oscar hasta festivales de cine en Berlín y Cannes, o en las comunidades de cine de México y Colombia, comenzamos a nombrar las violencias y a expresar ausencias y necesidades. Entonces, ese cine “de mujeres” se entendió a nivel industrial como la inclusión de protagonistas femeninas que encarnan valores asociados a la masculinidad: 2020 fue el año de Mulán (Niki Caro), Birds of Prey (Cathy Yan) y Wonder Woman 1984 (Patty Jenkins), cintas sobre heroínas fuertes y empoderadas. Pero no, eso tampoco es lo que queríamos para sentirnos representadas o cercanamente satisfechas, al menos no todas o no realmente.

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Emma Stone. Fotografía de Mario Anzuoni / Reuters.

En todo caso, buscamos construir desde nuestros ojos alternativas a la “mirada masculina”, salir de las imágenes hegemónicas y seguir cuestionando los cánones. Rebelarnos al cine complaciente en el que las mujeres toman las riendas y se convierten en vengadoras con frases hechas para ser citadas como ejemplos de empoderamiento; sino pensar en nuestros deseos, miedos, placeres e ideas. Y, considero, nos encontramos en ese camino, uno con muchas fallas y pendientes (alcanzar más de una mujer en la categoría de Mejor dirección), pero en el que sería ingrato obviar los cambios que hemos conseguido: las denuncias, narrativas más complejas, debates más profundos, o los reconocimientos a Gladstone, Trier, Stone y Song.

No pretendo minimizar el valor del trabajo de las creadoras de Barbie. La variedad de opiniones y posturas sobre las películas de este año con directoras y protagonistas mujeres me parecen un signo esperanzador hacia miradas más críticas. Pero sí creo que es importante recordar que tenemos otras batallas pendientes en una industria todavía muy insensible ante algunas opresiones. Nos toca seguir empujando para que la marea que llegue a las pantallas y salas de cine no solo sea rosa por una muñeca, sino para exigir un alto a los feminicidios o verde por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos o morada por la lucha de las mujeres trabajadoras.

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