Soy una actriz de teatro y estoy confinada. Tengo un teatro hermoso que está cerrado desde hace cuatro meses. Todavía nos da terror: mantenemos a 26 familias. Cerrar es el horror para cualquier teatro en el mundo. Pero supongo que Las Reinas Chulas (la compañía de cabaret de la que formo parte desde hace 22 años) reaccionamos muy rápido a la pandemia. Ya nos pasó con el AH1N1 y con el temblor de 2017. Solo que nunca habíamos cerrado por tanto tiempo y mucho menos sin certeza alguna de reapertura. Tanta incertidumbre, nos estruja las entrañas.
Las Reinas Chulas no hemos podido abrazarnos en las pérdidas que hemos sufrido. Perder al padre de Ana Francis Mor, una de nosotras, nos hizo recordar que hemos estado tantos años juntas en lo bueno, lo maravilloso y lo gozoso; hemos escrito más de 75 espectáculos juntas, hemos viajado con nuestro trabajo a lugares inimaginables como Berlín —la cuna del cabaret—; y también nos hemos acompañado en lo malo: en nuestras bodas, velorios, divorcios, un accidente horrible en carretera, las crisis. Siempre de alguna forma el escenario nos salva, nos une, a pesar de esta distancia insana.
No tengo noción del tiempo, pero muy pronto después de cerrar el teatro imaginamos impartir cursos y hacer shows en línea, para seguir manteniendo nuestro proyecto del Teatro Bar El Vicio; hacemos farsa política, crítica social, siempre a través del humor, enfocado a los derechos humanos, sobre todo en la violencia contra las mujeres, y todo lo que es regido por la risa, la guaza, el gozo, la noche, el alcohol y la sexualidad. En el cabaret, el personaje más importante es el público, porque las carcajadas, los chiflidos y los aplausos son nuestro termómetro para saber si vamos bien.
Lo primero que hicimos después de cerrar, fue crear la Chuliversidad en línea. Llevamos ocho espectáculos—los Cabarezooms—, una cantidad enorme de montajes para tan pocos meses. Nos hemos visto obligadas a entender las nuevas tecnologías y trabajar rápido en consecuencia. Me gusta pensar que así se hacía la carpa, claro, sin todo el aparato tecnológico.
La carpa es el gran género teatral que nuestro país le regala al mundo. Era un espectáculo popular para un público de todas las clases sociales, un espacio de festejo, convivencia y celebración. La llegada de la carpa a una comunidad era un auténtico motivo de pachanga. Este tipo de espectáculos tuvieron su mayor auge en los años veinte del siglo pasado. Además de ser un espacio de entretenimiento y mucha diversión, fungía como medio de información: llevaba las noticias de lo que estaba pasando a todas los pueblos y ciudades. Y para la gente que no sabía leer, la carpa era la mejor manera de enterarse de lo que ocurría en el país.
Al igual que en una revista se pasa de página en página, en este tipo de teatro se pasaba de cuadro en cuadro. Muchos de los cuadros eran coreografías y canciones, había también cuadros con actores y actrices y no podía faltar la rutina del cómico principal. Existía lo que conocemos como “tandas”, o sea que las personas pagaban un solo boleto para ver varias funciones. El espectáculo duraba toda la tarde y la noche, desde las 4 de la tarde hasta las 2 de la mañana. La gente tenía tiempo de ir al teatro. Y los artistas cambiaban el show cada 15 días.
Así nosotras con el encierro.
Cada 15 días tenemos un show nuevo, y cada que estrenamos, tenemos que pensar en el siguiente. No hay tregua. Tener un teatro es el sueño de cualquier persona que se dedique al arte escénico. Así Las Reinas Chulas nos hemos ganado el pan más de la mitad de nuestras vidas. Sobre todo, en nuestro teatro, en ese bello escenario de El Vicio donde han pasado los artistas más chipocles del mundo del cabaret, de la farsa y el burlesque.
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Murió Héctor Suárez. Un cáncer hijo de la chingada hizo de las suyas con el mejor comediante contemporáneo de México. Uno de los mejores actores de los últimos 50 años, que fue actor de teatro, cine, televisión, un ícono de la cultura popular. Suárez fue un juglar que supo relatar la realidad de su época, la corrupción, la hueva, la pobreza, la burocracia, sólo con ver el programa ¿Qué nos pasa? podíamos darnos cuenta del poder de la comedia, la crítica política y social y la disciplina de un actor entregado a su oficio. Este oficio suyo fue censurado varias veces. Amenazado de muerte por atacar el gobierno de Enrique Peña Nieto, se fue a Estados Unidos y nunca paró de trabajar. Pero ya no tuvo tiempo de hacer su últimos sueño realidad.
A sus 81 años, me llamó para decirme que quería que escribiéramos un piloto de comedia para su regreso a la pantalla. Nos vimos un par de veces y escribimos un programa piloto en una semana. Televisa nos abrió las puertas, cosa que nos parecía rarísima. Pero después de varias semanas de espera por una respuesta, la televisora dejó de respondernos, don Héctor mandó literalmente al diablo a Televisa. Un día me llamó y me dijo:
— ¡Marisol, ¡acabo de mandar a la chingada a Televisa! ¿A dónde nos vamos? Yo quiero hacer el programa.
—A canal 22, Héctor—respondí de inmediato.
Y la noticia corrió rapidísimo.
Todo en mi vida lo veía posible. Iba a escribirle al creador de personajes arquetípicos de mi infancia, personajes y frases que se quedaron en el colectivo de millones de mexicanos: Doña Zoila, la madre manipuladora y chantajista, ya la veía hasta en Netflix. Y no solo iba a actuar con él, que sin duda ya era un regalo para mi historia como comediante, además lo iba a dirigir a cámara. ¡Sí, dirigirlo y escribirle nuevos personajes! ¡Por la Pachamama Cabaretera! Y ya ni les cuento de los personajes que él tenía en mente, como la maravilla del Chomosgón y otros secretos guardados que tengo para mí y mi abatido corazón.
Esta es la segunda que me la aplica Televisa. Hace unos cinco años, después de dedicarle más de un año y medio al proyecto SNL México, para hacer comedia política. Y pasó lo que tenía que pasar: la censura de Televisa no permitía burlarse del presidente de México. Esto motivó a que los socios gringos –los que hacen el mítico Saturday Night Live—se negaran a trabajar con censura y así fue como perdimos la oportunidad de tener un espacio crítico y divertido. Ya me había pasado una cosa antes: luego de 11 años de transmisiones ininterrumpidas (entre los años 2005 y 2016), de tener el primer lugar de rating, pasamos de repente a ser “los conductores que aunaban al resentimiento social”. ¡Pa’ que luego digan que Peña no censuraba! Lo demás es historia. Fue un golpe durísimo haber sido, por no decirlo tan feo, pateados de W Radio.
Lo mejor para cualquier cabaretera que se dedique a la farsa, es escribir sin ningún tipo de censura. Entender el humor mexicano te puede llevar hasta 10 años de estudio, es ingenioso, rápido y duro; aunque como decía Lenny Bruce, el humor es como un bisturí, puede ser un humor que mata como el que discrimina, que es misógino, racista, homofóbico, ese humor ya no nos sirve a nadie… ¿Me estás oyendo Chumel? A nadie. Ese humor mata, y el humor que salva es el que nos libera, denuncia al victimario, al opresor, al ojéis, pues.
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Se me ocurrió ir por un vestuario a El Vicio hace unos días. Este 2020 cumplimos 15 años de manejarlo, y más de 20 actuando en él. Este espacio nos bautizó como Las Reinas Chulas. Llevábamos siete años trabajando juntas en distintos escenarios. Ya era hora de convertirnos en una compañía, sobre todo porque no había espacio suficiente para nombrarnos a las cuatro actrices juntas en el pequeño anuncio del periódico. Así que decidimos nombrarnos como nos llamaba una de las dueñas anteriores del Vicio, Liliana Felipe.
— ¡Ay, reinas chulas, afínense en el coro, sordas de mierda! —nos gritaba en los ensayos musicales desde el hermoso piano que ahí sigue.
Teníamos dos opciones en esa frase. Ya saben cuál ganó. Aunque siempre he pensado que sordas de mierda no estaba mal.
Regreso al presente: La imagen de ver al teatro cerrado, oscuro y con las butacas apiladas me hizo llorar como Magdalena, y me fui como hilo de media calada. Me senté un ratito en la zona del público y, viendo al escenario, apliqué la chilladera como plañidera pero real y sin paga. Y como decía Alejandro Casona: “Mejor aplicar el llanto siempre que sea posible, como la medicina antigua aplicaba la sangría”.
Imaginé qué me dirían mis amigas argentinas, las actrices más geniales y delirantes que han pasado por nuestro teatro: “Ché, volver a repetir, petir, petir… la que no llora no mama, Ché”.
Mientras lloraba, me resonaban palabras de una maravilla que se titula “La última función”, un ensayo audiovisual creado y dirigido de Humberto Busto. Imperdible cosa: “Y si el mundo entero es un escenario como dijo Shakespeare, ahora la única luz que está encendida es apenas la llamada luz de trabajo. Los teatros están cerrados en el mundo entero por la pandemia. Tenemos miedo, nadie sabe lo que viene, no hay público, el teatro está desierto. La pesadilla de cualquier persona que se dedique a la escena se ha hecho realidad”.
El teatro es lo opuesto al aislamiento.
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Mis días, en medio de tanto trabajo en línea, se me van en responder whatsapps de cariño, de recibir fake news o memes idiotas que me hacen carcajear por horas, pero también en escuchar a mis vecinos lidiar con el encierro. Se me van los días en llamadas con mi familia y amigos que extraño como una loca, Ximena, Rodrigo, Rafa, Nicole; en tocar por horas mi guitarra, o amenazar a mi papá para que no salga de su casa. Por fortuna está mi Chula, la perrita más cariñosa del mundo
En esta cuarentena, ya tomé todo tipo de clases y bajé aplicaciones de clases de idiomas, nutrición, dibujo, CBD. Ya bordé, tejí una colcha, ya pinté parte de mi casa, obvio bajé todas las aplicaciones de yoga, meditación, y hasta ejercicios para fortalecer la nalga, pero de eso no he hecho ni un carajo.
También estoy harta de lavar el baño y del chingado quehacer de la casa. A las mujeres nos regresaron al hogar, y las madres con triple jornada laboral. Generalmente, los días que reservo para no hacer nada, acabo haciendo de todo. Pospongo las cosas importantes y el tiempo, desde hace rato, dejó de tener lógica porque un día me dura 45 horas y otro 6.
En estos días me pregunto si ya nos cargó la chingada. Si fallamos como especie. Yo sigo pensando que la risa y el humor nos salva porque es catarsis, la carcajada te libera, te pone lacia, lacia, te acomoda el alma, te identifica, a mí me salva incluso en este encierro del infierno porque seguimos contando historias de otras maneras posibles. Hoy seguimos haciendo comedia política, y trasladamos el cabaret a las plataformas digitales. Ha sido toda una experiencia —yo que ni sabía qué era un inbox—. Ahora podemos ser al mismo tiempo cineasta, directora de tele, iluminadora, jala cables, videoartista, técnica, mi propia cambiadora de vestuario, maquillista, todo eso en vivo, ¡rápido y de buenas!
El amor y el humor cura, vincula, identifica. El humor es amar la vida y a los demás sin melodramas, amar profundamente, carcajearnos, cuidar y dejarnos cuidar. Las amistades cómplices, la familia, la amistad profunda y entrañable forma parte de mi gran amuleto en este infierno.