Tiempo de lectura: 9 minutosHoy es el estreno en América Latina de la película Encanto de Disney, la sexagésima de sus estudios de animación, que está inspirada en la cultura y diversidad de Colombia. Cuenta la historia de la familia Madrigal, en la que cada integrante posee un don mágico a excepción de Mirabel, la protagonista. El 3 de noviembre se realizó una función especial en El Capitan Theatre de Los Ángeles, a la que asistió el equipo en pleno: los directores Byron Howard, ganador del Óscar a Mejor Película de Animación por Zootopia (2016), y Jared Bush; la codirectora Charise Castro Smith, encargada del guion junto a Bush; y los actores, colombianos o de ascendencia latina, que dieron voz a los personajes. El 19 de noviembre salió la banda sonora, compuesta por Lin-Manuel Miranda y Germaine Franco.
Finalmente, el 22 de noviembre fue el preestreno en el Teatro Colón de Bogotá, cuya entrada, evocando al filme, estaba cubierta con una enorme cantidad de flores. El 24 de noviembre la artista Ledania, comisionada por los estudios, pintó un mural en el centro de Bogotá con su reinterpretación de la historia. Ese mismo día los cines del país anunciaron los horarios de hasta veinte funciones por sala y en Colombia se escribieron 42 mil tuits sobre la película Encanto de Disney.
Pero Encanto empezó mucho antes, al menos hace cinco años, cuando los directores Byron Howard y Jared Bush, con una larga trayectoria en animación, llamaron a Lin-Manuel Miranda, que también había trabajado en Disney, para hacer otra película. Tenían dos cosas claras: sería un musical y hablaría sobre la familia. Poco después pensaron que podría situarse en Latinoamérica y viajaron a Colombia. Recorrieron Bogotá, la mina de sal de Zipaquirá, el eje cafetero, Cartagena y San Basilio de Palenque, el primer pueblo libre de América, patrimonio cultural e inmaterial. En fotos, Lin-Manuel Miranda aparece frente a la prodigiosa y azulada cordillera, y Byron Howard, sonriendo en el Valle del Cocora, el lugar donde crece la palma de cera del Quindío, el árbol nacional. De ese viaje regresaron con una historia en mente, y antes de volver a Los Ángeles visitaron el pequeño pueblo colonial de Barichara.
Allí vivía desde hacía un año Alejandra Espinosa Uribe, literata de profesión, dueña de una librería y guía turística. Hoy, desde Barichara, Alejandra recuerda cuando, cuatro años atrás, “unas personas de Disney que querían hacer una película sobre Colombia” la contactaron para un tour cultural e histórico de la región. Ella conocía bien la historia del departamento de Santander, en el que “las tradiciones se mantienen vivas y uno puede viajar a lo que es y ha sido Colombia porque la historia del país sucede en los pueblos y en la ruralidad”. Con un don para el habla –similar al de Mirabel, la protagonista de Encanto, que también tiene gafas y el pelo rizado–, Alejandra llevó al equipo a las guaraperías, donde se fermenta el guarapo, a ver el oficio de los picapedreros y el de los sombreros tejidos, les mostró las calles empedradas, las casas construidas con tierra. Al mes ellos la llamaron para proponerle ser consultora de la película, un secreto que guardó durante cuatro años.
Encanto. Cortesía The Walt Disney Studios.
La familia Madrigal es numerosa, variada y está dirigida por la abuela Alma, una mujer generosa, aunque autoritaria, que da origen a la estirpe de la película Encanto de Disney. Mucho tiempo atrás, ella, su marido y los trillizos Julieta, Pepa y Bruno huyeron de donde vivían, una posible referencia al desplazamiento forzado en Colombia que, según el Centro Nacional de Memoria Histórica, ha dejado más de seis millones de víctimas. En algún momento el abuelo se perdió, por lo que Alma quedó sola con sus tres bebés y fue con ellos a un valle encantado donde se instalaron en una casa con vida propia.
Allí los tres niños recibieron dones mágicos: Julieta, el de curar con la comida que prepara y Pepa, el de controlar el clima con sus emociones; Bruno predice el futuro y por eso termina siendo marginado del pueblo. Después Julieta se casa con Agustín y tienen a Isabel, Luisa y Mirabel. Las hermanas de Mirabel, así como sus primos Dolores, Camilo y Antonio, cuentan con sus propios dones. Isabel hace florecer las plantas, Luisa posee una fuerza descomunal y Dolores un oído agudo, Camilo cambia de apariencia a su antojo y Antonio habla con los animales. Como ellos, de niña Mirabel atravesó un rito para obtener su encanto, el don que la haría mágica y también encantadora, pero, para decepción de la abuela Alma, no ocurrió nada. Ahora Mirabel es una chica “divertida, humana, empática, profundamente emocional y algo rarita”, según ha dicho en entrevistas el director Jared Bush. Ella intenta compensar la ausencia de magia con entusiasmo, aunque en el fondo se siente insegura, aislada, no merecedora del amor de su abuela y en deuda con la familia, a la que intenta salvar cuando la magia, que proviene de una vela encendida, cae en riesgo.
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“Encanto no se centra en un personaje, es la historia de una familia”, dice Espinosa Uribe, para quien la casa donde ellos viven y a la que llaman “casita”, incluso en la versión en inglés, es un personaje más. Ubicada en un lugar indeterminado entre Barichara, Cartagena y el Valle del Cocora, la casa suele manifestarse y está llena de objetos que evocan una esencia colombiana: balcones colmados de buganvilias y mariposas amarillas, por los que sobrevuelan guacamayas y tucanes, cultivos de café y maíz, una cocina con cucharones de madera y canastos de mimbre donde se preparan arepas y ajiaco. Mencionar cada detalle de la película Encanto de Disney –el vestuario, la arquitectura, los gestos de los personajes– sería infinito, pero detrás de muchos de ellos estuvo Alejandra, como consultora.
“Lo primero fue que [los realizadores] supieran de historia nacional. Son cosas que no necesariamente se ven reflejadas en la película, pero que ellos necesitaban saber para que el universo que plantean tenga un sentido lógico y todo fuera verosímil”, cuenta. “Les hablé sobre la identidad, sobre la raíz afro, hispánica e indígena de la diversidad colombiana, sobre el contexto del Gran Caldas, donde está el Valle del Cocora, porque la película no sucede en una época específica, pero sería a principios del siglo XX”. Luego su trabajo se centró en darles un tamiz colombiano, verosímil e identificable a los elementos de Encanto. Fue ella quien sugirió que Mirabel tuviera un vínculo con su abuela Alma, no con el abuelo, como originalmente estaba escrito, porque “las mujeres son las que cargan el gen de la historia en Latinoamérica”. A los animadores les insistió que los personajes debían mover los músculos de la cara, ser expresivos, hablar con las manos. “Ese gesto es mi hijito”, dice al recordar cómo Mirabel señala algo frunciendo los labios y llevándolos hacia adelante.
Para entonces el equipo de Encanto había creado un Fondo Cultural Colombiano que reunió a expertos en antropología, vestuario, biología y arquitectura. Uno de ellos fue la periodista Edna Liliana Valencia, quien realiza una labor de activismo para que la población afrodescendiente del país tenga una representación no estereotipada en los medios de comunicación. Edna Liliana estaba en el set de noticias de France 24, donde es presentadora, cuando leyó un mensaje de Disney con el que la invitaban a una reunión. Allí le propusieron que trabajara como consultora de la representación afro que en Encanto está en múltiples detalles y en dos integrantes de la familia: Félix, un hombre del Caribe colombiano, esposo de Pepa Madrigal, y Antonio, su hijo.
“Yo trabajé mucho con Antonio, que es el niño de la familia y cuyo cuarto debía estar enfocado en un tema de biodiversidad. Cuando me contaron eso les dije: ‘Chévere que el cuarto de Antonio fuera como la selva tropical del Chocó’. Ellos: ‘¿Y cómo es?’. Y yo: ‘Es que nosotros, aparte del Amazonas, tenemos el corredor biogeográfico del Chocó, que es la selva tropical y uno de los puntos más biodiversos del planeta’. Y les encantó”, recuerda Edna Liliana que después menciona su aporte a la película Encanto del que más se siente orgullosa: el pelo de los personajes. “Todos los personajes llevan su cabello afro natural y Mirabel, una chica mestiza que, como la mayoría de los colombianos y colombianas, tiene una parte afro, otra indígena y otra blanca, lo lleva ondulado. Yo me senté con el equipo de producción y les expliqué los tipos de rizos. Les dije: “En sus películas, Disney solamente ha tenido una princesa negra, en La princesa y el sapo, que usa el pelo liso. Necesitamos referentes de pelo natural porque las mujeres afro hemos crecido pensando que nuestro pelo es feo, poco profesional, desordenado, y ése es un tema de salud pública. En el Chocó las mujeres se alisan el pelo con soda cáustica, a la cual le rayan zanahoria o aguacate para que suavice el efecto. Se aplican eso, mechón por mechón, una vez al mes hasta que se quedan calvas. […] Para mí esto marca un referente de identidad: ver por primera vez en la historia de Walt Disney a personajes afro con el pelo afro”.
Encanto. Cortesía The Walt Disney Studios.
Mauro Castillo, compositor y trombonista colombiano, es la voz de Félix, el personaje al que define como un melómano. “Yo soy un cantante de salsa”, dice al otro lado de la pantalla de Zoom. “La canción en la que participo [“We Don’t Talk About Bruno”] tiene que ver con la salsa, lo latino. La música de la película es alucinante. Tiene al gran Lin-Manuel Miranda y a la talentosa Germaine Franco, que trabajó en Coco. Ellos viajaron a Colombia e hicieron una mezcla de elementos mainstream con cosas de nuestra cultura; hay bastantes texturas que te hacen ver los paisajes. Germaine Franco llevó a Los Ángeles marimbas del Pacífico, cununos, tambores. Qué bueno que empecemos a reconocer al tambor como un elemento de comunicación no sólo en la cumbia, sino en esas otras músicas como el currulao que son un testimonio de la diáspora [africana] que nos llevó al país”.
Hacer un filme sobre Colombia, representarlo o inspirarse en él no es una misión sencilla. Las críticas hasta ahora publicadas de la película Encanto de Disney son elogiosas: “Se siente como una de las presentaciones animadas más emocionalmente complejas de la casa del ratón Mickey, incluso cuando al final la historia trata de envolver ese rasgo con un lazo demasiado ajustado”, escribió Kristen Lopez para IndieWire: “El escenario y la ‘casita’ colombianos son exuberantes y acogedores, pero lo más importante es la distinción en los personajes y sus expresiones faciales, que resultan maravillosas”.
Quizás uno de los mayores retos de Encanto fue mostrar la diversidad sin volverla un pastiche, una reunión de cosas, espacios y personajes que no tendrían por qué estar juntos. En ese sentido, el escritor, columnista y crítico de cine Ricardo Silva Romero recuerda que en los años cuarenta y cincuenta Disney habló de Latinoamérica en películas animadas como Los tres caballeros y Saludos amigos, en un intento por entender la cultura local, aunque su mirada se fijaba más en países como México, Argentina y Brasil. “ [En Disney] sí tenían el tono gringo de la Guerra Fría, estaban en guardia, entonces había caricaturizaciones de ciertas culturas, pero películas recientes como Luca o Coco, que es de Pixar, dan para pensar que últimamente hacen investigaciones serias”, dice al teléfono Ricardo.
Advierte, sin embargo, que existe una mirada sobre Colombia que corre el riesgo de caer en lo “exuberante y macondiano”, un despliegue de color que termina pareciéndose a una tienda de artesanías. “Claro, todo el mundo tiene símbolos. En una película inglesa sale la Torre del Reloj, en una francesa, la Torre Eiffel. Hay unos rasgos, pero en Colombia es una manía que suena a ganas de hacer un catálogo de las cosas de aquí. Y yo no sé qué tan útiles sean esos símbolos para entender a Colombia. El sombrero, la mochila, yo no sé si eso explica lo que pasa aquí. Porque aquí, sobre todo, pasa la violencia y los símbolos que se ven alegres, el paisaje –que en Colombia sí es impresionante–, siempre son parte de una fachada que aplaza la historia de la violencia. Se hace énfasis en esto para no hablar de lo otro”. Eso no quiere decir, aclara, que a un narrador se le deba exigir incluir esto o aquello en su obra.
Dice Ricardo que algunas telenovelas colombianas, los reinados de belleza, los eventos deportivos han usado lo pintoresco y bueno como un escudo nacional. La entrevista gira hacia el realismo mágico, ese concepto acuñado por el escritor cubano Alejo Carpentier como lo real maravilloso, y ahora tan usado y extrañamente interpretado en el país. Así lo explica Ricardo: “Es la respuesta al drama social. ‘Esto es una miseria, pero bello y milagroso’. En el caso de Gabriel García Márquez y los autores del boom, hay una trampa porque ellos sí que eran políticos y denunciaban eso: la miseria, el drama terrible. Está clarísimo en sus novelas: el olvido, el abandono estatal. Son novelas muy tristes, desoladoras, hay gente con hambre, gente jodida, que curiosamente tiene rasgos medio fantásticos. […] La televisión colombiana agarró esa parte simpática y en los ochenta hubo mucha telenovela macondiana. La cosa macondiana es una trampa en dos sentidos: en el sentido de volverlo artesanía, y en el regodeo de que lo macondiano es en el fracaso de la sociedad colombiana. Cien años de soledad acaba diciendo eso: como no hay espíritu de solidaridad, pues esto no tiene futuro”.
Precisamente, para no caer en simplificaciones, desde aquel viaje a Barichara, Alejandra Espinosa Uribe les habló a los realizadores de Encanto sobre lo real maravilloso y por qué el término, que en cierta medida inspiró la película, era más preciso que el de realismo mágico: “Para mí la fuente de lo real maravilloso está en nuestras tres raíces afro, indígena y española que se entretejen y de las que nace una concepción diferente de aprehender la realidad, de concebirnos en el mundo, ahí entra el pensamiento mágico de las cosmogonías indígenas y las mitologías afro. Para mí la búsqueda por definir qué es Colombia no es: ‘Es que aquí pasan cosas raras’, sino que está en la raíz. En la raíz hay una manera distinta de habitar el mundo a la occidental materialista y binaria”.
Alejandra tiene un interpretación –absolutamente personal– de la película Encanto de Disney, pero que cobra sentido. Para ella, la búsqueda que hace Mirabel –desprovista de dones mágicos, distinta a los demás– de su identidad es una metáfora de la misma búsqueda de Colombia por una identidad “como nación, como proyecto colectivo. Creo que el viaje de Mirabel le habla al espectador colombiano para que se haga preguntas sobre quiénes somos, cuál es nuestro espacio. A mí el desenlace me parece lo más conmovedor de la película, la catarsis en la relación de Mirabel y la abuela, porque tiene resonancias en nuestra propia búsqueda del perdón y reconciliación como país”.