La película Cassandro, recién estrenada en Prime Video, es un biopic del luchador exótico del mismo nombre. Su mayor acierto es la ambivalencia: inventamos un personaje para poder ser nosotros mismos —la ficción no es mentira, sino que libera y crea nuestra realidad—, sin embargo, ese personaje también puede volverse hagiográfico y unidimensional; cuando eso sucede nos encerramos en otra ficción que nos presenta como estatuas.
Saúl es un joven luchador que pelea con un nombre gris: el Topo —mucho antes de convertirse en Cassandro—. En el afán de derrotar a un luchador de Juárez al que no soporta, se alía con una entrenadora llamada Lady Anarquía. Además de prepararlo físicamente, ella le aconseja que deje atrás la máscara y se lance al cuadrilátero como parte de los exóticos, personajes de la lucha libre que el público repudia por afeminados y que funcionan como comparsas.
Saúl lo tiene claro: el problema es que los exóticos nunca ganan. Son villanos en una cultura machista. No es fácil ser un muchacho homosexual en los años noventa en la frontera, pero Saúl quiere hacerse camino en el mundo como si este fuera una metáfora del cuadrilátero.
Creció viendo las luchas con su padre y las telenovelas con su madre. Justamente, una novela venezolana llamada Kassandra le entrega la inspiración para un nombre. Solo entonces Saúl concibe el personaje con el que habrá de conquistar un sitio en la lucha libre. En su siguiente pelea el público espera la aparición del Topo y quien sale al cuadrilátero es Cassandro.
Esta sería la premisa de Cassandro, película dirigida por Roger Ross Williams y protagonizada por Gael García Bernal. Tras ser estrenada en el Festival de Sundance, la historia basada en la vida del luchador exótico nacido en El Paso llega a Prime Video respaldada por calificaciones favorables y un reparto que incluye a Roberta Colindrez, Joaquín Cosío y Bad Bunny.
A medio camino entre la película deportiva y el coming of age, Cassandro muestra el ascenso de un luchador homosexual que confecciona sus vestuarios a partir de las prendas de su madre y que desconcierta a sus contrincantes con sus ademanes y sus albures. Aunque la forma en que Cassandro derriba los prejuicios del público que asiste a las luchas es notable, acaso lo más llamativo de la película es la relación que Saúl desarrolla con el personaje que creó.
“Si Cassandro estuviera aquí, te diría muchas cosas”, dice Saúl a un hombre que le atrae en un arranque de audacia. Pronto el personaje con el que sube al ring se convierte en el vehículo de su valentía y de sus deseos, el que no esconde su diferencia sino que se enorgullece de ella.
Si el Topo, primera encarnación de Saúl en el cuadrilátero, era gris y desgarbado, Cassandro irradia simpatía y sinceridad. En su autobiografía La chica del grupo (Contra, 2015), Kim Gordon, bajista de Sonic Youth, dice que para ella salir al escenario “tiene mucho que ver con ser valiente”. Y añade: “La gente paga para ver a otros creer en sí mismos”.
En Cassandro podría inferirse que es esta confianza beatífica lo que permite que la muchedumbre de las gradas pase del rechazo a la admiración. Cassandro pierde su primera pelea contra aquel luchador de Juárez al que detestaba. En cambio, gana algo mucho más importante: al público.
El conflicto entre identidades es un asunto viejo entre los superhéroes, de donde ha abrevado la cultura de la lucha libre. Un ejemplo icónico se encuentra en la escena romántica de Spider-Man 2 (2004), donde Mary Jane levanta la máscara de Spider-Man para besar a Peter. En el caso de esta película, cuando Saúl se harta del rechazo, Cassandro es el temerario; cuando Saúl quiere enaltecerse a sí mismo, dice que Cassandro es valiente y divertido.
Cassandro se convierte en aquello que Saúl no puede ser: el primero exhibe con orgullo su feminidad, el segundo esconde a sus amoríos; el primero vive para arrancar aplausos a los asistentes, el segundo vive perseguido por el fantasma de su padre.
Esta dualidad entre Cassandro y Saúl llega a incomodar a quienes lo rodean, pues evidencia sus propias flaquezas: “No me gusta cuando hablas de él como si fuera una persona real”, le reclama un personaje cuando Saúl menciona a su alter ego.
El juego de espejos refleja especialmente a los demás personajes masculinos, desde los amantes de Saúl que se niegan a abandonar el clóset hasta el padre del protagonista, quien mantuvo dos familias paralelas por lustros: a medida que avanza la película, Saúl descubre que él no era el único que recurría a un disfraz.
“La máscara de la masculinidad me está usando a mí”, canta el grupo de punk Idles en “Samaritans”. Saúl la abandona de forma literal al renunciar a la máscara del Topo. La irrupción de Cassandro es una liberación. No en balde llega a subrayar el peso del adjetivo que acompaña a su profesión: la lucha es libre.
Otro paralelismo que permea gran parte de la película es Juan Gabriel, quien de forma semejante convirtió a su personaje musical en la versión más fidedigna de sí mismo. Además de compartir ubicación geográfica, el Divo de Juárez también llegó a la conclusión de que los agravios de su vida comenzaron con los de su madre; y tanto el luchador como el cantante se impusieron como primera meta recompensarlas por sus sufrimientos.
En su momento de mayor lucidez, Cassandro confronta a un padre ultrarreligioso y a un hijo homosexual para revelar que ambos usaban estrategias similares para esconder lo que la sociedad rechazaba de cada uno. Paradójicamente, esa hermandad no borra el dolor de un rechazo que podría resumirse en un verso de “Father Time” de Kendrick Lamar: “Porque todo lo que él no quería era todo lo que yo era”.
Por el contrario, los momentos en que más flaquea la película ocurren cuando las vicisitudes de Saúl y Cassandro se tornan en hagiografía. Dudo si era indispensable colar una escena donde un adolescente que recién salió del clóset agradece al personaje de Gael García por ser un estandarte de la comunidad LGBT. Para colmo, el encuentro ocurre durante un programa de televisión. El joven muestra ante la cámara una figura de plástico de Cassandro y menciona que su papá, también presente en el público, lo acepta y apoya.
El problema de dicha escena no es solo la cursilería, sino que anula el juego de desdoblamientos entre Saúl y su alter ego. Al eliminar la dinámica entre las dos caras del personaje, el luchador conflictuado se convierte en una estatua sin matices.
Así como los santos alcanzan el cielo tras una vida de martirios, algunas biopics deslizan la idea de que las desgracias son soportables —incluso justificables— si el protagonista es recompensado por el destino. Dicha estrategia narrativa con frecuencia sacrifica la profundidad del personaje y la historia se torna unidimensional. Cassandro no necesitaba introducir una moraleja para conmover.
Al final, se trata de una película deportiva y estas suelen terminar con una victoria. En este caso, el triunfo es metafísico: llega cuando Saúl se quita la máscara de la masculinidad y revela a Cassandro. El triunfo ocurre no solo porque venza a los demás, sino porque deja de pelear consigo mismo.