La COP 27 está por empezar: ¿qué podemos esperar de esta cumbre?

¿Qué podemos esperar de la COP27?

De la COP de este año debe salir un financiamiento mayor para hacer frente al cambio climático, de lo contrario estas cumbres seguirán perdiendo credibilidad. Sin embargo, las presiones del momento actual están posponiendo nuestro compromiso con el planeta.

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La cumbre climática número 27, mejor conocida como COP27 (en Sharm el-Sheij, Egipto, del 6 al 18 de noviembre), ocurrirá en un contexto global particularmente tenso, al que se suman una gradual pérdida de credibilidad de dichas cumbres y el rechazo de las generaciones más jóvenes que denuncian un masivo greenwashing. La conferencia de este año se centrará en las responsabilidades que tienen los países desarrollados frente a los demás, es decir, en el financiamiento y el concepto de pérdida y reparación de daños. Hay países que son más vulnerables al cambio climático pero, para enfrentarlo, requieren fondos. Es ahí donde se detecta un fallo grave de las COP y el desafío de la que comenzará en tan solo seis días.

Hacer un recuento de las cumbres más importantes sirve para entender la historia reciente en la que se inserta la actual y para saber qué podemos esperar de ella. Mientras que en la COP26 de Glasgow hubo una despreocupación generalizada debido a la reintegración de Estados Unidos a estas cumbres y al nacimiento de una cooperación estratégica con China para los temas de esta agenda, un año después el acuerdo se derrumba porque China rompió relaciones con Estados Unidos en cuestiones militares y climáticas tras una visita oficial a Taiwán. Al mismo tiempo, ha cobrado fuerza la retórica sobre la responsabilidad histórica de Estados Unidos y su falta de credibilidad en temas climáticos.

Más allá de China y Estados Unidos, la COP27 se desarrollará con la participación de una Unión Europea que busca reducir su dependencia a los combustibles fósiles provenientes de Rusia. Esto ha despertado, por una parte, la urgencia de eficientar el uso de energía y, por la otra, la necesidad de acelerar el uso de energías renovables en el mediano plazo. Pero en el corto plazo se traduce en un efecto preocupante: se intensifica el uso del gas, una acción que va claramente en contra de los compromisos que han hecho los países en estas mismas COP. Por todo lo que he mencionado, esta COP estará marcada de manera aún más pronunciada por las circunstancias mundiales: me refiero no solo a la guerra en Ucrania y a los precios elevados de la energía, sino a la recuperación económica tras la pandemia, a la inflación que impacta al mundo y a las reminiscencias del covid.

La COP27 puede ser vista como una COP de transición: de las promesas a las acciones. La presidencia egipcia no está obligada a revisar ni a discutir nuevamente el rule book del Acuerdo de París —esto es, las reglas de implementación que iniciaron en la COP21—, en cambio, se enfocará en la implementación de los compromisos climáticos (o NDC) que hasta ahora no son más que promesas de reducción de emisiones. La implementación, es bien sabido, pasa por el financiamiento, que será central en el debate. Es un tema de solidaridad internacional: en 2009 los países desarrollados se habían comprometido a movilizar cien mil millones de dólares por año para el financiamiento que atienda la crisis del clima, pero eso está lejos de ser una realidad y, por lo tanto, ha desmotivado los esfuerzos de muchos países en vías de desarrollo que esperaban los recursos para cumplir con sus objetivos climáticos.

Por este motivo, durante la COP27 será crucial que los mecanismos de financiamiento se fortalezcan para evitar perder completamente la confianza de los países del sur global y darle un nuevo ímpetu a la etapa climática del 2020 al 2030. La promesa hecha en la COP26 de multiplicar por dos el financiamiento para la adaptación al cambio climático para el periodo 2019 a 2025 será especialmente importante para los países africanos. De esto depende en gran parte el triunfo o el fracaso de esta COP: tiene que desembocar en un nuevo objetivo financiero post-2025 y en un mecanismo confiable para desbloquear fondos.

Con todo, la presión por el financiamiento se enmarca en un problema más amplio de necesidades gigantescas que surgieron después de la pandemia y ante las consecuencias de la guerra en Ucrania. Esto también abre un debate sobre cómo reformar un sistema financiero que responde muy mal no solo a las necesidades climáticas, sino a otras urgencias que tiene gran parte de la población.

Las capacidades de los países para hacer frente a las circunstancias drásticas que resultan del cambio climático —a lo que se hace referencia con el término “adaptación”— serán otro tema central de la COP27. El programa de trabajo Glasgow-Sharm el-Sheij que se lanzó en la cumbre anterior, y que tiene una duración de dos años, busca mejorar el entendimiento del objetivo mundial de adaptación y es parte de una demanda recurrente por parte de los países africanos para ligar de manera más clara el calentamiento global con las demandas financieras. Para esto hay que identificar las prioridades mundiales en materia de adaptación, pero también los progresos en el financiamiento.

El concepto de pérdida y reparación de daños también surge de un diálogo que inició en la COP26 y que se abordará en esta, principalmente, con la asignación de un presupuesto suplementario. Es urgente que lo haya, pues la brecha entre los compromisos climáticos que los países han asumido y las necesidades para limitar el aumento de la temperatura promedio global a 1.5 grados crece cada vez más. Además, Pakistán, que acaba de sufrir inundaciones devastadoras, ha sido invitado a la mesa redonda ministerial que abrirá la COP27, en la que se discutirá la manera en que se catalizarán tanto la asistencia técnica para los países en desarrollo que son más vulnerables al cambio climático como el apoyo necesario para la construcción de los andamiajes institucionales y financieros para volver efectivo dicho respaldo.

Finalmente, y como siempre, el meollo de las COP está en la mitigación, es decir, en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si todos los compromisos climáticos de los países se cumplieran, podríamos esperar un pico en las emisiones mundiales para antes de 2030, tras el cual irían bajando. Para conseguirlo, hay que pasar de las promesas a la implementación, pero esta ruta se ve cada vez más debilitada por los contextos que se perciben como más urgentes. Por ejemplo, la COP26 pedía reducir progresivamente los subsidios ineficaces a los combustibles fósiles, pero eso fue antes de la guerra en Ucrania que empujó a los países europeos a desembolsar quinientos mil millones de euros para proteger a sus ciudadanos y empresas frente al incremento de los precios del gas y la electricidad.

Siete años después del Acuerdo de París, la COP27 será, entonces, la primera en enfocarse en la implementación: se centrará en medir la credibilidad de las promesas que han hecho los países. A pesar de lo sólidas que son las reglas de implementación de dicho acuerdo, de sus ciclos ambiciosos y de un cuadro universal flexible, parece resquebrajarse. El contexto económico y geopolítico actual va en contra de las prioridades del cambio climático que venimos discutiendo desde hace ya varias décadas.

Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.

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