Bajo el escenario
Andrés Olascoaga
Fotografía de Camilo Christen
Un perfil de Marina de Tavira, protagonista de Roma
Marina de Tavira atraviesa por uno de sus mejores momentos. Después de consolidarse como una de las actrices más importantes del teatro en México, regresó a la pantalla grande de la mano de Alfonso Cuarón en Roma. La cinta recibió diez nominaciones al Oscar, entre ellas, su nominación en la terna a la Mejor Actriz de Reparto. Pero eso no es todo. Esto no es Berlín, donde interpreta a una madre depresiva, fue seleccionada para participar en el Festival de Cine de Sundance. A la mitad de esta complicada gira promocional, la actriz recibió a Gatopardo para platicar sobre sus grandes orgullos: su carrera y su familia.
Una versión en español del tema que popularizó la banda británica The Animals a mediados de los sesenta, “The House of the Rising Sun”, rompió con la tranquilidad que caracterizaba hasta ese momento a la gran alfombra roja de Roma, la más reciente película del mexicano Alfonso Cuarón, en el Festival Internacional de Cine de Venecia. “Mi padre voló recuerdo, / jamás lo conocí./ Mi madre no era buena/ y se fue, dejándome a sufrir”, rezaba Javier Bátiz en la canción, retomada dentro del soundtrack de la cinta, y que ahora acompañaba al elenco y equipo responsable del proyecto afuera del Palazzo del Cinema, sede principal del certamen.
Ahí estaban Cuarón, junto con sus dos hijos Bu y Olmo, el diseñador de arte Eugenio Caballero, la productora venezolana Gabriela Rodríguez y el cineasta mexicano Nicolás Celis, además de las tres protagonistas de la cinta: Yalitza Aparicio, Nancy García y, quien sonreía tímidamente ante las cámaras, Marina de Tavira. Para ella, actriz con formación académica y una amplia trayectoria en el teatro, una alfombra roja no era nada nuevo. De hecho, siempre procuraba evitar ese tipo de eventos por comodidad o por cansancio. Sin embargo, ésta era una oportunidad que ninguna actriz podía perderse: desfilar por la alfombra del festival de cine más longevo del mundo, además de uno de los tres más importantes de la cinematografía (junto a Cannes y Berlín).
Días antes, a su llegada al mítico hotel Excelsior de la ciudad italiana, una sensación de espectacularidad la había abordado. Se sentía como en una escena de Morte a Venezia, la película de Luchino Visconti en la que un compositor alemán depresivo se refugiaba en un lujoso hotel en el Lido italiano. Esa sensación fue desapareciendo cuando, entre fotógrafos vestidos con traje y flashes disparándose a su alrededor, se descubrió con otra emoción. Marina de Tavira sólo podía pensar: “Wow. Esto está pasando. Lo logré”.
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Han pasado cinco meses desde la presentación de Roma en Venecia y la emoción de Marina de Tavira no ha podido disminuir. Tras ganar el León de Oro a la Mejor Película en el certamen italiano, la cinta de Alfonso Cuarón obtuvo el tercer lugar en la Selección Oficial del Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF); recibió dos Globos de Oro de la Asociación de Prensa Extranjera en Hollywood (HFPA), y cuatro premios Critics’ Choice, incluyendo Mejor Película. En cada uno de los galardones, su nombre estaba implícito.
“Me siento un poco tramposo al aceptar este premio, porque lo que más hice fue sólo atestiguar y disfrutar el increíble trabajo de Marina de Tavira y Yalitza Aparicio coexistiendo en pantalla. Y estoy sumamente agradecido con ambas”, mencionó el cineasta al recibir el Globo a Mejor Director, el pasado 6 de enero.
El éxito de la película, que cuenta la historia de una familia de clase media en el México de los años setenta, ha hecho que la agenda de la actriz se complique. Tan sólo en los últimos meses tuvo que cancelar un proyecto teatral que había programado para el otoño del año pasado y se embarcó en múltiples viajes de 24 horas para asistir a ceremonias de premiación y programas de televisión en Estados Unidos. Una historia en Instagram publicada durante la madrugada del domingo 13 de enero, día en el que se llevaron a cabo los Critics’ Choice Awards, mostraba su recorrido al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México acompañada de la etiqueta #NoSonHoras. Aunque la rutina es cansada, De Tavira está convencida de que éste es uno de los mejores momentos de su vida.
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Marina de Tavira Servitje, nacida el 30 de noviembre de 1974 en la Ciudad de México, descubrió que quería ser actriz a los tres años, después de ver una representación de La honesta persona de Sechuan, una de las obras del dramaturgo alemán Bertolt Brecht.
“Creo que fue la primera vez que vi una obra de teatro, o de las primeras que recuerdo”, dice sentada en un largo sillón de su sala, iluminada sólo por la tenue luz de una lámpara y el brillo intermitente de un pequeño árbol de Navidad. Ella sonríe, una de las cosas que suele hacer cuando habla de su carrera. “Recuerdo haber sentido que ése era el lugar al que quería pertenecer”.
Su contacto con las artes escénicas se mantuvo vivo gracias a su padre, Juan Pablo de Tavira, que en su juventud había querido dedicarse al teatro. Según recuerda, una de las múltiples historias que se cuentan en su familia decía que su abuelo había sacado a su padre de la Escuela de Arte Teatral donde estudiaba y lo había amenazado con sacarlo de la casa si seguía estudiando ahí. “En mi casa, titiriteros no”, dijo su abuelo, acostumbrado a los tradicionalismos de su familia y su época. Juan Pablo de Tavira no obedeció a su padre y salió de su casa. Al poco tiempo regresó, cedió ante las presiones de su papá y estudió derecho.
A pesar de haberse formado dentro del ámbito penitenciario y judicial, Juan Pablo no dejó de lado el teatro. En sus ratos libres, el criminalista trabajaba en un grupo conformado por sus amigos. Así fue como su hija, durante los ensayos que se llevaban a cabo en casa, descubrió a clásicos como Shakespeare y Brecht. En esa época, ante la inocencia y las inquietudes que comenzaban a perseguirla, le decía a su madre, la teóloga Lucila Servitje, que de grande quería ser “teatrista” o “actuadora”.
Su primera aparición en un escenario profesional se dio por accidente, a los seis años. El director de teatro Luis de Tavira, su tío, supervisaba el ensayo general de Macbett, de Eugène Ionesco, cuando “Marina de Tavira Servitje —8ª nieta del zar de Bimbo, Lorenzo Servitje Sendra— trepó al techo del foro, un domo de vidrio, para espiar el espectáculo, al que le habían prohibido sus mayores porque incluía escenas de sexo y violencia. La chiquilla siguió absorta la acción hasta que el vidrio se rompió y ella cayo sobre los hombros del protagonista”, publicó la revista Contenido en 2002.
Tres años después, en 1984, ella se fue a vivir junto con su madre y sus dos hermanos, Juan Pablo y Cecilia, a una casona del barrio de Coyoacán al sur de la Ciudad de México. El amor y las ganas de dedicarse al teatro se afianzaron.
“Entre la infancia y estudiar actuación en términos profesionales, pasa de todo, porque yo creo que ésa es la etapa en la vida más difícil”, comenta observando esta sala, una de sus habitaciones preferidas en la casa que habita desde la adolescencia. “Yo tenía claro que quería ser actriz. Aún en esta turbulencia de la adolescencia yo jamás quité el dedo del renglón”.
Después de estudiar la preparatoria y tomar algunos cursos de actuación, Marina de Tavira estaba lista para realizar el siguiente paso en su vida: estudiar profesionalmente.
“Hubo un momento en el que creí que quería estudiar derecho, pero eso tenía que ver con mi Edipo paterno, porque mi padre era criminólogo y se movía en ese ambiente. Pero después me di cuenta de que quería estudiar derecho porque quería argumentar al público, como lo ves en las películas. Esa vida no es así, pero en el teatro sí lo es. Ahí puedes decir en voz alta lo que piensas y realmente poner en alto tus convicciones, aunque sea a través de un personaje”.
La primera opción para De Tavira fue el Centro Universitario de Teatro (CUT), la escuela de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) especializada en artes escénicas. Sin embargo, al tratarse de la sobrina de Luis de Tavira —uno de los antiguos maestros y directivos del plantel—, se encontró con diversas trabas por parte de los maestros de la institución, quienes buscaban que los que se quedaran en la escuela fueran personas comprometidas con el arte y que hubieran demostrado que estaban siguiendo su pasión.
Después estudió en el desaparecido Núcleo de Estudios Teatrales (NET), una escuela privada fundada por Julio Castillo y dirigida por figuras como Héctor Mendoza, Ludwik Margules y José Caballero. Ahí, tomó clases con el escenógrafo Philippe Amand, quien curiosamente le enseñó actuación. “Philippe es un hombre que me abrió el panorama del teatro, me enseñó a ver teatro y a amar el teatro”, comentó la intérprete en una plática abierta que sostuvo con la también actriz Karina Gidi a mediados del año pasado.
Tras dos años de instrucción, De Tavira se graduó como parte de la última generación del NET y había comenzado a recibir ofertas de trabajo, incluyendo una participación en una telenovela. Indecisa respecto a su futuro, le pidió consejo a su tío, quien le propuso prepararse más y sumarse a La casa del teatro, un nuevo proyecto escolar que el director y dramaturgo estaba empezando.
“Era un fenómeno la escuela, entonces me tocaron los mejores maestros”, recuerda, al mismo tiempo que repasa los nombres de personalidades clave en el teatro mexicano como Raúl Quintanilla, Rogelio Luévano y, por supuesto, Luis de Tavira. “Había teatro clandestino en donde todos los actores que ya estaban consolidados iban y hacían teatro, como un movimiento que había empezado Vicente Leñero”. La intérprete también menciona las noches de dominó, donde iban todos los actores y miembros del equipo creativo a jugar después de la función. A una de esas jornadas de juego, y sin previo aviso, Marina de Tavira llegaría convertida en actriz, después de debutar en una obra donde ella era parte del coro. Ante la ausencia de la intérprete principal, De Tavira tuvo que ensayar por 24 horas con Salvador Sánchez, el protagonista de la obra, subir y presentar su nuevo papel durante la Muestra Internacional de Teatro. Ésa quedaría marcada como su primera actuación en el escenario profesional mexicano.
A su salida de La casa del teatro, se inscribió en el Centro de Formación Teatral San Cayetano. “Hay muchos mitos [alrededor del Centro], pero fue una experiencia que no me arrepiento en los más mínimo”, confesó la actriz en 2009 en una entrevista para el programa Somos lo que somos del canal TV Tulum Peninsular. “Creo que esos años son un tesoro en mi vida. Vivíamos todos en un monasterio, que era fue un monasterio jesuita, y teníamos una dinámica muy parecida a ellos, por eso se burlan mucho de nosotros. Pero era maravilloso tener ahí tanta gente concentrada, sólo pensando en el teatro. Haciendo montajes en la cocina, en el comedor (ahí) construimos un teatro, en los establos. A las tres de la mañana, de pronto, había actividad de sueño interrumpido y todos nos despertábamos para ver el ejercicio de un compañero en una de las camarillas de los jesuitas”, declaró.
La intérprete afirma que esos años de aprendizaje fueron indispensables para su formación profesional y personal. “La persona que soy se la debo al teatro”, señala. Además, reconoce que la figura de Luis de Tavira, más allá del nexo social y familiar que los une, ha sido fundamental en el rumbo que tomó su carrera. “Es un hombre que te genera pasión y te hace pensar. Eso no es tan fácil. Aprender a pensar y a reflexionar”.
En 2000, su último año en San Cayetano, la directora Sandra Félix asistió a uno de los montajes de graduación de la compañía: Siete puertas, del dramaturgo alemán Botho Strauss, donde se presentaba De Tavira en escena. Félix quedó encantada por el trabajo de la actriz y decidió invitarla a un proyecto que tenía entre manos: el primer montaje de Feliz nuevo siglo Doktor Freud, escrito por la dramaturga Sabina Berman.
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Marina de Tavira está empacando cuando suena el timbre de su casa. Es la tarde del 18 de diciembre de 2018 y, al día siguiente, tiene programado un vuelo a las dos de la mañana hacia Los Ángeles para participar junto a Yalitza Aparicio, en el show de Jimmy Kimmel, uno de los presentadores nocturnos más populares de los Estados Unidos. Ella continúa haciendo su maleta mientras alguien abre la puerta y lleva a los invitados a una sala especial. En ese espacio, con dos puertas de entrada y un par de ventanas, guarda una gran colección de objetos personales: un baúl con los libretos de cine y teatro que tuvo que convertir en sus compañeros; una serie de libros que abarcan desde El método Stanislavski hasta Los ingrávidos de Valeria Luiselli; una colección con la mayoría de los pósters que anunciaban algunas de las obras en las que ha participado; un premio que un podcast especializado en teatro le dio por la obra La anarquista, estrenada hace menos de un lustro; una serie de pinturas firmadas por la artista Valerie Meyer, y un grupo de carpetas perfectamente diseñadas por temas de acuerdo a cada obra, en las que guarda álbumes de fotos que ella u otros compañeros toman en cada montaje para recordar algo tan efímero como es el teatro.
El detalle con el que están adornadas las carpetas demuestra el interés y conocimiento de la obra de quien haya hecho el decorado.
“No fui yo, no soy buena con las manualidades, no tengo paciencia para eso”, dice rápidamente, retomando su infancia. “Mi mamá una vez me llevó a clase de bordado y nada más recuerdo haber salido de ahí llorando porque no había manera de que me saliera bien”. Las responsables son un grupo de amigas cercanas a De Tavira que no sólo son buenas con las manualidades. Una de ellas, la escritora Guadalupe Nettel, tiene el trabajo perfecto al que Marina buscaría dedicarse en caso de dejar la actuación. “No sé si podría, pero me gustaría intentar escribir. Guadalupe [Nettel] da un curso sobre escribir tu biografía y siempre he tenido ganas, nunca he tenido tiempo, me imagino que escribir tiene su propia complejidad, pero me gustaría intentarlo y hacer eso, buscar cómo contar mi historia”, apunta.
Aún sin la preparación, Marina de Tavira sabe qué haría si tuviera que escribir su autobiografía. “Creo que, al igual que García Márquez, iría del medio para atrás y luego al final. Quizá yo empezaría a contar mi historia en el momento en que mataron a mi papá. Porque ése sí fue un antes y un después en mi vida”.
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En el otoño de 2000, Marina de Tavira se sumó al reparto de Feliz nuevo siglo Doktor Freud en el papel de Dora, una joven de 17 años que es enviada por su familia —poseedora de uno de los imperios textiles más grandes de la Europa del siglo XX— a tratarse con el doctor Sigmund Freud. En sus consultas, el padre del psicoanálisis se enfrenta a una mujer que su sociedad identificaba histérica por el simple hecho de buscar su libertad.
“La reflexión de Sabina [Berman] es que en realidad no estaban dejando a Dora ser mujer. Le estaban cortando las alas y le diagnosticaron con histeria sólo porque ella quería existir, estudiar y ser algo más de lo que la sociedad le estaba diciendo”, cuenta.
El montaje, estrenado en el Teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque, fue altamente alabado por el público y la crítica. En su columna “Teatro” de La Jornada, el crítico Noé Morales Muñoz describió el trabajo de Marina como “la mayor y más agradable sorpresa” de la puesta en escena. “Era un placer verla en escena y observar su disciplina impecable”, comenta Sabina Berman al recordar la noche de estreno del montaje. Esa noche, entre aplausos y brindis, Juan Pablo de Tavira se acercó a su hija y la felicitó por su trabajo.
Una semana después del estreno, el 21 de noviembre, su padre fue asesinado en el comedor del Centro de Extensión Universitaria de la Universidad Autónoma de Hidalgo. De acuerdo con una nota publicada por La Jornada, Juan Pablo de Tavira, que había fungido como criminalista y director del penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, falleció después de que un hombre le disparó en repetidas ocasiones con un revólver calibre .380.
Al día siguiente, Berman pensó que se tendría que cancelar la función de Feliz nuevo siglo Doktor Freud por respeto al duelo de la actriz. Berman, que se había enterado de la muerte de Juan Pablo de Tavira por la televisión, conoció a su padre cuando ambos trabajaron en la compañía teatral de Héctor Azar. Pero al llegar al teatro se encontró con De Tavira en el camerino preparándose para la función.
“Me sorprendió encontrarla vistiéndose como Dora, una joven vienesa del año 1900. Yo había jurado que Marina no asistiría a la función y tendríamos que cancelarla. Pero ahí estaba, seria, disciplinada, los ojos rojos, el rostro hermoso que la distingue, en un vestido de época”, recuerda la dramaturga. “La abracé y le dije al oído que ese día había sellado un pacto sagrado con el teatro y la actuación. No me equivoqué. Marina es una de las mejores y más inspiradas actrices que ha dado nuestro país”.
En los años siguientes, la actuación la reencontraría con su padre. Cuando se le ofreció participar en la serie de televisión Capadocia (2010), primer proyecto que HBO producía en México, ella aceptó sin dudarlo diciendo que conocía la vida en la cárcel, pues había pasado gran parte de su infancia en una, la que controlaba su padre. Cuando leyó la obra La anarquista, de David Mamet, presentada en el otoño de 2015, se interesó por llevarla a los escenarios interpretando a Ann, la directora de un penal que, antes de abandonar el puesto, debe decidir si puede dejar en libertad a Kathy, una activista anarquista que está por cumplir una condena de 30 años. “Seguramente la hice como un homenaje a él”, menciona pensativa.
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Además de considerarla como su primer trabajo profesional, Feliz nuevo siglo Doktor Freud también representó los primeros encuentros de la actriz con Enrique Singer, el actor y director con el que poco después fundó una compañía teatral: Incidente Teatro.
Tras coincidir en los escenarios, Marina se reencontró con Singer cuando se inauguró la nueva Compañía Nacional de Teatro, dirigida en ese momento por Luis de Tavira. Ante la posibilidad de que su inclusión en el proyecto se diera a malas interpretaciones, la actriz quedó fuera del repertorio que conformó su reestructuración. “Estaba muy deprimida porque no iba a poder formar parte de ese proyecto que me interesaba tanto y entonces Enrique, que es mi amigo desde Doktor Freud, me dijo: ‘Tú ya has trabajado mucho tiempo con Luis, la Casa del Teatro, San Cayetano. Es hora de que empieces tu propio camino’, y entonces así surgió nuestro primer proyecto”.
Traición (2012), de Harold Pinter, fue la primera colaboración en la que laboraron Tavira y Singer juntos, esto gracias a una afición mutua por el trabajo del autor británico. A ella le siguieron Crímenes del corazón (2014), de Beth Henley; La mujer justa (2015), de Hugo Urquijo; Obsesión (2016), de Ximena Escalante; y El río (2018), de Jez Butterworth.
“Marina es una actriz extraordinaria… ella es una mujer de teatro, una mujer del escenario, una artista a la que le gusta buscar, expandirse, ser mejor. Es una mujer de ideas, por eso le gusta el teatro. Es una mujer que reflexiona sobre la realidad y sobre el arte y en el teatro encuentra su expresión personal”, menciona Singer durante uno de los ensayos de la obra Los baños, montada en el interior de los baños del Palacio de Bellas Artes.
La colaboración de Marina de Tavira y Singer continuará este 2019 con Tragaluz (Skylight), de David Hare, en el que De Tavira interpretará a Kyra, una profesora de un colegio pobre que mantuvo una relación con Tom, un próspero empresario, hasta que la esposa de éste descubrió el affair. Tres años después, Tom aparece en la puerta de su casa para reanudar su amorío. Sin embargo, el encuentro sólo arrojará las incoherencias y diferencias que inconscientemente habían aceptado en el otro. La obra será montada bajo la dirección de Luis de Tavira y producción de Singer en cuanto termine la gira promocional de Roma.
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El cine era uno de los grandes anhelos de Marina de Tavira durante sus años de estudiante. “Iba mucho a la Muestra de la Cineteca. De hecho, ahí fue donde vi Sólo con tu pareja”, dice refiriéndose a la ópera prima de Cuarón. “Y claro que eso es lo que quieres. Dices ‘ojalá’. Tienes 18 años y crees que un día alguna película tuya estará en un festival o en una muestra. Suena increíble”.
Sus primeras apariciones en pantalla se dieron gracias a una estrecha ruta de colaboración y apoyo que actores como Marina establecieron con estudiantes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC – UNAM) y el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), quienes necesitaban a intérpretes que pudieran colaborar en sus cortometrajes y tesis.
“Estábamos haciendo cortos. Mientras nosotros éramos estudiantes de actuación, ellos eran estudiantes de cine”, menciona, una vez más sonriendo mientras habla de su profesión. Así fue como la actriz conoció y trabajó bajo las órdenes de entonces directores novatos como Mariana Chenillo, Natalia Beristáin y el cinefotógrafo Damián García. Aunque los cortometrajes, de los que no se tienen copias disponibles, se perdieron entre documentos escolares y exitosas carreras filmográficas, De Tavira se quedó con una profunda admiración por el séptimo arte.
En 2005, la actriz fue invitada por la directora Busi Cortés para sumarse al reparto de su cuarto largometraje Hijas de su madre: las Buenrostro, en el que interpretaba a una de las descendientes de una próspera familia de mujeres provincianas que ocultan un cúmulo de secretos e intrigas. Evangelina Elizondo, Lumi Cavazos, Pilar Ixquic, Mercedes Pascual y Ana Ofelia Murguía también participaban en el elenco.
Un año después, en 2006, obtuvo su primer protagónico con la película Efectos secundarios. Sin embargo, su elección para interpretar a Marina, una mujer al borde de los treinta que es atacada por una serie de dudas desatadas por una reunión de exalumnos de su preparatoria, había sido un reto para la directora Issa López, quien tuvo que defender su decisión de mantener a Marina de Tavira como protagonista ante la petición de Warner Bros. Pictures —una importante productora y distribuidora que incursionaba en la producción de cine mexicano— de tener en el rol principal a una actriz más conocida.
Marina había llegado al casting sin saber el guion con el que audicionaría, lo que provocó que su interacción se viera limitada en cuanto a elementos dramáticos, pero profundamente enriquecida por su capacidad para improvisar, algo que había aprendido en su época de estudiante de teatro. La audición no sólo le garantizó interpretar el papel en la pantalla, también creó un fuerte vínculo con su personaje y la directora de la cinta. Aunque Efectos secundarios no fue un éxito taquillero, con el tiempo la película se convirtió en objeto de culto. “A veces me detienen en la calle o me esperan afuera del teatro personas que quieren que les firme su dvd o que me recitan los diálogos. Fue algo realmente especial lo que esa película creó con el público”.
Tuvieron que pasar diez años para que la intérprete se enfrentara a un casting tan importante como aquel que le dio su primer protagónico en cine. Una vez más llegó a oscuras a la cita. Sólo sabía un poco sobre el contexto de su personaje: una madre de familia que ve su vida cambiar radicalmente cuando se separa de su marido, quien la deja con cuatro hijos preadolescentes, un perro y una nana embarazada. La historia en concreto de la película y las personas con las que interactuaría al frente y detrás de la cámara permanecían como un misterio para ella.
El personaje fue tomando forma conforme avanzaban las etapas de casting. “Se trata de que encuentres, sobre todo, el dolor detrás de la sonrisa”, le decían. Finalmente, al quedarse con el papel, le informaron que el proyecto sería dirigido por Alfonso Cuarón. “Yo ya había leído que Alfonso iba a filmar en México, así que traté de conservar la serenidad y esa seguridad de que yo sabía de qué iba esto a nivel emocional”, explica la intérprete, sentada en la sala de su casa. Frente a ella hay un libro en pasta dura que recoge algunas fotografías del detrás de cámaras de Roma y una pequeña escultura cuadrangular, otorgada por el Festival de Cine de Morelia para reconocer su actuación en la película.
El trabajo en el set, que por lo regular eran las calles de la Ciudad de México o una locación que simulaba ser una casa de la colonia Roma, era diferente al que ella había hecho en películas y series de televisión (Las Aparicio, para Argos Televisión; Ingobernable, para Netflix; El señor de los Cielos, para Telemundo; y Falco, para Amazon Prime Video). El director mexicano, ganador del Oscar por Gravity, llegaba todos los días con las escenas que realizarían durante ese día. Decía pocas instrucciones y comenzaba a filmar. Al terminar la jornada, Cuarón se acercaba a sus colaboradores y les agradecía por su trabajo; la rutina se repetía al día siguiente.
El papel que interpretó De Tavira era el de Sofía, la matriarca de una familia que tenía que hacerse cargo de su familia tras el abandono de su esposo, un médico del Seguro Social. Para apoyarse, la Señora Sofía, como venía identificada en algunas partes del guion, contaba con la ayuda de Cleo (interpretada por la debutante Yalitza Aparicio), una indígena mixteca que era responsable de las actividades de la casa y familia. Sin embargo, el trago de su separación era algo difícil que superar. Conscientemente, De Tavira se inspiró en el divorcio de sus padres para capturar en la pantalla el dolor de su personaje.
“Yo creo que la actuación siempre se remite a tus propias experiencias”, dice mientras voltea discretamente hacia una de las puertas de su sala. “Creo que Alfonso buscó exactamente a los actores que sentía que podían transmitir con más fidelidad eso que él quería”.
En una de las escenas, el personaje de la actriz despide a su esposo, quien sube a su automóvil asegurando que irá a un congreso en Quebec, Canadá. Antes de despedirse, Sofía abraza a su pareja y le dice: “Nosotros aquí estamos”. Aunque la película había argumentado la pronta ausencia del padre como una obligación de trabajo, la actitud de la madre desvelaba una verdad que habían ocultado a sus hijos y a los espectadores.
“Recuerdo esa escena, la hicimos varias veces. Hasta que, en un momento, Alfonso me jaló y me dijo: ‘Tú sabes de qué va esto, yo sé que tú sabes’, me vio a los ojos y lo supe”, dice. Más adelante en la película, la señora Sofía se sienta en el frente de una mesa de un restaurante veracruzano para anunciarle a sus hijos que sus padres están por separarse. “Va a ser una aventura”, les dice con esperanza.
A mediados de diciembre de 2018, el rotativo estadounidense Los Angeles Times organizó una mesa redonda con algunas de las actrices que figuraban para ser nominadas al Oscar. En el evento, publicado en la mañana del 19 de diciembre, participaron Nicole Kidman, Amy Adams, Viola Davis, Saoirse Ronan, Melissa McCarthy y Lupita Nyong’o. Junto a ellas, estaba De Tavira, la única actriz invitada por una película extranjera. Tras ser cuestionada por la periodista Amy Kaufman sobre sí tomaría el éxito de Roma para iniciar una carrera internacional, De Tavira explicó: “En este momento, estoy sobrecogida por estar aquí, hablando con estas maravillosas actrices. Ha sido algo increíble… Sólo estoy disfrutando el día a día, no sé qué es lo que vaya a pasar después”.
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La noche se acerca y Marina de Tavira necesita terminar de empacar y dormir un poco antes de volar hacia Hollywood. A tres cuartos de distancia, su pequeño hijo se prepara para ir a la cama. En alguna ocasión dijo en televisión que sólo está orgullosa de dos cosas: su carrera y su hijo. Sin embargo, antes de dar a luz, la incertidumbre de lo que pasaría con su carrera la perseguía noche a noche.
“Cuando estaba embarazada me sentía muy preocupada de qué iba a pasar con mi carrera como actriz. Pensaba en eso todos los días y me angustiaba. Hasta que Laura Almela, una actriz que admiro mucho, me dijo: ‘Vas a ver que vas a ser mejor actriz después. Vas a tener menos tiempo para estudiar y para enloquecer en el tiempo que le dedicas para construir tu personaje, pero lo vas a hacer mejor y vas a capitalizar tu tiempo mejor’”. El presagio se cumplió, la actriz reconoce que después de ser madre obtuvo un entendimiento de la realidad sin el cual no podría haber interpretado su personaje en Roma.
Además, la maternidad le brindó la oportunidad de interpretar a personajes más profundos e interesados en el momento que está viviendo. En la película animada Ana y Bruno, el anhelado proyecto de Carlos Carrera que finalmente llegó a los cines mexicanos en septiembre de 2018 tras casi 15 años de producción, Marina prestó su voz a Carmen, la madre de una pequeña hija internada en un hospital psiquiátrico habitado por criaturas extrañas. “Es un personaje en el que tenía que trabajar la relación con la hija y la maternidad desde un punto de vista bastante doloroso”.
Paralelamente al estreno de Ana y Bruno, Marina de Tavira se embarcó en una producción donde interpretaba a otra madre, en esta ocasión con un problema de distorsión de la realidad provocado por los medicamentos que consumía para lidiar con la depresión. En Esto no es Berlín, cinta mexicana que se presentó en el Festival de Cine de Sundance de este año, la actriz interpreta a Carolina, la madre de un adolescente de 17 años de Ciudad Satélite que, ante la desprotección de su familia y su poca capacidad por adaptarse a su escuela y su colonia, termina en un club nocturno en el que descubre la libertad sexual, las drogas y la escena punk del México de mediados de los ochenta.
“Creo que es la edad que tengo la que me está dando estos personajes increíbles que me están lidiando con la maternidad de maneras muy particulares y locas. El personaje de Esto no es Berlín me gusta muchísimo porque es una mujer que está en una profunda depresión y está casi siempre adormilada, somnolienta. Entonces está viendo pasar todas las cosas que está viviendo su hijo y no puede despertar. Fue increíble trabajar eso, ese adormecimiento por las drogas que toma para dormir. Fue como entrar en un estado catatónico y ver cómo observa el mundo alguien que no puede reaccionar o no puede despertar a su realidad”.
Aunque los protagonistas de la cinta son los adolescentes que recorren y viven en el libertinaje de la escena under de los ochenta, entre ellos Xabani Ponce de León y Mauro Sánchez Navarro, el personaje de De Tavira resulta importante para la trama. “Aunque tiene un personaje secundario, es uno de los pilares de la película”, menciona el director Hari Sama en el cuarto de edición. “Marina es una actriz de unos tamaños impresionantes, que logró dimensionar al personaje y además establecer una relación de trabajo basada en la confianza”.
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Marina de Tavira sonríe por una última vez. Reconoce que no es la primera vez que le preguntan en qué área de su trabajo se siente más cómoda, pero que la respuesta siempre la confronta. El teatro es su pasión, el cine le ha brindado muchas satisfacciones, y la televisión le ha dado proyección a nivel internacional gracias a su participación en proyectos de Amazon, HBO y Hollywood. Sus labios están por emitir una resolución, pero se detienen. La sonrisa delata su próxima respuesta, una que muchos podemos adivinar.
“Me siento cómoda en los tres. Lo importante siempre ha sido fluir en cualquiera de los tres lugares. Yo lo que quiero es seguir actuando. Ser actriz”, sentencia. La respuesta es obvia, Marina de Tavira ya logró su más grande anhelo, ser actriz. Ahora sólo toca disfrutarlo.
Coordinación de moda — Pablo Rivera / Maquillaje y peinado — Davo Sthebané para Givenchy
La sesión de fotos completa la encuentras aquí
Sobre Andrés Olascoaga:
Ciudad de México, 1994. Periodista mexicano, egresado de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se encuentra haciendo su tesis de “Cine mexicano: sus formas de distribución y financiamiento”. Desde los trece años, edita la página especializada en cine y entretenimiento El Proyector MX (elproyectormx.com). Además, ha colaborado en medios como Gatopardo, Sector Cine, Dónde Ir y Dixo.
Tw. @AndresOlasToroX
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