Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

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Tiempo de Lectura: 00 min

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Retrato de Victoria Amelina, fotografía de Lydia Cacho.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Retrato de Victoria Amelina, fotografía de Lydia Cacho.

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La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

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Traducción de

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Archivo Gatopardo

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

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La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Retrato de Victoria Amelina, fotografía de Lydia Cacho.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Retrato de Victoria Amelina, fotografía de Lydia Cacho.

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
05
.
07
.
23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

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Tiempo de Lectura: 00 min

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Retrato de Victoria Amelina, fotografía de Lydia Cacho.
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Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

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Tiempo de Lectura: 00 min

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Texto de
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Traducción de
Retrato de Victoria Amelina, fotografía de Lydia Cacho.
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Tiempo de Lectura: 00 min

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

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Tiempo de Lectura: 00 min

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Retrato de Victoria Amelina, fotografía de Lydia Cacho.
05
.
07
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23
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

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23
2023
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La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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Retrato de Victoria Amelina, fotografía de Lydia Cacho.

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

Victoria Amelina: al rescate de una vida breve

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Tiempo de Lectura: 00 min

La escritora era parte del equipo Pen Ucrania que documenta los crímenes de guerra por la invasión rusa. Murió el 1 de julio a causa de un misil disparado en Kramatorsk. Lydia Cacho estuvo con ella en Lviv y aquí recuerda su trabajo, su escritura, sus esperanzas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
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Era octubre de 2022, Emma y yo habíamos pasado toda la noche anterior en un auto, cuyo chofer condujo desde Varsovia hasta la ciudad de Lviv, en Ucrania. Al pasar el primer filtro migratorio, un soldado nos miró azorado: ¿qué hacen dos mujeres, una con pasaporte norteamericano y otra de España, en medio de la noche camino a la guerra?

Un día después me reencontré con la escritora Victoria Amelina, a quien había conocido una década antes por medio de mis amigas escritoras feministas y activistas que trabajan contra la trata de mujeres en Europa del Este. Esta vez, ya en plena invasión rusa, fue gracias al Hay Festival, asociado al Book Forum de Lviv, coordinado por la joven ucraniana Sofia Cheliak, que Victoria y yo pudimos reunirnos de nuevo y reencontrarnos con periodistas y escritores como Sonia Koval, Jon Lee Anderson, Peter Pomeranzev, Emma Graham-Harrison y Anna Batyscheva, entre otros.

La idea de este encuentro cultural en medio de la guerra era discutir nuestra labor para entender y explicar la invasión orquestada desde Moscú. ¿Cómo documentamos los crímenes de guerra?, ¿cómo narramos la realidad ante la fábrica de mentiras de Putin? Estuvimos allí, en el lugar de los hechos; escuchando, mirando, sintiendo, aprendiendo de quienes han abandonado la poesía para vestirse de soldados y defender a su país de la barbarie. Estar allí, caminar con ellas y ellos.

Por la tarde Victoria y yo salimos del sótano de la biblioteca para respirar y hablar a solas. Caminamos juntas por el jardín universitario de Lviv. El tono de voz de esta escritora ucraniana, nacida en 1986, es suave y cada palabra se monta en una melancolía que la habita desde niña. La cabellera rubia y larga; las manos nerviosas, casi frágiles; la mirada dulce tocada ahora por la tristeza que se instala para siempre en quienes documentan los crímenes más cruentos y el dolor colectivo que siembra la guerra. Al principio solo respiramos, sin hablar. Nos hacía falta el silencio después de tantas horas dentro de la biblioteca-búnker discutiendo todas las aristas de este genocidio perpetrado por Rusia. Las palabras de consuelo no tienen cabida en este contexto, respirar y mirarse en silencio es, a veces, la muestra más honesta del cariño que navega sobre las heridas abiertas.

Victoria Amelina publicó su primera novela, The November Syndrome, en 2014. Fue enlistada entre los diez mejores libros de su país y desde entonces ella no dejó de trabajar en sus proyectos literarios, como activista de ferias de libros y haciendo eco de las voces de escritoras. En Lviv hablamos de su libro infantil, la vi sonreír con ilusión. “Cuando termine esta maldita guerra escribiré otro libro para niños, uno para niñas, sobre la valentía”, me dijo mientras caminábamos bajo el sol invernal de un país en guerra. Habló entonces de la novela que estaba escribiendo. Luego me preguntó sobre el mundo, afuera, más allá de la guerra. Le hubiese gustado entender español para saber cómo se habla de Ucrania en España y América Latina. Le conté que España ha recibido a más de 120 mil personas refugiadas, sobre todo mujeres, niñas y niños. “Qué bien”, respondió, “el otro día soñé que sacaba a mi hijo de aquí, que lo mandaba con su abuelo para que nadie pudiera hacerle daño”. De pronto algo ensombreció su mirada: “hace poco mi hijo me preguntaba cuándo comeríamos helado, ahora me pregunta si nos van a matar”.

Nos detuvimos un momento y le tomé un par de fotografías bajo la luz violácea del atardecer. Es como un hada nórdica, pensé sin decirlo. Hay algo místico en ella; es de esas mujeres de apariencia diáfana que una vez que conversan despliegan una fuerza incompatible con la dulzura de su voz. Esa es la magia que sostiene el espíritu insondable de nuestra querida escritora ucraniana.

Por fin sonrió cuando hablamos de su libro Dom’s Dream Kingdom (un hogar para Dom, 2017), ganador del Joseph Conrad Literary Prize. Eligió a un perro como protagonista de la historia de desencuentros y descubrimientos de una familia ruso-ucraniana que intenta adaptarse a la caída de la Unión Soviética. En ese hogar en que Dom parece ser el único al que no le importa dónde han nacido las personas, descubrimos a un coronel soviético jubilado, a su esposa que ama el mar y vive con esperanza, a una niña ciega que se deja guiar por el perrito.

“Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”, dice Victoria mientras se detiene. Ahora ambas tenemos un vaso de café amargo en la mano y lo saboreamos lentamente. Sigue: “Putin ha logrado implantar una falsa narrativa de esta invasión y no solo es difícil para ustedes explicar la verdad en otros países, para nosotras también lo es. Muchas familias tenemos orígenes soviéticos, que no es lo mismo que rusos. Hay un tema de identidad muy complejo”. En 2016, cuando Victoria escribía Dom’s Dream Kingdom, no imaginaba el papel que ella jugaría en la invasión del 2022.

Caminamos de nuevo, reflexionando sobre varios temas a la vez. “Es que… Lydia, ¿cómo explicamos que esta no es una guerra sino una invasión injustificable?”. “Entiendo”, le respondo, “es muy complicado entre tanto ruido mediático y la confusión creada intencionalmente”. Ella insiste: “¿qué habría pasado si los Estados Unidos de pronto hubiesen enviado su ejército y paramilitares civiles armados a invadir México?, ¿te imaginas?”. Victoria guarda silencio y luego dice: “nosotras también pensábamos que era impensable que Putin se atreviese a esta escalada mortal. Lo que quiere en realidad es crear un reino de terror, recuperar lo que fue la URSS desde un Estado mafioso. Mientras tanto ha enfrentado a miles de familias ruso-ucranianas”.

Victoria tiene razón, Putin planeó la reconquista de Ucrania desde hace mucho tiempo, desde antes de que millones de personas pudiesen señalar en el mapa a Ucrania como una democracia que, con todos los problemas connaturales a este régimen político, es un país libre y soberano. Es por eso que esta mujer —que estudió ciencias tecnológicas, que trabajó en tecnologías de la información y que se ha convertido en una ensayista y escritora reconocida en Europa por su lucidez literaria— eligió, desde que comenzó la invasión rusa, participar de tiempo completo en el grupo de documentación de crímenes de guerra. Con el equipo del Pen Club Ucrania, Victoria trabaja a diario en Truth Hounds (sabuesos de la verdad), un equipo multidisciplinario dedicado a desmontar noticias falsas y a documentar científicamente los crímenes de guerra cometidos por el gobierno ruso desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero de 2022.

Victoria y yo caminamos hacia la biblioteca para escuchar el debate de los poetas ucranianos. Ella se detiene un instante y toma mi brazo. “Lydia, ¿por qué dijiste que vives con culpa de sobreviviente?, ¿qué significa eso?” Respondo que cada vez que asesinan a una amiga o amigo periodista o activista en México, algo en mí recuerda que sobreviví los atentados y la tortura por pura casualidad. Pienso que tal vez hubiese sido mejor que se salvara Regina, porque era más joven que yo, o Miroslava, quien tenía un niño pequeño. Porque una siempre se pregunta de qué privilegio goza para seguir viva en estas guerras contra la dignidad humana. Porque enfrentar a un Estado mafioso, a un tirano, a los tratantes de niñas vinculados al gobierno, a los líderes de la delincuencia organizada que colonizan territorios enteros es una profesión que no te deja lugar para la rendición. Victoria me mira con ternura: “es que una vez que has aprendido a mirar y a contar, ya no hay camino de regreso a la negación”. “Así es, querida”, respondo. Ya no hay manera de vivir una vida de reposada negación. Estamos destinadas al hiperrealismo que nos habitará hasta la muerte. El desgarro es inevitable. Vivimos, como escribió Piedad Bonnett, en el borde del abismo.

Más tarde cenamos con todo el grupo. Victoria y yo nos abrazamos, alguien nos tomó fotografías. Brindé con ella y con Sofía Cheliac, y me obsequiaron una pulsera para la buena suerte, para que me proteja. Volvimos a abrazarnos.

En enero de 2023 nos reencontramos. Victoria estaba ilusionada con nuevos proyectos y emocionada por la posibilidad de que Putin sea juzgado como criminal de guerra. Me mostró fotografías de los últimos bombardeos, las listas de mujeres, niñas, niños y hombres masacrados por los paramilitares rusos. “Ahora sí”, me dijo en el jardín tomando una cerveza, “creo que viviré para ver el juicio contra el genocida”. Brindamos por ello, ojerosas y sonrientes.

Este 27 de junio Victoria acompañaba a un grupo de escritores y activistas colombianos para explicarles la situación de Ucrania. Fueron a cenar a Ría Lounge, el único lugar donde se podía comer en la región de Kramatorsk a esas horas; es el sitio de encuentro de periodistas. De pronto un misil ruso Iskander de alta precisión cayó en las instalaciones. El caos lo invadió todo. Trece muertes, sesenta personas heridas. Los reporteros se agacharon bajo una de las mesas. Victoria permaneció sentada, como si nada hubiese sucedido. Unos segundos después sus acompañantes descubrieron que unas esquirlas de metal se habían clavado en su cabeza. Ella no podía moverse. Fue llevada del hospital de Kramatorsk a Dnipro, siempre acompañada por su mejor amiga, Sofía, y por su esposo.

A sus 37 años, no soportó la segunda neurocirugía. Antes de que el sol saliera plenamente este 1 de julio, Victoria Amelina murió en el hospital donde tantas veces documentó los nombres de los heridos. Desde el viernes los médicos nos dijeron que había perdido la conciencia, que ya no sentía dolor alguno.

El primer día de julio de 2023 murió Victoria Amelina, víctima de un ataque estratégico contra civiles, uno más de los crímenes de guerra perpetrados por Vladimir Putin. Su legado permanece. Por ella y por su familia habrá que seguir contando cada una de las historias que conforman ese universo humano de la dignidad, la redención y la voluntad de vivir en medio del genocidio ucraniano.

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Nota: Comencé a escribir este texto como parte de una serie de conversaciones con escritoras de la guerra en Ucrania. Jamás imaginé que se convertiría en el texto que narra la muerte de una amiga más.

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