The Holdovers': Hollywood regresa a los clásicos de invierno

The Holdovers': Hollywood regresa a los clásicos de invierno

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Tiempo de Lectura: 00 min

El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Seacia Pavao / © 2023 FOCUS FEATURES LLC

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

Mira el trailer de la cinta de Alexander Payne, The Holdovers:

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

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Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Seacia Pavao / © 2023 FOCUS FEATURES LLC

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

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Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

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The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

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Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

Mira el trailer de la cinta de Alexander Payne, The Holdovers:

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The Holdovers': Hollywood regresa a los clásicos de invierno

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

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La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

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The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

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La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

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Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

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Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

Mira el trailer de la cinta de Alexander Payne, The Holdovers:

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The Holdovers': Hollywood regresa a los clásicos de invierno

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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El director Alexander Payne regresa al cine de Frank Capra y Hal Ashby mediante la historia de un profesor obligado a cuidar a sus alumnos durante la Navidad. Aunque termina en aventuras humorísticas, la película se orienta más que nada a un tierno encuentro entre los personajes y una posibilidad de futuro para una industria cinematográfica en caos.

Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

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The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

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Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

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Tal vez parezca contradictorio —o de hecho lo sea— preferir unas nostalgias sobre otras, pero me aferro a ello. Cuando escribí acerca de Everything Everywhere All at Once (2022) hallé una trampa que representaba las formas de consumo en la posmodernidad, es decir, me pareció que evocaba las películas de acción hongkonesas y el cine romántico de Wong Kar-wai para crear una identificación con espectadores que la declararían un manifiesto cinéfilo, aunque en realidad esté más hermanada con el cine de multiversos. En cambio, cuando he escrito de cineastas jóvenes, como James Vaughan o Ted Fendt, me ha sido muy satisfactorio verlos regresar al estilo de Éric Rohmer, que emergió en los años cincuenta para convertirse en uno de los grandes revolucionarios de los sesenta y ha producido una importante cantidad de descendientes hoy. La diferencia fundamental entre cada nostalgia es la intención: comercial, en el primer caso, y subversiva en el segundo.

En medio de estas dos tendencias aparece otra rama que también me entusiasma: la de los autores consagrados que voltean a los clásicos, ya sea Martin Scorsese, influenciado por los westerns de su infancia en Killers of the Flower Moon (2023); Steven Spielberg, recordando a Cecil B. DeMille y John Ford en The Fabelmans (2022), o ahora un cineasta de la generación posterior, Alexander Payne —recordado principalmente por las comedias Election (1999) y About Schmidt (2002)—, que con The Holdovers (2023) evoca el optimismo navideño de Frank Capra y del Hollywood de finales de los sesenta.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

The Holdovers deja clara esta intención apenas en los créditos, que usan el logo sesentero de Universal Pictures para luego dar paso a la clasificación R —solo para adultos— como se hacía en aquellos años. Defiendo esta nostalgia porque, ante la hegemonía de las superproducciones basadas en cómics y juguetes, recordar los clásicos propone una vuelta a la generación egresada del cine mudo —y sus sucesores inmediatos— que supieron conmover al público, divertirlo, mientras exploraban el lenguaje fílmico entre los rígidos parámetros de la industria clásica y las libertades excepcionales de finales de los sesenta. En Hollywood abundaban los revolucionarios populares entonces, así como ahora escasean, y bajo su influencia Payne enfrenta estos tiempos sin imaginación con las lecciones aprendidas de sus maestros.

La trama de The Holdovers sigue las convenciones del cine navideño, popularizadas en buena medida por It’s a Wonderful Life (1946), de Capra, que muestra un ideal comunitario de personas tan acostumbradas unas a otras que se ven con indiferencia pero que, motivadas por las idealizaciones decembrinas, se redescubren mutuamente. La intimidad, la solidaridad, el acto de escucharse y entenderse, les devuelve la complejidad humana y la gratitud por convivir. En The Holdovers, Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de historia antigua despreciado por su inflexibilidad es forzado a quedarse durante las vacaciones navideñas en el prestigioso internado en el que da clase, para cuidar de los alumnos abandonados por sus familias. Entre ellos está el buscapleitos Angus Tully (Dominic Sessa), rezagado porque su madre prefiere tener su luna de miel con el nuevo esposo que su hijo desprecia, y a ellos se suman dos trabajadores: la jefa de la cocina, Mary (Da'Vine Joy Randolph), que atraviesa el luto de haber perdido a su hijo, y Danny (Naheem Garcia), el conserje, que parece enamorado de Mary.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

Considerando su devoción por el Hollywood clásico y los años sesenta, que vivió de niño, es fácil percibir que Alexander Payne se conduce como el más clasicista de los directores en la revuelta del llamado Nuevo Hollywood: Hal Ashby. A diferencia de directores más jóvenes, como Scorsese o Brian De Palma, Ashby no se propuso hacer grandes referencias al cine francés o a manipular el lenguaje fílmico de manera vistosa. En sus películas los personajes principalmente conversan, al igual que en el cine clásico, y atraviesan historias contraculturales, como la del amor entre una anciana y un adolescente en Harold and Maude (1971), o la amistad que surge entre un marino en desgracia y sus revoltosos custodios navales que lo llevan a prisión en The Last Detail (1973). Alexander Payne podría quedarse en los guiños cumplidores a la época de Ashby, como los créditos, o el color y la textura de The Holdovers, que simula el celuloide de los sesenta, pero en su estilo vemos, por ejemplo, que el zoom va y viene para situar a los personajes en sus espacios, como en el cine de Robert Altman, y sobre todo encontramos un interés humano enterrado hoy bajo efectos especiales y carisma de plástico: un genuino regreso en el tiempo que descubre en el rostro, la calidez y el humor una disminuida esencia del cine.

Cuenta Scorsese que en alguna filmación John Ford fue cuestionado por un colaborador que no encontraba nada que filmar en la locación; Ford le respondió: “Podemos filmar la cosa más interesante y emocionante en el mundo entero: el rostro humano”. Alexander Payne parece guiado por esta lección desde películas como About Schmidt, Nebraska (2013) e incluso la fábula de ciencia ficción Downsizing (2017): Jack Nicholson, Bruce Dern, y la pareja de Matt Damon y Hong Chau representan el mayor espectáculo de cada película. En Downsizing los protagonistas incluso rebasan, gracias a su ternura, la loca trama sobre ahorrar recursos en la Tierra encogiendo a los pobres.

En The Holdovers la turbulencia de Paul, Angus y Mary se materializa, naturalmente, en el trato con los demás y sus arcos narrativos, pero sobre todo en un trío de primeros planos en los que todo el desconsuelo o la furia se vierten en forma de un paisaje delineado por los gestos. Paul tiene su plano estelar cuando descubre que una mujer a quien se siente atraído tiene pareja; Angus, tras reencontrarse con un fantasma vivo, y Mary, cuando el recuerdo de su pérdida se atraviesa en una fiesta. Para Payne, como para muchos directores clásicos, las personas son un misterio intuido en la expresión facial y descubierto en la interacción que los deja ver al fin como amigos.

The Holdovers, Universal Pictures (2024).

La trama del guionista David Hemingson se mueve de la exterioridad caricaturizada, de la otredad incomprensible que nos hace burlarnos de ciertas personas o evadirlas, al corazón de la soledad en que vive cada protagonista, y de ahí a la compasión de ceder mutuamente: unos y otros se abren y se compadecen. Aunque en un principio Paul, Angus y Mary se ven con desconfianza y, en algunos casos, desprecio, un viaje lleno de eventualidades, como el de The Last Detail, va debilitando sus fachadas. Alexander Payne le da un contenido político a este movimiento al permitirle a Paul exhibir su intolerancia ante los prejuicios de sus estudiantes privilegiados, y a Mary explorar la impotencia de haber dejado a su hijo ir a Vietnam con tal de conseguir una beca universitaria. Las penas de cada personaje son sutilmente expresadas como las de una sociedad hostil, conflictiva, en la que acercarse ayuda pero no basta, porque la amistad que brota entre los extraños es insuficiente para transformar el mundo. El optimismo de Payne es más moderno que el de sus influencias más antiguas; más cercano al de Hal Ashby, que siempre entendió la gentileza como una excepción.

Si bien The Holdovers llega tarde a México para la temporada navideña, aterriza justo a tiempo para enfrentar la crisis de la imaginación en Hollywood. Ante los primeros fracasos consuetudinarios en taquilla del cine de superhéroes a lo largo de 2023, Alexander Payne nos propone que el camino al futuro es voltear a lo clásico para encontrarnos de nuevo con las posibilidades más fraternas del cine y, más importante aún, con nosotros mismos.

Mira el trailer de la cinta de Alexander Payne, The Holdovers:

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