¿Podemos hablar de construcción de paz en México?

Construir paz en México

Ante el actual clima de violencia e inseguridad, ¿cómo podemos pensar en la construcción de paz en México?

Tiempo de lectura: 6 minutos

I. Antecedentes: la paz, la historia y su ironía
Las gestiones para la construcción de paz de parte del gobierno mexicano no son nuevas ni desconocidas. Entre 1983 y 1985 México formó parte del Grupo Contadora, iniciativa internacional en la que nuestro país junto a Colombia, Venezuela y Panamá, buscó la construcción de un proceso para poner fin a las guerras que atormentaban América Central.

Y antes de Contadora, México –por medio de su embajador Alfonso García Robles– hizo del mundo un lugar mejor al servir como arquitecto principal del Tratado de Tlatelolco en 1967 para la desnuclearización de América Latina, un tratado excepcional en tanto fue el primero que consiguió la desnuclearización de una parte habitada del planeta.

Aunque es posible hacer una infinidad de críticas justificadas en contra de ambos esfuerzos por sus pendientes, deficiencias e incluso errores, lo cierto es que no podría ser de otra manera – no existen proyectos políticos perfectos o infalibles. En cualquier caso, el punto es claro: los procesos de construcción de paz de alcance regional e incluso global no le son ajenos a nuestro país.

Pero he aquí una ironía.

Al tiempo que el embajador Robles –junto con Alva Myrdal– se esforzaba por la desnuclearización de toda la región, el gobierno al que representaba se encontraba enfrascado en una sangrienta guerra sorda contra la oposición que se expresaba en la amenaza, represión, tortura, desaparición y muerte de opositores. Es la triste memoria institucional del Batallón Olimpia y la matanza de 1968, el paramilitarismo de Los Halcones en el Jueves de Corpus en 1971 y el accionar de escuadrones de la muerte como la Brigada Blanca desde 1976.

Al tiempo que México buscaba terminar con los horrores de la guerra entre Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala, en su propio territorio, la tragedia de los hermanos Quijano Santoyo ilustraban el infierno local administrado por las autoridades (Ver. CNDH. 3/1991. Ene. 23, 1991).

De lo anterior se desprende una conclusión: el gobierno mexicano sabía lo que era la paz, conocía su valor, entendía cómo había que construirla y le reconocía importancia. Claro: siempre que fuera a nivel global y regional pero sin estorbar en lo local.

¿Cómo dar cuenta de la contradicción histórica entre los esfuerzos internacionales por la paz del gobierno mexicano y la administración local del horror que ha venido ejerciendo desde hace décadas? Una respuesta sencilla es la política: México equilibraba política exterior e interior jugando con dos principios: el de resolución pacífica de conflictos para el ámbito internacional con el de no-intervención en el circuito nacional. Por décadas, en esta conjunción encontró la fórmula para evitar la crítica de afuera y mantener el control adentro.

Hasta aquí la historia.

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II. El presente: inercias enemigas de la paz
El mundo cambió, mucho es diferente, y no menos sigue siendo igual. De entre aquello que permanece está la lógica de la política pura y dura la realpolitik se le dice en la academia. Su vigencia es innegable, como también lo es su insuficiencia para explicar la realidad: reducir los conflictos sociales que vivimos y las violencias que sufrimos a juegos de poder no sólo es equivocado sino también mediocre. Los cambios experimentados en los últimos años han permitido que otros procesos, actores y factores ocupen un lugar que antes era sólo potencial, y que ahora es real: ahí están la sofisticación y profesionalización de la sociedad civil, el avance en la comprensión de nuevas formas de atender la conflictividad social y de prevenir la violencia, más allá del maniqueísmo dicotómico de los blancos y los negros, y más allá de los actores individuales para prestar atención a los factores estructurales.

En nuestros días y geografías, el cinismo y la hipocresía del pasado que reseñamos líneas arriba no han desaparecido, pero han perdido terreno, y con ellas, las viejas formas gubernamentales de atender la conflictividad social se han vuelto, en el mejor de los casos, cada vez más anacrónicas, y en el peor, completamente disfuncionales.

Debemos ir más allá, y para ello, es fundamental una lectura más compleja y sofisticada del conflicto social para evitar su degradación en violencia social. Y es ahí en donde han fallado, con diferentes grados de responsabilidad, gobierno, sociedad y medios de información en general.

A continuación, algunas de las cosas que andan mal.

Ha fallado la sociedad porque no ha conseguido superar inercias –que sin problema inscribiría en el circuito de la cultura– que la inclinan a la violencia: cada vez son más frecuentes los linchamientos, cada vez son más los interesados en adquirir armas y cada vez son más explícitas las exigencias –y las ofertas– de institucionalizar la Ley del Talión. Y entonces como si no fuera suficiente la violencia creciente de la delincuencia, a la que se respondió con una violencia creciente del Estado ahora se propone la violencia creciente de la sociedad. Se entiende la desesperación de donde vienen tales iniciativas, pero no por eso están justificadas, y ciertamente, no por populares serán también efectivas.

Ha fallado el gobierno, y para mostrarlo basta una ilustración. Felipe Calderón en 2006 hizo con la delincuencia organizada la apuesta de Galtieri en 1982 con las Malvinas: crisis de legitimidad, enemigo externo y fortalecimiento transitorio. Y obtuvo más o menos el mismo resultado: derrota y basurero de la historia. Pero el caso de la junta militar argentina fue más fugaz. Antes de su derrota, Calderón tuvo tiempo todavía para una nueva apuesta: matando a todos los enemigos se alcanza la paz porque no queda nadie con quién pelear. La política genocida funcionó en Sri Lanka contra los Tigres Tamiles en 2009 (al menos por el momento), y tuvo resultados mediocres en Colombia durante el gobierno de Álvaro Uribe. Pero en México –como lo hará en Colombia y en Sri Lanka si nada cambia– fracasó. No podía ser de otro modo: atender en el siglo XXI conflictos del siglo XX con métodos propios de la Edad Media no prometía entonces –como no promete hoy– buenos resultados.

Y han fallado los medios de comunicación también en varios sentidos. Presas del inmediatismo por el vértigo del tiempo sus retratos de la conflictividad social cada vez son más carentes de contexto. Presas de la tendencia al espectáculo, sus coberturas tienen cada vez más a retratar las fracturas espectaculares (muchachos desollados, autobuses incendiados, cuerpos colgados en puentes) y menos los procesos, menos vistosos, pero más importantes de la reconciliación social y la transformación pacífica de conflictos. Presas del simplismo “para hacer digerible la información” tienden a visibilizar a los actores extremistas (que son minoritarios siempre) invisibilizando a los moderados (que son la gran mayoría).

En síntesis: la sociedad sufre de una inclinación creciente al darwinismo social (“La supervivencia del más fuerte”), el gobierno en general sufre de mediocridad política (“Matando al perro se acabó la rabia”) y los grandes medios de información, presas de las lógicas de mercado, sufren daltonismo al confundir información con entretenimiento.

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Fotografía: «Peace» de Julie Jablonsky, vía Flickr. CC BY-NC 2.0

III. El futuro: construcción de paz
Si queremos un futuro las cosas deben cambiar. Si la paz es la meta, la paz debe ser también el camino (Gandhi). Existen nichos de esperanza en todos los circuitos.

Diferentes instancias de gobierno en los tres niveles han impulsado formas diferentes de hacer las cosas (ver mi artículo La cultura de paz en México). Antes de ser desfondado el Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia era una promesa que se frustró por la incapacidad de sus operadores en el campo. Era un esfuerzo bien direccionado pero que fracasó por problemas administrativos. Las Secretarías de Educación tanto a nivel federal como estatal cada vez dan más peso y espacio a los procesos de atención pacífica de conflictos y convivencia escolar. Los cuerpos se seguridad han comenzado desde hace ya algunos años a introducir conceptos nuevos y métodos de acción que privilegian y fortalecen el diálogo como vehículo para la reconstrucción del tejido social.

Tal vez donde es más visible el esfuerzo por la búsqueda de nuevos caminos que hagan compatible el proceso con el resultado (como es exigencia en cualquier proceso de paz genuino) es en el circuito de la sociedad organizada. El crecimiento y la profesionalización de los grupos que buscan la armonía, la atención de las víctimas, el respeto de los derechos humanos, la protección del medio ambiente y la cultura y la educación para la paz ha sido explosivo. Los métodos, especialistas, experiencias, estudios comparados, programas piloto y documentación de tales esfuerzos son tantos que bien se pueden ya construir bibliotecas especializadas de conocimiento sistematizado. No todo es igualmente bueno –y de hecho hay mucho oportunismo y abuso también (ver mi artículo Notas sobre la paz y sus enemigos) pero la tendencia general es positiva.

Y los medios de comunicación no se quedan atrás. El desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación en los últimos años, el fortalecimiento del gremio periodístico a través de la organización de colectivos –que buscan por igual el crecimiento individual que la profesionalización del campo como la Red de Periodistas de a Pie– y el surgimiento de nuevos medios locales –como Lado B– como fuentes alternativas de información (y más recientemente los esfuerzos coordinados de diferentes medios, colectivos e individuos para transparentar y verificar la veracidad y precisión de la información como sería el caso de Verificado MX) son todas semillas que permiten albergar esperanza de que hay un cambio en proceso.

Pero el camino no es fácil. En un cierto sentido, los trabajadores de paz –que ese es el término correcto– que se esfuerzan por igual en el campo de los medios de comunicación, de la sociedad civil y del gobierno, enfrentan más o menos un mismo enemigo: la apatía, la incomprensión, y la resistencia por inercia de las mayorías – misma que repasamos en cada caso líneas arriba para cada uno en sus respectivos circuitos. (Y el proceso, con sus matices, tampoco es diferente en otros circuitos como el empresarial y el académico).

Los procesos de cambio social –particularmente el freno y desarticulación de la creciente militarización mental de la sociedad– no ocurrirá de la noche a la mañana. La construcción de paz es un proceso que exige profesionalismo, constancia y optimismo además de una buena capacidad de tolerancia a la frustración y mecanismos efectivos de comunicación. Mucho de todo esto se ha conseguido ya, ahora corresponde compensar el que es tal vez el déficit más acusado: la coordinación de todos los esfuerzos.

(fernando.montiel.t@gmail.com)
Fernando Montiel T.
Abr. 26, 2018

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