Dicen que no es una lucha contra las vacunas, sino contra todo el sistema. Negacionistas, disidentes y antivacunas emergieron como una respuesta social, política y hasta espontánea a la primera pandemia de la era digital. Están indignados por la obediencia absoluta y la falta de cuestionamientos. Porque el covid-19, aseguran, fue orquestado para beneficiar a las grandes farmacéuticas. Una conspiración. En un país como Uruguay, el movimiento ha buscado generar un discurso desinstitucionalizante basado en la desconfianza.
“Los niños son nuestro futuro, no tu experimento”. El cartel es un trozo de cartón rectangular, con letras mayúsculas y negras. Lo sostiene una mujer que tiene, atada alrededor de la cintura, una bandera uruguaya: las franjas blancas y azules retorcidas, el sol en algún sitio cerca de la espalda. Lo muestra. Lo levanta. Lo mueve. Lo agita. Y grita: “¡Libertad, libertad!”.
Hay más banderas de Uruguay y carteles que dicen: “Quien cambia libertad por seguridad no merece ni la una ni la otra”, “Estado genocida”, “Se terminó con la explotación infantil”, “Los niños no se tocan”, “Los niños no se pinchan con experimentos genéticos”, “Dr. Maximiliano Dentone, Dr. Alejandro Recarey, muchas gracias por defender nuestro derecho a saber la verdad”.
Es jueves 7 de julio de 2022. Hace un buen día en Montevideo a pesar de que el frío es violento. En la esquina de San José y Héctor Gutiérrez Ruiz, en pleno centro de la capital, hay al menos cincuenta personas reunidas en la puerta del Palacio de los Tribunales que gritan, se abrazan, lloran, muestran los carteles, revolean sus banderas: acaban de enterarse de que la vacunación contra el covid-19 en niños y niñas menores de trece años fue suspendida en Uruguay. Una vacunación que no era —nunca fue— obligatoria. Los adultos que quieran vacunar a sus hijos no podrán hacerlo porque la vacunación está prohibida.
El juez Alejandro Recarey acaba de fallar a favor del recurso de amparo —una herramienta que se aplica para lograr la suspensión inmediata de un acto que afecte un derecho humano— presentado por el abogado Maximiliano Dentone. En su amparo, Dentone dice que el proceso de vacunación que lleva adelante el Poder Ejecutivo es ilegal y peligroso. También dice esto: “Debe ser detenido hasta tanto no se compruebe la seguridad y eficacia de las sustancias y se cumpla con los requisitos legales incumplidos hasta el momento”. Y esto: “El Gobierno ha violado los mínimos y básicos principios del derecho precautorio y lleva adelante un verdadero experimento, tomando a los niños como ratones de laboratorio”.
Hay más banderas y más carteles. Hay gente apretada. Hay un hombre que dice, entre el enojo y el llanto, que los medios son los culpables por no investigar a fondo sobre la vacunación. Hay una mujer que lo frena, que le dice: “Amor y paz”. Hay saltos. Dicen que todo es alegría y alivio. Que este amparo y esta sentencia son el indicio de una lucha mayor: no es solo contra las vacunas, es contra todo el sistema.
Dentone sale de Tribunales serio. Las cámaras y los micrófonos lo rodean. Él, impecable en un traje gris y un sobretodo negro, responde a las preguntas de forma escueta. El Gobierno pretende apelar el fallo, le dicen los periodistas. Y él responde: “Es lo lógico, es coherente y está dentro de la ley”. Se suspende una vacunación que no era obligatoria, le dicen. Él responde: “Sí”. “¿Pudo conocer los componentes farmacológicos de la vacuna, que era una cosa que usted quería?”, le preguntan. Él responde: “No”. Después la gente lo abraza, le agradece, lo envuelve en un pabellón nacional que le cubre toda la espalda, se saca fotos. Recién entonces, el abogado sonríe y se va.
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Uruguay es, en la región, el tercer país con mayor cantidad de personas vacunadas contra el covid-19: 83% de su población tiene el esquema completo. Los primeros lugares los ocupan Chile (91%) y Perú (84%).
La población del país es de 3 543 025 habitantes, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística. A fines de agosto de 2022 hay, según datos del Ministerio de Salud Pública (MSP), 3 000 121 personas con una dosis de la vacuna contra el covid-19; entre ellas hay 2 891 621 con dos y 2 061 454 con tres. Es decir, 1 481 571 uruguayos tienen el esquema completo y 545 904 nunca se vacunaron. A ese medio millón de personas se las nombra como “antivacunas”. No importa si están en contra de todas las vacunas o si solo decidieron no vacunarse contra esta enfermedad. Son los que, en medio del caos de una pandemia mundial, no hicieron caso.
No se sabe cuántos de ellos se reconocen como antivacunas. Algunos hablan de que las manifestaciones no superan las trescientas personas. Otros, que son miles. Otros, cientos de miles. Lo que es cierto es esto: antes de la pandemia de covid-19, prácticamente no se hablaba sobre antivacunas en Uruguay.
Hay, sí, algunos antecedentes aislados de familias que decidían no vacunar a sus hijos. La mayoría, por motivos ideológicos. En 2017, por ejemplo, el diario El País publicó algunas de esas historias: personas que, en general, vivían por fuera del sistema de salud, sus hijos nacían en casa sin ayuda médica y utilizaban métodos naturales —plantas, hierbas— para tratar cualquier enfermedad. Vivían en Maldonado y en Rocha, los dos departamentos de la costa atlántica. Los médicos de la zona hablaban de personas de comunidades “naturistas”. Pero de acuerdo a cifras del MSP, publicadas allí, 95% de los niños uruguayos tiene el esquema completo de vacunación. Entonces, ¿por qué hubo tanta reacción ante esta vacuna?
Luis Gonçalvez Boggio, psicólogo, magíster en Psicología Clínica y autor del libro Trauma y pandemia. Efectos psicosociales e intervenciones clínicas (Psicolibros Universitario, 2021), dice que fue la respuesta “natural” a una situación de crisis en la que, así como el miedo se extendió rápido por redes sociales y medios de comunicación, también surgió con fuerza la resistencia.
“Estos grupos antivacunas emergieron ahora como una respuesta social, política y hasta ‘natural’ y espontánea a la primera pandemia de la era digital. Creo que hubiese sido muy alarmante que no surgiera ningún grupo o resistencia antivacunas, tanto a nivel nacional como internacional. Aun así, creo que no se puede hacer una oposición entre grupos locales y grupos globales. Es decir, nuestro país no generó ningún disenso singular. A diferencia de la narrativa generada en nuestro país entre los científicos que asesoraban al Gobierno en la pandemia y el Gobierno mismo, que produjo efectos fuertemente institucionalizantes, generando un excelente vínculo entre lo académico, lo científico y lo político, el discurso de los grupos antivacunas buscó todo lo contrario: generar un discurso desinstitucionalizante basado en la desconfianza”, dice.
Por su parte, Felipe Arocena, sociólogo y profesor grado 5 de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Udelar) de Uruguay, dice que, si bien hubo reacciones ante la pandemia en muchos países de la región y del mundo, en “Uruguay siempre es difícil cuestionar un discurso hegemónico porque somos muy pocos”. Al principio, dice, resultaba una postura interesante la de cuestionar lo que estaba pasando, ir contra una postura única y científica, abrir el debate hacia otras miradas. Después, cree, ante la evidencia científica, esos discursos quedaron obsoletos.
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El fallo: “Haciendo lugar a la pretensión de amparo y en su mérito ordenando la suspensión inmediata de las vacunaciones contra el SARS-CoV-2 a niños (menores de trece años de edad) bajo apercibimiento de desacato. Ello hasta que no se cumplan los siguientes condicionamientos”.
Los condicionamientos: que se publiquen enteros los contratos de compra de las vacunas y los documentos que declaren las sustancias inoculadas; que se elabore un texto que informe la composición de las vacunas, los beneficios de dársela, los riesgos y los efectos adversos; que se lleven adelante los controles que el Estado está obligado a hacer ante el ingreso de nuevas vacunas.
Alejandro Recarey es el titular del Juzgado Letrado Civil de 9.º Turno, pero, cuando Maximiliano Dentone presentó el amparo en el Juzgado de lo Contencioso Administrativo de 4.º Turno, Recarey oficiaba como juez allí por la licencia del titular.
Sobre él se sabe poco. Después del fallo se dijeron cosas como estas: que es antivacunas, que ya sabía que Dentone presentaría el amparo, que es un hombre con un alto sentido de la justicia, que en 2019 dictaminó que el MSP estaba obligado a comprar un medicamento de alto costo para el tratamiento de la enfermedad de Crohn en una joven de dieciocho años, que en 2003 encabezó la búsqueda de los restos de Elena Quinteros, desaparecida durante la dictadura militar; que en abril de 2021, cuando todo en Uruguay funcionaba de forma virtual por el alto número de contagios de covid-19, se negó a hacer las audiencias por videollamada y resolvió realizarlas presenciales. Cuando falló a favor de que se suspendiera la vacunación a menores fue acusado de imparcialidad por el MSP a través de un comunicado que compartió en Twitter.
Tiene sesenta años. Durante toda su carrera mantuvo un perfil bajo. No habla con la prensa. Sin embargo, después de que las aguas se calmen y su nombre ya no esté en los titulares de los medios, el juez Recarey accederá a tomar un café en un bar del centro de Montevideo. Explicará, durante dos horas y con una amabilidad sin apuros, el fallo, el modo de operar, su forma de entender la justicia. No quiere que nada de eso sea publicado. Un juez, dirá, habla a través de sus sentencias.
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Un mes después de haber presentado el recurso de amparo para suspender la vacunación, Maximiliano Dentone, abogado penalista, sabe dos cosas: que el MSP pidió la apelación del fallo de Recarey, que fue apelado y que, en efecto, se reanudó la inoculación en los niños. No cree, Dentone, a pesar del fallo y de la anulación, que la suya sea una batalla perdida.
Nació en Montevideo, tiene cuarenta años, no tiene hijos, pero sí dos sobrinos que ya están vacunados contra el covid-19. Es abogado por descarte. Iba a un liceo privado de la capital cuando empezó a trabajar en una casa de cambio. Eso hizo que terminara el secundario a los veinticinco o veintiséis. Y que, después, se inscribiera en la Facultad de Derecho de la Udelar porque sí, para probar, porque algo había que hacer. Y él hizo una materia y otra y otra y otra, y así hasta que se recibió de abogado. Dice que fue descubriendo todo de a poco —la vocación, el oficio, la tarea— y que, un día, se dio cuenta de que con la abogacía podía cambiar la realidad: hacer un mundo con menos injusticias.
El amparo, dice, tiene que ver con eso.
—La información que me ha llegado es que no está yendo nadie a vacunar a los niños. Así que, por lo menos, todo esto sirvió para generar la reflexión. Yo no soy antivacunas, como salieron a decir. Yo soy proinformación y protransparencia, que es lo que no tenemos.
—¿Por qué presentó el amparo?
—Presenté el amparo por iniciativa mía. Yo soy abogado particular, trabajo de forma independiente y se han comunicado conmigo muchas personas con situaciones posvacuna de efectos adversos en menores, por ejemplo, reacciones alérgicas, miocarditis, problemas hepáticos. Entonces empecé a investigar un poco y encontré en el amparo la posibilidad de que de alguna manera esto salga la luz y que la gente reflexione un poquito más sobre la situación. Me parecía correcto llevar la ciencia al Poder Judicial. Una cosa son las redes sociales, otra cosa es poner todo arriba de la mesa en la justicia.
Defiende a los niños porque son los más indefensos, dice. Porque están expuestos a las decisiones de los mayores. Porque también era una manera de empezar a hacer algo y ver cómo salía. Porque si lograba frenar la vacunación en los niños, seguiría con los adultos mayores y después lo extendería hacia toda la población del Uruguay, de la cual, aclara, está decepcionado por la obediencia absoluta, por la falta de cuestionamientos, por aceptar las medidas que el Gobierno tomó durante la pandemia —distanciamiento, uso de mascarillas y de alcohol en gel, suspensión de clases en escuelas, liceos y universidades, salir lo menos posible del hogar, moverse en burbujas, hacer uso de la libertad de forma responsable— y por no romper las reglas.
—Al principio está bien, había incertidumbre, yo me encerré y tuve miedo durante los primeros meses, nadie sabía nada. Pero después, con el tiempo, decían “Quedate en casa” y la gente se quedaba, no salía a trabajar, pero las cuentas llegaban igual, la luz aumentaba, la gente se fundía. Hay que razonar un poco. Es más cómodo seguir las pautas que nos imponen. Entonces, el que duda es el enemigo. El que reflexiona un poco más es el enemigo. El que piensa que esto es para tener un control de las personas es el enemigo.
Que está indignado, dice. Habla de que los uruguayos son sumisos, de que siempre lo fueron. Pero también está indignado por otras cosas: por ver a gente durmiendo en las veredas, por ir a las cárceles a encontrarse con sus defendidos y ver que, en 2022, se siguen vulnerando los derechos humanos.
—A mí me afecta, me afecta de verdad. Si acá no nos juntamos y hacemos un reseteo entre todos, es imposible. Y bueno, si hay que dar una lucha desde un lado político, yo estoy dispuesto a darla. Hay que dar la lucha interna, desde adentro, hay que cambiar el sistema. Estoy en eso, quiero hacerlo, porque siento que se puede. Es dificilísimo, pero se puede y quiero hacerlo.
Para crear un nuevo partido político en Uruguay es necesario juntar las firmas de por lo menos 0.5% del total de los ciudadanos habilitados para votar en la última elección nacional. Dentone está recolectándolas para la creación de Identidad Soberana, el partido liderado por Gustavo Salle, con el que quiere empezar su carrera política. Necesita las firmas de 1 350 personas.
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La pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2 empezó en Uruguay el viernes 13 de marzo de 2020. Ese día se detectaron los primeros cuatro casos de personas infectadas con covid-19, y el presidente Luis Lacalle Pou decretó una emergencia sanitaria que duraría hasta el 5 de abril de 2022. Las medidas del Gobierno fueron, más o menos, las mismas que se tomaron a nivel internacional: uso de mascarilla obligatorio, mantener la distancia entre personas en espacios cerrados, suspensión de clases presenciales en todos los niveles, evitar aglomeraciones, sanciones para quienes organizaran fiestas, cierre de espacios en los que se juntara mucha gente, como teatros, cines, shoppings, gimnasios. Sin embargo, hubo algo diferente: no existió, nunca, un confinamiento obligatorio. Desde el comienzo y hasta el final, el presidente se refirió al “uso responsable de la libertad”, una libertad que, ante todo, fuese solidaria: salir de casa a caminar y a tomar aire, siempre y cuando no se perjudicara, con esa acción, a alguien más.
Además, el 16 abril de 2020, luego de una convocatoria realizada por la Presidencia de la República, se creó el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH): un equipo de más de cincuenta médicos y científicos de diferentes ramas que se encargaría de analizar el avance de la pandemia en Uruguay y aconsejar al Gobierno.
Se trataba de un grupo apolítico que encabezaron Rafael Radi, profesor titular del Departamento de Bioquímica de la Facultad de Medicina de la Udelar, primer científico uruguayo en ser nombrado por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos como científico extranjero asociado; Henry Cohen, médico gastroenterólogo que en 2019 fue distinguido con el mayor reconocimiento que otorga la Organización Mundial de Gastroenterología, y Fernando Paganini, ingeniero electricista y licenciado en Matemática por la Udelar, con un máster y un doctorado en Ingeniería Eléctrica del California Institute of Technology, en Estados Unidos.
Durante quince meses, el GACH trabajó analizando la bibliografía internacional, evaluando la situación sanitaria del país, creando medidas, dando conferencias de prensa, explicando, hablando con los medios, aconsejando al Gobierno.
Como resultado, durante 2020, Uruguay fue el país de la región con menos contagios y menos muertes de América del Sur, y era señalado como ejemplo.
En mayo de ese año, BBC News tituló: “Coronavirus en Uruguay: la singular y exitosa estrategia del país para contener la pandemia sin cuarentena obligatoria”. Allí se citaba a Giovanni Escalante, representante de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en Uruguay: “En el caso uruguayo, el presidente ha nominado un consejo asesor honorario con la finalidad de identificar la mejor evidencia disponible, recabar recomendaciones de más de cuarenta expertos e integrarlos en reportes destinados a que el Gobierno tome decisiones informadas […]. Por tanto, notamos que las medidas se están tomando con prudencia y están preparando y aplicando protocolos para una vuelta progresiva cautelosa a [la] ‘nueva normalidad’”.
Aunque en 2021 los casos aumentaron y las muertes también, Uruguay nunca llegó a tener colapsado su sistema de salud y tuvo la menor cantidad de muertes de la región: 2 144 por millón de habitantes. En Brasil fueron 3 204; en Argentina, 3 835; en Chile, 3 178.
El 8 de julio de 2021, el Ejecutivo organizó un acto en el Auditorio Nacional del SODRE, en Montevideo, para rendirle un homenaje al GACH. Mientras en la sala principal del auditorio el mandatario Lacalle Pou le agradecía al equipo científico por su trabajo y dedicación, afuera, Gustavo Salle, 64 años, abogado, excandidato a la presidencia de la República por el Partido Verde Animalista y principal impulsor de Identidad Soberana, gritaba a través de un megáfono: “El presidente permitió la manipulación de las PCR, de la ‘plandemia’, sometió al pueblo uruguayo a un sistema dictatorial de avasallamiento de los derechos constitucionales”. Decía: “Libertad, libertad, libertad”, con la boca bien abierta, con la voz al máximo, con el cuerpo entero. Cada tanto bajaba el megáfono y pedía a los manifestantes que lo acompañaban con carteles y banderas que todo fuera con respeto.
Esa madrugada, en dos columnas, fuera del Auditorio Nacional, alguien escribió “GACH genocida”.
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Aunque ya no ejerce como abogado, Gustavo Salle tiene su estudio en Ciudad Vieja: una pieza en uno de los últimos pisos de un edificio blanco en la que hay un escritorio, un par de sillas, un sillón, una ventana que da hacia el fondo, poca luz y varios cuadros. Una mañana, a mediados de agosto, sentado allí, Salle explica por qué, en junio de 2021, decidió prenderle fuego a su título de abogado mientras lo transmitía en vivo en Facebook.
Habla lento, con calma, la voz gruesa pero suave. Dice: “Yo considero que la Universidad de la República en este momento es putrefacción, es excremento sin precedente. Es funcional a la oligarquía internacional y comete la traición más abyecta. Le tengo repudio a la actual universidad”. De a poco sube la voz. Dice “repudio” con énfasis en la p, como si todo ese enojo se exacerbara en la manera en la que hace sonar esa letra belicosa. “Para utilizar un término suave y que no me comprometa penalmente, repudio a la Udelar con todo mi corazón”, repite la palabra y su forma. “Está operando para los más perversos intereses oligárquicos, depravados. Siento repudio”. Y no explica nada más.
Salle es uno de los principales representantes del movimiento antivacunas en Uruguay. Todo, para él, tiene que ver con lo mismo: ser parte del sistema o tratar de estar por fuera de él. Estar del lado de la “oligarquía internacional” o luchar para derribarla.
Si se tiene que definir, sin embargo, él dice: “Soy un uruguayo de 64 años de edad, casado, con dos hijos, cuatro nietos, en este momento jubilado de mi profesión de abogado especialista en materia penal, realizando una labor política heterodoxa, en buena medida con ciertos rasgos antisistémicos. Y digo ‘ciertos rasgos antisistémicos’ porque presentarse como un antisistema y ser candidato a la presidencia, a la diputación y al senado sería un oxímoron, una contradicción adjetivada, en definitiva, estoy integrando el sistema. Es que del sistema no escapa nadie, salvo que tome las armas y comience una revolución armada”.
Le bastaron ocho o diez o, como mucho, quince días a Salle para comprender lo que estaba sucediendo con la pandemia de covid-19.
—Debo admitir que los estrategas del poder tienen un estudio muy profundo sobre la psiquis humana y sobre la psiquis colectiva. Con ese conocimiento urdieron una estrategia de shock, de trauma emocional, de obnubilación mental que fue eficaz. De todas maneras, esa eficacia, para aquellos que de alguna forma estamos advertidos de estos métodos, fue poca: en unos días empezamos a advertir que se trataba de una conspiración.
—¿Qué lo hizo darse cuenta de eso?
—Empezamos a investigar y descubrimos algo que era bastante ostensible, que es el Evento 201. Ya sabíamos cuáles eran las fórmulas con las que procedían las farmacéuticas, las empresas vinculadas a los organismos genéticamente modificados, como Bayer, Monsanto. Y atando cabos rápidamente, y sobre todo en función de las consideraciones que ellos mismos realizan en el Evento 201, no tuvimos la más mínima duda de que era una operación programada con lujo de detalles, premeditada y de naturaleza criminal.
El Evento 201 fue una reunión realizada en octubre de 2019 en Nueva York, en la que participaron miembros del Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud, de la Fundación Bill y Melinda Gates, de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos y del Foro Económico Mundial. Allí montaron un simulacro sobre una posible pandemia: no fue, dijeron después, una predicción. Fue un entrenamiento.
Salle dice que ellos planearon la pandemia: “La parafernalia instrumental de la élite hegemónica internacional, grupos privados, organizaciones multilaterales, internacionales y público-privadas como la OMS, organismos como el Foro de Davos. Es decir, la estructura piramidal de la élite hegemónica, cuyas cabezas son los megarricos del mundo, llámese nobleza, reyes, poder económico de muy alto nivel, como los fondos de inversión más importantes del planeta —BlackRock, Fidelity—, y obviamente todo el aparato de inteligencia policial y militar. Es el conglomerado internacional del poder”.
Cuando Salle habla del covid-19 dice que no sabe si existió. Él tuvo algo que le generó síntomas similares a los que se le adjudican a la enfermedad, algo parecido a la gripe, un decaimiento, cuatro días de cama. Tomó ivermectina y, dice, mejoró.
De lo que sí está seguro es de que la vacunación fue una estrategia que, en última instancia, busca la neuromodulación, es decir, la conexión entre el cerebro de los vacunados y las computadoras de la élite, de forma tal que la computadora pueda mandar estímulos, hackear el cerebro y anular el libre albedrío. Para Salle, la pandemia es una estrategia de guerra y las vacunas son el arma de control.
Hace tiempo que viene pensando en eso de que las vacunas son un mecanismo para controlar a la gente. Cree que la neuromodulación ya existe. Su hija Nicole, dentista, antivacunas y especializada de forma autodidacta en farmacología, fue quien lo hizo darse cuenta de que las vacunas son peligrosas por los metales con los que están fabricadas, que tienen efectos adversos a nivel neurológico. Según su hija, esos efectos están comprobados. Según la academia, no.
El esquema de vacunación vigente en el país consiste en once vacunas que previenen de dieciocho enfermedades infectocontagiosas. Salle lo tiene completo porque se inoculó siendo niño. Ahora no piensa volver a darse, nunca, una nueva vacuna.
En Facebook, su principal plataforma de difusión, Salle tiene cuarenta mil seguidores. Allí comparte fotos, videos suyos hablando a cámara y exponiendo su punto de vista, publicaciones que reafirman su postura sobre las vacunas y sobre la pandemia. Sus publicaciones tienen cientos de likes y comentarios como estos: Jacqueline Rivas: “Dios lo bendiga y lo cuide siempre. Gracias por tanto. Admiro mucho su sabiduría y fortaleza. Orgullo para su familia y uruguayos despiertos”; Ale Jandra: “El único verdadero disidente es Salle. Sin cartitas al presidente, sin regalitos amorosos, sin falsedad, sin demagogia”; Ana Heguy: “Brillante como siempre… Doctor Salle !!! No pierde pisada de ninguna escabrosa maniobra de nuestros vendidos políticos…”; Sebb Rose: “dale para adelante doctor!!! somos miles y miles los que te apoyamos!!.. siempre diciendo la verdad!!”.
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En abril de 2020 se publicó en Uruguay el número cero de la revista Extramuros. Esa primera edición decía que la publicación había empezado a gestarse en 2019 con el fin de diseñar “un nuevo medio de comunicación que hiciese centro en la dignificación de la escritura y el ensayo”. Advertía también que, como el mundo había cambiado muy repentinamente, esta edición no sería tal cual la habían planeado, y que habían decidido publicar artículos tanto de autores de planta como de varios colaboradores externos. Artículos científicos, con “fuentes prestigiosas, que han contribuido al debate sobre la llamada ‘pandemia del siglo’”.
Extramuros se presenta como un medio alternativo. La primera sección de la revista se llama Contrarrelato y, allí, los titulares son estos: “Un alto porcentaje de muertes por covid se produjo en la tercera inyección, y un mayor número de muertes después de la cuarta inyección”, “Revista Virology: cardiólogo japonés observa que la vacuna covid-19 causa infecciones incontrolables, daña el sistema inmune, y no protege”, “Nuevas confirmaciones: la vacuna covid-19 provoca obstrucciones pulmonares”. Se trata, la mayor parte, de artículos escritos en inglés y traducidos por el equipo de Extramuros. Al frente de la publicación está Aldo Mazzucchelli, escritor, doctor en Letras por la Universidad Stanford, profesor grado 5 —el máximo grado— en la Facultad de Humanidades de la Udelar.
La idea no era, al comienzo, dedicar tanto espacio a la pandemia. Sin embargo, Mazzucchelli dice que, en los primeros meses, cuando el mundo empezó a descontrolarse, se dio cuenta de que todo estaba armado, premeditado, decidido con antelación. Y que entonces no hubo alternativa: había que tener un espacio en el que cuestionar, mostrar otra mirada, otra perspectiva.
—Vi un artículo del médico y científico John Ioannidis, del 17 de marzo, que hablaba de que no había datos suficientes para tomar las medidas que se estaban tomando y que había que ser más cauteloso porque tenía unas consecuencias económicas, sociales y personales tremendas. Y ahí empecé a investigar. Yo creo que hubo efectivamente una serie de decisiones que ya estaban preparadas y un discurso que estaba preparado, incluso se mencionó en el Evento 201. Esto se viene planeando desde hace tiempo, años —dice Mazzucchelli.
Después de ese primer número, la revista publicó ediciones cada quince días. En todos los números incluían traducciones de artículos, procedentes de diversas publicaciones extranjeras, que cuestionaban lo que estaba pasando: artículos de Xiaoxu Sean Lin, que en su biografía de Twitter se presenta como analista político y comentarista, exintegrante del Ejército de Estados Unidos y microbiólogo; artículos de Herve Seligmann, científico independiente israelí; artículos de la revista Cureus, fundada por un neurocirujano estadounidense, en cuya presentación escribe que quiere “cambiar el paradigma de larga data de las publicaciones médicas”; artículos publicados en el International Journal of Vaccine Theory.
Los autores uruguayos se dedicaban, sobre todo, a escribir sobre aspectos sociales, políticos y filosóficos de lo que estaba pasando y, también, a cuestionar “la censura y los cortes de la libertad de expresión”. Durante la pandemia, las personas que estaban en contra de las formas con las que se estaba manejando prácticamente no tuvieron voz en los medios de comunicación masiva. Eso, dice Mazzucchelli, es uno de los temas “más preocupantes de todo lo que pasó y está pasando”. Habla de un discurso único, de una manera monolítica de informar. Y, tras hacer un análisis exhaustivo desde la creación de internet hasta la actualidad, concluye esto: que los grandes medios del mundo, en contraposición con creadores de contenido en plataformas alternativas, como youtubers o blogueros, que cada vez tienen audiencias más grandes, son financiados por organizaciones, filántropos o personas como George Soros, y que con cada partida de dinero que reciben se restringen las cosas que pueden decir.
Mazzucchelli no niega que exista un virus relacionado con el SARS. Lo que sí sabe —porque ha investigado, dice, porque ha leído, porque se ha informado en otros lugares— es que la pandemia, como concepto, fue algo creado y planeado.
—El covid es un evento dentro de la crisis global de la civilización occidental, y del mundo en general, que está transformándose. Yo lo interpreto como un momento en el que la tecnología ya posibilita formas de organización, de economía y de vida distintas a las tradicionales, y los poderes tradicionales se están defendiendo de eso tratando de aumentar el control.
No se proclama antivacunas. No tiene nada en contra de las vacunas, pero tiene claro, eso sí, que la industria farmacéutica privilegia los intereses económicos por encima de la salud. Dice que él no es negacionista, como le han endilgado. Que solamente hay que sentarse a leer e investigar. Que todo es una mentira y que la información para darse cuenta de eso se encuentra, completa, en internet.
—Pienso que hay una resistencia lógica de la mayoría de la gente a aceptar el nivel de mentira en el que vivimos, porque si aceptás eso, se desarma el mundo. Eso explica el escepticismo o el no querer oír.
Entre los colaboradores frecuentes de Extramuros están Diego Andrés Díaz, docente de Historia; Rafael Bayce, profesor grado 5 en la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar; Óscar Larroca, artista visual y ensayista; Mariela Michel, psicóloga, y Fernando Andacht, docente grado 5 en la Udelar, semiólogo y referente, cuyo currículum dice, entre otras cosas, que tiene un doctorado en Filosofía de la Universidad de Bergen, en Noruega; una maestría en Lingüística de la Universidad de Ohio, en Estados Unidos; un posdoctorado de la Universidad Técnica de Berlín, en Alemania; que habla y escribe en alemán, inglés, francés y portugués; que fue docente en la Universidad Católica del Uruguay; en la Universidade Tuiuti do Paraná, en Brasil; en la Universidad de Chile; en la Universidad Nacional de Córdoba, en Argentina, y en la de Ottawa, en Canadá. El 21 de abril de 2021 circuló una foto con su imagen en redes sociales. Se lo ve en una manifestación sosteniendo un cartel que dice: “Mi cuerpo, mi decisión”, y una jeringa tapada por un círculo rojo.
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Tres días después de esa manifestación en Montevideo, el 24 de abril de 2021, en el mismo momento en el que en Uruguay los contagios diarios se contaban de a miles y el número de muertes ascendía cada día, justo cuando el país atravesaba el peor momento de la pandemia, Javier Sciuto, uno de los pocos médicos en manifestarse públicamente contra las vacunas, fue imputado por desacato agravado tras ser parte de una aglomeración en la Plaza San Fernando, departamento de Maldonado. Fue en el marco de la Caravana por la Verdad: encuentros que él y el periodista Fernando Ferreira —uruguayo, 48 años, estudió Comunicación, trabajó como editor en Canal 5 de Montevideo y escribiendo para algunas publicaciones independientes, vive en Paraguay, tiene una empresa consultora y escribió el libro Falsos positivos, con entrevistas a personas que cuestionaron la pandemia— organizaban para recorrer el Uruguay, sentarse en las plazas y hablar con la gente. Lo hacían para contar su versión sobre el covid-19 y todo lo que estaba pasando. Para contar, dicen ellos, la verdad.
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Por fuera es un lugar de paredes negras que dice, en formato muy pequeño, “Consultorio”. Tiene una reja, abierta, y, para entrar, hay que anunciarse, esperar a que abran la puerta y subir unas escaleras. Por dentro es un lugar luminoso de paredes blancas, con distintas habitaciones que huelen a naturaleza.
Mariel Giménez es la persona que le lleva la agenda a Javier Sciuto. Lo conoció en uno de los encuentros de la Caravana por la Verdad y se acercó a él porque no encontraba a ningún médico que tuviera una mirada diferente, que cuestionara, que se atreviera.
Giménez es, también, una enfermera que se fue del sistema. Así se presenta. Trabajaba en Suiza cuando sintió que no estaba cómoda con el funcionamiento del sistema de salud, volvió a Uruguay, estudió medicina china y hace más de veinte años que trabaja de forma independiente.
A finales de 2020 convocó a médicos y terapeutas para formar un nuevo sistema de salud: un hospital en el que hubiera médicos y psicólogos trabajando juntos, de manera integral; en el que los médicos no recetaran medicamentos, salvo los indispensables, y recomendaran a los pacientes hacer yoga, taichí, acupuntura; en el que hubiera un dispensador con dióxido de cloro; en el que las personas se sintieran más escuchadas, más contenidas. Es un sueño, dice, pero por algo hay que empezar.
Giménez trabaja con productos naturales. El principal es la zeolita en polvo: un mineral volcánico puro. “Es un polvo magnético que tiene carga positiva; entonces, cuando lo tomás, atrapa los metales, con carga negativa, que tenemos en el cuerpo, que pueden ser por las vacunas o no, y los va eliminando, te vas limpiando tu ADN, las toxinas; repara los cartílagos, los huesos; se usa mucho para que cicatricen las heridas. Sirve para la gastritis, para el colon irritable, te regula. Y no tiene ninguna contraindicación”.
Como no podía importarla de Chile, la consigue a través de alguien —no dice quién— que la trae al país: viene de un yacimiento de Rumania y es procesada en Alemania. Dice que está muy estudiada, que se utilizó en Chernóbil para sanar los efectos de la radiación, pero que la bibliografía al respecto está en alemán o en inglés. Que el que está trabajando en traducir ese material y en estudiar la zeolita es Sciuto, médico especializado en bioestadística, 51 años, tres hijos, nacido en Montevideo, imputado por desacato en una plaza en Maldonado.
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Pedro, 56 años, es deportista y saludable, sale a nadar en cualquier época del año, intenta estar en contacto con la naturaleza, lleva una dieta sana. Consume zeolita como una forma de “sacar los metales pesados del organismo”, como una manera de limpiarse, de prevenir. Dice que en todas partes hay metales que ingresan al cuerpo sin que nos demos cuenta. En la pasta de dientes, por ejemplo. Hasta en el agua.
—Me di cuenta de que la pandemia fue un ataque a la humanidad, a la salud de la humanidad. Y entonces empecé a pensar en algunas cosas. ¿Por qué tenemos que hacer lo que nos dicen? ¿Por qué tenemos que lavarnos los dientes con pasta dental? ¿Por qué nos dicen que si nos descalzamos nos vamos a enfermar, cuando se sabe que es lo más sano que hay, andar con los pies en la tierra? ¿Por qué te dicen que no te expongas al sol, si los rayos del sol no producen cáncer? Es más, quizás lo que produzca el cáncer sean los protectores solares. Todo está impuesto. Fuimos programados para actuar de una manera, para creer en ciertas cosas. Y yo empecé a cuestionarme y extremé los cuidados.
Por eso empezó a consumir zeolita: para extremar cuidados. Fue Mariel Giménez quien lo asesoró. Y es Giménez quien se la vende.
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El consultorio de Javier Sciuto tiene una camilla, un escritorio, una silla, un aparato para medir la presión, un estetoscopio, un mueble en el que hay, a la vista, unos frascos blancos de plástico con una etiqueta en la que se lee la palabra “Zeolita”.
Antes de la pandemia, la vida de Sciuto era otra: vivía en São Paulo, Brasil; tenía una empresa con la que asesoraba a médicos y a laboratorios; daba clases y conferencias sobre bioestadística aplicada a distintas disciplinas, como análisis clínicos, y daba cursos en diferentes instituciones, como la Facultad de Ciencias Médicas de Santa Casa, la Universidad de São Paulo, la Universidad Estatal Paulista y el Hospital Alemán Oswaldo Cruz.
—Estuve en la movida más pesada de lo que es la investigación clínica en Brasil, sin dudas —dice Sciuto—. Yo asesoraba a los laboratorios más importantes del mundo. Hasta que llegó un momento en el que entendí que todo era una farsa, que se estaba mintiendo a la gente, que todo llevaba a la inoculación, y empecé a sospechar.
Antes ganaba, en un día, lo que un médico gana en un mes. Dice que para él hubiese sido más fácil estar del lado de los que apoyaron las vacunas, pero que eso hubiese sido “como ver un asesinato y mirar hacia el costado”. Porque, explica, en 2020 empezó a ver que en Uruguay había pocos casos de covid-19 y que, sin embargo, en Europa o Estados Unidos la gente se estaba muriendo. Entonces pensó: “Esto debería estar matándonos como moscas”. Y se puso a investigar. Leyó sobre las PCR y llegó a la conclusión de que son pruebas que no sirven para nada. Leyó sobre estudios clínicos con ivermectina o dióxido de cloro y llegó a la conclusión de que, como son sustancias muy económicas, los laboratorios boicoteaban sus propios productos que contenían esas sustancias para incentivar las vacunas. Leyó y llegó a la conclusión de que todo lo que sucedía terminaba en la inoculación y, con ella, en más ganancias para los ricos del mundo. Entonces empezó a hablar. Se quedó sin trabajo en Brasil y regresó a Uruguay. Él, sin embargo, está con la conciencia tranquila.
Ahora no utiliza más medicamentos sintéticos, solo naturales: agua de mar, dióxido de cloro, infusiones de hierbas, dietas con probióticos, aloe vera, zeolita. Todo lo que sucedió, dice, le sirvió para abrir los ojos: hoy, por ejemplo, duda de todas las vacunas, porque todas fueron hechas por las mismas personas, no se volverá a inocular, no cree que haya existido un virus, no conoce a nadie que haya muerto por la enfermedad, pero sí sabe de casos que murieron tras darse la vacuna.
Las cifras oficiales dicen que, desde que empezó la pandemia y hasta septiembre de 2022, en Uruguay murieron 7,485 personas por covid-19.
—Un ciclista de diecisiete años, por ejemplo, se dio la tercera dosis y a los días cayó seco. En Uruguay murió mucha gente después de la vacunación.
En julio de 2022, el MSP difundió cifras respecto a la vacunación y al padecimiento en el país: el covid-19 fue, en 2021, la principal causa de muerte entre las personas que no tenían ninguna vacuna; entre las personas con dos o tres dosis, el covid-19 no estaba entre las primeras cinco causas de muerte. El MSP dijo a través de un informe, también, que en 2021 no hubo ninguna muerte atribuible a la vacunación.
—Esto es un crimen, un genocidio. En 2020 murió menos gente que cualquier otro año: 34 000 personas. En los años anteriores el promedio era de 32 000. Qué casualidad que comienzan a vacunar y empieza a morir gente. Porque entre marzo y diciembre de 2021 murieron nueve mil personas más que en ese periodo del año anterior. Esto es un genocidio. Esto forma parte de la Agenda 2030, está clarísimo. Planificaron una pandemia para beneficiar a las grandes farmacéuticas, a los filántropos como Bill Gates o Soros, que están todos metidos en la OMS, en la academia, en las universidades.
La Agenda 2030 de la ONU consiste en diecisiete objetivos de desarrollo sustentable para el futuro del planeta. Sciuto cree que es nefasta. Para combatirla, entonces, el médico y su gente están juntando firmas con el fin de crear un nuevo partido político. Dice que será de personas de a pie, de personas como él. Que tendrá la honestidad como base. Que se llamará Patria Alternativa.
En promedio, Sciuto atiende a cinco o seis personas por día. Los martes lo hace en Montevideo; los miércoles, en Solymar (en Ciudad de la Costa), y los viernes, en Maldonado. Es decir que, en un mes, Sciuto tiene, más o menos, setenta pacientes.
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Jorge Pérez tiene 59 años, es feriante y conoció a Javier Sciuto en 2020, mientras miraba televisión. Habían pasado tres meses desde el comienzo de la pandemia y él, que vive solo, apenas salía de su casa para hacer los mandados. No podía trabajar porque las ferias de Montevideo se habían suspendido. Él dice que se había “comido la pastilla de la pandemia”, que se ponía alcohol en gel y limpiaba el picaporte de la puerta cada vez que entraba, que evitaba ver gente, que tenía un poco de miedo. Hasta que escuchó a Sciuto. Y entonces entendió que era algo armado, que las vacunas están diseñadas para matar gente y que incluso el alcohol en gel tiene sustancias tóxicas que penetran por los poros. Pérez no era antivacunas, pero ahora no se va a inyectar nunca más. Incluso dice que, si un día tiene un problema en un diente, prefiere que se le caiga antes de que un dentista le coloque anestesia. Todo lo que es inyectado, cree, es peligroso. Él quiere morir cuando Dios lo indique, no cuando un pinchazo lo mate.
El 20 de mayo de 2022 dejó de atenderse en salud pública y empezó a hacerlo con Sciuto. Hacía cuatro años que se sentía mal: tenía el abdomen hinchado, la cara pálida, estaba cansado. Los médicos no daban con una solución. Entonces fue a ver a Sciuto que, en plena pandemia, lo examinó sin tapabocas, sin ninguna distancia ni protocolo.
—Me encontró gases y materia fecal en el intestino. Me dijo que empezara un tratamiento con zeolita y dióxido de cloro, que se los compró a Mariel. En veinte días yo cambié, era otra persona, empecé a tener energía, a sentirme bien. Javier y Mariel son dos grandes personas, siempre están atentos para ayudarnos.
Pérez dice “ayudarnos”, en plural, porque Mariel Giménez tiene un grupo de Telegram, Creando Salud, para conversar sobre los resultados y las mejorías de cada uno de los pacientes.
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Es 25 de agosto y, en la ciudad de Florida, en el interior del Uruguay, se está celebrando el acto para conmemorar el aniversario de la Declaratoria de la Independencia.
Son casi las diez de la mañana y todo está listo para empezar. Hay un sol que cubre todas las cosas, el cielo es celeste y limpio. Hay banderas uruguayas, niños y niñas de las escuelas de la ciudad, público, policías, militares, autoridades departamentales. También están el presidente del país, Luis Lacalle Pou; la vicepresidenta, Beatriz Argimón, y todo el gabinete de ministros.
Gustavo Salle lo tenía planeado: iba a venir a Florida, con su gente, a manifestarse a favor del juez Recarey, a quien, tras haber suspendido la vacunación en menores, la Suprema Corte de Justicia abrió un sumario para investigarlo y evaluar su actuación.
Y lo hizo. Ahora, en Florida, grita ante el micrófono: “Estamos acá porque nos obligaron a un encierro, nos obligaron a una vacunación, tienen que estar presos”. Alguien, a su lado, sostiene un parlante. Otro grita: “¡Salle, presidente!”. Él habla sin parar. Apenas frena para tomar aire. Vocifera ideas sobre la pandemia, sobre la vacunación, sobre la Agenda 2030, sobre el Evento 201, sobre el Foro de Davos, sobre la élite mundial, sobre el poder hegemónico. Cuando alguien grita algo que a él le parece que está fuera de lugar, aleja el micrófono y dice: “Con respeto, muchachos, siempre con respeto”.
Frente a él y a sus seguidores, que tienen banderas de Identidad Soberana, el partido político para el que están juntando firmas y que él lidera, hay un cordón policial. Salle mira al policía que tiene enfrente. Sonríe. Le dice que no se preocupe, que no se van a descontrolar. Y sigue gritándole al Gobierno: “Todos ustedes trabajan para el narcotráfico y para el Foro de Davos, para el poder mundial, entregaron el alma del pueblo”. Se detiene. Se saca el buzo. Se levanta las mangas de la camisa. “Agendistas, desde cuándo un Gobierno le miente a su pueblo”.
Los políticos, desde el escenario, apenas lo miran. Hacen como si no estuviera. Sin embargo, la voz de Salle se escucha con más potencia que sus discursos.
Entonces suena el himno nacional. Salle pide silencio. Baja el micrófono. Junta las manos al frente y canta con toda la voz, con todo el cuerpo. Después de la última estrofa, aplaude. Después del aplauso, alguien le acerca otro parlante aún más grande. Él toma los dos juntos y dice por qué están allí: “Justicia para el juez Recarey. Aprendan del fallo de Recarey, el mejor fallo en la historia del Uruguay. Ustedes están llevando a cabo una inoculación ilegal. Den la cara. Den la cara”.
Al otro día, los medios dirán que el acto se realizó entre protestas, que Salle lo interrumpió, que apuntó contra el presidente y contra el ministro de Salud Pública, que los antivacunas reclamaron justicia para Recarey. Entonces ellos —Salle, el movimiento antivacunas, sus seguidores— tendrán una sensación, pequeña, de triunfo: están molestando al sistema.
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