A pesar de haber sido declarada Área Natural Protegida hace algunas décadas, la Sierra de Guadalupe enfrenta varias amenazas como la construcción de asentamientos irregulares y la introducción de flora exótica. Ante el abandono por parte de las autoridades estatales, esta cadena montañosa ubicada en el centro de México es cuidada por los habitantes organizados de los municipios que la rodean.
“Casi todos le llaman ‘los cerros’”, dice Daniel Granados. Todo es pasto, árboles y magueyes. Ningún letrero anuncia que esto se llama la Sierra de Guadalupe y es un Área Natural Protegida. Al menos no en esta zona del municipio de Ecatepec de Morelos, Estado de México, donde se encuentra el cerro Ehécatl, a quince minutos del palacio municipal. Tal vez sea por la falta de señalamientos que la mayoría de los ecatepenses lo ignora.
Esta fría mañana de noviembre de 2023, Daniel Granados —sociólogo por la UNAM y ambientalista— y Erick Moreno —también ambientalista desde hace más de una década— recorren la zona que han visitado durante años. “A la gente se le hace fácil venir con sus perros sin correa, sin bolsa para recoger sus desechos; se le hace fácil venir a tirar su basura, sus cosas de brujería; venir a plantar magueyes y sacar pulque para su propio beneficio”, sentencia Granados, quien es presidente y fundador del Grupo Ambientalista Sierra de Guadalupe, A.C., una organización que habitantes de Ecatepec fundaron en 2004 para realizar acciones de cuidado como reforestación y campañas de limpieza dentro del área. Moreno pertenece al mismo grupo desde 2012.
La Sierra de Guadalupe es una cadena de montañas de origen volcánico, cubiertas de bosques de encinos, pastizales, cactáceas y planicies donde predominan los matorrales, el copal y el huizache. En este espacio coexisten hasta cuatro ecosistemas: el bosque de encino, el matorral Xerófilo, el pastizal y el bosque inducido de pino. Además, es hogar de más de 150 especies que van desde lagartijas, serpientes de cascabel; aves como el cernícalo americano, el correcaminos, los carpinteros, gorriones y golondrinas; hasta mamíferos como el tlacuache, el coyote, el zorro, el zorrillo, la comadreja y el gato montés; pero muchos de ellos son víctimas de jaurías de perros ferales —que a su vez son víctimas de envenenamientos— o del tráfico ilegal, como reportó el diario Reforma en agosto de 2022. La sierra es un área de protección ambiental rodeada por una mancha de concreto gigante. Poco queda del paisaje natural retratado por José María Velasco y Eugenio Landesio a finales del siglo XIX, ya que en los últimos cincuenta años la Sierra de Guadalupe se ha quedado sin árboles ante el crecimiento descontrolado de la urbe. Un espacio verde único entre los municipios de Coacalco de Berriozábal, Ecatepec de Morelos y Tlalnepantla de Baz, que no cuentan con ningún otro sitio de conservación ambiental.
“Hay apropiación de espacio. En mi tesis [de licenciatura] lo que manejo es que la sierra, al no tener un control, leyes, reglamento, ni límites claros, la gente está abusando del espacio de manera descontrolada”, dice Granados, a quien le preocupan los nulos cuidados y difusión sobre la importancia de este ambiente natural. “La gente local no ve esa área natural. Si preguntas a las personas te dicen ‘pues yo veo pelón [sin árboles], entonces voy a invadir, entonces voy a generar mi casa porque me lo están vendiendo muy barato, aunque sea ilegal’. Y a eso le sumamos el desinterés de las autoridades. Ahí empieza la problemática”.
Los pies ágiles de Granados siguen un trayecto calculado, donde sube rocas, evita árboles y plantas, cualquier traspié le provocaría una caída fatal. Vestido con un cortavientos rojo, pantalón de mezclilla y botas de senderismo, Granados sigue un camino que ha recorrido durante años pero no deja de sorprenderse por la vista que ofrece, por la dificultad de algunos tramos del recorrido y porque en algún momento del paseo se encuentra con una lápida rota que alguien decidió abandonar en la sierra. En su cabello se asoman algunas canas, pero su condición física le permite hablar y ascender por senderos empinados sin dificultad.
“Hay que poner orden. Nadie quiere hacerlo, pero es necesario”, dice. Es necesario que alguien se atreva a proteger la Sierra. Él se esfuerza por conseguirlo, porque no son pocas las amenazas que acechan: “incendios forestales, invasiones, mal uso del espacio, intervenciones basadas en el conservacionismo”.
Moreno asciende con la misma habilidad que Granados, pero en contraparte es callado. Muy callado. Con chamarra y pantalón de mezclilla, botas, sombrero y una mochila donde carga agua. Cada tanto fotografía árboles enfermos o alguna lagartija para llevar el registro de las especies que se encuentran en el Ehécatl.
Al pie del cerro, Granados se detiene un instante y señala unos árboles grandes, ligeramente verdes todavía, que se mecen con la brisa mañanera de noviembre. “Toda esta zona no estaba. La reforestamos para marcar, para decir ‘aquí ya no se meten cabrones’. Si destruyen, destruyen árboles. Son como trescientos los que plantamos. Un esfuerzo de diez años, ahí antes había tres árboles nada más”.
Área natural ¿protegida?
Según datos del Programa de Manejo del Parque Estatal Sierra de Guadalupe, a este conjunto montañoso lo conforman más de cinco mil hectáreas distribuidas entre los cerros de Guerrero, Ehécatl, Zacatenco, Pico del Águila, Moctezuma, Cerro Gordo, Chiquihuite, Tenayo y Tepeyac. Gran parte de la sierra es administrada por el gobierno del Estado de México, ya que el territorio que corresponde a la Ciudad de México apenas abarca una superficie de 633 hectáreas. Su nombre proviene del mito guadalupano de Juan Diego: un indígena novohispano que todos los sábados caminaba desde su casa, en Cuautitlán, Estado de México, hasta Tlatelolco para ir al catecismo, y al que —de acuerdo al Huey Tlamahuizoltica, publicado en 1649 por el sacerdote Luis Lasso de la Vega— la Virgen de Guadalupe se le apareció en el cerro de Tepeyac en varias ocasiones entre los días del 9 al 12 de diciembre de 1531.
El interés por salvaguardar la sierra nace en 1923, cuando fue declarada Zona de Protección Forestal; años después, en 1976, por decreto del gobierno del Estado de México se convirtió en un Área Natural Protegida, lo que implicó que la zona fuera administrada por el gobierno estatal, con un plan de preservación y restauración del ecosistema. En aquel momento, la superficie de la sierra era de 6 322 hectáreas. Para 1999, cuando se publicó el Programa de Manejo del Parque Estatal “Sierra de Guadalupe”, la superficie se había reducido a 5 306 hectáreas.
La última cifra oficial sobre su extensión proviene de 2013, con una actualización del Programa de Manejo, donde se menciona que la superficie ahora es de 5 293 hectáreas. Para la elaboración de este artículo se solicitó información actualizada a la Secretaría de Medio Ambiente del Estado de México a través del Sistema de Información Pública de Oficio Mexiquense, sin obtener respuesta. Sin embargo, actualmente se está desarrollando una nueva actualización, que la propia Secretaría del Medio Ambiente del Estado de México aún no ha publicado, pero a la que Gatopardo tuvo acceso, donde se informa que del total del área protegida de la sierra “5.61% presenta asentamientos humanos irregulares, infraestructura, agricultura de temporal y nopaleras”.
Los diferentes atlas de riesgo elaborados por los municipios mexiquenses coinciden en que la pérdida de hectáreas se debió a la creación de asentamientos irregulares en las faldas de la Sierra de Guadalupe. Esta invasión se aprecia a simple vista, principalmente en las zonas cercanas a la Ciudad de México, donde las edificaciones están a punto de cubrir la cima de los cerros; como sucede en San Andrés de la Cañada, Ecatepec, y en otros casos, quizá más famosos, como los cerros de El Tenayo y del Chiquihuite, ubicados entre el municipio de Tlalnepantla y la alcaldía Gustavo A. Madero. “Se perdieron de 1976 a 1996, un total de mil hectáreas, que en su momento fueron decretadas originalmente en esta Área Natural Protegida y básicamente esa pérdida de superficie de conservación fue por el crecimiento, por la expansión de la mancha urbana”, declaró Pedro Flores Marker, el anterior coordinador general de Conservación Ecológica de la Secretaría de Medio Ambiente del Estado de México, a Milenio en 2021.
“¿Área Natural Protegida?, ¿este cerro? No sabía, la verdad”, dice Delia Hernández, una mujer de cincuenta y dos años, mientras barre la banqueta de su casa ubicada en la colonia Vista Hermosa, Ecatepec, una de las localidades que se encuentra en las faldas de la sierra. “Nosotros no somos de acá, venimos de Hidalgo. Llegamos en los noventa y todavía no estaban todos los servicios; pavimentaron como en el 2000”. Ahora, explica Hernández, ya tiene todos los servicios, menos el de agua. Tienen que pedir pipas para poder bañarse, lavar la ropa o los trastes donde cocina y come su familia. Aunque su hogar, de dos pisos y de paredes color rosa, está a unos metros de la barda perimetral que resguarda la Sierra de Guadalupe, ella desconocía que ese “cerro” era importante para mantener la flora y fauna de esta zona del Valle de México. “Pues si son áreas verdes importantes, deberían limpiar toda la basura que viene a aventar la gente”, arguye.
Asentamientos en la sierra
El crecimiento de la mancha urbana dentro de la zona que pertenece a la Ciudad de México fue documentada por Norma Alicia Bravo Mosqueda en su tesis de licenciatura Los asentamientos humanos irregulares en la Sierra de Guadalupe, en Cuautepec Barrio Alto, reportaje. Bravo Mosqueda menciona que debido al crecimiento poblacional que sucedió en la capital y en el Estado de México a partir de los años setenta y ochenta, comenzaron a fundarse “colonias populares, conjuntos habitacionales y el desbordamiento [fue] hacia la periferia, alcanzando las faldas de los cerros que conforman la Sierra de Guadalupe —donde actualmente se localizan importantes asentamientos irregulares—”.
No existe una fecha precisa que pueda indicar la fundación de estas colonias irregulares, asegura Bravo Mosqueda, debido a que la población de la sierra fue gradual. No todos los terrenos se adquirieron al mismo tiempo, no todas las casas se construyeron en un solo periodo. Sin embargo, señala un acontecimiento que contribuyó al crecimiento exponencial de asentamientos irregulares, al menos en la zona que pertenece a la Ciudad de México: el decreto de expropiación de 485 hectáreas de terrenos del ejido de Cuautepec, en la alcaldía Gustavo A. Madero, para convertirla en Área Natural Protegida. “Hay quienes señalan el Decreto presidencial del 16 de mayo de 1990 como un factor que contribuyó a acelerar la invasión de la Sierra de Guadalupe, pues aún cuando en ese Decreto se dictaba la expropiación de terrenos ejidales a favor del Departamento del Distrito Federal para convertirlos en reserva ecológica —zona prioritaria de preservación y conservación del equilibrio ecológico—, las autoridades no lograron frenar la expansión humana, por el contrario, se intensificó el lucro y las ventas ilegales”, escribe.
Muchas de las ventas de terrenos dentro de la Sierra de Guadalupe fueron efectuadas por ejidatarios, que “al no obtener beneficios agrícolas de sus parcelas, prefirieron convertirlas en lotes y comercializarlas a precios relativamente bajos, en comparación con el costo de los predios del área urbana”, explica Bravo Mosqueda, quien consignó un testimonio en su investigación: “‘Nosotros compramos el terreno a un ejidatario llamado Martín Escamilla. En 1991 nos costó cinco mil pesos, pero tuvimos la facilidad de liquidarlo en dos pagos’, señala Paula Velázquez Gómez, habitante del asentamiento ‘La Lengüeta’”.
“Pues, la verdad, yo solo sé que el cerro se llama el Ehécatl”, comenta Daniel Colín, un hombre de treinta y tres años que vive desde hace aproximadamente ocho años en la zona conocida como las Venitas, la calle que precede al área natural protegida. Trabaja junto con su esposa en una pequeña cocina económica en San Cristóbal, el centro de Ecatepec. No suele adentrarse en la sierra. “He escuchado que a veces hay actividades de rapel, tenía un conocido que hace unos años me invitaba, pero nunca me animé a ir”, dice. “Solamente en el tres de mayo, cuando es lo de la Santa Cruz [una procesión religiosa que hacen varias iglesias católicas de la zona], es cuando llegamos a subir”. La casa de Colín es de un piso, el concreto gris se asoma, sin pintura. “Estamos aquí por necesidad, no hacemos daño a nadie. Y hemos pagado por nuestro terreno”, aclara, aunque no se le ha preguntado sobre ese tema. Luego, al hablar sobre el asunto de la basura dice que “quienes vienen a tirar sus desperdicios es gente de otras colonias”.
Un zumbido eléctrico se percibe al recorrer el último tramo de la calle que debe su nombre a las estructuras de acero que sostienen el tendido de cables de alta tensión; en “De las Torres”, colonia Tierra Blanca, se acaba el pavimento e inicia el área natural. “Este cerro de acá es el Colorado, y el de acá al lado, el Ehécatl. No me pregunte por qué se llaman así, porque eso no lo sé. Ya les decían así cuando nosotros llegamos”, explica Guadalupe Islas una mañana fría de enero de 2024; tiene 49 años y es originaria del municipio de Ecatepec. Migró a este lugar a finales de los noventa, luego de vivir en Xalostoc, zona donde se establecieron varias fábricas que fueron responsables del crecimiento poblacional de Ecatepec a mediados del siglo pasado. Para Islas, solo hay dos quejas sobre el lugar donde vive: el agua y la basura. “Es lo que falla mucho, se tiene que pedir pipa entre varios vecinos”, dice Guadalupe. “Desde siempre, nada más cae de vez en cuando. Pasan meses sin caer”. Dos tinacos, situados en el techo de su casa de un solo piso, sirven para evitar que ella, su hermana y dos sobrinos padezcan la falta de agua.
Al igual que Colín, ella asegura que el problema de la basura no es responsabilidad de los habitantes de estas zonas. “La gente de pasada bota la basura aquí; son los propios carros, a veces desde la ventanilla avientan sus bolsas”. Luego de un rato, Guadalupe rectifica, hay más cosas que le gustaría que cambiaran: “La tranquilidad de antes, ahora ya no se puede presumir tanto”. Y también el drenaje. “Ese es el principal, yo sí tengo porque me dejaron conectarme directamente, pero muchos ya no pudieron. Esperemos que eso cambie”.
Muchas de las colonias fundadas en las laderas de la sierra no cuentan con todos los servicios públicos: agua, drenaje y electricidad. Tampoco hay medios de transporte público, aunque en algunas zonas han sido beneficiadas en los últimos años con la construcción de los teleféricos Cablebús y Mexicable. Además, la construcción de casas en zonas que no son aptas para que se edifiquen viviendas conlleva al constante peligro de deslaves o derrumbes. Esta situación se informó en el Atlas de Riesgos del Municipio de Tlalnepantla de Baz de 2014: “una parte del polígono municipal se ubica en zonas montañosas, como el cerro Tenayo y Petlecatl, así como parte del cerro del Chiquihuite, en los cuales, por su geología, se encuentran una gran cantidad de rocas, estas propensas a caer en algún momento”.
Eso fue lo que sucedió el 10 de septiembre de 2021, cuando un alud de rocas del cerro del Chiquihuite sepultó varias viviendas en la colonia Lázaro Cárdenas, Tlalnepantla, y cuatro personas fallecieron. El riesgo permanece. En la actualización del Atlas de 2022, se informó que el gobierno municipal de Tlalnepantla identificó a más de 210 familias residentes de zonas de riesgo: “En todos los casos se les notificó que se encuentran ubicadas en zonas de alto riesgo por amenaza de deslizamiento de ladera, derrumbes y/o caídas de roca”. Pero Tlalnepantla no es el único lugar donde existe este peligro, el Atlas de Riesgo de Ecatepec expone que en las zonas de Viveros Tulpetlac, Las Venitas, Benito Juárez, Cerro Gordo, La Esperanza y Vista Hermosa existe el riesgo de deslizamientos, derrumbes y caídas de roca.
A pesar de los riesgos y el daño ambiental provocado, las construcciones dentro de la sierra continúan. En junio de 2020, Grupo Ambientalista Sierra de Guadalupe —organización a la que pertenece Granados— informó sobre la tala de más de mil árboles para construir una bodega en la parte baja del Parque de Sierra de Guadalupe, municipio de Tultitlán. Y en octubre de 2023, en la zona oriente de Tlalnepantla, vecinos de la colonia Jorge Jiménez Cantú reportaron la posible construcción de viviendas en un predio de la sierra. Gatopardo solicitó una entrevista para abordar estos dos acontecimientos con la actual Secretaría del Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible del Estado de México, pero al momento de la publicación de este texto todavía no se ha obtenido respuesta.
“Cerros horribles”
Daniel Granados recuerda que siempre le gustó la naturaleza, recorrerla y admirarla. Pero admite que desde niño ha escuchado comentarios de desprecio y desinterés hacia la Sierra de Guadalupe, frases como “esos cerros se ven horribles”. Tenía un maestro en secundaria que le decía “en qué feo lugar vivíamos”, porque la escuela estaba a unos minutos del cerro Ehécatl. “Pero a mí estos cerros en vacaciones me permitían subir, distraerme, tener un espacio de recreación”, dice Daniel y advierte: “No debe generarse una atracción dentro de ellos, la mayor atracción es estar en contacto con la naturaleza”.
Mientras continúa ascendiendo por la sierra, Granados encuentra una prueba de ese desprecio que menciona: la piedra Equinoccial, un monolito de origen prehispánico enclavado en cerro Ehécatl. Su función posiblemente consistía en registrar la rotación del sol, según la poca información que existe sobre la pieza que tiene esculpida la figura del sol, ahora cubierta con grafitis. “Antes no estaba así”, dice Granados mientras señala esta piedra que el 21 de marzo, cuando inicia la primavera, congrega a personas para “recargar energía”. El desprecio a la Sierra de Guadalupe, considera Granados, podría explicarse a que es una zona sin vigilancia. “El papel que desempeñó la Sierra por más de treinta años, al formar parte de la periferia, es el convertirse en un vertedero de desechos”, explica el especialista en su tesis. A pesar de que la Sierra de Guadalupe es un Área Natural Protegida, durante años operaron dos basureros dentro de sus hectáreas. El primero en la zona norte, conocido como Ayácatl, en Coacalco de Berriozábal; el segundo, al oeste, en Tultitlán, se llamaba Buenavista.
El primer basurero se creó en el ejido de San Francisco Coacalco, en 1968. Abarcaba más de catorce hectáreas y, según apunta Daniel, “recibían de cuatrocientos a seiscientas toneladas de basura, procedente del Estado de Morelos, Ciudad de México y Tepotzotlán”. Este tiradero, clausurado en 2016, se localizaba a quinientos metros de un pozo de agua, en la colonia Calpulli del Valle, y representaba un importante riesgo de contaminación.
El segundo basurero empezó a funcionar en 1974, sobre un terreno de siete hectáreas que luego se extendió a once. Llegó a recibir hasta 1 405 toneladas de residuos sólidos domésticos, industriales, comerciales y hospitalarios de la Ciudad de México y Morelos. En la última actualización del “Programa de Manejo del Parque Estatal denominado Sierra de Guadalupe”, que todavía no ha publicado la Secretaría del Medio Ambiente del Estado de México, se advierte que a pesar de haberse clausurado en 2013, en este tiradero municipal “aún ahora siguen llegando de manera esporádica camiones llenos de desechos”.
Aunque en la actualidad ambos tiraderos se encuentran clausurados, el daño que provocaron en el suelo de la sierra perdura. El caso más grave es el del basurero de Coacalco, donde la vegetación no crece en la misma proporción ni al mismo ritmo que en los espacios cercanos. Han pasado más de diez años desde que se clausuró oficialmente el último de estos basureros y el gobierno mexiquense no ha saneado el espacio que ocupaban dentro de la sierra.
Caminatas inseguras
César Morales caminó por más de dos horas desde la serranía perteneciente a Ecatepec hasta una estructura de metal, descuidada y rayada con grafitis, a la que se accede por medio de unas escaleras oxidadas. La antigua caseta de vigilancia de guardabosques se ubica a poca distancia de las antenas de Televisa. Desde ahí, Cuautepec, un barrio de la alcaldía Gustavo A. Madero, de difícil acceso vial y con altos niveles de marginación, que nació como un asentamiento irregular, no es más que una mancha gris y lejana. Es una vista que muestra el desbordamiento urbano del norte de la Ciudad de México al amanecer del 14 de noviembre de 2023.
Durante años Morales recorrió la sierra junto a su padre, Javier, quien falleció en septiembre de 2021 a causa del covid-19. Como una forma de rememorar aquellos recuerdos de adolescencia y niñez, César, un joven de veintisiete años, continuó realizando estos paseos hasta que el pasado agosto fue asaltado por tres personas encapuchadas. “Esa vez yo también venía al mirador”, dice en entrevista con Gatopardo. El robo sucedió cerca de la una de la tarde. Cuando estaba cerca de las antenas de Televisa se encontró de frente con una persona que recorría el mismo sendero que él, “traía un pasamontaña negro, pero no hacía frío. Me entró el miedo luego, luego”. De entre los árboles salió otra persona, todo fue muy rápido. “Sacó un cuchillo. Un cuchillo, no una navaja. Era grande”. El primer hombre sacó una pistola de su pantalón y le apuntó. “Me dijeron que no hiciera nada, que pusiera mis manos atrás”, recuerda. Morales puso las manos en la nuca y los asaltantes lo empujaron fuera del sendero para derribarlo. Apareció otro asaltante. Estaba seguro que lo asesinarían. “Yo sí sentía que ‘no, ya aquí quedé’”. A punta de golpes y amenazas le exigieron el número de cuenta y contraseñas del celular, también le robaron una sudadera y la mochila. “Ya está muy feo por acá, para qué arriesgarse”.
En Facebook se han denunciado asaltos similares desde 2017: hombres encapuchados y armados que interceptan a senderistas en el interior de la Sierra de Guadalupe. “Se han detectado a por lo menos dos grupos de presuntos delincuentes, siendo estos los modus operandi más reportados hasta el momento: Los sujetos se hacen pasar por corredores, lo que les permite aproximarse a las personas y una vez elegidas las víctimas, los demás hombres se acercan y las despojan de sus pertenencias. Otros se esconden entre los matorrales y árboles, sorprendiendo a la víctima cuando está distraída o sola”, informó El Sol de Toluca el 5 de mayo de 2023.
Según datos de un programa de ecosistema elaborado en 2021 por la asociación Pronatura México, solo existe una treintena de personas para vigilar un área natural de más cinco mil hectáreas: “Las brigadas están conformadas por personal operativo masculino contando con una plantilla total de treinta y cinco brigadistas de los cuales; catorce son guardaparques que cuentan con vehículos y están organizados en tres brigadas, los veintiuno restantes son caseteros ubicados en estaciones específicas de acceso al parque”.
Un peligro que no pueden controlar los activistas
A pesar de los esfuerzos de organizaciones ambientalistas como la de Granados, que buscan cuidar esta Área Natural Protegida, hay cosas en las que no pueden intervenir directamente. Una de ellas es la reforestación con especies que no son endémicas de las zonas, que realiza el gobierno del Estado de México. Daniel ha estudiado el tema a fondo y considera que la introducción de especies exóticas ha traído problemas a la sierra, ya que estas plantas y árboles no pueden desarrollarse a plenitud, por lo que mueren o provocan plagas.
En algunas zonas, en específico en el municipio de Coacalco, donde la flora de la Sierra de Guadalupe es boscosa, se apostó por crear un espacio que fuera atractivo a los visitantes. “Las especies nativas han sido por décadas subvaluadas, no eran una opción, existía un gran desconocimiento y ceguera, la mirada está puesta en copiar los modelos de los grandes Parques Nacionales de Estados Unidos, sin importar el ecosistema local”, explica Granados. Las autoridades del Estado de México buscaron especies conocidas a nivel mundial y de fácil crecimiento, como el caso del pino y el eucalipto. Una estrategia errónea porque “el pino y el eucalipto no son de aquí, lo único que hay en Sierra de Guadalupe [son] encinos, matorral xerófilo, que son las cactáceas, los magueyes, los nopales y hay áreas de pastizales, con poca vegetación”, dice. “Es muy contrastante porque en Ecatepec [la fauna] es más nativa y en Coacalco todo está intervenido, se ve puro bosque de eucalipto y pino”. Esa diferencia de ecosistema quizá explica que las actividades de corredores y ciclistas suceden principalmente en la zona de Coacalco, donde incluso existe un sendero pavimentado de 32 kilómetros que, aunque fue “creado para el tránsito de vehículos de los administradores y personal de combate de incendios forestales”, ahora se emplea para realizar actividades deportivas.
“La siembra de bosques de eucalipto que se realizó como parte de las primeras acciones de reforestación, perjudicará a esta zona, debido a los múltiples inconvenientes de este árbol. El impacto de su presencia fue inmediato pues crece muy rápido. Pero trae problemas de plagas, desertificación de suelos, competencia con otras especies, acidificación de los suelos”, escribió Granados en La Jornada en 2005. Y eso se ha cumplido. El “Programa de Manejo del Parque Estatal denominado Sierra de Guadalupe” que aún no ha sido publicado por el gobierno del Estado de México le da la razón a Daniel, ya que apunta que de 1 578.53 hectáreas de superficie reforestada en el año 1999, “solo 1 096.94 se reportan como existentes en la presente actualización”. A lo largo de su paseo por la sierra, Erick Moreno muestra y fotografía varios árboles viejos, secos, enfermos, sin follaje.
“La causa que se determinó que afectó la supervivencia de las reforestaciones fue la sequía la cual, de manera adicional, causó la merma en el vigor de los árboles lo que los hizo más susceptibles al ataque de plagas y enfermedades que, en la actualidad, representa un problema adicional que debe ser atendido a la brevedad posible y, además, se encuentra relacionado estrechamente con la introducción de especies exóticas al Parque, siendo una opción viable a implementar la paulatina sustitución de los individuos plantados por especies nativas, preferentemente”, apunta el documento.
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Daniel Granados y Erick Moreno descienden por uno de los senderos de la sierra. Entre las labores que realizan, además de las reforestaciones con especies endémicas y las jornadas de limpieza, también recopilan información sobre la fauna que encuentran y las plagas que enferman a la flora. No son los únicos que dedican tiempo y esfuerzo a cuidar la zona; Franature, Guardianes del Ehécatl, Veredeando y Amigos del árbol, son otros grupos que también actúan dentro de la sierra.
Durante casi cuatro horas, mientras Granados conversaba sobre la sierra, Moreno ha documentado varios copales infestados con musgo, la basura desperdigada en los caminos, las excavaciones ilegales en búsqueda de piezas arqueológicas. “Sobre todo de ídolos es lo que hemos encontrado, y es lo que más se llevan”, explica Moreno.
“Se ha vuelto una moda el visitar espacios naturales. La ‘naturaleza’ se ha mercantilizado. Se sube al cerro, se va a las lagunas, por moda, para correr, caminar, acampar, pasear a sus perros, pero casi siempre se hace un mal uso del espacio”, asegura Granados. “Muy pocas veces se participa en campañas de conservación de estos espacios. Yo no me voy a quedar a seguirle platicando a la gente que la sierra es bonita, que hay que conservarla”.
“Mira, Daniel, ¡un cardenal!”, señala Moreno hacia el ave que se posa en la rama de un huizache y que al instante emprende el vuelo hacia la parte alta de la Sierra de Guadalupe.
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