La civil: la idealización del militarismo en el cine

La civil: la idealización del militarismo en el cine

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Tiempo de Lectura: 00 min

Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
La civil (2022), de Teodora Mihail.

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
La civil (2022), de Teodora Mihail.

El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

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En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Archivo Gatopardo

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

La civil (2022), de Teodora Mihail.

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

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El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
La civil (2022), de Teodora Mihail.

El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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La civil: la idealización del militarismo en el cine

La civil: la idealización del militarismo en el cine

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
19
.
05
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
La civil (2022), de Teodora Mihail.

El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

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En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

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El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
La civil (2022), de Teodora Mihail.

El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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La civil: la idealización del militarismo en el cine

La civil: la idealización del militarismo en el cine

Texto de
Fotografía de
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Ilustración de
Traducción de
La civil (2022), de Teodora Mihail.
19
.
05
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
La civil (2022), de Teodora Mihail.

El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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Esta es una película inspirada en la historia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, que retrata la vida de una madre buscadora. Sin embargo, esta cinta, dirigida por la rumana Teodora Mihai, produce una fantasía de venganza donde los crímenes encuentran su validación. ¿Cómo el cine debería mirar la violencia que vive el país?

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En la última década la representación fílmica del México violento experimentó una transformación siniestra: imágenes de retenes, balaceras y cuerpos colgando de puentes han pasado de ser inevitables recreaciones de una furia cotidiana a convertirse en una norma diluida por el sentimentalismo y la sobreproducción.

A pesar de sus buenas intenciones, los muchos documentales sobre el tema suelen recrear la simpleza del lenguaje televisivo, que tiende a trivializar los temas con su rotación diaria del horror en primer plano. El cine, en respuesta, tendría que actuar desde la autonomía estilística para cuestionar la responsabilidad de realizadores y audiencias frente a la barbarie, pero incluso en la ficción se imponen el convencionalismo y la torpeza. Por suerte, las películas más responsables en ambos rubros, de Tempestad (2016) a Sin señas particulares (2020), han encontrado un público más grande y entusiasta pero, fuera de estas excepciones, todo indica que los cineastas mexicanos no suelen preocuparse por evitar los lugares comunes de la guerra contra el narcotráfico.

La civil (2021), de la directora rumana Teodora Mihai, se estrena en este contexto, inspirada por la historia real de Miriam Rodríguez Martínez, una mujer tamaulipeca que investigó a los asesinos de su hija y logró su arresto, aunque terminó baleada en su casa cuando ellos lograron escapar de prisión. La película conserva de esta tragedia la investigación de la madre desesperada pero se desvía para darnos sus propias conclusiones sobre la acción de los ciudadanos hartos del pasmo institucional.

Mihai narra la historia de Cielo (Arcelia Ramírez), un ama de casa que en un principio se describe a sí misma, en gestos y acciones, como débil. En la primera escena su hija, Laura (Denisse Azpilcueta), le reprocha la obediencia a su esposo, que se fue a vivir con una mujer más joven. “Ya ni siquiera te atreves a pedirle dinero”, le dice a su madre. Cuando la adolescente desaparece y un sicario apodado El Puma (Juan Daniel García Treviño) le exige a Cielo dinero para el rescate, la decisión de hacerse fuerte para salvar a su hija asume una importancia fundamental, pero sobre todo controvertible. Ya volveremos a ello.

La civil tiene denuncias sensatas a lo largo de su primera hora: durante una transacción con los criminales se ve en el fondo el emblema azul del PAN y el eslogan de Morena, “el cambio verdadero”, para señalar la responsabilidad política por los problemas de seguridad en el país. Más adelante la claridad de este símbolo se desborda en obviedad cuando Cielo acude a un ministerio público y escucha a una agente regañar a una mujer por su atuendo, que seguramente le provocó ser violentada. La protagonista es tratada igual por todos los funcionarios que, de ahí en adelante, manifiestan la consabida vocación burocrática de engrosar el dolor.

La civil (2022), de Teodora Mihail.
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El estilo de Mihai y la actuación de Ramírez compensan este didacticismo con afectividad. Cielo es filmada por una cámara al hombro que registra, las más de las veces, su rostro afligido, expectante, horrorizado, furioso y contenido. Como en el cine de los hermanos Dardenne, las imágenes nos mantienen cerca de ella para padecer su incertidumbre mientras sigue a los criminales en lentas persecuciones filmadas desde su coche. Sin embargo esta empatía devenida en suspenso esboza un primer problema de La civil, que el director Michael Haneke condenó en Schindler’s List (1993), de Steven Spielberg. Al igual que otros colegas y críticos, el cineasta austriaco encuentra abyecta la escena en la que unas regaderas, que parecen a punto de liberar Zyklon B, sueltan agua, para el alivio de un grupo de prisioneros judíos en Auschwitz. La representación de una masacre real no debería entretener a un público que no pierde nada con la resolución del suspenso, a diferencia de los personajes históricos. ¿Por qué deberíamos compartir la incertidumbre de Cielo si nosotros no buscamos a nuestros hijos? Esto sería un aspecto discutible de una película por lo demás ética si no fuera porque La civil expresa la fuerza como solución al crimen.

Miriam Rodríguez Martínez hizo una labor detectivesca para conseguir información y cargaba una pistola para defenderse pero no mató a nadie; al contrario, con el Colectivo de Desaparecidos en San Fernando fundó una comunidad que buscó la justicia desde la participación ciudadana. La civil, en cambio, nos muestra cómo Cielo se fortalece con violencia. Si en las primeras escenas parece endeble, mientras que Gustavo (Álvaro Guerrero), su esposo, ocupa el rol dominante, los papeles se invierten de forma perturbadora cuando ella conoce al teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), un militar recién llegado a la zona que acepta ayudar a Cielo.

En su primera colaboración, la protagonista le da a Lamarque datos que provocan la captura y el cruel interrogatorio de un par de mujeres. Mihai evita las imágenes de tortura pero no parece condenar a los militares por burlarse de las cautivas cuando exigen respeto a sus derechos humanos. De hecho, una vez tras otra, la violencia al margen de la ley da resultados y la sutileza con que son representadas las balaceras y el sadismo parece menos una aproximación ética a la imaginería de la guerra contra el narcotráfico que un intento de encubrir los crímenes de Cielo y los soldados.

El lenguaje simbólico y las moralizaciones de La civil sostienen esta impresión al subrayar las acciones de la protagonista como una forma de adquirir agencia: un camaleón aparece un par de veces para representar la transformación de Cielo, que culmina en una escena donde ella se baña y se corta el pelo después de participar en una ejecución. La mujer nueva, fuerte, es la que castiga a los criminales y a la comunidad que cobardemente les ayudó a secuestrar a su hija. Sólo una escena donde la madre de un sicario llora y grita por su hijo cuestiona las acciones de Cielo pero el cinismo excesivo del muchacho intenta borrar la empatía que pueda sentir la audiencia por él y su familia. Nadie, más que la protagonista, parece tener justificación, y la película cae en el maniqueísmo del bien y el mal.

Esa misma dicotomía es la que ha validado la militarización del país y la decadencia de las fuerzas armadas, que a menudo se han visto envueltas en casos de corrupción. La civil no cuestiona en absoluto al ejército y más bien ve en la tortura y las detenciones ilegales un sinónimo de justicia. Más que un homenaje a Miriam Rodríguez Martínez y a las madres que buscan a sus hijos, Mihai ha producido una fantasía de venganza donde los crímenes del estado encuentran su validación.

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